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¿POR QUÉ UN PAPA NO PUEDE RENUNCIAR?
Una vez ha quedado claro que Benedicto XVI estaba firmemente decidido a renunciar, y que por esta semana, los ánimos van a conocer un cierto respiro, me parece oportuno traer aquí la reflexión de un autor italiano, Enrico María Radaelli,
sobre las profundas razones existentes en contra de la legitimidad de una decisión como la anunciada el 11 de Febrero del año en curso.
Son razones que van mucho más allá de los acontecimientos que nos ocupan y preocupan, porque se acercan mucho más al Logos eterno de Dios, que ordena todas las cosas con orden, peso y medida, y mucho más el Sumo Pontificado. Por eso pueden servir incluso para una situación futura en que un verdadero Papa pudiera verse tentado a renunciar, sin suficiente motivo.
Me parece también interesante, porque podrían constituir parte del argumentario utilizado por los «conservadores» en un futuro próximo, si es que se llegan a materializar alguna de las previsiones de cisma en el interior de la Iglesia Conciliar.
Aunque aptas para crear no poca polémica, de momento, las dejo sin el oportuno comentario, para que cada uno pueda llegar a sus propias conclusiones
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POR QUÉ EL PAPA RATZINGER-BENEDICTO XVI DEBERÍA RETIRAR SU DIMISIÓN.
NO HA LLEGADO TODAVÍA EL TIEMPO DE UN NUEVO PAPA PORQUE SERÍA EL DE UN ANTIPAPA.
Por Enrico María Radaelli
Traducción e introducción de Fray Eusebio de Lugo.
1. La renuncia.
El 11 de Febrero 2013, fiesta de la Virgen de Lourdes, el mundo escuchó petrificado el comunicado con el que el Papa Joseph Ratzinger-Benedicto XVI presentaba su dimisión, efectiva a partir del 28 del mismo mes, abandonando el altísimo trono de Vicario de Cristo, de Sumo Pontífice, de Obispo de Roma y del mundo.
Los motivos aducidos habrían tenido su origen en un sentimiento de reconocimiento racional y ponderado de la insuficiencia de la persona, de edad ya muy avanzada, que se hallaría en la imposibilidad de afrontar los deberes propios de un Sumo Pontífice «de nuestros días», es decir, insuficiente frente a la inmensa carga, siempre más pesada, cuando no verdaderamente insoportable, del altísimo oficio.
Todo el que desease expresarse podría contrastar en alguna medida, e incluso totalmente el punto de vista de personas religiosas de diversas sensibilidades, diferentes de la de aquél que ésto escribe, pero permítaseme exponer aquí mi convencimiento tomándolo tal como realmente es, y no como podría aparecer en el calor del discurso: Una muy posible conjetura, una hipótesis de trabajo; ciertamente, razonablemente convincente, adecuadamente argumentada-creo- lógicamente y scripturalmente, que no pretende ser perentoria, a no ser para solicitar que las personas tengan a bien parar un rato, como si pararan el sol por un día, y así, no permitir que lo irreparable-según la perspectiva que aquí voy a desarrollar-suceda de verdad.
En un consistorio ordinario de los lunes, casualmente transformado en fatídico, la catolicidad se vio de repente trastornada, desorientada, por una noticia realmente inesperada, con una sonoridad capaz de petrificar a cualquiera: «El Papa dimite». La nueva se esparció por el mundo en un suspiro, y rápidamente lo unió en la estupefacción.
2. LA ELECCIÓN DE PEDRO, ¿A QUÉ? A LA CRUZ DE CRISTO
El Papa dimite. ¿Dimite? ¿Y la madre de familia? ¿Y la luna? ¿Cayó también la luna? ¿Cómo que dimite el Papa?
De hecho, la carga asumida por un Papa es una carga en la que el sacrificio es «natura sua» indestructible, y una absoluta condición a priori respecto de cualquier otra consideración: «Simón hijo de Juan, ¿Me amas más que éstos? A lo que respondió: «Sí Señor, tú sabes que te amo». …Le respondió Jesús: » Apacienta a mis ovejas. En verdad, en verdad te digo, cuando eras joven, te ceñías sólo, e ibas donde querías, pero cuando seas viejo, otro te ceñirá, y te llevarás dónde no querrás». (Jn. 21, 15-18).
