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EL ENIGMA DE JUAN PABLO II


estas palabras de Juan Pablo II nos dan la clave para comprender el ENIGMA de este hombre: por un lado, profesa las verdades de la fe católica al recitar el Credo católico, pero por otro lado  profesa, al mismo tiempo, un rechazo completo de la Fe por actos abominables contra el Primer Mandamiento.   

Con frecuencia muchos juzgan la conducta y magisterio de Juan Pablo II como enigmáticos ya que por un lado parece ser un fervoroso católico, con palabras  llenas de unción y piedad dirigidas a algunos auditorios y exentas de cualquier tacha de error en la Fe y por otro lado ha cometido actos abominables contra el Primer Mandamiento, se le ha visto en circunstancias que podríamos calificar de amorales o en cultos paganos o de herejes, y lo que es peor ha pronunciado en muchísimas ocasiones, incluso dentro de su oficio pastoral, discursos plagados de ambigüedades teológicas cuando no francamente contrarios a la doctrina católica, sin exceptuar la doctrina proclamada ex-cathedra o la claramente expuesta en el Credo y en la Divina Escritura.  Por eso, ha sucedido frecuentemente que a las objeciones que pueden hacerse contra su doctrina o actos pastorales, se contesta trayendo a colación citas intachables de su magisterio como queriendo decir que se interpreten aquellas palabras dudosas o chocantes por las citadas por sus defensores, haciendo como una hermenéutica de la ortodoxia, como si hubiera que cribar  el barro de sus palabras y actos ecuménicos  para dar con la pepita de oro de la Fe. Pero sucede que a veces esto no es posible, considerada la formalidad de sus actos y palabras. Todo ello sería un enigma, si excluimos, como debe hacerse, la doblez de pensamiento y palabra, vale decir atribuyéndole la honradez humana más elemental alejada de la hipocresía y la astucia de un personaje que hablara e hiciera cosas contradictorias, según la oportunidad de cada ocasión.

A mí me parece que este enigma se resuelve fácilmente con el siguiente artículo que traduzco (énfasis propios) del siguiente sitio. Según este artículo la respuesta a los defensores sería que la adhesión mostrada por Juan Pablo II, en ocasiones, a la Fe y al Dogma católico no sería absoluta sino relativa, es decir aceptando también la verdad de otros cultos y doctrinas por más contrarios que fuesen al catolicismo. Como es lógico esto no caería dentro de la Fe apostólica sino más bien la destruiría, al carecer de su absoluteidad, inmutabilidad y firmeza que excluye doctrinas y cultos diferentes. Sería una fe no católica sino ecumenista. A mi parecer esto resuelve el enigma propuesto, bien que al precio de atribuir a Juan Pablo II una verdadera apostasía, como lo hace el autor del artículo.

Por supuesto como siempre lo aporto para ilustración de los lectores del blog sin que quiera decir que asumo en principio cualquier idea o expresión del documento. De todas maneras aquellos que rechacen las ideas expuestas en este post, están invitados a refutarlas con una seria argumentación en la seguridad de que sus aportaciones serán publicadas para ser juzgadas por la generalidad de los lectores.

                                                                                                   

LA APOSTASÍA DE JUAN PABLO II: RESPUESTA CATÓLICA

Por el  Reverendísimo Daniel L. Dolan

Texto de la conferencia dada el 13 de Agosto de 2000, en Saint Maurice, Bretaña

[Nota: Los tiempos verbales a veces han sido cambiados del presente al pasado, teniendo en cuenta la desaparición de Juan pablo II hace más de cinco años]

Es para mí de particular alegría venir a  Francia en este Día de la Gran Fiesta de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, por invitación del Padre Guépin. Como se sabe es la mayor de todas las fiestas de la Virgen, y es en Francia donde la espléndida  celebración de este Triunfo de la Virgen se hace  con la mayor solemnidad. Como ustedes saben, vuestro Rey Luis XIII, proclamó este día como Fiesta Nacional de Francia y  prometió una consagración anual de Francia en este día a la Santísima Virgen María. La piedad y devoción de los franceses a la Virgen María es  bien conocida en el mundo entero.

Pero como todos ustedes saben muy bien, nuestra alegría está atemperada por la tristeza que nos asalta  cada día por la crisis en la Iglesia Católica. Hemos soportado esta tristeza desde hace treinta y cinco años, y por eso suplicamos al Señor, «¿Domine, usquequo?» «¿Señor, hasta cuando?».

Lo que  en nuestros  tiempo aumenta enormemente nuestra tristeza es el fracaso de los fieles católicos en hacer un Frente Unido y coherente contra el enemigo. Cuando miramos el campo de la resistencia católica, cuánto nos entristece esta falta de unidad. Lo más inquietante es que la mayoría  se resiste a  reconocer al enemigo como tal enemigo, sino lo tiene por  la misma autoridad de Cristo. De manera que al reconocer en los  modernistas  la verdadera autoridad de Cristo y de su Iglesia,  se han colocado ellos mismos  bajo la obediencia de modernistas, como sucede con la Fraternidad de San Pedro, o desean estar en comunión con los modernistas, someterse a ellos y trabajar con ellos, como sucede con la Sociedad de San Pío X.
Por tanto, siento que mi misión como  obispo es la de alertar a los católicos sobre la respuesta verdaderamente católica a la actual crisis en la Iglesia. Además pretendo ordenar a jóvenes sacerdotes  formados de manera completamente católica que no respondan a la apostasía de Juan Pablo II con  un espíritu  cismático.

Estos son los dos temas que abordaré hoy: primero, la apostasía de Juan Pablo II y sus consecuencias teológicas; y segundo, la respuesta verdaderamente católica a esta apostasía.

APOSTASÍA DE JUAN PABLO II

Adviertan que no he elegido la palabra «herejía«, sino «apostasía«. Los errores de Juan Pablo II, en verdad, constituyen una apostasía, y no simplemente una herejía.
La herejía es dudar o negar una verdad particular de la fe, o tal vez algunas verdades de la fe, por ejemplo, la divinidad de Cristo, la presencia real de Cristo en la Sagrada Eucaristía, el nacimiento virginal, etc Ustedes probablemente están familiarizados con algunos de los herejes conocidos de la historia: Arrio, Lutero, Calvino.

