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Pío XII enseñó sobre el Bautismo de deseo en su magisterio ordinario-el cual creemos infalible. Su magisterio fue el mismo que enseñaron los obispos en su magisterio ordinario unidos al Papa (infalible según la Dei Filius) que permitieron catecismos, predicaciones y obras teológicas con esta enseñanza. Lo mismo se diga del Código de Derecho Canónico
- BAUTISMO DE DESEO
- Imnumerables teólogos (sin que los papas objetaran) han enseñado la doctrina del Bautismo de deseo y hasta papas como Pío XII han aceptado explícitamente esta doctrina (Por ejemplo en carta a la Unión Católica italiana Ostetriche escribe “El acto de caridad puede bastar a un adulto para adquirir la gracia santificante y SUPLIR EL BAUTISMO.” [29 oct.1951; AAS 43] .para negar a continuación que esto valga a los infantes. Por su parte el Código de 1917 en el canon 737, dice que “el bautismo es la puerta de los otros sacramentos y para todos necesario in re vel in voto”.
Tomado de Ecce Christianus
FUERA DE LA IGLESIA CATÓLICA ¿HAY SALVACIÓN?
9 DE NOVIEMBRE DE 2012
“Por mandato divino la interprete y la guardiana de las Escrituras, y la depositaria de la Sagrada Tradición que vive en ella, la Iglesia por si sola es la entrada a la salvación: Ella sola, por si misma, y bajo la protección y la guía del Espíritu Santo, es la fuente de la verdad.”
Papa Pío XII
Carta de la Sgda. Congregación del Santo Oficio al arzobispo de Boston (USA), de fecha 8 de agosto de 1949, sobre el axioma que dice:
“Fuera de la iglesia católica no hay salvación”
Estamos obligados por la fe católica y divina a creer todas las cosas contenidas en la palabra de Dios, ya sea en las Sagradas Escrituras o en la Tradición y que son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, no sólo a través de la solemne declaración sino también por medio de su oficio de enseñar ordinario y universal.
Ahora bien, entre todas las cosas que la Iglesia ha siempre predicado y nunca dejará de predicar está lo contenido en esa declaración infalible por la cual se nos instruye que no existe la salvación fuera de la Iglesia Católica.
Sin embargo, este dogma debe ser entendido en el mismo sentido que lo entiende la Iglesia. Puesto que no fue para juicio privado que Jesucristo Nuestro Señor manifestó las verdades contenidas en el depósito de la fe, sino para que fueran contenidas por la autoridad de enseñar de la Iglesia.
Ahora bien, en primer lugar, la Iglesia enseña que en esta materia existe una cuestión de la más estricta orden de Jesucristo. Puesto que Él explícitamente ordenó a sus apóstoles el predicar a todas las naciones la practica de todas las verdades que Él mismo ha ordenado.
OBLIGACIÓN DE PERTENECER A LA IGLESIA CATÓLICA.
Ahora, bien, uno de los mandamientos de Dios (…) es por el cual estamos obligados a pertenecer por medio del Bautizo al cuerpo místico de Jesucristo, es decir la Iglesia Católica, y permanecer unidos a Jesucristo y su Vicario, por medio del cual Él mismo de una manera visible gobierna a la Iglesia en este mundo.
Por lo tanto nadie se salvará quien a sabiendas de cuál es la Iglesia divinamente establecida por Jesucristo, se niegue someterse a Ella y rechace la obediencia debida al Soberano Pontífice, vicario de Jesucristo en la tierra. No sólo ordenó, Jesucristo Nuestro Señor, que todas las naciones deberían de pertenecer a la Iglesia Católica, sino que también declaró a la Iglesia como medio de salvación, sin la cual nadie puede entrar al reino de la gloria eterna.
EL “DESEO” DE PERTENECER A LA IGLESIA, PUEDE SER SUFICIENTE.
En su infinita misericordia Dios ha deseado que los efectos necesarios para que alguien se salve, es decir esos medios de salvación los cuales están dirigidos a la salvación del hombre como a su fin último, no por necesidad intrínseca sino por institución divina, pueden también ser obtenidos en ciertas circunstancias, cuando éstos sean utilizados sólo como un “deseo persistente”. Esto lo vemos claramente establecido en el Concilio de Trento, tanto en referencia al sacramento del Bautismo como al de la Penitencia.