La cruz es el estado habitual de todo cristiano: Cristo, cruce de caminos entre Dios y el hombre, Imago de la Imagen de Dios para representar de parte del Cielo a Dios ante los hombres, y de parte de la tierra, a los hombres ante Dios; es el modelo ejemplar para cualquiera de sus seguidores. No hay seguidor de Cristo, no hay cristiano, a quien la cruz pueda serle aligerada, cuanto menos dispensada: A san Pablo, que solicitó al menos tres veces al Señor que le fueran aliviados los tormentos, respondió Cristo: «Te basta Mi Gracia. Mi poder se manifiesta plenamente en tu debilidad.» (IICor. 12, 9) Así como, al salir al huerto de los Olivos, aún se acordará de las decididas y valientes palabras de obediencia y sumisión del Divino Agonizante: «Padre Mío, si este cáliz no puede pasar sin que Yo lo beba, hágase Tu voluntad» (Mt. 26,42).
Consecuencias: Rebelarse contra la propia condición, rechazar la Gracia recibida, parecería, en un cristiano, de san Pablo hasta nosotros, – por no decir, desde Cristo hasta nosotros-, una falta (grave) contra la virtud de esperanza, contra la gracia y contra el valor sobrenatural de la aceptación de la propia condición humana, y más grave aún, si el que la comete desempeña funciones in sacris, cual es en verdad la situación, entre todas eminente, del Papa.
No argumentaré con el ejemplo de los centenares de Pontífices que aceptaron hasta el final su durísimo encargo: Los encontraremos por decenas, en los siglos más confusos y terribles de nuestra historia, elegidos al Sacro Solio quizás ya indeciblemente viejos, -y a menudo, maliciosamente, elegidos precisamente por estar viejos y muy achacosos- y los Papas lo aceptaron sabiendo perfectamente cómo la malicia humana procuraría aprovecharse de su ancianidad.
¿Quién no ha leído en los libros de historia de los Papas que los elegidos después de Gregorio X, fueron todos de brevísima duración, porque habían sido designados con la
maquiavélica intención de que, por causa de su extrema vejez y enfermedad, quedaran en el Trono Pontificio sólo l’espace d’un matin, para crear así una situación insostenible, que les permitiera dominar aún mejor la situación?
3. LA CRUZ DE LOS PAPAS EN LA HISTORIA.
Tampoco argumentaré con el ejemplo de los centenares de Papas que resistieron heroicamente a los abusos más desvergonzados, a las revueltas más procaces, a los tormentos más atroces: Indómitas encinas, y sin embargo, harto frecuentemente, con un físico de alfeñique, o menos aun, macerados muchas veces en largos años de intensos ayunos y verdaderas penitencias (Y es que en aquellos tiempos, las penitencias aún se mandaban, y se cumplían), la Iglesia ofrece bosques enteros de Papas fuertes estupendamente bien enraizados en el amor de Cristo; y en la Fe, de ese amor la sustancia más interior y más inflexible: Aquellas robustísimas encinas, como piedras permanecieron todas en su puesto a pesar de la violencia del viento y de las tormentas que sobre ellas y sus alrededores descargaban su furia -y por mucho que en sus corazones de carne, pudieran verse tremebundos cuanto se pueda concebir porque sabían lo que eran por sí mismos si no hubieran sabido que era el Señor el que de verdad los mandaba- incluso cuando se veían amenazadas con ser reducidas en astillas, o quemadas.
Ni argumentaré tampoco con las decenas y decenas de Papas propiamente y materialmente Mártires, porque sería demasiado fácil: Su sangre fue derramada a borbotones durante por lo menos tres siglos en favor del primitivo cristianismo ante plebe y emperadores que de buena gana les habrían reprochado además el estar aniquilando con su inútil resistencia a su peor enemigo, Cristo Jesús.. Y sin embargo, no por ello se sustrajeron al martirio, ni a las durísimas cárceles, ni a los trabajos forzados, sino que todo eso, lo asumieron con su misma intrépida, a la que vez que trémula carne. «Simón, ¿Me amas más que éstos? Sí , Señor, tú sabes que te amo. Apacienta a Mis ovejas». Que equivale a decir: «Simón de Juan, ¿Quieres unirte a Mí con un vínculo más fuerte que la muerte? Sí Señor, lo quiero. Gobierna pues lo que es Mío.» Ni siquiera la muerte puede rescindir un vínculo tres veces más fuerte que la muerte, un vínculo realmente especialísimo. No hay un vínculo entre Cielo y Tierra, entre Verdad y humanidad, más sólido e indestructible que éste preciso vínculo.
Así pues, no me serviré de los ejemplos que nos brinda la historia. Es en Cristo, en quien me voy a fijar.
La historia no es nada si no se le reconoce la íntima cualidad suya de revestir, cubrir, casi diría esconder, una esencia, la cual, sin embargo, la supera, le es superior, y la gobierna: Los Papas, muchos, muchísimos, se han sacrificado hasta dar su vida, y no sólo vertiendo su sangre, sino que muchos, la inmensa mayoría, se han entregado totalmente al amor total y totalizante por su Cristo y por su rebaño, rebaño que es suyo porque es de su Cristo. La historia de los Papas está llena de ejemplos extraordinarios de inmolación en aras de la Fe y del amor hacia su Jesús. La esencia revestida de historia, inmóvil y suprahistórica, es el amor divino que la ha generado, que fluye de Dios y que a Dios retorna a través de la inmolación de sus adoradores y seguidores.
