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TEOCRACIA CATÓLICA: UN COMENTARIO


Por su interés subimos un comentario sobre el anterior post»Por qué una teocracia católica». Es de nuestro habitual comentarista Fray Eusebio . Aporta una visión del tema que quizás algunos desconocen, pero que tiene todos los visos de ser fundada en la Tradición y en la Teología.

Helo aquí:

Fray Eusebio de Lugo O.S.H.

Bien hacía M. de Maistre en señalar que la Revolución es satánica en su esencia, porque subvierte todo recto principio de orden tanto natural como sobrenatural.
¿Cuál es ese principio fundamental que debe ser absolutamente erradicado para que Francia, y el resto del mundo puedan reflorecer?
Es un principio que tiene que ver con el origen de toda autoridad. La Revolución dice: “No hay poder que no provenga del Pueblo”, mientras que la Revelación, desde los mismos orígenes afirma: “No hay poder que no provenga de Dios, y a Él deba estar enteramente sometido”.

La Revolución, (entronizada en la actual Constitución de 1978, por ejemplo), afirma que el ser humano nace y permanece libre e igual a cualquier otro, por lo que está negando que el hombre es ante todo sujeto de deberes para con Dios, sus mayores y sus congéneres. Se repite la misma rebeldía de Satanás “Non serviam”, a lo que se opone san Miguel proclamando “Serviam”. O la misma rebeldía de nuestros primeros Padres, que pensaron hacerse como dioses, es decir, decidir por ellos mismos del Bien y del Mal, sin sujetarse a la voluntad de Dios.

Para entender el sentido de cualquier autoridad, es necesario en primer lugar determinar qué fin le propone al hombre: Dios crea al hombre para irlo haciendo cada vez más semejante a Sí mismo, es decir, para deificarlo en toda la medida en que ésto es posible a una pura criatura. Es lo que nos dice el gran san Atanasio : “Dios se hizo hombre, para que nosotros nos hiciéramos Dios”. Si el hombre hubiera sido fiel, también se habría organizado en una sociedad jerárquica, pero ésta no hubiera tenido los límites y defectos resultantes del demonio y del pecado, sino que se habría parecido mucho más a su modelo arquetípico, que no es otro que la sociedad angélica.

La Revolución contesta: “El hombre está aquí para perseguir la felicidad”, entendiendo una felicidad puramente adánica, intraterrena, natural y formalmente opuesta a la verdadera felicidad que Dios propone.

Para conseguir el verdadero fin del hombre, Dios creó tres tipos de autoridad, reflejo de la autoridad del Padre Eterno:

La primera, el Sacerdocio, mira directamente a las relaciones del hombre con Dios, y satisface la primera y principal de sus obligaciones, que es dar culto a Dios, no sólo en su nombre, sino de toda la creación inferior a él, de la que él es el mediador. Al Sacerdocio se le confía un doble movimiento: De Dios a la humanidad, explicándoles la Ley de Dios y la Sabiduría necesaria para su buen gobierno, y confiriéndoles todos los medios espirituales por los que la vida sobrenatural pueda desarrollarse en ellos, y otro movimiento en sentido contrario, del hombre hacia Dios, como amorosa respuesta del hijo agradecido hacia el Padre de todo Bien.
Aquí tenemos el culto, con sus cuatro aspectos esenciales: Primero adorar a Dios, primer acto de justicia, segundo pedirle perdón y expiar por nuestros pecados,tercero dar gracias por tantos beneficios, y cuarto, pedir todo aquello que necesitemos. Esto debería ser evidente, pero visto que ni los clérigos lo tienen claro, lo recuerdo aquí.

Para que el Sacerdocio pueda cumplir su fin, le dota Dios de un doble Poder: El poder de las cosas sobrenaturales, que determinan todos los demás acontecimientos, y un poder propiamente jurisdiccional, que obliga a obedecer a los sacerdotes en todo aquello que tiene que ver con la Fe y la moral, lo que implica mucho más de lo que pueda pensarse.