Lo mismo debe declararse de la Iglesia en su propio nivel, en cuanto a que Ella es el medio general de salvación. Por lo tanto, para que alguien pueda obtener la salvación de su alma (…) es necesario que por lo menos esté en unión con la Iglesia por el deseo persistente de así serlo.
EL “DESEO” IMPLÍCITO.
De cualquier forma, el “deseo” no necesita ser siempre “explícito”, como lo es en los catecúmenos; pero cuando una persona está envuelta en una ignorancia invencible, Dios acepta de igual forma un “deseo implícito”, así llamado porque esta incluido dentro de esa buena disposición del alma por medio de la cual una persona desea que su voluntad sea conforme a la voluntad de Dios.
Estas enseñanzas están claramente manifiestas en la carta dogmática emitida por el Soberano Pontífice, Papa Pío XII, el 29 de Junio de 1948, sobre “El Cuerpo Místico de Jesucristo”. Puesto que en esta Encíclica, el Papa claramente distingue entre quienes están actualmente incorporados a la Iglesia como miembros, y quienes pertenecen a ésta sólo por el “deseo” de así serlo.
Discutiendo acerca de cuales son los miembros que pertenecen al Cuerpo Místico en el mundo, el mismo Pontífice dice: “En realidad sólo aquellos, quienes han sido bautizados y profesan la fe verdadera y quienes no han tenido la mala fortuna de separarse ellos mismos de la unidad del Cuerpo, o han sido excluidos por la autoridad legítima por alguna falta grave cometida, deben ser considerados como miembros de la Iglesia”.
(…) Cuando de una manera mucho más afectiva invita a la unidad a aquellos que no pertenecen al cuerpo de la Iglesia Católica, menciona a aquellos que “están relacionados al cuerpo místico del Redentor por una cierta emoción fuerte de deseo inconsciente”, a éstos por ningún motivo los excluye de la salvación eterna sino que por el contrario establece que éstos están en la condición “en la cual no pueden estar seguros de su salvación”, puesto que “ellos aún permanecen privados de todos esos beneficios celestiales y gracias que sólo pueden disfrutarse dentro de la Iglesia Católica”.
Con estas sabias palabras rechaza a ambos, a aquellos que excluyen de la salvación eterna todos los unidos a la Iglesia Católica sólo por el deseo implícito, y a aquellos que falsamente afirman que el hombre puede salvarse de la misma manera en cualquier religión.
NECESIDAD DE LA FE.
Mas no se debe enseñar que cualquier tipo de “deseo” de pertenecer a la Iglesia es suficiente para que uno pueda salvarse. Es necesario que el deseo por el cual se relaciona a la Iglesia sea animado por la caridad perfecta. Ni puede un deseo implícito producir sus efectos, a menos que la persona tenga la fe sobrenatural “porque quien se acerque a Dios debe creer que Dios existe y que Él recompensará a quienes lo buscan”. El Concilio de Trento declara: “La fe, es el principio de la salvación del hombre (…) sin la cual es imposible agradar a Dios (…)”.
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El bautismo de deseo nunca ha sido enseñado por el magisterio auténtico. 1) Si fuera cierto el «bautismo de deseo», entonces las definiciones dogmáticas acerca de la justificación, el bautismo y los sacramentos estarían mal formuladas, puesto que la idea del «bautismo de deseo» se contradice con esas definiciones dogmáticas.
Además de lo anterior, nunca ha sido enseñado por el magisterio auténtico (ordinario y extraordinadio) que es infalible. Dicho de otra manera, Los documentos magisteriales sobre los sacramentos, el bautismo y la justificación contradicen los argumentos esgrimidos a favor del bautismo de deseo.
2) La carta de Pío XII aquí citada no es un documento magisterial, puesto que no está dirigida a toda la Iglesia, por tanto, no es infalible. Los mismo hay que decir de esta carta del Santo Oficio al arzobispo de Boston y del Código de Derecho Canónico de 1917.