Muchos, que no todos, decía, son los Papas «donantes de sí mismos»: Muchos, y no todos, porque la historia, esclava del diablo, intenta mil y una veces sustraerse al amor poderoso pero delicado de Cristo, y viene siendo arañada por las ñas y dientes del vil mentiroso, a pesar de que amor de Cristo sea mil veces más razonable y diezmil veces más persuasivo que la insignificante sugerencia de su feroz y muy astuto imitador.
4. PEDRO Y SU PRIMERA TENTATIVA DE DIMITIR DE LA CRUZ.
Sobre la Vía Appia antigua, cerca de su confluencia con la Vía Ardeatina, en tiempos de la primera persecución de Nerón, las Actas de Pedro, aun apócrifas, narran la historia de un Pedro desertor, y que, poseído por el miedo, aterrorizado por la ferocidad de Nerón, desencadenada como el fuego contra la nueva secta de los cristianos, temiendo perder en breve la vida, corre por la carretera que lleva hasta Bríndisi, para embarcarse allí dirección Israel, hacia Jerusalén, pero se encuentra con Jesús, que camina en dirección contraria, hacia la Urbe: «¿Quo vadis, Domine?» ¿Dónde vas, Señor?, le dice, estupefacto. Y Jesús le responde: «Voy a morir en tu lugar, Simón».
Iglesia del «¿Domine quo vadis? situada donde habría tenido lugar la escena
Noten bien: Simón, no Pedro. El desertor ya no es digno de llevar el nombre que el mismo Cristo le ha conferido, Cefas, Piedra, Roca, la Infalible certeza de la altísima Verdad. El pávido egoista y a la vez tan humano Simón, que habría recibido sin duda alguna la más total comprensión de parte de los Bortoli, de los Galli della Loggia, de los Magris, Mancuso, Mauro, Melloni, Scalfari, en breve de los liberales de todo el mundo, dentro y fuera de la Iglesia, ya que, al parecer, su gesto se hacía «por el bien de la Iglesia», un gesto de gran libertad y ardiente valentía, «un gesto profético», como dulzonamente susurran los más notados entre los mismos laicistas, se encuentra desnudo con su antiguo nombre de pescador de nada, Simón, un hombre bajado de la Cruz.
Pero quien sabe si un tal hombre no se ha soltado, al mismo tiempo, también de la Providencia del Cielo…
He aquí lo que sucede cuando un Papa (pero también un obispo cualquiera, o un clérigo entre tantos, diría incluso, el último de los fieles) huye del lugar donde lo ha puesto Cristo a penar, sufrir, y quizás, a morir, ahí, en su puesto.
El hecho es que ese sufrimiento, alguno lo debe soportar, y lo debe soportar, porque lo bebe ofrecer, porque el mal no debe perderse: El mal, todo y cada uno de los males, debe ser redimido, recatado, es decir, no sólo se ve recogido y transmutado en el bien original que era, sino que, con el advenimiento de Cristo, sirve a la plenitud del bien divino, y de ese bien divino va preñado.
Cristo ha llevado la Cruz del mundo para suprimir, «clavándolo en la Cruz» (Col 2,14), el mal del mundo, como dice el salmo: «Los insultos de los que te injuriaban han caído sobre mí» (Sal. 69, 10): El mal, inane insulto de los demonios y del infierno a la maravilla de la obra de la Creación llevada a cabo por Dios Padre, ha recaído íntegramente sobre la Cruz de Su Hijo, todo él, siendo así que ella ha recolectado todo el mal del mundo y lo ha clavado en sí misma. Todos los fieles de Cristo se dejan compenetrar por el deseo del amor de entrega que los empuja a participar en crucificadora plenitud en su Sacrificio aunque sólo sea, con su simple vida cotidiana, con actos banales como pueden ser aguantar los transportes públicos en hora punta, afrontar el frío y el hielo para cumplir el propio deber, e incluso algo más, no responder a un reproche injusto, preparar la mesa con amor incluso cuando el fin de la jornada se hace especialmente cuesta arriba, siempre dispuestos a aceptar la inmolación a través de actos crecientemente heroicos-públicos o privados, no importa- siempre en el ofrecimiento más generoso de uno mismo, en la obediencia incluso hasta el extremo a la Ley de Dios y a cualquiera de sus voluntades, clavándose pues, de un modo u otro a la cruz con Él, y así, traspasados con los mismos clavos de los insultos demoníacos, vencerlo en todos los instantes de nuestra vida.
