
Anacleto II
Me ha parecido muy interesante el artículo que aparece en Radio Cristiandad por OSKO. Hay algunas expresiones en su artículo que me parecen rechazables como llamar a Anacleto «legítimo» desde el punto de vista canónico. Por otra parte hay alguna confusión sobre números de cardenales etc.. También hay que reconocer que la elección de Anacleto y de su rival Inocencio está llena de complejidades que sólo se entienden en el contexto de las luchas por el poder entre las poderosas familias romanas. Además el estigma de judío con que se obsequia a Anacleto debe referirse a su origen por un bisabuelo judío converso que logró una gran fortuna y poder. La pregunta es si además de este origen puede afirmarse que caían dentro de la definición de «marranos» o falsos conversos que más tarde se haría célebre en España.

Inocencio II
La importancia de los hechos históricos que nos recuerda el siguiente artículo, que por ser instructivo para nuestro tiempo traigo al blog, reside en que en el reconocido antipara Anacleto II concurrían cosas como la aparente y falsa legitimidad al haber sido elegido unos cardenales de dudosa mayoría (?), el haber reinado ocho largos años en ROMA, la SEDE de Pedro, el haberse beneficiado de fallos militares importantes de los oponenentes, el reinar con la aceptación romana y aun italiana, [objeto de la liberalidad y sobornos de Anacleto]el no estar en entredicho cuestiones de Fe, y sin embargo…era un antipapa. según la Iglesia lo reconoció más tarde y también su sucesor, el antipapa Victor IV. Sin duda al artículo le falta aludir a cuestiones monetarias que llevaron a los cardenales a dar su voto a Pierleone, y también al ejercicio que de su cargo hizo Anacleto, mediate sobornos, extorsiones etc… Con todo el origen judío de Anacleto, al venir de una familia de ” marranos” [cosa discutible pues oficialmente era judío solamente un bisabuelo]… tiene paralelismos importantes e instructivos para nuestros días después de tres pontífices de origen netamente judío. La entrada podrá ser apostillada y enriquecida por algún comentario que profundice en los hechos narrados y al mismo tiempo sirva de luz en nuestros aciagos días.
La lectura de la referencia de la wikipedia italiana es más completa que otras notas biográficas. La traigo en el tercer lugar [y omito su traducción salvo la de algunas palabras] de las citas
Seguidamente traigo lo que dice el libro «Misterio de Iniquidad» [puede descargarse en la barra lateral] en 3.1, 1/3, del que traigo los siguientes extractos.
“Se llama antipapa a toda persona que ha tomado el nombre de papa y ha ejercido o pretendido ejercer las funciones sin fundamento canónico. El antipapa puede ser, sea
un papa elegido de forma no canónica, sea (,,,), un competidor designado en condiciones dudosas ante un papa regularmente elegido (…), sea también un intruso que
se afirma por la fuerza en el pontificado. (…) En la Antigüedad y en la alta Edad Media, se recurría sobre todo al término “intruso”, a la vez invasor y usurpador (invasor,
pervasor, usurpator); más raramente, como más tarde, a aquellos de “heresiarcas” o “cismáticos”. Los antónimos de “papa” aparecían bastante a menudo: “falso papa”
(falsus papa, adulterinus papa), “pseudo papa” y aún el helenismo “catopapa”[En griego, κατω = de abajo, salido de los infiernos o del reino de los muertos. Catopapa = papa muerto. (Philippe Levillain: Dictionnaire historique de la papauté, París, 1994, artículo “antipapa”).
Un antipapa no es un verdadero papa, sino un usurpador elegido irregularmente y, en consecuencia, no reconocido por la Iglesia romana. Es un impostor sin autoridad ni asistencia del Espíritu Santo.