Una segunda paternidad,el Imperio, reside en el gobierno político, que tiene como fin disponer las cosas temporales, materiales, naturales, de modo que puedan ayudar lo más eficazmente posible a los hombres a lograr su fin, la santificación-deificación en esta tierra, y la eterna felicidad en el Cielo.
Se entiende que es Dios mismo quien gobierna a Sus hijos por medio de unas autoridades humanas, a las que dota de un verdadero poder sobrenatural, capaz de lograr la unidad de alma y corazón entre el mismo gobernante y sus súbditos, y de éstos entre sí. Esa autoridad-paternidad en las cosas temporales siempre debe estar sometida la Ley de Dios, y viene instituida por el Sacerdocio, que es quien le confiere tanto el poder sobrenatural, como el poder de dar leyes y mandatos, así como juzgar a sus hijos conforme a Justicia.

Y una tercera paternidad, que podemos llamar Profecía, no porque su principal función fuera predecir el futuro, sino en que enseñaba a cumplir la Ley de Dios y llevar una verdadera vida espiritual no tanto a través de leyes o de conocimientos especulativos, sino de manera práctica. Es lo que podríamos llamar hoy la vida monástica. Casi desaparecida como tal en Occidente, pero aún viva en Oriente, donde sigue existiendo la figura del Padre o Madre espiritual, Anciano, o Starets, que después de haber recorrido hasta el final los senderos de la vida espiritual, y perfectamente maduro según la edad de Cristo, es capaz de engendrar espiritualmente a los demás, aconsejando y acompañando a los demás cristianos en todas las aventuras de su vida espiritual, sostenidos por la oración y sacrificio de todos los demás monjes que aún están en camino. Por eso decían los Padres que los ángeles eran los guías de los monjes, y éstos, de los demás hombres.
Precisamente por su santidad y por su desprecio del mundo y sus compromisos, Dios los mandaba con sus mensajes y sus admoniciones ante las infidelidades tanto de los grandes como de los pequeños, y las consecuencias que de ellas se iban a derivar.

Estas tres paternidades, Dios las concentró al principio en una sola persona, en los Patriarcas. El primero de ellos, Adán, y después de él, sus hijos, por orden de primogenitura. Los Patriarcas, que, como Matusalén, vivieron centenares de años, llegaron a gobernar a pueblos numerosos formados por todas las generaciones de sus descendientes, de los que eran a la vez Sumos Sacerdotes, Reyes en el orden temporal, y Padres espirituales.
Aún después del Diluvio, Sem, Cam y Jafet fueron los patriarcas que dieron origen a todos los pueblos y razas actuales.

Todo esto, lo sabían perfectamente los pueblos antiguos, y así nos lo enseña la Sagrada Escritura, siempre libre de todo error.
Lamentablemente, llegó una época en que los hombres empezaron a darse desordenadamente al estudio de la filosofía pagana, que por una verdad encontrada, la mezcla con cincuenta errores, más peligrosos los unos que los otros. Esos filósofos paganos, despreciando el antiquísimo saber y Tradición de sus propios pueblos, se pusieron a imaginar unos orígenes de la humanidad en que el hombre estaba sumido en lo que ellos llamaron el estado natural, en que cada uno estaba solo en el mundo, desasistido de la sociedad y compañía de sus semejantes, libre, soberano y sin ninguna obligación respecto de Dios, Padre o iguales, pero que no pudiendo sobrevivir sin mucha estrechez y descomodidad, llegó a asociarse con sus iguales, cediendo una parte de sus derechos soberanos a una autoridad con la que establecieron un primer contrato: Ellos le obedecerían en la medida en que esa autoridad cumpliera, a su juicio, el fin para el que la habían contratado, que no era más que la preservación de sus vidas, propiedades y libertades, para la búsqueda de una felicidad puramente mundana, intraterrena y natural. Según esos pozos de error, los ciudadanos seguían manteniendo la raíz del poder soberano, por lo que si estimaban que el Rey no cumplía con su parte del contrato, o ya no tenía el consenso del pueblo, podían destronar al Rey e incluso matarlo, o variar la forma de gobierno, puesto que no está el hombre obligado a obedecer a ningún poder, sino solamente al que él libremente consienta en someterse.