Aquí no nos estamos interrogando sobre cuales puedan ser las razones de un repliegue, porque, o se atiene uno a las razones aducidas oficialmente: «He llegado a la certeza de que mis fuerzas, por causa de mi avanzada edad, no son ya proporcionadas para ejercitar adecuadamente el ministerio petrino»- , O si pueden abrir la puerta a las conclusiones más fantasiosas, sino que nos vamos a centrar en EL punto fundamental: Si la dimisión constituye o no constituye un bien para la Iglesia, esto es, si no será un vulnus, una herida moralmente lacerante, en vez de la única vía capaz de asegurar la prosecución de su camino de evangelizadora y santificadora del mundo.
5. ¿Es la dimisión de un Papa conveniente dado el momento histórico en que se encuentra la Iglesia?
Ante la Iglesia se han desarrollado unos conflictos teológicos de creciente gravedad, las herejías más antiguas y peligrosas se han levantado como serpientes que de nuevo alzaran la cabeza delante e incluso en el fondo mismo de las iglesias de todo el mundo, sin que pastor alguno las reconociera, las señalase, las fulminase; la absurdez de la libertad de Rito ha desaparecido para los altares del orbe católico rompiendo contra la pared el único Rito que habría tenido, y de hecho, todavía tiene, la fuerza de combatir y de vencer al liberalismo y al modernismo desdogmatizante por ahora triunfante en todas partes; por no hablar de aquellas terribles, escuálidas y odiosas gangrenas en las que se han visto envueltos, y se ven todavía, centenares de sus pastores, y entre éstos, incluso los que deberían demostrar una celestial integridad debido a su contacto con la pureza infantil; surgen, en fin de todas partes, por ejemplo, de las hasta entonces insospechadas
voces de los cardenales de alta visibilidad y todavía mayor progresismo, como el difunto card. Martini, y en general a día de hoy, diría que afectan a la casi totalidad de la universalidad católica, la cual habiendo sufrido en los últimos cincuenta años la protestantización latente del rito desdogmatizado conocido como Novus Ordo Missae, no pide ahora sino uniformarse, en las costumbres, con las doctrinas naturalistas previamente absorbidas y debidamente asimiladas.
Así que, como decía, esas serpientes salen de todas partes, ahora en forma de requerimientos exigiendo que las costumbres católicas inspiradas en valores sobrenaturales, se reduzcan a las promovidas por los laicistas, de inspiración puramente naturalista, elemento éste último, sin duda el más vistoso, y quizás, desencadenante de todos los demás.
La huella naturalista se halla diseminadísima en la iglesia de hoy (Vean por ejemplo Comunión y Liberación), el sentir semiprotestante, predominante, (Vean Bose, Taizé, Sant’Egidio, los Neocatecumenales, y los focolares), y las anchas franjas de católicos íntegros que todavía de buena gana estarían dispuestas a rechazar tanto la una como la otra, se muestran tímidas, inconcebiblemente temerosas ante la potente y atrevida voz de los laicistas y libertarios, los cuales, tanto al exterior como al interior de la Iglesia, dictan la ley, en este sentido de que, habiéndose apropiado de los registros académicos, así como de los departamentos de filosofía, ciencia, cultura, pedagogía, de todas las artes y de los medios de comunicación, imponen como buenas y verdaderas, como naturales, esas leyes tan voluntaristas y palmariamente antinaturales que resultan indecentes hasta para los mismos que las promueven.
De ahí viene finalmente las exigencias de revolucionar las costumbres dando por ejemplo la comunión a las parejas de divorciados vueltos a casar, concediendo el matrimonio a las personas del mismo sexo, el derecho de las mismas, una vez casados, a adoptar niños, por no hablar de las pretensiones que ya muestran en el vastísimo y delicadísimo campo del derecho a la vida, amenazado de la cuna a la tumba por exigencias germinadas en el estiércol del naturalismo más desenfrenado. Por cierto, ¿A qué llamarlo con ese nombre? No es más que puro y desenfrenado egoísmo.
Todas estas varias mareas, que sobre ambos planos, el teórico y el práctico, hace ya tiempo que han estallado en la Iglesia de después del Vaticano II, que abrió las puertas de la doble inundación una vez trasformó el lenguaje de la Iglesia, de naturaliter dogmático que era, a simpliciter pastoral, o ni siquiera eso, como demuestro en mi libro, recientemente publicado
pulverizando de tal modo el único dique verdaderamente eficaz que habría podido y debido tener la Iglesia en su defensa frente a los ataques del demonio y del mundo, comprometiendo así el futuro del hombre, de la civilización que lo crea, de la historia, de todo y todos, en su manera de concebir la realidad.