Usurpar la tiara es un pecado gravísimo. Santa Catalina de Siena hizo muy violentos reproches a los tres cardenales italianos, culpables de haber abandonado “al
Cristo sobre la tierra, el papa Urbano VI” para reunirse al antipapa y a los cardenales cismáticos. La santa acusa: “Demonios encarnados han elegido al demonio” (Letre 31,
in : Rohrbacher, t. IX, p. 41).
En el tomo I de las Actas de San Pío X (Bonne Presse, París) se encuentra la lista cronológica oficial (Annuario pontifico) de los papas y antipapas, lista que hemos
completado con informaciones suministradas por Guérin (Les conciles généraux et particuliers, Bar-le duc 1872) y Rohrbacher (Histoire universelle de l’Eglise
catholique). A partir de esto, hemos establecido una estadística sobre diecinueve siglos de papado, con exclusión del siglo XX.
Sobre un total de 300 (100%), había allí:
– 244 papas legítimos (81%)
– 56 impostores (19%), de los cuales 45 antipapas (15%) y 11 papas dudosos (4%). “Papa dudoso = dos o aún tres pretendientes a la tiara, pero no se sabe
cuál es el papa legítimo (sobre todo al tiempo del gran cisma de Occidente 1378-1417, en que los “papas dudosos” de Aviñón , de Pisa y de Roma se
hacían mutuamente competencia). “Papa dubius, papa nullus – Un papa dudoso es un papa nulo”.
Entre los pretendientes a la tiara, un hombre sobre cinco (¡!) era ilegítimo o dudoso.
Sobre diecinueve siglos (100%), la Iglesia ha conocido 12 siglos (63%) con antipapas o papas dudosos y 7 siglos (37%) sin antipapas ni papas dudosos. ¡Los siglos
“con” son mayoría!
“ANACLETO II”
“Anacleto II (1130-1138) era un “marrano”, es decir un falso convertido de origen judío. Su familia, los Pierleoni, había acumulado una enorme fortuna gracias a la usura,
lo que le permitió promoverlo al cardenalato. Devenido cardenal, expolia a las iglesias, y con este oro sobornó a otros cardenales en vista de un futuro cónclave. El papa
Honorio II, ya moribundo, viendo que el bloque judaizante era preponderante, redujo el sacro colegio a ocho cardenales[esto es algo confuso pues otros hablan de una comisión que dirigiera el cónclave pero no exclusivamente electores] eliminando así buen número de cardenales partidarios de Pierleoni. Los electores legítimos eligieron a Inocencio II. Algunos días después, Pierleoni, habiendo seducido a los dos tercios de los otros cardenales, se hizo elegir (anti)papa, bajo el nombre de “Anacleto II”.
Según los contemporáneos, “Anacleto II” expolia las iglesias. Citemos a uno de ellos, el padre Ernold: “Cuando los malvados cristianos que le seguían rehusaron
destruir los cálices y crucifijos de oro, para fundirlos, Anacleto hizo ejecutar este plan por los judíos. Estos últimos aniquilaron con entusiasmo los vasos sagrados y los grabados. Estos objetos fueron vendidos y gracias a este dinero (…), Anacleto fue capaz de perseguir a los partidarios de Inocencio II” (Maurice Pinay: Verschwörung gegen die Kirche (Complot contra la Iglesia), Madrid 1963, p. 547).
Inocencio II debió refugiarse en Francia. San Bernardo intenta sumar a Inocencio II a las dos potencias mayores de Europa, Alemania y Francia. Escribió al emperador
alemán Lotario en 1135: “Es una injuria para Cristo que un hombre de origen judío esté sentado en el trono de Pedro” (carta 139, in: Sancti Bernardi opera, Roma 1974,
t. VII, p. 335 o Oeuvres complètes de saint Bernard, París 1865-1867, t. I, p. 261). San Bernardo intervino en el concilio de Estampes (1130), convocado por el rey de Francia,
Luis VI el Grande : el rey sostuvo entonces a Inocencio II, San Bernardo hizo fracasar las tentativas diplomáticas de “Anacleto II”, que se vanagloriaba de “ recuperar para la
Iglesia la pureza de los primeros tiempos”, obrando reformas (¡!).