Como podéis ver, aquí no aparece Dios para nada, ni como fin, ni como instituidor, ni como legislador, ni como Juez. Esa es precisamente la autoridad según Caín, que fue el primero que edificó una ciudad basada en la pura voluntad humana, luego imitado por un descendiente suyo, Nimrod, el primero que se proclamó Rey sin ser a la vez Padre, ni derivar su poder de Dios, sino de los falsos dioses y verdaderos demonios a los que daba culto de sacrificios humanos, y que le ayudaron a esclavizar muchas otras familias patriarcales que jamás se habían metido con nadie. Ese fué también el origen de la famosa torre de Babel, el modelo del actual Nuevo Orden Mundial.

Cuán injurioso fuera esto a la Paterna Majestad de Dios, lo podemos adivinar contemplando la gravedad del castigo:

El mundo antediluviano llegó a estar tan dominado por el pecado y el culto demonolátrico en todas sus formas, que Dios tuvo que limpiar el mundo con el diluvio.

En la sucesión de los tiempos, Dios fue diferenciando las tres paternidades antedichas, en primer lugar en el pueblo elegido, en que Moisés nombró sacerdote a su hermano Aarón, designándose luego la tribu de los levitas como encargados del culto, reteniendo Moisés para él la dignidad real.

Los profetas ya están plenamente configurados en personajes como Gad, Samuel o Natán.

Después de haber gobernado Dios directamente a su Pueblo, revelando su voluntad a los Jueces, esa es la Teocracia en el sentido más fuerte de la palabra, el pueblo mismo, que sabía perfectamente que no tenía ningún derecho a constituir por sí mismo un gobernante, pidió a Dios un Rey, lo que se les concedió, a pesar de que la petición fuera para ese momento desordenada.

Y aquí vamos a ver que la autoridad política jamás viene de abajo, sino siempre de arriba. Por ello es que el Profeta Samuel, designa el elegido de Dios, lo consagra con aceite, lo corona sobre la Piedra de Jacob y lo entroniza.

Así hará luego con David, y así Sadoc el sacerdote, y Natán el profeta, con el Rey Salomón.

Normalmente juntos, Sacerdocio y monacato instituyen, designan, consagran, coronan, entronizan, aconsejan, corrigen, e incluso, aunque muy excepcionalmente, si se muestra gravemente incorregible, destronan a la potestad temporal. No importa como se llame ésta, Emperador, Rey, Príncipe, Dux, Podestá, presidente, etc… el Poder siempre viene de arriba hacia abajo, nunca lo contrario.

Y cuando las leyes sucesorias no lograban designar quién debía hacerse cargo de él, o faltaba la persona, no era todo el pueblo, democráticamente, el que hacía elección, sino los Padres del Pueblo, las primeras cabezas, normalmente los representantes principales del sacerdocio y la nobleza.

En el Antiguo Testamento, esa elección era confirmada por el Sumo Sacerdote, y en el Nuevo Testamento, por el Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento, es decir, por san Pedro que vive en sus sucesores, los Papas.

Así, a partir de la Monarquía Pontificia, se constituye toda la jerarquía del Nuevo Testamento, tanto la eclesiástica(la espada espiritual, que el Papa administra por sí mismo), como la secular(la espada temporal, que el Papa no desempeña por sí mismo, sino que confía a los gobernantes de las distintas naciones cristianas).

Por esa razón, lo mismo que el Sumo Sacerdote llevaba una Tiara de tres coronas, que simbolizaba su dominio eminente sobre el sacerdocio, la autoridad civil, y la profecia, se coronan los Papas diciendo: “Accipe Tiaram tribus coronis ornatam, et scias te esse Patrem principum et regum, rectorem Orbis, in terra Vicarius Salvatoris nostri Jesu Christi…”

Y así como Dios instituyó directamente y por sí mismo la monarquía davídica en el Antiguo Testamento, así en el Nuevo, instituyó en los descendientes de David el modelo de toda monarquía cristiana, que fuera la concreción práctica de la soberanía de Cristo, Hijo de David, sobre el mundo entero.