No se le puede dar la misma autoridad doctrinaria que tiene un documento magisterial, a un documento no magisterial, como son los citados en este artículo.
Por lo tanto, el bautismo de deseo no puede ser cierto.
Además, prácticamente todos los defensores del bautismo de deseo terminan afirmando que un acatólico, que NO DESEA el bautismo, se podría salvar, sin la fe católica por un deseo «implícito» del bautismo. Lo cual es absurdo y contradictorio con el magisterio acerca de la justificación y la necesidad absoluta del sistema sacramental para la salvación.
Por último, si hubiera salvación por ese «deseo implícito» por el bautismo, la Iglesia no sería una sociedad visible, porque también estaría compuesta por aquellas personas que NO profesan la fe católica y mueren SIN el bautismo.
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Una demostración completa de la falsedad del bautismo de deseo puede verse en el video (en inglés) en este enlace:
http://denunciaprofetica.blogspot.com/2012/11/el-bautismo-de-deseo-enterrado-ingles.html
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No me adhiero a la tesis de Juan Valdivieso, pero son argumentos aunque breves, serios. No veo por ninguna parte, a menos que se me muestre exhaustivamente, el bautismo de deseo implícito en el el magisterio perenne de la Iglesia. Que se hayan permitido opiniones de algunos teólogos, no quiere decir que se hayan respaldado. Ni el tridentino, ni el catecismo Romano hablan del bautismo de deseo implícito; y entre los teólogos, tampoco Santo Tomás, como se dijo aquí ha tiempo ya, interpretándolo incorrectamente.
Por otra parte ¿ Cómo se puede hacer un acto de caridad sin fe? Es imposible, porque la caridad perfecta de un acto se ha de referir a Dios, salvo que caigamos en la pura filantropía o el más craso pelagianismo (condenado). Además no vale cualquier fe, sino la revelada. Pero la fe revelada es gracia y no depende de nuestros méritos, salvo que caigamos en la herejía de los marselleses, más tarde denominados semipelagianos (condenado). Luego si Dios quiere que todos se salven (dogma) dará las gracias suficientes a tal fin (dogma); la primera de ellas la fe verdadera, sin la cual no se puede agradar a Dios (initium fidei) y dependerá del hombre aceptarla o no ¿Cómo, entonces, quien niega la fe revelada va a recibir el bautismo implícito? Quien niega la fe por la autoridad del que revela, niega el Espíritu Santo, de manera que lo esa persona llame fe es sólo torpe razonamiento.
De otra parte ¿ cómo un cierto deseo inconsciente del bautismo, le habilita para recibirlo implícitamente? si es inconsciente, le falta un ingrediente básico para hacer un acto moral: la libertad.
Más aún ¿dónde está la visibilidad de la Iglesia en este caso? Habrá que ‘reelaborar’, entonces, dicho concepto; otros dicen que pertenece al alma de la Iglesia ¿osea, que el alma es más grande que el Cuerpo Místico?
El problema aquí radica en señalar que todo lo que dice el papa, hasta en una sobremesa, es infalible, por una parte. Y por otra, en hacer decir al Papa lo que él no dice, abusando de sus escritos. Por ejemplo dice Pío XII:
Aquellos que “están relacionados al cuerpo místico del Redentor por una cierta emoción fuerte de deseo inconsciente”.
luego sigue la Carta de la Sgda. Congregación del Santo Oficio al arzobispo de Boston diciendo que dice Pío XII, cuando en realidad lo dice ella:
[A éstos por ningún motivo los excluye de la salvación eterna sino que por el contrario establece que éstos están en la condición] – No dice que pertenezcan a la Iglesia, sino que no se les excluye de la salvación, porque Dios quiere que todo el mundo se salve, lo cual no significa que todos acojan su gracias; la primera la fe en Cristo-.
Ahora cita, sí, las palabras del Papa:
“en la cual no pueden estar seguros de su salvación”, puesto que “ellos aún permanecen privados de todos esos beneficios celestiales y gracias que sólo pueden disfrutarse dentro de la Iglesia Católica”.