San Norberto defiende la causa del papa legítimo en el concilio de Wurzburgo. El episcopado alemán se une a Inocencio II. Luego del gran concilio de Reims en 1131,
presidido por Inocencio II y San Bernardo, los obispos de Inglaterra, de Castilla y de Aragón reconocieron, ellos también, al verdadero papa. “Anacleto II” tenía para él a
Italia y Sicilia.
De acuerdo a los consejos de San Bernardo y San Norberto, el emperador Lotario emprendió una cruzada contra el usurpador, pero fracasa. En 1135, Lotario se pone en
ruta nuevamente hacia Roma, lo que le agradece el papa legítimo en una carta: “La Iglesia, inspirada por Dios, te ha elegido como legislador, tal un segundo Justiniano, y
ella te ha elegido para que combatas la infamia herética de los judíos, tal un segundo Constantino” (in Pinay, p. 551). Esta segunda cruzada fracasa igualmente y el antipapa
permanece en la Sede de Pedro hasta su muerte (25 de enero de 1138) “Damos gracias a Dios que ha hecho desaparecer a este miserable en la muerte” exclama entonces San
Bernardo.
Biografía según The Catholic Enciclopedia
«El título fue tomado por el cardenal Pietro Pierleone en la discutida elección papal del año 1130. La fecha de su nacimiento es incierta; murió el 25 de enero de 1138. Aunque los Pierleone eran considerada una de las más ricas y poderosas familias senatoriales de Roma, y aunque habían apoyado firmemente a los Papas en los cincuenta años deguerra por reforma y libertad, sin embargo, nunca se olvidó que eran de extracción judía y que se habían enriquecido y llegado al poder por la usura.
El abuelo del cardenal, llamado León en honor al Papa León IX, quien le había bautizado, fue un fiel seguidor de Gregorio VII; el hijo de León, Pedro, del que la familia adquirió el apellido de Pierleoni, se convirtió en el líder de la facción de la nobleza romana enemistada con los Frangipani. Su ataúd de mármol puede verse todavía en los claustros de San Pablocon sus pomposas inscripciones que exaltan su riqueza y numerosa prole. Intentó instalar a su hijo como prefecto de Roma en 1116, apoyado por el Papa, pero se le opuso el partido contrario con motines y derramamiento de sangre.
Su segundo hijo, el futuro antipapa, estaba destinado para la Iglesia. Después de terminar su educación en París, se hizomonje en el monasterio de Cluny, pero enseguida el Papa Pascual II lo llamó a Roma y lo creó cardenal-diácono de los Santos Cosme y Damián. Acompañó al Papa Gelasio en su huida a Francia y fue empleado por sucesivos pontífices en asuntos importantes, incluyendo legaciones a Francia e Inglaterra. Si podemos creerle a sus enemigos, deshonró tan alto oficio por su crasa inmoralidad y por su avaricia en acumular riquezas. Sea cual sea la exageración que pueda haber en estas como en otras acusaciones, no puede haber duda de que estaba determinado a comprar o conseguir por la fuerza la silla papal.
Cuando Honorio yacía en su lecho de muerte, Pierleone pudo contar con los votos de treinta cardenales, respaldados por el apoyo del populacho mercenario y por todas las familias nobles romanas, excepto los Corsi y los Frangipani. La pars senior del Sacro Colegio eran solo 16, dirigidos por el enérgico canciller Haymaric y el cardenal obispo de Ostia. Los quadronisti, como se les habría llamado después, resolvieron rescatar el papado de manos indignas con un coup d’état(golpe de estado). Aunque en una minoría sin esperanza, tenían la ventaja de que cuatro de ellos eran cardenales-obispos, a los que la legislación de Nicolás II había confiado el papel dirigente en la elección. Más aún, de la comisión de ocho cardenales, a la que, por miedo a un cisma, se decidió dejar la elección, siendo uno de ellos Pierleoni cinco se oponían a tan ambicioso aspirante. Para asegurarse la libertad de acción, trasladaron al enfermo pontífice del Lateranense a San Gregorio, cerca de las torres de los Frangipani.