La apostasía, por el contrario, es rechazar por completo la fe cristiana. Por ejemplo, el emperador Juliano, en el S.IV, repudió totalmente la fe y se convirtió en apóstata, al abrazar el culto de los dioses romanos de la antigüedad.  Es conocido como Juliano el Apóstata.

¿Por qué hay que usar esta palabra tan  fuerte con Juan Pablo II, que se preciaba de ser  católico, y que incluso de vez en cuando decía cosas edificantes y piadosas?

La razón es que  no se adhería a ninguno de los artículos de la fe que profesaba creer. Él no se adhirió verdaderamente a ellos, porque para él estas verdades sagradas no excluían lo que se les oponía. Lo que contradecía estas verdades, para él,  no era falso.

¿Por qué él no lo tenía como falso? Porque en primer lugar y por encima de todo, Juan Pablo II era ecumenista, y no católico. Un ecumenista es alguien que cree que todas las religiones contienen  cierta medida de la verdad, unas más, otras menos, y por lo tanto, todas ellas tienen un cierto valor. Todas las religiones, para el ecumenista, son verdaderas religiones. Algunas simplemente son  mejores que otras.

Lo más que conceden, los ecumenistas,  a la Iglesia Católica es que tiene la “plenitud de la verdad”, mientras que las demás religiones sólo tienen una “verdad parcial”. Pero cuando se habla de la Iglesia Católica, ¿están hablando de la Iglesia Católica que nosotros conocemos? No, se están refiriendo a este catolicismo reformado, esta nueva religión del Vaticano II, una falsa caricatura  de la verdadera fe.

También distinguen entre “La Iglesia” y  la “Iglesia Católica”. “La Iglesia” para ellos es toda la humanidad, ya que, como dijo el Concilio Vaticano II en la Gaudium et Spes, Cristo se ha unido en cierto modo con todo hombre a causa de su Encarnación:

La naturaleza humana, por el hecho mismo de que ha sido asumida, no absorvida, por El (Cristo), ha sid
o elevada a una dignidad incomparable. Porque, por su encarnación, Él, el Hijo de Dios,  en cierto modo se ha unido con cada hombre. (Gaudium et spes, n. 22)

Juan Pablo II repitió lo mismo en su primera encíclica, e incluso lo ha convertido en el tema central de su doctrina.Veamos  algunos otros textos de Juan Pablo II.  En la Reunión Ecuménica  pan-cristiana de Asís (27 de octubre de 1986) dijo lo siguiente:

Este día [ el de la Reunión] expresa, de manera visible, la unidad oculta, pero radical, que el Verbo  ha establecido entre los hombres y mujeres de este mundo … el hecho de habernos reunido en Asís, es como un signo de la unidad profunda de los que buscan los valores espirituales de la religión … El Concilio ha establecido la conexión entre la identidad de la Iglesia y la unidad de la raza humana. (Lumen Gentium, 1 y 9; Gaudium et spes, 42)

Por  tanto cada hombre sólo por estar unido y  en cuanto lo está,  al Verbo en virtud de su Encarnación , es un miembro de la Iglesia de Cristo. La Iglesia de Cristo no es más que todo el género humano sin excepción alguna. En el mismo discurso, continúa este tema explicando que el orden divino de las cosas es la unidad de todos los hombres que buscan los valores religiosos. Las diferencias de fe y costumbres que existen entre las diversas religiones son efecto de la corrupción del orden divino por parte de los seres humanos. Así, el objetivo de Juan Pablo II, es hacer desaparecer las diferencias religiosas, y hacer que prevalezca  el orden divino – que es el orden panteísta –. Citemos su discurso:

Las diferencias religiosas se revelan como perteneciente a otro orden. Si el orden de la unidad es divina, las diferencias religiosas propias del quehacer humano  deben ser superadas en el proceso hacia la realización del diseño grandioso de la unidad que preside la creación. Es posible que los hombres no sean conscientes de su unidad radical de origen y de su inserción en el  mismo plan divino. Pero a pesar de estas divisiones, están incluidos en el único gran diseño  de Dios en Jesucristo, quien se une en cierto modo con todo hombre (cf. Gaudium et spes, 22), incluso si no es consciente de ello.

En  estas palabras se percibe la apostasía de Juan Pablo II: todos los hombres pertenecen a un Cristo panteísta, que se une a cada hombre, lo sepa o no, en virtud de su Encarnación. Escuchen de nuevo a Juan Pablo II:

Todos los hombres están llamados a integrar esta unidad católica del Pueblo de Dios, de diversas formas, bien  los fieles católicos o bien los que miran con fe a Cristo y, finalmente, todos los hombres sin excepción.

Estas palabras de Juan Pablo nos dan la clave para comprender el enigma de este hombre: por un lado, profesa las verdades de la fe católica al recitar el Credo católico, pero por otro lado  profesa, al mismo tiempo, un rechazo completo de la Fe por actos abominables contra el Primer Mandamiento.

Juan Pablo II considera  que el valor y la utilidad de la fe católica y de la Iglesia católica  es el de ser  instrumento para lograr la unión de la humanidad, no llevándola al verdadero Salvador, sino más bien al Cristo panteista  que abraza a todos los hombres a pesar de sus diferencias religiosas. Él, en definitiva, crea una Iglesia sin  dogmas al  tratar de unir a la humanidad bajo un Cristo sin dogmas. Como la actual Iglesia Católica es tan útil para lograr este fin,  al haber sido transformada por el Concilio Vaticano II, Juan Pablo II profesa muchas doctrinas católicas. Pero, ¿se adhiere a estas doctrinas con la certeza y la firmeza de la Fe divina? ¡De ninguna manera! Cualquier persona que realmente tuviera la fe católica no hubiera podido:

. Besar  el Corán,  que es la Biblia musulmana.

