Se ha producido un comentario de Fray Eusebio, de una notable profundidad, a la objeción fundamental de este asunto, que es la negación de la evolución homogénea del dogma en el mismo sentido y en la misma sentencia. Esa negación dejaría ininteligible la historia de la Iglesia y lleva directamente a la acusación de herejía a todo el Cuerpo de la Iglesia durante siglos. Vean las objeciones de un anónimo y mis respuestas en el post anterior, y después verán lo acertado y profundo del comentario de Fray Eusebio, que subo a constituir un post.
Buenísima iniciativa la de plantear este tema, y sobre todo, la postura previa que impide a no pocos el aceptar con sencillez lo que la Iglesia va enseñando a través de los siglos.
Efectivamente, se niegan a aceptar que se da una cierta evolución dentro de la Iglesia, no en cuanto se pueda enseñar o creer una doctrina que no hubiese existido desde el principio, pero sí en su más completa comprensión, y más adecuada expresión, siempre guiada por el Espíritu Santo. Porque la confesión auricular, el culto a las santas imágenes, la creencia en la Inmaculada Concepción de María o su Asunción, siempre han sido creídas y practicadas, y enseñadas y celebradas en la liturgia, pero la Iglesia ha ido madurando su explicación a través de los siglos, sin inventar nunca jamás algo que no estuviera ya implícito en lo que la Iglesia ha creído, enseñado y celebrado desde el principio. Ese es el sentido en que el genial P. Marín Solá trata de esta cuestión de la evolución homogénea del dogma.
Pero no son pocos los que, escandalizados por el abuso del que los herejes se han hecho culpables al intentar presentar sus novedades como desarrollos legítimos del dogma, cuando son su traición, se han ido al extremo contrario, y niegan la posibilidad misma de que pueda haber un progreso en la comprensión y explicitación de lo entregado por Nuestro Señor. Se hacen en esto semejantes a los cismáticos ortodoxos, que llegados a un determinado momento histórico, pensaron que ya se había llegado a una comprensión total y perfecta de todo lo entregado, y que lo que iban enseñando tanto los teólogos escolásticos latinos, como los mismos Papas de Roma era condenable. Lo único que diferencia a unos de otros, está en el momento histórico en el que sitúan el comienzo de la ruptura: Para algunos griegos, Occidente habría empezado a desviar desde el Concilio de Toledo del año 589, cuando se habría insertado por primera vez el Filioque en el Credo, precisamente como una explicitación de ese Credo, frente a las doctrinas arrianas que minimizaban la divinidad del Hijo.
Otros sitúan el punto de ruptura, de modo puramente convencional, porque rechazan precisamente los desarrollos sobre la autoridad papal suprema tanto en el ámbito eclesiástico como en el político, en el año 1054.
Al parecer, para los Hnos Dimond, el Espíritu Santo habría dejado de iluminar a la Iglesia, tanto en sus doctores, obispos, santos, como en los Sumos Pontífices, desde fines de la Edad Media, y puesto que no pueden negar que la doctrina del bautismo de deseo se encuentra claramente expresada en el Concilio de Trento, intentan desvirtuar su sentido obvio, bastante torpemente, como ha demostrado el honorable blogger.
Como los ortodoxos, que sostienen que la Iglesia Romana se habría ido apartando de la Tradición, precisamente por innovar, desde el S. VIII por lo menos, consumándose la ruptura en el XI, piensan éstos que la recta doctrina se habría ido oscureciendo en los últimos siglos, hasta la ruptura definitiva con el Vaticano II.
Nos encontramos siempre ante el mismo esquema histórico-psicológico: Primero se describe una situación de idílica perfección, en este caso en el entendimiento y expresión de la doctrina, que dura un cierto tiempo, según versiones, (un siglo, tres, un milenio, quizás más), pero que acaba corrompiéndose, luego una etapa de entenebrecimiento creciente, hasta que por fin, llega la necesaria purificación, reforma, vuelta a las fuentes, renovación, aggiornamento, etc…¿Les suena?
Una de las principales causas de tan peligrosa desviación está en una cierta actitud gnóstica, que de modo más o menos consciente. rechaza la encarnación de Cristo, y sus consecuencias en la vida de su Cuerpo Místico, la Iglesia.
Y es que así como Nuestro Señor se encarnó en un cuerpo de carne, y el que no tiene límites se limitó en el espacio, el que es eterno se sujetó al tiempo, y el que no necesita nada quiso necesitarlo todo, así quiso que su Iglesia, aunque depositaria de toda la Sabiduría y la Ciencia, se sujetara a las etapas de un desarrollo paulatino propiamente humano, trasunto de su propio crecimiento en cuanto naturaleza humana. Por ello nos aseguró de que estaría con nosotros todos los días, hasta la consumación de los tiempos, y por eso avisó a sus Apóstoles de que no podían con todo en esos primeros instantes de la Iglesia naciente, pero que EL ESPÍRITU SANTO LES IRÍA RECORDANDO TODAS ESTAS COSAS. No como recuerdo estático, sino dinámico, aunque siempre consecuente y homogéneo.
