OTOÑO DE LA IGLESIA, INVIERNO DE OCCIDENTE
Apocalipsis en griego significa revelación. Como todos sabemos, es el título del último libro de la Biblia. Aunque la Iglesia modernista se avergüenza de él y lo ha dejado de lado, sigue siendo una metáfora de algo terrible. La revelación, un verdadero apocalipsis, de Monseñor Viganò sobre la existencia de una aterradora red de homosexuales en la Iglesia, capaz no sólo de promocionar las carreras de muchos y encubrir abusos, y también puede incluso cambiar profundamente la doctrina católica. Esto sorprende sólo a aquellos que no siguen los eventos de la Institución más antigua de la tierra.
El problema es devastador, a pesar de la subestimación que hace de ello el pontífice argentino, que culpa de todo al clericalismo. En resumen, la responsabilidad del cáncer son los oncólogos. Uno no puede mirar los hechos narrados sin una amarga lucha interna por la inmensidad del mal cometido.
La conciencia vive con consternación el COLAPSO de las enseñanzas bimilenarias. Cuando la familia se derrumba, la homosexualidad se acepta como normal, incluso en las formas repugnantes de la efebofilia y la pedofilia, toda la doctrina humana del cristianismo se derrumba. Desde el bíblico “macho y hembra los creó” hasta la imagen de la sagrada familia y el matrimonio sacramental, todo está destruido. Dado que el cristianismo es el arquitrabe de la civilización europea y occidental, el derrumbe está destinado a afectar a todos y a todo.
Una civilización rica y floreciente como la nuestra, está condenada a la aridez y rigidez, y dado que sus pilares éticos y espirituales, y las certezas que han acompañado a decenas de generaciones, ahora se derrumban, podemos decir que la erosión proviene de su interior.
Nos sentimos necróforos de una civilización y una religión que han pasado la puesta del sol para alcanzar el ocaso. Como creyentes, sabemos que la noche pasará y vendrá un nuevo amanecer. Tal es el significado purificador de los escándalos en el pensamiento del evangelista, por lo que la oscuridad no es definitiva. Quizás lo sea, muy probablemente, en nuestras vidas personales. Nos sentimos conmovidos ante la tragedia de un mundo que se derrumba con las viejas creencias, las viejas certezas, las instituciones venerables en las que hemos vivido, sin vislumbrar ninguna luz.
El sentimiento más fuerte que nos domina, es el resentimiento por una traición gigantesca. Tenemos derecho a pensar: me mintieron desde la infancia. No creyeron en absoluto en lo que nos proponían creer, por tanto, todo el edificio de la fe y de la civilización que emergió entonces surgió de una mentira. Las civilizaciones humanas pueden, deben cambiar con el tiempo, las religiones tienen como medida lo eterno. No podemos volcar las piedras angulares de la doctrina sólo porque no sean bienvenidas por el espíritu del tiempo. Además de apoyar a prelados pervertidos, seminarios convertidos en burdeles, puentes a todo lo que se ha llamado pecado durante milenios, tenemos que escuchar a los superiores jesuitas declarando que el Evangelio es poco más que una fábula, ya que no hay grabaciones de la palabra Jesús, a cardenales [Ravasi] convencidos de que Cristo era un «poderoso sanador», a “siervos de Dios” que nos escandalizan afirmando,que muchos santos eran homosexuales.
Las palabras de Pablo de Tarso, Agustín, Tomás, San Damián y Catalina de Siena son inútiles; El quinto evangelio es la palabra del Padre James Martin (¿servus Jesu?) ayudando a las asociaciones LGBT; el hombre ha reemplazado a Dios; el infierno, si existe, está vacío. El mismo Bergoglio, hablando con el nuevo evangelista Eugenio Scalfari, dijo que las almas de los malvados se aniquilan. ¿Por qué pues todavía debo creer?
El nuevo cristianismo acoge con satisfacción todos los males que había combatido: los impulsos gnósticos, según los cuales la creación es intrínsecamente mala; el relativismo moral, que cambia todo de acuerdo a los tiempos y lugares; el nihilismo, ya que no hay verdad, a lo sumo su interpretación. De los siete, el sacramento más en crisis es la confesión. El hombre moderno, nosotros mismos, nis resistimos a decir el mal que tenemos adentro, para arrepentirnos y de alguna manera tratar de no perseverar en los comportamientos negativos que la tradición llama pecado.
¿Cómo podremos, ahora, confiar en personas consagradas que no conocemos, de cuya posible conducta estamos horrorizados? La caridad se cancela y, con ella, tal vez la encíclica Deus Caritas Est, en la que Eros, el amor humano se transforma en ágape, el amor que termina en Dios.
La fortaleza está cediendo, el desconcierto prevalece sólo en unos pocos espíritus inquietos, los demás se adaptan. Otoño de la Iglesia, invierno de la civilización. Mientras tanto, el techo de la iglesia romana dedicada a San Giuseppe dei Falegnami se derrumba, la cual era símbolo de la sagrada familia. ¿Dónde habrá que celebrar los matrimonios, al modo anticuado de unión entre un hombre y una mujer?. Quizás, sea una señal de la ira de Dios, pero debemos creer en Dios. Si todavía hay cardenales homosexuales, obispos corruptos, sacerdotes mundanos : también [hay mártires] en la antigua Iglesia de Maalula, en Siria, que fue atacada y saqueada por milicianos de grupos yihadistas armados y apoyados por Occidente …
di Roberto Pecchioli
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