· Decir que todos los hombres están unidos a Cristo por el mero hecho de la Encarnación. [1]

· Decir que todos los hombres se salvan. [2]

· Decir que la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica del Credo está presente, en todos sus elementos esenciales, en las  sectas no católicas. [3]

· Decir que la Iglesia católica está en comunión con las sectas no católicas. [4]

· Decir que la Iglesia Católica es incapaz de dar credibilidad al Evangelio, a menos que exista la “unidad de los cristianos”. [5]

· Decir que la Iglesia Católica comparte una fe apostólica común con las sectas no católicas. [6]

· Decir que las sectas no católicas tienen una misión apostólica. [7]

· Decir  que el Espíritu Santo se sirve de las sectas no católicas como medio de salvación. [8]

· Decir que ha sido divinamente revelado que los hombres tienen derecho a la libertad religiosa y a la libertad de conciencia. [9]

· Decir que una sociedad bien ordenada es aquella que da libertad a  todas las religiones , para practicarlas, hacer proselitismo y para su propagación. [10]

· Decir  que el descenso del Señor a los infiernos significa simplemente que fue sepultado. [11]

· Participar en todas las formas de culto no católicos, incluyendo las de los luteranos, los judíos, los hindúes, los indios americanos, los polinesios, por mencionar sólo algunos;

· Alabar a la religión vudú;

· Permitir  la abominación de Asís, en el cual un sacerdote budista colocó una estatua dorada de Buda sobre el altar;

· Permitir  las abominaciones ecuménicas que figuran en el Directorio Ecuménico.

· Aprobar el acto sacrílego de permitir a los no católicos recibir el Santísimo Sacramento.

· Mantener y enseñar  la noción blasfema y herética de  que la Iglesia de Cristo no es exactamente lo mismo que la Iglesia Católica, sino que sólo subsiste en ella. Esta doctrina herética fue enseñada por el Concilio Vaticano II en Lumen Gentium, y su significado herético ha sido confirmado por Juan Pablo II muchas veces, especialmente en el Directorio Ecuménico.

· Decir que los musulmanes y los católicos rinden culto al mismo Dios. [12]

· Dar aprobación pública a la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación, que contiene muchas herejías explícitas, y totalmente en contradicción con la enseñanza solemne del Concilio de Trento respecto a la justificación.

Estas son sólo algunas de las herejías de Juan Pablo II. No debemos olvidar nunca que alguien puede manifestar la adhesión a la herejía, no sólo de palabra, sino también con los hechos. Así, sus muchos actos ecuménicos son una afrenta al  único y verdadero Dios, son manifestaciones de una adhesión interior a la herejía.

Todos estos errores y herejías fueron  llevadas a cabo e impartidas por Juan Pablo II en nombre del ecumenismo. Este ecumenismo,  es la apostasía de Juan Pablo II. El ecumenismo es la apostasía, ya que reduce todos los dogmas de la fe católica al relativismo. En el sistema ecuménico, se considera que todas las religiones  tienen cierta parte de la verdad, y por lo tanto todas las religiones tienen, cierto valor. Por esta razón, Juan Pablo II ha repetido con frecuencia la herejía del Vaticano II:

que el Espíritu Santo no ha dudado en utilizar las religiones no católicas como medios de salvación.

Sin embargo, tal concepción  de los dogmas de la Iglesia Católica, significa despojarlos de todo su valor. El ecumenista abandona todos los dogmas de la Iglesia Católica, ya que no da el asentimiento de  fe a ninguno de ellos.

La fe es una adhesión a un dogma basado en la autoridad de Dios que revela. Por lo tanto lo que creemos por virtud de la fe es absoluto e inmutable. Los mártires profesaron su adhesión a estos dogmas inmutables, renunciando a sus vidas, a veces después de haber sufrido atroces torturas. De ahí que la virtud de la fe no puede tolerar el ecumenismo. El ecumenismo es directamente contrario al asentimiento de la Fe, y por tanto es una grave violación del primer mandamiento de Dios:

Yo soy el Señor tu Dios: no tendrás dioses extraños delante de mí.

El ecumenista, se debe recordar, construye la gran religión ecuménica, un gran templo ecuménico, en el que todas las religiones podrán  coexistir, no importa cuáles sean sus creencias internas, siempre y cuando ninguna de ellas crea que sus creencias son absolutamente verdaderas, y excluyentes  de las creencias que se oponen a ellas.

Este hecho explica por qué Juan Pablo II, de vez en cuando habla de la doctrina católica: para él es hablar de nuestros asuntos internos, nuestra experiencia religiosa, nuestros dogmas. Pero para él estos dogmas se profesan  y se enseñan en el contexto del ecumenismo, es decir, donde se les despoja de cualquier sentido absoluto.

Podría compararselo con la gastronomía local de las diversas regiones de Francia: cada región tiene sus propios platos, sus vinos, sus quesos propios. Todos ellos son buenos en sí mismos, y la cocina de una región no excluye las especialidades de otra región.

Juan Pablo II ve a la religión desde una perspectiva similar. Todas las religiones son el efecto de la obra de Dios en el alma, todas las religiones tienen una cierta verdad. Es la misión de la Iglesia borrar las divisiones entre las diferentes religiones, y llevar a todos los hombres a una gran religión mundial, pero sin eliminar  la legítima diversidad de sus  dogmas.

Esta es una apostasía. Decir esto, no está basado en  nuestro propio juicio, sino en la enseñanza de la Iglesia Católica. El Papa Pío XI en su encíclica Mortalium Animos, en referencia a los congresos ecuménicos, dijo

Es evidente que los católicos no pueden aprobar estas iniciativas  de ninguna manera, ya que se basan en la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son más o menos buenas y dignas de elogio, aunque no todas en el mismo grado, e igualmente manifiestan y avalan el sentido innato  implantado  en nosotros, por el cual nos sentimos atraídos por Dios para el devoto reconocimiento de su soberanía. Los que sostienen esta opinión no sólo se equivocan y se  engañan, sino también, al  repudiar la verdadera religión, distorsionando su concepción,  se vuelven  gradualmente al naturalismo y al ateísmo. Por esta razón se deduce claramente que el que  se adhiera enteramente a tales cosas, o tome parte en sus iniciativas,  abandona completamente  la religión revelada por Dios.

CONSECUENCIAS DE LA APOSTASÍA DE JUAN PABLO II

Es obvio que la apostasía, que es el peor pecado contra la fe, tiene consecuencias terribles en la Iglesia, que es una organización fundada en la fe.

El “ticket” para entrar en la Iglesia Católica es la profesión de la verdadera Fe. En el bautismo, antes incluso de entrar en el edificio de la iglesia, el sacerdote le pregunta: “¿Qué pides a la Iglesia de Dios?” La respuesta es “Fe”. Sin esta profesión de fe, el sacerdote no admite que seamos admitidos en la Iglesia.