Luego si están privados de TODOS los beneficios celestiales y gracias, concluye el Papa-muy bien- que no pueden estar seguros de la salvación ¿Dónde, pues, afirma que forman parte de la Iglesia?
Pero Carta de la Sgda. Congregación del Santo Oficio al arzobispo de Boston, además de no afirmar tampoco tal cosa, tiene graves defectos de forma, porque va dirigida al Arzobispo de Boston solamente, ya que esa manifestación del Papa ni siquiera se hace oficialmente pública hasta varios años después, ya que no se publicó en AAS de inmediato, sino transcurrido casi un lustro.
Que la autoridad del Santo Oficio recaía entonces sobre Pío XII es cierto, lo cual, incluso si la carta contuviese errores, no afectaría a la infalibilidad; puesto que siendo materialmente imposible que pudiera atender todos los asuntos que de él dependían, le resultaba imposible leer todo, por lo que delegaba; más este asunto ‘minúsculo’ del que, tal vez, ni siquiera llegó a tener conocimiento; otra cosa hubiera sido que llegase a mayores, en cuyo caso, de seguro, matizaría cada término en el sentido tradicional católico; si la carta tiene falla imputable al papa, es más de gobierno (Porque el modernismo no empezó en 1965, sino que muchos estaban ya infiltrados en la curia vaticana ¿Acaso no nombró Pío XII Arzobispo de Milán a Montini y cardenal a Pacelli?
Para más inri, frente a lo que la mayoría de neocones creen, el Padre Feenney jamás fue condenado por negar el bautismo de deseo (él sí lo negaba, yo no); cuando preguntas a un sacerdote ‘vaticanosecundista’ sobre este asunto, sin tener idea de nada lo primero que te suelta es que fue excomulgado por negar la doctrina del bautismo de deseo ¿ Hay algún documento que lo demuestre? No. Porque dicho padre fue condenado por un acto de indisciplina, pues no acudió a Roma cuando fue requerido, jamás por negar ese modo de bautismo.
Por otra parte, aunque todos sabemos que las Sagradas Escrituras son sólo una de las fuentes de la Revelación, junto a la Tradición, no hay en ellas ni un sólo texto que apoye tal doctrina, al contrario y muchos en contra. Es curioso que sólo esgriman los defensores a ultranza del bautismo de deseo implícito este documento del x Santo Oficio; sólo uno frente a cientos contrarios del magisterio infalible que puede consultarse con sólo leer el Denzinger. Sólo uno y algunas -poquísimas- recientes (siglo XX, no antes) locuciones a grupos particulares y sacadas de contexto.
Resumiendo, personalmente creo en la doctrina de los tres bautismos: agua, sangre y deseo; no niego que pueda haber un bautismo de deseo implícito; lo que niego es que hoy por hoy no se puede considerar magisterio definitivo tal cosa y dudo que después de más de 1900 años sin que ningún documento del magisterio lo haya hecho ( Ni Trento ni el Catecismo hablan del deseo implícito; decir eso es poner en boca de aquellos santos padres palabras que ellos no dijeron), pueda serlo en el futuro con facilidad. Y no es porque en el pasado no se discutiera, pues muchos teólogos estaban atormentados por la idea de la condenación de tantos y esa discusión no cesó durante la baja y alta edad media.
Pero son muchos y están por todos lados los que no explicándose el misterio, hacen evolucionar el dogma para ajustarlo a su mentalidad; creen sólo lo que entienden frente a la autoridad de la fe revelada, en vez de creer por la autoridad del que revela para luego entender, si Dios les da esa gracia.
Este es precisamente un caso, quizá el más claro, de evolución del dogma; el problema es que la evolución homogénea es posible, pero cuando no es ya en el mismo sentido, es ilegítima.
Perdonen que escriba esto a ‘vuela pluma’, pues es un tema que requiere mucha reflexión, porque según los matices que se aporten a él,podemos estar ‘cargándonos’ todo el Tratado de la Gracia de Santo Tomás y todo lo escrito de San Agustín y aceptado por la Iglesia; desde este punto de vista más profundo hay que abordar, a mi entender, este asunto.