Aquí se debe entender bien, según lo veo, que realmente no es éste el momento adecuado para presentar una dimisión -si es que hay algún momento oportuno, que ya veremos que no- nada menos que de Vicario de Cristo. La Iglesia se encuentra bajo el
fuego enemigo como nunca antes, y el timonel, a la vista de los argumentos aducidos, debería mantenerse firme, a pesar de todo, en su puesto de timonel.
A Dios el sumo timón, Él sabe medir sus fuerzas y las nuestras, y eso basta.
6. LA DIMISIÓN DE BENEDICTO XVI, EL CONCILIO, Y EL CONCEPTO DE AUTORIDAD.
La dimisión de Benedicto XVI se encuadran en ese escenario hipodogmático, de bajo perfil veritativo, en aquello que Romano Amerio llamaba «la desistencia de la autoridad», donde dominan los gestos y los lenguajes artificiales, los gestos y el lenguaje de madera, fingidos, irreales, transplantados desde el mundo hasta el interior de la Iglesia con ocasión del gran parlamento de hace 50 años, tanto en el terreno del lenguaje magisterial, como en el de la liturgia, el de los nuevos medios de comunicación a los que el Magisterio se va acercando con una cierta dosis de ingenuidad, como la Bienal de Venecia o twitter, siempre buscando conectar con la sociedad, o en el de las irrevocables decisiones del Supremo Pastor: Magisterio pastoral post-vaticano II, novus ordo missae, y dimisión papal son tres eventos de los que marcan una época, grandiosos, anormales, cuyas consecuencias se van a hacer sentir por decenios, o fugaces como el relámpago, porque o bien se quedan sin ejercer influencia alguna de importancia, o bien se quedan en abortos de acontecimientos, desconectados e ignorados por la realidad.
Los motivos por los que son «de madera», como he dicho, los lenguajes del magisterio y la liturgia posconciliares, los explico exhaustivamente en mi libro El mañana del dogma; pero los motivos por los que la presente dimisión papal también lo es, los expondré ahora: Considero que el canon 332.2 del Código de Derecho Canónico, en que se trata de la renuncia al triple munus previamente conferido (abandono del munus docendi, del munus sanctificandi, y del munus regendi), no por nada querido por aquél Papa que Dante tacha de cobarde (Inf.III.60), Pietro da Morrone-Celestino V, usa absolutamente del poder que se le ha conferido, de monarca sumo y absoluto, pero es un canon que pone al papado en contradicción consigo mismo, y ésto, a mi juicio, no es posible.
7. EL CONCEPTO DE “PODER ABSOLUTO DEL PAPA”.
En realidad, ni siquiera Dios usa absolutamente de su poder absoluto, ni podría, sino que siempre lo usa relativamente, como bien explica santo Tomás de Aquino, que recuerda en primer lugar:”Nada se opone a la razón del ente, sino el no-ente”, y sigue: “”Así pues, a la razón del posible absoluto, objeto de la omnipotencia divina, repugna sólo aquello que implica en sí simultáneamente el ser y el no-ser. Y esto se halla, de hecho, fuera del ámbito de la omnipotencia divina, no por defecto en el poder divino, sino porque no tiene naturaleza de cosa factible o posible. Así, queda claro que todo lo que no implica contradicción viene contenido entre aquellos posibles respecto de los cuales se dice que Dios es omnipotente.” (S.Th. I, 25,3)
Sólo la noción de Dios que tienen los musulmanes es una noción absolutista, porque para ella, dios es omnipotente en el sentido de que puede querer, incluso, no ser Dios, tal es su ilimitado poder. Pero santo Tomás muestra que Dios, Ser totalmente en acto, no puede querer lo que repugna a su propio ser: Él, el Ser, no puede querer no ser (y ni siquiera lo puede pensar).
Sólo un Papa, se nos dice, tiene el poder de dimitir, pero yo digo que ese poder, ni el Papa lo tiene, porque sería el ejercicio de un poder absoluto que contrasta con el Ser de sí mismo, un poder de no ser lo que se es.
Ahora, imponerse a sí mismo el no ser sí mismo es imposible, como acabamos de ver en el caso del mismísimo Dios, y por la misma razón: No cabe oposición de contradicción en el Ser.
Un ojo no puede decidir volverse ciego, ni un pie decidir paralizarse. Reciben de otros, respectivamente la vista y el movimiento, y de otros recibirán también su fin. Cierto es, otros son los originadores, y otros los destructores, como en el caso del Papa, donde los dadores de su ser son los cardenales electores, mientras que el que se lo quita no es otro que Dios, pero, como podemos ver, los sujetos: ojo, pie, o Sumo Pontífice, que son perfectos en cualquiera de sus formas específicas de ojo, pie o Papa, son totalmente impotentes para recibir o verse privados por su propia mano y voluntad de su propia vida y subsistencia.