Así que la pérdida de la fe, ya sea a través de la herejía o de la apostasía, tiene como consecuencia inmediata y automática el que nos separa de la Iglesia Católica. Para que esto suceda, sin embargo, nuestra herejía o  apostasía debe ser pertinaz. Nuestra herejía o la apostasía es pertinaz si, consciente y voluntariamente,  rechazamos  la enseñanza de la Iglesia Católica. El único factor que  excusa de la pertinacia del hereje es la ignorancia de que la doctrina que profesa es contraria a las enseñanzas de la Iglesia Católica.

¿Se puede excusar a Juan Pablo II alegando ignorancia? Por supuesto que no. Sería absurdo decir que un hombre con una preparación tan grande en el conocimiento de la Fe anterior al Vaticano II , pudiera  ser ignorante de la enseñanza de la Iglesia Católica. A pesar de que se podría alegar ignorancia en un simple laico, es imposible alegar ignorancia en un antiguo profesor de seminario como Juan Pablo II, quien además tenía un doctorado de la Universidad Pontificia del Angelicum. Si la ignorancia pudiera ser posible en este hombre, entonces, ¿quién podría ser culpable de herejía o apostasía?

Nos reafirmamos en la pertinacia mostrada por Juan Pablo II cuando consideramos  que durante su ocupación de la Santa Sede durante más de veinte años, ha imperado la destrucción de la fe en todas las instituciones de la Iglesia. Si no hubiera sido pertinaz, por lo menos se hubiera horrorizado de  la pérdida de la fe, y hubiera tomado medidas  para atajarla. Las únicas decisiones que tomó, sin embargo, fueron  contra  la preservación de la fe tradicional, y éstas sí que las tomó vigorosamente, y con particular severidad.

I. Separación de la Iglesia y  pérdida de autoridad.

Por ello, la primera consecuencia de la apostasía de Juan Pablo II es su separación de la Iglesia Católica.

La conclusión obvia, que brota directamente de la naturaleza de la fe católica y de la Iglesia Católica, es que Juan Pablo II no fue, de hecho no  ha podido ser, un verdadero Romano Pontífice. Hay que decir que nadie puede ser la cabeza de algo de lo que ni siquiera es  miembro.

El problema que enfrentamos es que su separación de la Iglesia Católica, y por lo tanto su no-papado, no ha sido legalmente declarado. Si un  Concilio General o un Cónclave  hubiera declarado su apostasía y sus consecuencias, la crisis de la Iglesia pronto dejaría de existir. La confusión se habría acabado. Él estaría en la misma posición que Martín Lutero. Sin embargo, el angustioso problema que enfrentamos es que  ha faltado esta declaración, y por lo tanto, ha sido Papa sólo en apariencia, habiéndose adherido  durante todo su reinado a -habiendo promulgado también- una religión falsa. No hay nada más natural al papado que la verdadera Fe, y no hay nada que se oponga más al papado que la profesión y la promulgación de una religión falsa. La autoridad del papado fue dada por Cristo a la Iglesia con el fin de confirmarnos en la verdad revelada. Por  tanto no hay mayor perversión de esta autoridad que el que nos  haya confirmado en la apostasía.

II. Promulgación de la apostasía como Regla de  fe y  disciplina.

La segunda consecuencia de la apostasía de Juan Pablo II es aún más importante. Hay que destacar que Juan Pablo II no sólo ha caído en el pecado personal de herejía y apostasía, sino -lo que fue infinitamente más pernicioso- también en  la promulgación de esta apostasía como regla de  fe y disciplina de la Iglesia Católica Romana.

Juan Pablo II, en una palabra, ha requerido a todos los católicos a convertirse en apóstatas ecuménicos con él.

Esto es más importante, pues  este intento de alterar la creencia y la disciplina  atañe a la indefectibilidad  de la Iglesia Católica  y a la constante asistencia de Cristo a su Iglesia a lo largo de los siglos:

”Yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo”.

Así, Pablo VI y sus sucesores han promulgado las falsas doctrinas del Concilio Vaticano II, y la subsecuente  falsa  liturgia y falsas  disciplinas.

¿Podemos decir que estas falsas doctrinas, esta liturgia falsa, y estas disciplinas falsas nos han sido dadas en virtud de la autoridad de Cristo?

¿Podemos admitir que la Iglesia Católica ha autorizado la promulgación universal y el uso de tales cosas?

Por supuesto que no. Porque si  asociamos toda esta defección con la Iglesia católica y por consiguiente con la autoridad de Cristo, entonces ¿cómo podríamos  decir que la Iglesia es indefectible?¿Cómo diríamos que ha sido asistida  por Cristo?

Puesto que estamos obligados por nuestra santa Fe a no proferir tales blasfemias acerca de  Cristo y de su Iglesia, estamos también obligados a concluir que las personas que han promulgado estas cosas no tienen la autoridad de Cristo o de la Iglesia. La conclusión es obvia: la fe que tenemos en la asistencia divina a la Iglesia nos obliga a decir que es imposible que Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II sean verdaderos  Papas católicos.

RESPUESTA CATÓLICA

Resumiendo, la respuesta católica a la apostasía de Juan Pablo II es clara: no puede haber sido verdadero Papa. Es evidente por dos razones, y por dos argumentos distintos:

(1) por su defección personal y pública de la verdadera fe, que lo ha  colocado fuera de la Iglesia, y

(2) por su promulgación de  falsas doctrinas,  y de  liturgia y disciplina, lo que demuestra que carece de la ayuda de Cristo, que ha sido prometida a la verdadera autoridad de la Iglesia.

RESPUESTAS NO CATÓLICAS

I. La Fraternidad de San Pedro y los seguidores del indulto

La Fraternidad de San Pedro y los que siguen el indulto aceptan el Novus Ordo, así como la jerarquía católica, y también aceptan el Concilio Vaticano II y  todas las reformas oficiales realizadas como consecuencia del Concilio Vaticano II. Se  les  ha concedido por los modernistas el derecho a retener la misa de Juan XXIII, y tener un seminario e instituto de acuerdo  más o menos a las directrices anteriores alVaticano II. La solución es, entonces,el adherirse a la Tradición bajo los auspicios de y en la obediencia a,  la jerarquía  Novus Ordo. Su apego a la Tradición, por lo tanto, no se ve como una defensa de la Fe contra los modernistas, sino más bien como una preferencia, algo así como la de la Alta Iglesia en la Comunión Anglicana.