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Me remito a lo dicho en los 5 posts y comentarios sobre el tópico en este blog. También me remito a lo dicho en la respuesta al comentario de vaticanocatólico, en este post.
Le estoy muy agradecido por muchas aportaciones de su blog que en ocasiones he aprovechado. Como digo en la otra respuesta, más comentarios con posición contraria al bautismo de deseo-excluyendo la del implícito- sobre este punto, suyos o de otros, salvo los ya producidos, no son apreciados.
Me encomiendo en sus oraciones como yo también lo hago.
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Sus argumentos son muy pertinentes, en su posición contraria al bautismo de deseo implícito. La pertenencia a la Iglesia no se ha de limitar, en mi opinión, al cuerpo sino al alma invisible de la Iglesia, que es la gracia otorgada por el Espíritu Santo verdadera alma o principio vital de la iglesia. Cristo es la Cabeza invisible-la cabeza visible es Pedro y sus sucesores los papas- de su Cuerpo en parte visible y en parte invisible-llamada por eso alma por ejemplo en el catecismo de San Pío X- de la Iglesia. La salvación no se ha de negar en nuestras proposiciones a nadie pues Cristo es el último Juez en este punto.
Es cierto que los no bautizados no tienen acceso a la Fe y a la Caridad, a menos que Dios les quiera otorgar ambas por medios quizás desconocidos por nosotros.
Esta es mi posición y también, según creo, la de la Iglesia en su magisterio ordinario y universal- aprobando, por ejemplo, los catecismos, como el de San Pío X, en sus puntos 21-27.
De todas maneras la discusión en este punto será bienvenida.
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Comparto este nuevo matiz del editor, más moderado que el inicial del post; por tanto, toda inquisición sobre otras formas que Dios no ha revelado, puede ser, incluso temerario.
Si cabe y con tiempo, Dios mediante, trataré de escribir algo desde el punto de vista del clásico tratado de la gracia.
En cuanto a la caridad perfecta, el himno a la caridad de San Pablo lo deja muy claro en qué consiste. Nada más que decir, de momento.
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Está visto que estamos aquí ante un problema que va más allá del bautismo de deseo, implícito o no, y que tiene que ver con el modo en que entendemos la posibilidad de evolución homogénea del dogma en la Iglesia.
Si creemos que es el Espíritu Santo el que enseña a la Iglesia a través de un Magisterio y juicio papal que no puede NUNCA fallar, y que progresivamente, va desarrollando lo implícito, insistiendo más en unos determinados aspectos, o en otros, según los tiempos y las necesidades, estaremos seguros de no falsear el depósito recibido.
Así se expresa León XIII en su Encíclica sobre el Espíritu Santo, Divinum Illud:
«Y entonces los apóstoles descendieron del monte, como escribe el Crisóstomo, no ya llevando en sus manos como Moisés tablas de piedra, sino al Espíritu Santo en su alma, derramando el tesoro y fuente de verdades y de carismas(25). Así, ciertamente se cumplía la última promesa de Cristo a sus apóstoles, la de enviarles el Espíritu Santo, para que con su inspiración completara y en cierto modo sellase el depósito de la revelación: «Aún tengo que deciros muchas cosas, mas no las entenderíais ahora; cuando viniere el Espíritu de verdad, os enseñará toda verdad»(26). El Espíritu Santo, que es espíritu de verdad, pues procede del Padre, Verdad eterna, y del Hijo, Verdad sustancial, recibe de uno y otro, juntamente con la esencia, toda la verdad que luego comunica a la Iglesia, asistiéndola PARA QUE NO YERRE JAMÁS, y fecundando los gérmenes de la revelación hasta que, en el momento oportuno, lleguen a madurez para la salud de los pueblos. Y como la Iglesia, que es medio de salvación, ha de durar hasta la consumación de los siglos, precisamente el Espíritu Santo la alimenta y acrecienta en su vida y en su virtud: «Yo rogaré al Padre y El os mandará el Espíritu de verdad, que se quedará siempre con vosotros»»
Mientras que si suponemos que el Papa puede fallar, y tolerar el error durante siglos, e incluso enseñarlo a través de sus propias sacras congregaciones, ¿A quién nos dirigiremos entonces para que nos señale el camino, y juzgue definitiva e inapelablemente sobre si esos desarrollos son homogéneos o no?