¿Qué quiere decir realmente “ser Papa”? Hélo aquí: Así como el sacerdote recibe un status, una marca, -la Orden sacerdotal- que permanece in aeternum, porque recibe del obispo la participación al sacerdocio de Cristo que es un sacerdocio eterno, así también la papalidad recibe de Cristo un munus espiritual: La vicariedad de Cristo Cabeza de la Iglesia in aeternum, que sólo Dios puede quitar. Y Dios la quita únicamente con la muerte. Pero la quita solamente al cuerpo que muere, pero no al alma que no muere. Es sólo en este sentido que se puede afirmar que Dios hace bajar de la Cruz: Porque el cuerpo ha dejado de sufrir.
Los poderes que implican la eternidad pueden ser interrumpidos sólo materialiter, pero no substantialiter, porque quien es consagrado sacerdote, permanece sacerdote por toda la eternidad, sea que haya sido elegido post mortem para el reino de los Cielos, o que por el contrario, haya sido precipitado en las llamas eternas del infierno.
En la Iglesia existe un solo sacerdocio en Cristo, como sabemos, pero los grados del sacerdocio son dos: Uno universal, del que participan todos los bautizados, y uno sacramental, conferido a través del Orden. Pero incluso este grado del sacerdocio, metafísicamente hablando, uno es el de todos los clérigos, mientras el otro es el que se confiere ad personam, únicamente al Vicario de Cristo, al Papa, en virtud de su vicariedad: Él solo es el representante de Cristo sobre la tierra.,
El Papa recibe de Dios ad personam un vínculo místico entre sí y el Cuerpo Místico de la Iglesia, vínculo que lo une a ella con un ligamen divino único, que absolutamente ningún otro miembro de la Iglesia tiene, vínculo que la une con el amor divino, ligamen, pues, divino, pues que la une a Cristo mismo.
Ese vínculo, tres veces anudado en torno al Ser por el nudo perentorio de la respuesta “Señor, tú sabes que te amo” a la igualmente perentoria pregunta de Cristo “Simón hijo de Juan, me amas?”, es un vínculo que sólo la muerte puede disolver. Pero repito, esa disolución es puramente material: El amor proclamado y por ende, afirmado como un “hecho dado por el ser mismo de las cosas”, en el Ser permanece, y ello, eternamente. Ese es el carisma de Pedro.
8. LA DIMISIÓN DEL PAPA ANTE LA LEY CANÓNICA Y ANTE LA LEY METAFÍSICA DEL SER.
La dimisión es algo legalmente permitido, el canon imaginado por la misma persona que había madurado la voluntad de renunciar configura sus modalidades. Pero cabe decir que la institución de la dimisión jamás ha sido objeto de una investigación en su conformación metafísica, por lo que todos han pensado que los Papas podían dimitir del poder absoluto de monarca que todo lo puede, sin distinguir -como sí lo hacía santo Tomás- entre potencia absoluta en sí misma y potencia absoluta relativa a la razón del ente, es decir, al principio de no-contradicción.
La dimisión es algo impermisible tanto metafísicamente como místicamente, porque en la metafísica se halla ligada al nudo del Ser, que no permite que una cosa sea y no sea a la vez y bajo el mismo aspecto. En cuanto a la mística viene ligada al nudo del Cuerpo Místico que es la Iglesia, por el que la vicariedad asumida con el juramento de la elección sitúa al Ser del electo sobre un plano ontológico no accidentalmente, sino sustancialmente diferente del que abandona: Pasa del plano ya sublime del sacerdocio sacramental de Cristo, al plano aún más sublime, en los ámbitos metafísico y espiritual, de Vicario de Cristo.
Así pues, la ley canónica se ve superada una vez más por la ley metafísica, lo que equivale a reconocer que la historia (la ley positiva pertenece a la historia) una vez más ha sido superada por la metafísica, por la ontología, es decir, por la verdad de las cosas, por la ley natural, en primer lugar, por el principio de no-contradicción, al que todo ser debe absoluta obediencia.
No considerar estos hechos constituye a mi parecer un golpe mortal al dogma, entregar su dimisión es tanto como perder el nombre universal de Pedro y regresar al ser privado de Simón, pero eso no puede ser, porque el nombre de Pedro, Cefas, Piedra, Roca, ha sido dado sobre un plan divino a un hombre que, recibiéndolo, ya no es sólo sí mismo, sino que “es Iglesia”: “Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré Mi Iglesia” (Mt. 16, 18).