De lo que hemos dicho anteriormente se deduce que esto no es en absoluto una solución. Ya que han aceptado el Novus Ordo como católicos que han reducido su apego a la Tradición a una mera nostalgia. Se han convertido en una Iglesia Alta  dentro de la religión ecuménica de Juan Pablo II, una religión que admite incluso el vudú, el culto de Shiva, del Gran Dedo [¿falo?] y de Buda, y que alaba a  heresiarcas, como Martín Lutero.

Pero una cosa hay que decir en favor de aquellos que siguen a la Fraternidad de San Pedro, y es que por lo menos son coherente y lógicos en su pensamiento, en la medida en que ven que no se puede aceptar a Juan Pablo II como Papa y al mismo tiempo tiempo  ignorar su doctrina y su autoridad disciplinaria. Pero es absolutamente lamentable que estas personas se permitan ser tan ciegos con el fin de estar en comunión, es decir, ser correligionarios con los modernistas, a los que San Pío X dijo que “deben ser golpeados con los puños”.

II. La Sociedad de San Pío X y otros

La respuesta de la Sociedad de San Pío X ha sido la de oponerse a la apostasía de Juan Pablo II con un  espíritu  cismático. Muchos otros siguen un curso similar.

La solución lefebvriana, simplemente, es la siguiente: reconocen  la autoridad de Juan Pablo II, pero no  lo siguen en sus errores. Monseñor Lefebvre insistía en exigir que todos los integrantes de la Sociedad de San Pío X  miraran a  Juan Pablo II como Papa, y expurgó de la Sociedad a todas las personas que públicamente declararan que no lo era. Él siempre trató con los modernistas romanos como si tuvieran autoridad, y buscó la aprobación de ellos a  su Sociedad. Vio como  solución a la crisis modernista, un movimiento popular tradicional que, en todas las diócesis del mundo demandara  sacerdotes tradicionales, y rechazara a los modernistas. Supuso que la solución sedevacantista arruinaría el movimiento popular, ya que pensaba que decir que  Juan Pablo II no era el Papa era demasiado para que la persona promedio lo pudiera soportar.

Al problema obvio de obediencia  que su situación planteaba, el Arzobispo Lefebvre respondió que ninguna autoridad, incluida la del Papa, tiene derecho a decirnos que debemos  hacer algo malo. Pero el Novus Ordo es incorrecto. Por  tanto el Papa no puede obligarnos a aceptar el Novus Ordo. Este razonamiento lleva a la necesidad de tamizar el Novus Ordo frente al verdadero catolicismo. Al igual que un buscador de oro tamiza las pepitas  de oro escondidas en el barro,  la Iglesia Católica tiene  que tamizar el magisterio  de Pablo VI y el  de Juan Pablo II y discernir  las pepitas de oro de la verdadera fe. Lo que parezca tradicional  se acepta, lo que sea modernista, se rechaza. Y puesto que el Arzobispo Lefebvre fue el más destacado de los que se han adherido a la Tradición, su palabra se convirtió en la norma próxima de  creencia y obediencia para cientos de sacerdotes y decenas de miles de católicos. Así, puesto que la supuesta autoridad de Juan Pablo II no era suficiente para mover las mentes y voluntades de los fieles de la Tradición, fue necesario que contaran con la aprobación  de Mons. Lefebvre. Este papel de tamiz que la Sociedad había adquirido  se preservó celosamente, y cualquier persona que se atreviese  a ignorarlo era considerado como un subversivo y  en última instancia expulsado.

La sociedad a menudo usa la analogía de un padre de  familia que mandara a sus hijos hacer algo malo. Los hijos en este caso deben desobedecer al padre con el fin de ser obedientes a la ley superior de Dios. Pero  el padre sigue siendo el padre. De manera similar, argumentan, el Papa es nuestro padre, y él nos está diciendo que hagamos algo malo, es decir, el Concilio Vaticano II y sus reformas. Hay que desobedecer, según ellos, ya que éstos son contrarios a la ley divina. Sin embargo, Juan Pablo II seguiría siendo el Papa.

Desafortunadamente, esta analogía no puede aplicarse.En primer lugar, por ser el padre natural una persona que no puede cambiarse porque lo es por  generación física. Pero ser padre espiritual de alguien  puede cambiarse porque se basa en una generación espiritual.Así  un Papa podría dimitir y dejar de ser el padre espiritual de los católicos.

Pero hay una razón más importante por la que este argumento es falso. Si el Papa le diera a una persona un mandato  particular  malo (por ejemplo, la profanación de un crucifijo), el argumento podría tener aplicación. Porque en tal caso, el Papa no participaría de la práctica de la entera Iglesia, y por lo tanto no estaría implicada  la indefectibilidad de la Iglesia. Pero si tuviera que hacer una ley general por la que todos los católicos tuviesen que profanar los crucifijos, la indefectibilidad de la Iglesia estaría en juego. Porque ¿cómo podría la Iglesia de Cristo hacer tal ley? ¿ No equivaldría eso a llevar a las almas al infierno? El hecho de que Juan Pablo II haya  dispuesto  leyes generales que prescriben o incluso permiten  el mal es una violación de la indefectibilidad de la Iglesia.

Por  tanto el argumento de la Sociedad no se puede aplicar a la actual crisis en la Iglesia.

Si Juan Pablo II es el Papa, debemos obedecerlo. Incluso el admitir la posibilidad de que un Papa pueda promulgar doctrinas falsas y poner en práctica disciplinas universales que son  malas en sí mismas es una herejía en contra de la enseñanza de que la Iglesia Católica es infalible en estos asuntos. Es inconcebible que, en el seguimiento de las enseñanzas universales de la Iglesia o de sus disciplinas universales, pueda uno emprender el mal camino y terminar en el infierno. Si esto fuera posible, habría que concluir que la Iglesia Católica Romana no es la Iglesia verdadera, sino una institución humana como cualquier otra iglesia falsa.

Por otra parte, tamizar las enseñanzas de la Iglesia es la de establecerse a sí mismo como Papa, pues  su adhesión a estas enseñanzas no están fundadas en la autoridad de la Iglesia, sino en  su propia “criba” de estas enseñanzas.