Honorio murió la noche del 13 de febrero, lo enterraron precipitadamente a la mañana siguiente, y obligaron a un reacio cardenal de San Jorge, Gregorio Papareschi, bajo amenaza de excomunión, a que aceptara el manto pontifical. Tomó el nombre de Inocencio II. Más tarde ese mismo día el partido de Pierleone se reunió en la iglesia de San Marcos y proclamaron Papa a Pierleoni, el cual tomó el nombre de Anacleto II. Ambos fueron consagrados el mismo día 23 de febrero, Anacleto en San Pedro e Inocencio en Santa María Nuova.
Es difícil decir cómo se habría sanado este cisma si se hubiera dejado a la decisión de los canonistas. Anacleto tenía un fuerte título de hecho y de derecho. La mayoría de los cardenales, con el obispo de Porto, dean del Sacro Colegio, a la cabeza, se mantuvieron con él; casi todo el populacho se reunió a su alrededor. Su victoria parecía completa cuando, poco después, los Frangipani abandonaron lo que parecía una causa perdida y se pasaron a su bando.
Inocencio buscó la seguridad en la huida, pero nada más llegar a Francia sus asuntos dieron un giro favorable. «Expulsado de la urbe, fue bienvenido por el orbe», dice San Bernardo cuya influencia y esfuerzos le aseguró la adhesión de prácticamente toda la cristiandad. El santo expone sus razones para decidirse a favor de Inocencio en una carta a los obispos de Aquitania (Op. CXXVI). Puede que no fuesen canónicamente convincentes, pero satisficieron a sus contemporáneos: «La vida y carácter de nuestro Papa Inocencio están sobre todo ataque, incluso de su rival; mientras que los del otro no están segura ni siquiera de parte de sus amigos. En segundo lugar, si se comparan las elecciones, la de nuestro candidato tiene inmediatamente la ventaja sobre la otra por ser más pura en el motivo, más regular en la forma y anterior en el tiempo. El último punto está fuera de toda duda, los otros han sido probados por el mérito y dignidad de los electores. Encontraréis, si no me equivoco, que esta elección fue hecha por la parte más discreta de aquellos a quienes pertenece la elección del Sumo Pontífice. Había cardenales, obispos, sacerdotes y diáconos en número suficiente, según los decretos de los Padres, para hacer una elección válida. La consagración fue realizada por el obispo de Ostia, a quien pertenece especialmente esa función».
Mientras tanto, Anacleto mantenía su popularidad en Roma mediante el pródigo gasto de sus riquezas acumuladas y de los saqueados tesoros de las iglesias. Puesto que sus cartas y las de los romanos a Lotario de Alemania permanecieron sin respuesta, se aseguró un valioso aliado en el duque Roger de Apulia, cuya ambición satisfizo con el regalo de la realeza; el día de Navidad de 1130 un cardenal legado de Anacleto ungió en Palermo al primer rey de las Dos Sicilias, un acontecimiento trascendental en la historia de Italia.
En la primavera de 1133, el rey alemán llevó a Roma a Inocencio II, al que dos grandes sínodos, Reims y Piacenza, habían declarado el Papa legítimo; pero como sólo iba acompañado de dos mil de a caballo, el antipapa, a salvo dentro de las murallas del Castillo de Sant´Angelo, miraba impávido. Incapaces de abrirse camino hasta San Pedro, Lotario y su reina Richenza, recibieron la corona imperial en el Lateranense el 4 de junio. Una vez que el emperador partió, Inocencio hubo de retirarse a Pisa, y durante cuatro años su rival quedó en posesión pacífica de la Ciudad Eterna.