Y como repiten los Papas y los santos a través de los siglos, escogió a una nueva Tribu de Judá de la Era de Gracia, Francia, y designó a un descendiente sálico de David, Clodoveo, o Clovis, como nuevo David, haciendo aparecer del Cielo un óleo consagrado llevado por el propio Espíritu Santo en forma de paloma, con el que fueron consagrados todos los Reyes de Francia, Primogénitos de la Iglesia, especiales defensores de la Santa Sede romana.

En otro descendiente de David, Constantino, los Papas recrearon un Imperio romano cristiano que daría lugar tanto al Imperio romano de Occidente, extinguido en 1918, y el Imperio romano de Oriente, extinguido también en 1918.

Todo esto fue durante siglos de notoriedad pública, y surtía los oportunos efectos jurídicos, sin que nadie, ni cristiano, ni moro, ni emperador de China, lo ignoraran o impugnaran, hasta que a partir del S. XIII, los teólogos empezaron a repensar todo el dogma cristiano, y por lo tanto el sentido de la autoridad tanto política como eclesiástica, concediendo a los filósofos paganos mucho más de lo razonable, y a la Sabiduría, mucho menos de lo necesario.

Así fue como empezamos a ver resurgir la falsa doctrina filosófica del fabuloso e inexistente estado de naturaleza, deduciendo lógicamente de ahí que la autoridad provenía del pueblo, y que éste tenía un verdadero poder sobre sus gobernantes. No sacaron todas las consecuencias de ese infame principio, pero otros lo harían sin mucho tardar.

No sólo demolieron el fundamento real de la autoridad civil, sino que también afectaron el de la autoridad religiosa, de modo que vimos en los Concilios de Constanza y Basilea cómo una caterva de falsos doctores pretendían que la Iglesia tenía poder sobre el Papa, podían deponerlo y castigarlo, o que debía gobernar con el consenso de los obispos, o lo que es lo mismo, de los doctores, que sus sentencias no obligaban sin el consenso de la Iglesia, debiéndose ésta gobernarse democráticamente y por asambleas elegidas, reduciendo el poder del soberano según la libre voluntad de los súbditos.

Nuestro Señor y verdadero Rey de Francia suscitó a santa Juana de Arco para restablecer no sólo al legitimo heredero sobre el trono, sino sobre todo para restaurar en la inteligencia y el alma de los cristianos los verdaderos principios sobre los que se asienta la autoridad de derecho divino.

Pero los eclesiásticos conciliares de aquél tiempo la condenaron a la hoguera, precisamente por ser testigo en favor tanto de la Soberanía real como de la papal. Este año sexto centenario de Juana, conviene recordarlo.

A qu´extremos llegó el mal, que esa teoría sobre el origen de la autoridad llegó a ser enseñada por los principales autores escolásticos, como san Roberto Belarmino, Vitoria, Suárez, o más claramente aún, Mariana, sin que los Reyes cumplieran su deber, como tampoco los eclesiásticos.

El rey Jaime I de Inglaterra demostraba en ésto más sentido católico que muchos doctores. Pronto se vieron los efectos:

El hijo de Jaime, Carlos I de Inglaterra, murió mártir de la verdad católica, siendo su dinastía expulsada definitivamente en 1688, para dar lugar a una dinastía ilegítima que dejaría gobernar a la oligarquía protestante, judaica, talmudista, ocultista, satanista, capitalista y usurera que ha logrado tiranizar a casi todo el mundo.

El gran obstáculo para ello era el poder sobrenatural de David que reinaba en Francia, y el del Pontificado, origen último de la soberanía de Cristo en esta tierra.