Uno de sus superiores de distrito, escribió una carta denunciando las reformas del Concilio Vaticano II: “Es por eso que insistimos en el reconocimiento del papado y la jerarquía a pesar del hecho de que al hacerlo en absoluto nos sentimos uno con ellos”. Esta frase es  de lo más descriptivo de su posición, ya  que combina dos cosas que son intrínsecamente incompatibles, es decir, reconocer a Juan Pablo II como Papa, pero no para estar en unidad  con él.

Es evidente de inmediato que su posición implica contradicciones laberínticas desde el punto de vista de la eclesiología católica. En primer lugar, de alguna manera ven el Concilio Vaticano II y sus reformas como católicas y como no católicas, y por esta razón  “criban” las enseñanzas Novus Ordo y  sus disciplinas con el fin de recoger de la masa podrida todo aquello que sea católico.  De esta manera  asocian el Novus Ordo con la Iglesia Católica. Consideran que la jerarquía del Novus Ordo es la  jerarquía católica, que tiene la autoridad de Cristo para enseñar, gobernar y santificar a los fieles. Sin embargo, al mismo tiempo, están excomulgados por este misma autoridad, ya que actúan como si no existiese, y van  tan lejos como consagrar obispos, en desafío directo a la orden “papal”.

La posición lefebvrista es una posición completamente inconsistente, y destroza la indefectibilidad de la Iglesia Católica, ya que se identifica con la Iglesia  de la defección doctrinal y disciplinar del Concilio Vaticano II y sus reformas posteriores. Nuestra posición es que el Vaticano II y sus reformas no son católicos, y que por lo tanto, aquellos que las han promulgado no pueden ser portadores de la autoridad católica. Si fuera verdad que la autoridad católica, cuenta con la asistencia de Cristo,  sería incapaz de promulgar doctrinas y disciplinas erróneas para  la Iglesia Católica.

Los lefebvristas, sin embargo, están en la posición imposible de resistir a la autoridad de la Iglesia Católica en asuntos de doctrina, disciplina y culto, que son los efectos de las tres funciones esenciales de la jerarquía católica, es decir, la función de enseñar, gobernar y la santificar, y que son la base de la triple unidad de la Iglesia Católica, la unidad de la fe, la unidad de gobierno, y la unidad de la comunión. Resistir a la Iglesia Católica en estos asuntos es un suicidio espiritual, ya que la adhesión a la Iglesia Católica es necesaria para la salvación. Si está permitido resistir a la Iglesia en la doctrina, disciplina y culto, a partir de ahí, ¿en qué debe ser obedecida la Iglesia?¿Cuál es la autoridad de San Pedro, si puede ser ignorada en estas materias?

En resumen,  la Sociedad de San Pío X reconoce la autoridad de Juan Pablo II, pero al mismo tiempo rechaza las prerrogativas de su autoridad. En esta última cuestión, lamentablemente, puede compararse a los galicanos, jansenistas, y otras sectas del rito oriental que hicieron exactamente lo mismo, es decir,  “cribaron ” las doctrinas y decretos de los Romanos Pontífices de acuerdo a su gusto.

Según estas sectas, el magisterio no era vinculante, a menos que estuviera de acuerdo con la Tradición. Las enseñanzas y los decretos de los pontífices romanos estaban por lo tanto, sujetos a revisión por estas sectas, es decir, que “cribaban” los actos de los Papas. Los jansenistas, en particular, dijeron que a fin de determinar si una doctrina era tradicional no, se tenía que hacer un estudio histórico. Esto es exactamente lo que la Sociedad dice: que los actos del magisterio tienen que ser rechazados, si antes en la historia  los católicos nunca han creído en esas cosas.

Pero, ¿quién es el árbitro de la Tradición? ¿ Acaso no es el magisterio?  Acaso la autoridad de Cristo no reside en el Papa? Por supuesto que sí. Por tanto la doctrina jansenista del cribado no era más que un pobre disfraz del juicio privado protestante. La única diferencia entre los protestantes y los jansenistas fue que los primeros aplicaban  su juicio privado a la Sagrada Escritura, mientras que los segundo aplican su juicio privado a la Tradición. La posición de la Sociedad de San Pío X, en relación al magisterio y a la tradición no se diferencia en nada de la de los jansenistas. Piénsese que los protestantes mantienen el libre examen de las Escrituras,  mientras que la Sociedad mantiene el libre examen fundado en el Denzinger. [13]

Por tanto, la Sociedad se ha opuesto a la apostasía de Juan Pablo II no con una respuesta auténticamente católica, sino con la respuesta del juicio privado, por lo que las doctrinas, decretos y disciplinas universales de lo que perciben como la Iglesia están sometidos a su juicio privado.

¡Cuán opuestos son el juicio privado y el espíritu del catolicismo! “Quien a vosotros escucha a mí me escucha”, dijo Nuestro Señor. “Todo lo que atares en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”, le dijo a San Pedro. La autoridad de Dios confiada a San Pedro por Nuestro Señor Jesucristo es lo que hace a la Iglesia Católica ser lo que es.

La actitud de la Sociedad de San Pío X reduce la misión apostólica de la Iglesia, confiada a San Pedro, a algo poco más que accidental. Pero es esta misma autoridad, y la posesión legítima de su transmisión, lo que hace a la Iglesia Católica, Católica. Es la forma, el espíritu, de la Iglesia Católica, es decir, aquello por lo cual es lo que es. Nada podría ser más importante para la Iglesia católica que esta autoridad.

Cabe señalar, además, que ejercer la potestad de orden, sin la aprobación de la jerarquía de la Iglesia Católica es un pecado mortal muy grave, y se es cismático cuando se hace de una manera sistemática y permanente. Justificamos nuestro apostolado citando el principio de epicheia. Por este principio se presume que la autoridad de la Iglesia, un verdadero Papa, si estuviera presente, desearía que se dijera la Misa y se distribuyeran los sacramentos. Sabemos que nuestra presunción es razonable, ya que los fieles no tienen verdadera Misa y tampoco  sacramentos. Se  puede reclamar el principio de epicheia solamente cuando el legislador está ausente. Pero  utilizar este principio en contra del  Papa reinante, que posee jurisdicción sobre los sacramentos, hace un grave daño a toda la Iglesia Católica. Sería  hundirse en el protestantismo, donde cada ministro obtiene su poder “directamente de Dios.” ¿Por qué tener  una jerarquía? ¿por qué tener jurisdicción? Si todo el mundo puede decidir el tener  derecho a ejercer las sagradas órdenes en la  suposición propia de que la Iglesia se las provee  directamente a él. En tal caso, la jerarquía sería puramente accidental, y cada sacerdote individual, al igual que los ministros protestantes, podría llevar a cabo su propio apostolado.