Así es cómo el Espíritu Santo ha desarrollado progresivamente todas las realidades eclesiásticas, trabajando suave y progresivamente en las mentes de los teólogos, los pastores, los santos y los Papas, de modo que lo que era implícito se haga explícito.
Así se entiende que cuando otros peligrosos cismáticos y herejes, en este caso los del falso Sínodo de Pistoya, verdadero precursor del Vaticano II en el S. XVIII, afirmaron esto mismo, que en los últimos siglos se había producido un creciente oscurecimiento de las principales verdades dogmáticas y morales, y que sólo era verdadero lo antiguo y primitivo, mientras que todo lo que se hubiera añadido posteriormente era necesariamente falso, el Papa los condenase, siendo absurdo suponer que toda la Iglesia pudiese enseñar el error o dejar oscurecer los principios de su doctrina.
Pío VI en Auctorem Fidei condenó de antemano los errores conciliares en los de Pistoya, que tendré ocasión de analizar en otro momento, y hablando precisamente del dogma expresado ordinariamente por la liturgia, condenó de antemano a todos los liturgistas conciliares, todos ellos basados sobre el mismo esquema, primero una edad de oro hasta el S.IV, luego una decadencia cada vez más pronunciada hasta llegar a su cénit en la época postridentina, hasta llegar a la reforma conciliar que nos devolvería a la perfección de los orígenes.
Como decía en un post anterior, el mayor escollo que tendrá que ser resuelto en el anunciado Gran Concilio será el de la adecuada comprensión de la Tradición. Para los herejes, sólo es Tradición lo primitivo y poco preciso, porque lo pueden manipular a su antojo, mientras que lo posterior, más definido y preciso, sería fruto de una lamentable decadencia.
Para el católico, sin embargo, Tradición es todo lo que se ha transmitido a través de las edades, y ha sido sancionado, bien a través de la aprobación implícita o explícita de los pastores ordinarios y de los mejores entre los fieles, como por la intervención de los Sumos Pontífices. Forma una cadena perfectamente coherente de desarrollo homogéneo, que por un lado nos une a los Apóstoles, y a los antepasados hasta Abel y Adán, mientras por otro se va prolongando por el Espíritu Santo hasta el Día del Juicio.
Así, un ortodoxo, un jansenista o un modernista, aunque crean en la Transustanciación, se negarán a usar de ese nombre, por no ser primitivo, y ser excesivamente preciso y exigente, mientras que un católico lo acogerá con gusto, porque sabe que es fruto de un trabajo constante del Espíritu Santo en muchas instancias de la Iglesia hasta llegar a ser sancionado solemnemente en Trento.
Otro ejemplo: Un conciliar que por ventura se familiarizase con el antiguo ceremonial de los Obispos se escandalizaría seguro, y afirmaría campanudamente que era el fruto de una Iglesia alejada de sus orígenes evangélicos, y que casi había olvidado del todo la verdadera moralidad social…
Un católico que aún sigue pensando y sintiendo como tal, y no como un cátaro, lo abraza con lágrimas en los ojos, porque reconoce en él el espíritu de la Tradición, tal como transmitido desde los Patriarcas hasta hoy.
Tal vez a alguno le parezca que me aparto del tema, pero creo que los errores que encontramos nos deben hacer reflexionar sobre los motivos profundos que los motivan, y la desconfianza en Dios autor de la Tradición eclesiástica, tanto en sus aspectos dogmáticos como en los demás, es uno de los principales.
Lo propio de los herejes o de los cismáticos está en escoger lo que les viene bien, e interpretarlo a su antojo, mientras desprecian el resto de los testimonios de la Tradición, llegando, como en este caso, a motejarlos de herejía.
Lo propio de un católico está en plantear esas cuestiones dentro de su contexto natural: El desarrollo progresivo de la doctrina, desde sus inicios hasta hoy, en el que se descubren las líneas de fuerza con las que el Espíritu Santo prepara, acompaña y consuma la mejor asimilación del depósito de la verdad inmutable. Los mejores teólogos siempre se han dejado conducir confiadamente por la Iglesia desde la celda al coro, y del coro a la celda, mientras que los peores se han dedicado a repetir y malinterpretar lo que otros habían escrito, sin entender realmente lo que el Espíritu Santo quería significar.
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Se agradece el comentario, ya que es una clara exposicion de la que puede extraerse la norma basica para la comprension del desarrollo de la Doctrina:
«El Paraclito os lo recordara»
Y es claro que, el mismo Paraclito (inmutable, como Dios) ha mantenido su promesa de recordad a cada generacion, las mismas verdades conocidas y predicadas por los Apostoles.
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