El dogma rechaza el golpe, y no se resiente, porque el hecho no ha sido formalizado dogmáticamente, pero la Iglesia sí se resiente en su aspecto humano, que de hecho acusa el golpe manifestando una extrema confusión, una postración y turbación verdaderamente insuperables que se han ido extendiendo por todo el cuerpo de la catolicidad.
9. EL CONFLICTO ENTRE LEY CANÓNICA Y LEY METAFÍSICA TIENE COMO CONSECUENCIA LA CREACIÓN DE UN ANTIPAPA.
Sin contar con que se esté realizando la probabilidad de que, dejando que una ley positiva permanezca en el ordenamiento canónico a pesar de hallarse en total contradicción con una ley metafísica que le es superior y que debería gobernarla, esto nos lleva a consecuencias todavía más graves, que van más allá de la implicada en el propio acto posibilitado por esa ley: No pudiendo en verdad dimitir el Papa autodimitido, el Papa que venga, aún a su pesar, en realidad metafísicamente hablando, lo que quiere decir, en su realidad más profunda, y que de por sí sobrepasa toda ley histórica, no será más que un antipapa. Sin duda reinante, él, el antipapa, en vez del
verdadero Papa, ya dimitido. Hemos vuelto al siglo de los Guiberto y Maginulfo, pero en más grave, por lo que hemos conseguido que nuestro siglo sea todavía peor que el suyo.
La Iglesia está corriendo hacia el naturalismo, y esta dimisión papal, separando todavía más a la Iglesia real de su ideal metafísico, del que depende, la acercan un poco más todavía a la boca del abismo. Que esa frontera sea una de las que no admiten retorno, como demuestro en mi libro “el mañana-radiante o terrible- del dogma”, no quita el peligro, sino que lo acentúa, porque el mundo y el diablo, actúan ya como estando seguros de la victoria.
10. CONCLUSIÓN: RETIRAR LA DIMISIÓN.
¿Se puede sugerir a un Papa lo que éste debe hacer? Por regla general, no parece lo más apropiado, sería en verdad cosa realmente inconveniente. Pero el momento es de tal gravedad, de carácter tan extraordinario, y ha causado tal turbación, que se hace necesario atreverse a hacer lo que en tiempo ordinario está prohibido, y que voy a consumar ahora: Atreverme a poner sobre el tapete ante el más alto Trono de esta tierra lo que considero un dato que debe ser considerado con la máxima atención, y ello sin demora y antes de que sea tarde, y se cumpla lo ineluctable: Antes de se cumpla un acto legal, sí, pero metafísicamente “repugnante”.
Mi consideración final será pues ésta, y la presento tras haber supuesto todas las presuposiciones sobre el valor absolutamente científico y por ende totalmente hipotético de mis observaciones y argumentos, así como el sumo respeto debido tanto a la persona como, mucho más todavía, a la figura del Sumo Pontífice.
El Papa Joseph Ratzinger-Benedicto XVI no debería dimitir, sino que debería volver sobre esa decisión reconociendo su carácter metafísica y místicamente inefectuable, y consiguientemente, legalmente inconsistente.
“Cristo fue tentado tres veces en el desierto por el diablo –dice san Agustín comentando el salmo 60- pero en Cristo, estabas tú también siendo tentado. Porque de ti ha tomado Cristo su carne, para que tu tomaras de él la salvación; de ti tomó la muerte, para que de él tomaras la vida; de ti tomó la humillación, (la fragilidad, la pequeñez, la ineptitud), para que de Él pudieras recibir la gloria (sobre la Cruz), y del mismo modo, Él tomó sobre sí la tentación, para que tu pudieras recibir la victoria”.
11. EL VERDADERO ACTO DE VALENTÍA, ESCÁNDALO DEL MUNDO, ES NO BAJARSE DE LA CRUZ BAJO NINGÚN PRETEXTO.
Teniendo estas consideraciones en mente, no es esta dimisión, sino más bien su retirada, lo que constituiría un fenomenal acto de valor sobrenatural, y Dios sabe cuanto necesita la iglesia de un Papa sobrenaturalmente, y no sólo naturalmente, valiente. Un Papa al que no se le acercan los liberales de toda la tierra, sino los ángeles de todos los Cielos. Un Papa mártir más, joven leoncillo del Señor, lleva más almas al cielo que cien Papas dimitidos (lo que inevitablemente serán los papas del futuro a partir de ahora).
Acto pues dictado por argumentos sobrenaturales, reconociendo que de la Cruz gloriosa no se baja uno, porque en verdad es imposible bajarse. Mejor aún, porque, incluso tentados, no es ése el camino que hay que tomar, la carretera que parece
entreverse no es una verdadera carretera, sino un sendero de nubes, de nada, y que el que menos puede recorrer esa inconsistente senda es precisamente la persona del Papa: La propia libertad de uno, y mucho más si es la libertad de un Papa, está clavada a la voluntad divina, única, poderosa y verdadera realidad que sobre la Cruz mística ha consentido tener consigo el Vicario de Cristo.