El espíritu de cisma en la Sociedad de San Pío X es evidente teniendo en cuenta  el «una cum» de su Misa. Pues  Juan Pablo II es  Papa o no lo es. Si Juan Pablo II es Papa, se seguiría que la Misa «una cum» de la Sociedad es cismática, ya que se la dice fuera de y contra su autoridad. Es altar contra altar, debido a que sus misas no son autorizadas por el Romano Pontífice. Pero si él no es el Papa, entonces su Misa  «una cum»es también cismática, ya que se ofrece fuera de la Iglesia, en unión con un falso Papa.

En otras palabras, o el altar del sacerdote tradicional es el verdadero altar de Dios, o el altar de Juan Pablo II es el verdadero altar de Dios. Debido a que el sacerdote tradicional erige su altar y ejerce su apostolado en contra del apostolado de Novus Ordo – que es el de Juan Pablo II – es obvio que los dos altares no pueden ser a la vez legítimos altares católicos, y que ambos apostolados no puede ser al mismo tiempo verdaderos apostolados católicos. Cristo no podría  autorizar tanto el altar del Novus Ordo como el altar tradicional. Forzosamente uno es legítimo y el otro es ilegítimo.

Como decimos que nuestro altar es el legítimo, estamos lógicamente obligados a decir que el altar del Novus Ordo, y por tanto, su sacerdocio y su apostolado, son ilegítimos.

Pero si el sacerdote se une al altar ilegítimo, al sacerdocio, y al apostolado de Juan Pablo II y al Novus Ordo,  al mismo tiempo  él hace que su propio altar, su sacerdocio y su apostolado sean ilegítimos, y por lo tanto, cismáticos.

Por eso, aunque creo que los que están involucrados en el grupo de Lefebvre lo están de buena voluntad y desean de todo corazón el bien de la Iglesia, sin embargo, están trabajando bajo el espíritu de cisma. Su política de cribado del magisterio en realidad es una herejía.

Si han caído en estos errores es por falta de una buena dirección. Accedieron a la Sociedad como seminaristas y, sin saber nada más, se impregnaron de sus errores durante sus años de seminario. Estoy seguro de que si hubieran sido dirigidos correctamente, no se hubieran adherido a estos errores. Estoy señalando sus errores, graves como son, no con el fin de atacarles  personalmente, o poner en duda sus motivaciones, sino por respeto a la verdad. Estoy seguro de que ellos aman la verdad, así que tengo una  sincera esperanza de que van a escuchar estas críticas en el espíritu de la caridad con que se las doy.

Conclusión

Como obispo, me siento profundamente preocupado por la mala influencia de la Sociedad de San Pío X. En vez de dar  una respuesta católica a la apostasía de Juan Pablo II,  han sembrado las semillas del espíritu de cisma en muchas, muchas almas. Los jóvenes educados en la Sociedad tendrán  una idea totalmente distorsionada de lo que realmente es  la autoridad católica, la autoridad del Romano Pontífice. Quizás nunca lleguen  a conocer  la santa y profunda  reverencia que los católicos siempre han tenido a la augustísima autoridad confiada a los hombres. Es nuestra fe católica en esta autoridad la que nos obliga a decir que los autores del Novus Ordo no podrían tenerla.

¡Qué maravilloso sería si los católicos pudieran presentar un frente unido contra  los modernistas! ¡Si todos proclamaran con una sola voz que la deserción del Vaticano II no proviene de la autoridad de Cristo! Esto sería una profesión maravillosa de  fe por parte de los católicos verdaderos. En cambio, la mayor parte de los católicos han respondido  o bien como los anglicanos de la High Church la Fraternidad de San Pedro – o como los cismáticos galicanos y jansenistas la Sociedad de San Pío X. En verdad cómo disfrutarán los enemigos de la Iglesia viendo  que después de dos mil años de profesión de fe, y después de tantos martirios gloriosos, esto es todo lo que los católicos pueden reprochar a la cara a los peores de todos los enemigos de la Iglesia Católica.

Les ruego, por tanto, no permanecer indiferente ante estos temas. La necesidad de una respuesta católica es muy importante. Es muy importante evitar la sustitución de la apostasía de Juan Pablo II con el espíritu de cisma, el juicio privado, y el menosprecio de la autoridad papal, que es evidente la posición de la Sociedad de San Pío X.

También os exhorto a rezar por los miembros de esta Sociedad, que, como ya he dicho, están en ella de buena voluntad, y desean ser buenos católicos. Ellos están engañados por el temor de que decir la verdad sobre Juan Pablo II vaciará sus iglesias. Es bien sabido que muchos de sus sacerdotes en privado  aceptan nuestra posición. Pero temen lo que les va a pasar si se van. Sin embargo, se les debe animar a salir, y se les debe decir que su posición no está en conformidad con la fe católica.

Nuestra experiencia en Estados Unidos es que los fieles son un gran apoyo a los sacerdotes que han tomado una posición pública contra el papado de Juan Pablo II. Al escuchar las explicaciones  que he dado aquí, ven que ellos no están en conformidad con los principios católicos, y de todo corazón abrazan nuestra posición. Pero incluso si no lo hicieran, incluso si el sacerdote se viera reducido a hacer una difícil travesía, todo sacerdote debe saber que él debe amar a la verdad católica más que a sí mismo.

Tenemos ante nosotros el maravilloso ejemplo del Padre Guépin, que en 1980 proclamó con valentía  los principios  aquí expuestos, y como resultado, fue bruscamente expulsado de la Sociedad. A pesar de que había dado su vida al sacerdocio, fue sin embargo, puesto expeditivamente en la calle. Pero se mantuvo impertérrito ante esta cruz, y la sufrió con generosidad, sabiendo que por su fe fuerte y ardiente amor de Dios, era mejor morir que renunciar a la fe católica. Que otros sacerdotes de la Sociedad aprendan  de su ejemplo valiente, y entiendan que Dios bendice  el apostolado del sacerdote que AMA LA VERDAD más que las comodidades del cuerpo.