Al final, pensaremos, sentiremos, reaccionaremos y actuaremos como los «ortodoxos», que se han quedado fijos en la repetición de lo que con tanta brillantez enseñaron los Padres y los primeros Concilios, pero que desde entonces, un milenio ya, son incapaces de ponerse de acuerdo sobre una infinidad de cuestiones no sólo doctrinales, sino también morales, determinando con ello una anarquía propiamente insoportable, y con gravísimas consecuencias sobre la vida ordinaria de sus fieles, que raramente se recuerdan en Occidente.
Con este tema ocurre como con otros, ya decididos y definidos, como por ejemplo, el de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, en que se afirmaban, y, aparentemente al menos, se oponían dos verdades contradictorias: ¿Cómo era posible que la Redención aportada por Cristo fuera absolutamente universal, de modo que no se excluyera ningún ser humano, y sin embargo, María, siendo Inmaculada, no hubiera necesitado esa redención?
No fueron pocos los teólogos, incluso grandes santos y devotos de Nuestra Señora, que rechazaron durante siglos esa (entonces) pía creencia, porque no eran capaces de reconciliar dos necesidades teológicas.
Lo mismo que ahora, en que por una parte, creemos firmísimamente en la absoluta necesidad de pertenecer a la Iglesia para salvarse, mientras que por la otra, intuímos que esa pertenencia va más allá de los límites visibles de esa Iglesia, que actúa mucho más allá de esas fronteras, por medios ocultos y misteriosos, que la Providencia irá desvelando según lo pidan y/o permitan las circunstancias.
Eso mismo hizo con el dogma de la Inmaculada Concepción. Fue mostrando poco a poco las riquezas y los cómo de ese misterio, y la Santa Sede fue favoreciendo cada vez más esa creencia, a medida que los esfuerzos conjugados de los teólogos y del resto del piadoso pueblo cristiano, bajo la influencia del Espíritu Santo, iban aclarando los términos del problema, y permitiendo que su solución pudiera ser plasmada en palabras y conceptos humanos, de modo que esa creencia pudiera ser pacíficamente adoptada por las inteligencias, y desarrollar de esa manera en las almas y corazones de los fieles todo su potencial de santificación e iluminación.
Igualmente infalibles eran las intervenciones de Sixto IV en el S. XV, que la definición solemnísima de 1854, pero el peso de obligación que el Papa entendía imponer a los fieles no era ni mucho menos el mismo:
Lo que Sixto IV dejaba a la libre discusión de los teólogos, y a la prudente aceptación de los fieles, se había vuelto estrictamente obligatorio en 1854.
Así ocurrirá sin duda con esta cuestión:Como bien advierte nuestro amigo Sofronio, aún deberemos andar un largo camino de reflexión, asistida por el Espíritu Santo, y plasmada en laboriosos ensayos de equilibrada formulación, hasta que la Santa Sede pueda toma una decisión en firme, obligatoria para todos los cristianos so pena de herejía o alguna de las calificaciones que se le acercan.
La discusión sobre CÓMO actúa el Espíritu Santo para lograr que esas almas realicen los actos necesarios para su justificación e ingreso en la Iglesia aún es libre, y son bienvenidas las intervenciones equilibradas y prudentes sobre este tema.
Lo que ya no es tan libre, son las actitudes de los que se niegan a toda evolución homogénea de la doctrina católica sobre este tema, y se atreven a calificar de herejes no sólo a muchos santos, Padres, Doctores, místicos, y teólogos insignes y nunca condenados por la Sede Romana, sino a los mismos Papas, que cual hiciera Sixto IV, empiezan a desbrozar el camino, y a manifestar, discreta y eficazmente su pensamiento, mientras muestran su desaprobación hacia unas posiciones difícilmente asumibles por un católico, como las del P. Feeney, y las de sus sucesores, los Hermanos Dimond.