Enrico María Radaelli
Milán, 18 de Febrero 2013.
San Simón, obispo.
Traducción: Fray Eusebio de Lugo.
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Don Enrico María Radaelli es un católico de buena fe que falla donde fallan casi todos los católicos de buena fe en comunión con Roma. Ellos se espantan de la pérdida de la Iglesia y vuelven sus ojos y sus corazones hacia el Papa. No han comprendido que los Papas, desde la muerte de Pío XII, no son sino los generales de los ejércitos enemigos, ya dentro de Roma y reinantes en ella. «¡La dimisión del Papa no puede ser! ¡Es algo metafísicamente inconcebible!» clama Radaelli. ¿No ve que el Papa en efecto ha dimitido? La realidad los golpea y ellos no la ven. Excogitan explicaciones trabajosamente fundamentadas para establecer que un Papa no puede dimitir. Pero Ratzinger dimite, y ellos se ven entonces incapaces de sacar las consecuencias naturales. Estamos como ovejas sin pastor. La única diferencia entre unos y otros está en que unos ya han visto al pastor degollando a las ovejas, y otros o no lo han visto o si lo han visto hacen como si no, porque he aquí que el pastor ha prometido pastos abundantes y frescos, pero no para el otro mundo, que queda lejos, sino para éste.
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Consciente de minha pequenez, eu choro com Nossa Senhora em La Salette ao ver tantos homens bons gastando tempo e verbo já por tantas décadas tentando justificar homens e atos ímpios. Isso não é Caridade.
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(Nota al margen del apreciable Frisgo:
Que los lectores recuerden que ratzinger dimitio y no dimitio… Dijeran los «perplejos», que su renuncia es «ambigua» porque si bien su boca emite la palabra «renuncia» sus actos indican lo contrario: trajecito blanco, «su santidad» (que es el titulo del papa), «PAPA (emerito, eso si, pero, papa al fin y al cabo)», documentos con latinazos, y un discurso final donde dice clara y ambiguamente que «el siempre es para siempre»…
Asi que no lo ‘den de baja’ aun… )
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Las verdaderas razones de la renuncia del papa benedicto xvi http://bit.ly/2kOxdOO
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Sí pero el Señor, lo dice a su apóstol, san Pedro, no, al pervertido y miserable, Caifas, en tiempos de una sinagoga-templo pervertidos, y de un rey de Judea, idumeo, como el clan, Herodes, quien colocaba a sus sumos, pontífices, saduceo, similar a francmasones. cabalistas, o iluminati. Fue el Padre Luigi Villa,(18 de noviembre de 2012) el clero fiel, porque la Iglesia puede condenar, y si son francmasones cabalistas, o iluminati, no son de la Iglesia. La ramera de apocalipsis ya está condenada, por eso es de perdición. S.S.san León XIII. Chiesa Viva.
Profecías de la Beata Ana Catalina Emmerich sobre los Últimos Tiempos.Sinceramente impresionante. Gracias.
https://bibliaytradicion.wordpress.com/tradicion/profecias-de-la-beata-ana-catalina-emmerich/#3.16https://bibliaytradicion.wordpress.com/tradicion/profecias-de-la-beata-ana-catalina-emmerich/#3.16
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El pacto entre dos lores.Uno de la perfida Albión, y otro alemán, En tiempos que se intenta decir que Palestina no existía, y eso no es cierto. El estado de lord Mayer Bauer, Rothschild, de la estrella de renfhan roja ,cuya dinastía nace en el año 1500, descendiente del reino del rey bulan de Khazaria, dueño, de la masonica, corte penal internacional, de la casa de teosofía gnostica luciferina, en la tierra deicida.1992. Son los grandes jueces y dueños del mundo. Por lo que tengo entendido, en esa corte de justicia, no ingresa clero católico ni cristiano. Por lo que la ramera de Babilonia, francmasonería luciferina, se ha colocado, en el lugar del Señor unico Juez. Y la iglesia conciliar, calla. SS.san Pío X. no.
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La vida de Nuestro Señor, Jesucristo y de su Madre Santísima. por la Ven. Ana Catalina Emmerick. Desde el nacimiento de María Santísima hasta la muerte de San José. Tomo II. La sagrada familia. Los santos y justos., de Apocalipsis.XX,II, Gracias.
https://bibliaytradicion.wordpress.com/2011/06/16/%C2%ABla-vida-de-jesucristo-y-de-su-madre-santisima%C2%BB-por-la-ven-ana-catalina-emmerick/
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