Recordemos también el alma de Mons. Lefebvre en nuestras oraciones, que, a pesar de la inconsistencia de su posición, sin embargo, hizo mucho por la preservación de la verdadera Misa.

Por último, no dejemos de orar a la Virgen Santísima, la única que destruye todas las herejías, como dice la sagrada liturgia, y a San José, patrono de la Iglesia universal.

(Santa Gertrudis la Grande Boletín 52, Suplemento, Otoño 2000)

[1] Redemptor Hominis, 13.3

[2] Homily in Santa Maria in Trastevere, April 27, 1980

[3] Letter to the Bishops of the Catholic Church on Some Aspects of the Church Understood as Communion., (1992)

[4] ibid.

[5] Osservatore Romano, May 20, 1980

[6] ibid.

[7] Osservatore Romano, June 10, 1980

[8] Catechesi Tradendæ, October 16, 1979

[9] Redemptor Hominis, 12.2 and Dives in Misericordia, and his speech to the United Nations on October 2, 1979 and in many other places.

[10] Vatican II, Dignitatis Humanæ, a document which John Paul II says has a particular binding force.

[11] General Audience, January 11, 1989

[12] May 31, 1980 in a speech to the Moslems in Paris.

[13] The Denzinger is the book which contains the teachings of the popes and general councils.

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1 respuesta »

  1. No puedo sino aprobar sin reservas lo expuesto aquí por Mons. Dolan, aplicándolo ahora a Benedicto XVI.

    Aunque me cueste mucho decirlo, la posición de la FSSPX revela la gran dificultad que padecen los cristianos desde hace siglos en comprender la verdadera función de la autoridad, y nuestros correspondientes deberes de respeto, estima, obediencia, ayuda y lealtad, por amor de Dios a quien se obedece a través de esas mediaciones.

    Y esto no afecta sólo a la autoridad eclesiástica, sino a cualquier otra autoridad, todas ellas participación de la Paternidad de Dios. Entre las más maltratadas a día de hoy, y peor comprendida, siendo sin embargo la base de todo el edificio social, está la del Esposo y Padre, Cabeza de familia.

    Por Ley divina natural, antes de ser positiva, todos los miembros de la familia le deben respeto, amor y obediencia, porque él es el verdadero Rey de su casa, que manda en Nombre de Dios, el sacerdote de su casa, en cuyas manos reposan bendiciones y asombrosos poderes de intercesión en favor de su esposa y descendientes, y el Profeta de su casa, porque es él quien debe enseñar, con palabras y obras el recto camino, y corregir a todas las personas a su cargo, si es necesario.

    La autoridad de los Reyes, cuando todavía eran tales, no era sino un desarrollo de la autoridad paterna, ampliada a todo un Reino, y al servicio de las paternidades tanto familiares como eclesiásticas.

    Si hay un error, una rebeldía nefasta para cualquier sociedad, y que nadie se atreve a denunciar, aunque sea la raíz de las demás, es la rebelión contra el Cabeza de familia. El feminismo, primero larvado y hoy día absolutamente tiránico, proclamó que mujer y hombre eran exactamente iguales, yendo directa y conscientemente en contra de toda razón natural, no menos que la Revelación divina tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

    Exigir, según san Pablo, respeto, obediencia y sumisión de las mujeres respecto de sus esposos puede llevar directamente a la cárcel, la ruina y la muerte civil, cuando directamente física.

    Una vez abolida la autoridad del Esposo, se eliminó la autoridad del Padre. Primero el temporal, por lo que justamente se ha podido decir que al haber decapitado al primero de los Reyes, Luis XVI, se había decapitado simbólicamente a todos los demás padres.

    Sólo quedaba abolir la autoridad eclesiástica, lo que fue conseguido envileciéndola, quitándole sus medios de acción, y finalmente desacreditándola totalmente.
    Reconociendo una falsa autoridad, precisamente la más alta en la tierra, de la que mana cualquier otra autoridad pública, tanto eclesiástica como temporal, la FSSPX ha coadyuvado poderosamente en esa labor de envilecimiento máximo de la autoridad.

    Porque los cristianos ya no saben obedecer, Nuestro Señor tampoco puede mandarles buenos pastores, eclesiásticos o civiles.
    Puesto que se negaron y se niegan a obedecer por el dulce vínculo de la conciencia y el amor a unas autoridades legítimas que los corrijan eficazmente y los lleven al verdadero Bien Común, tendrán que obedecer por la fuerza de la necesidad a la tiranía de las luciferianas instancias económicas, políticas, culturales, militares y religiosas que los llevarán a dar culto a Lucifer en el seno de un Nuevo Orden Mundial del que no habrá escape humano.

    Sabiendo ésto, ¿Será casualidad que NS haya revelado desde hace siglos a muchos santos y profetas que los dos elementos principales de la futura Restauración y triunfo de la Iglesia, los dos Olivos, los dos canales de oro, serán precisamente un gran Papa, y un gran Monarca?

    Precisamente la restauración en toda la belleza de su completa comprensión, de esas dos autoridades, dos paternidades, naturales y sobrenaturales, sobre las que reposa el destino del mundo.

    Un último apunte: Cuando Nuestra Señora, en Fátima, hablaba de los errores de Rusia, no se estaba refiriendo únicamente al comunismo, sino también a esos errores eclesiológicos que hacen que los ortodoxos aún estén separados de la unidad católica.

    Son básicamente los mismos reseñados más arriba en galicanos, jansenistas, y FSSPX, la de reconocer la autoridad petrina únicamente en palabras, o como Primus inter pares, y sosteniendo que es posible que un verdadero Papa pueda enseñar el error e instituir disciplinas generales nefastas para la Iglesia.

    Para los ortodoxos, el Pontificado Romano se habría extraviado hace más o menos un milenio, para los FSSPX, unos decenios, pero la actitud es la misma.

    El Pontificado Romano es un tesoro divino horriblemente deformado en las conciencias de los cristianos hodiernos, pero que nos redescubrirá su Fundador, a su debido tiempo.

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