Y como el mismo Sixto IV, y sus sucesores, también van prohibiendo que ciertos imprudentes, ignorantes y excesivos celadores del dogma vayan calificando a sus oponentes como herejes.
Como siempre, la gran escapatoria de los rebeldes a la voluntad expresada, aunque todavía no impuesta, de la Santa Sede, está en pretender que realmente no ha querido decir lo que dijo, o que había sido forzada, o que el Papa no sabía, etc…
Nuestro amigo Sofronio supone que el Papa Pio XII no tuvo conocimiento del acto de la Suprema Sacra Congregación encargada de la primaria labor de la Santa Sede, la defensa y exposición de la FE.
Eso es conocer mal el prudente proceder de la Roma auténtica:
El Papa, desde los días del glorioso San Pío V, es ex officio Prefecto de la Inquisición, por lo que el cardenal encargado de ese Dicasterio tomaba el nombre de Secretario, o Pro-Prefecto, por ejemplo, Ottaviani.
En calidad de tal, el Papa despachaba todos los Jueves, infaliblemente, en las audiencias llamadas de tabella, con los responsables principales, y aprobaba in forma specifica todo lo que tuviera contenido doctrinal, como es el caso de la carta al arzobispo de Boston.
Si por ventura fuera cierto que no había dado, por una u otra razón, su asentimiento, aun así, la polémica suscitada en los Estados Unidos con toda seguridad debió llegar a sus oídos, por ejemplo, por conducto del Card. Spellmann, uno de los más cercanos a la persona del Pontífice.
Si no se incluyó el texto en las AAS, fue por no infamar a la persona del P. Feeney, y permitirle llegarse a Roma para ofrecer las debidas explicaciones. A la vista de espíritu de rebeldía que presidía y aún preside las mentes y corazones de los sectatores de una mal entendida antigüedad, no quedó más remedio que hacerla pública.
Sólo les queda la cómoda escapatoria de todos los rebeldes y cismáticos cuando quieren justificar su resistencia: El Papa puede equivocarse, tolerar a sabiendas el error en materia tan delicada, durante siglos, e incluso ayudar él mismo a formularlo, como Pío IX…
Nos extraña poco la reacción de cierto obispo ortodoxo ruso, no precisamente de los menores, al leer una publicación de la FSSPX, en que venía expuesta esa postura de resistencia ante un Papa reconocido como verdadero pero errante: ¡Pero si piensan exactamente como nosotros! (Con 9 siglos de retraso)
Y, ni corto ni perezoso, hizo el viaje hasta Econe, para proponerles una unión con su Patriarca, preludio de una futura unión con una Roma más razonable y cercana a sus postulados eclesiológicos.
Ignoramos la conclusión de tan interesantes tractaciones, pero la reacción de alguien profundamente versado en esas cuestiones habla elocuentemente sobre ciertas derivas tradicionalistas, no exclusivas de la Fraternidad, puesto que hemos tenido el dolor de encontrarlas también en quienes se califican como sedevacantistas, y que hemos encuadrado en el epígrafe «sedevacantismo ilegítimo».
Extráñense luego de que todo un heresiarca como Müller los llame herejes, con todas las letras, si ellos mismos le dan amplia materia, lo mismo que al P. Iraburu.
Como de la burra de Balaán, la verdad salió de la boca del hereje en jefe, pero ni por esas se darán por enterados los partidarios de cierto obispo británico, hasta que los persigan como herejes por lo eclesiástico, y también por lo civil (revisionistas).
Que es precisamente lo que se pretendía desde el principio, en que se alentó el desarrollo mediático de la FSSPX para permitirle ir fagocitando los demás centros de resistencia, que no aceptaban su postura galicana, y proporcionar los mismos seudo-argumentos envenenados que los están llevando al despeñadero.
Ahora llega la alternativa: O condenados definitivamente como herejes, con las consiguientes persecuciones civiles por integristas y negacionistas, o asimilados por la sinagoga conciliar, aceptando las bondades del Concilio y lo demás…
Damned if you do, damned if you don’t.
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