Será casualidad que menos de un año más tarde, Nuestro Señor se apareciera a santa Margarita María de Alacoque, pidiendo por su medio a Luis XIV la Consagración a Su Sagrado Corazón, prometiéndole en retorno la victoria, incluso militar, sobre sus enemigos, que eran los suyos, dependiendo de su decisión que uno u otro principio venciera.

No habiéndose cumplido la voluntad de Cristo, un siglo más tarde, en 1789, vencía el principio satánico, derribando primero el Trono de David, y en 1965, ocupando fraudulentamente el trono de san Pedro, porque los Papas se habían negado a cumplir la voluntad de María, la consagración a su Inmaculado Corazón.

Entenderán mejor ahora que el mundo no se restaurará sin que los hombres abandonen su rebeldía contra el Orden Divino, natural y sobrenatural, y acepten la restauración de la autoridad sagrada y paterna en los ámbitos eclesiástico, civil, matrimonial y familiar.

Dios prometió al antiguo Pueblo de Israel que su era fiel, sería más bendecido que todas las demás naciones, pero que si era infiel, sería castigado más duramente que las demás. Desde que Francia ha proclamado su rebeldía, ha conocido una sucesión de desgracias absolutamente alucinante, y esas desgracias están a punto de aumentar exponencialmente.

Son muchas las profecías que anuncian que los graves acontecimientos que nos llevarán a la renovación del mundo por la obra conjunta del Gran Papa y del Gran Monarca proveniente de la Casa de Francia empezarán precisamente en Francia.

Creo que con la elección de Hollande, ya hemos entrado en esos tiempos, y los mismos franceses no ignoran que su situación es tan grave que podría llevarlos a tales disturbios civiles que de allí resulte una auténtica guerra civil, repetidamente profetizada desde hace siglos, pro que acabará con la proclamación de un descendiente de Luis XVI como verdadero Rey de Francia, hecho que señalará el comienzo de otra época del mundo.

Un famoso santo y místico, el P. Pio de Pietrelcina decía: “Sin el apoyo del poder real de David, la Iglesia conoce la decadencia bajo el poder del espíritu de la Serpiente que vuelve a elevar orgulloso su cabeza sobre el Jefe de la Iglesia. El Poder Real es un poder divino que humilla las serpientes. Las repúblicas, por el contrario, reaniman esos espíritus que liego sacrifican al pueblo de Dios, impidiéndole elevarse hacia el Dios del Cielo. He aquí el gran mal de Europa bajo esas repúblicas.”

Un día el P. Pío me habló de un importantísimo Testamento de la Duquesa de angulema escondido en el Vaticano…(La hermana del Rey Luis XVII, del que vendrá el Gran Monarca) . “Ese Testamento habría revelado no sólo el misterio del Delfín, sino también el suyo, para bien de Francia, Italia y el mundo…”

5 respuestas »

  1. Estimado Fr Eusebio,

    Su exposición de la teocracia católica es excelente, aunque yo echo en falta la alusión al tan profetizado caudillo español, pues será un monarca español el encargado de conquistar para la Iglesia el Templo de Constantinopla, según la profecía de Santa Brígida de Suecia. Por otra parte, el Reino de Jerusalén, le fue otorgado por el Papa Alejandro VI al rey de Aragón, D. Fernando el Católico, un reino usurpado en aquellos tiempos –así como en los actuales-, pero ese reino es heredado por todo rey legítimo de España, que por Felipe II y reyes posteriores siempre lucían el título de “Rey de Jerusalén” además de “Rey de España”. Y eso será así hasta que Cristo regrese a ocupar el trono de Israel, como le corresponde por Derecho. Esta es una de las razones por las que la Masonería ha trabajado en impedir que reyes legítimos reinen en España. El Salmo 71 nos anticipa el momento en que Cristo comienza su reinado en Jerusalén (aunque sea un reinado Eucarístico), y obviamente es el Rey de España el primero en agasajarle y adorarle:
    “Los Reyes de Tarsis y de las Islas le ofrecerán dones, los reyes de Arabia, … y lo adorarán todos los reyes, todas las naciones le servirán”.

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