En 1137, Lotario, que por fin había derrotado a los insurgentes Hohenstaufens, volvió a Italia a la cabeza de un ejército formidable; pero como el propósito principal de su expedición era castigar a Roger, se le encomendó la conquista de Roma a las labores misioneras de San Bernardo. La elocuencia del santo fue más efectiva que las armas imperiales. Cuando Anacleto murió, la preferencia de los romanos por Inocencio fue tan pronunciada que el antipapa Víctor IV, que había sido elegido como su sucesor, pronto se hizo penitente ante San Bernardo y fue llevado por él a los pies del Papa. Así terminó, tras un período de ocho años, un cisma que amenazó con serios desastres a la Iglesia
Fuente: Loughlin, James. «Anacletus II.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907. <http://www.newadvent.org/cathen/01447a.htm>.
Traducido por Pedro Royo.
La Wikipedia italiana es la que más nos introduce en los intríngulis de las luchas partisanas curiales, reflejo de las luchas de las poderosas familias romanas que aspiraban a que uno de los suyos rigiera la Iglesia como Papa. Extraigo algunos párrafos:
..la famiglia disponeva di notevolissime risorse economiche, a cui probabilmente non era estraneo l’esercizio dell’usura, all’epoca proibita ai Cristiani, e quindi appannaggio dei soli Ebrei dell’urbe. Il figlio di Leone fu Pietro di Leone, da cui il nome della famiglia «Pierleoni» per Pietro Junior e gli altri esponenti.
il giovane Pietro Pierleoni si dedicò agli studi ecclesiastici. Trascorse un periodo a Parigi, studiando sotto la guida del grande Abelardo e divenendo amico del principe Luigi futuro re Luigi VI di Francia; entrò inoltre nell’ordine monastico cluniacense. Richiamato a Roma, ricoprì vari incarichi, fino ad essere nominato nel 1116 Cardinale diacono da Papa Pasquale II, sembra su richiesta del padre. Partecipò alle due successive elezioni papali nel 1118 di papa Gelasio II e del 1119 di papa Callisto II. Quest’ultima svoltasi nell’Abbazia di Cluny dove rimase per alcuni mesi con Callisto II. Nel dicembre 1120 fu nominato cardinale prete con il titolo di Santa Maria in Trastevere. Poco tempo dopo fu Legato pontificio in Francia e in Inghilterra, in Scozia dove pare abbia vissuto con grande sfarzo [pompa] alla corte di Enrico I; secondo William di Malmesbury, ritornò a Roma così carico[cargado] di regali da parte del Re da suscitare lo stupore dei suoi colleghi. Del resto nei suoi anni di cardinalato il popolo commentava il suo stile di vita abbastanza sfarzoso [pomposo]. Forse anche per questo all’interno del collegio cardinalizio alcuni non lo ritenevano adatto [adecuado] al ruolo di pontefice. Non partecipò all’elezione pontificia del 1124 che elesse papa Onorio II, in quanto legato in Francia, ma sostenne, seppur a distanza, il cardinale Teobaldo Boccapecora. Il suo candidato, però, dopo esser stato eletto, fu costretto a dimettersi [habiendo sido elegido fue obligado a dimitir sin por el partido] dai Frangipane prima che avesse termine la consacrazione. Senza consacrazione e intronazione, il suo candidato non poté divenire papa. Sei anni dopo, la sua famiglia cercò la rivincita [buscó la revancha].
Nel febbraio 1130, le condizioni di salute di Papa Onorio II erano peggiorate drammaticamente. Pietro Pierleoni, il più potente tra i cardinali, aveva già pensato al pontificato da tempo. Dalla sua parte aveva un discreto anche se non maggioritario sostegno [Notese la contradicción con lo dicho con The Catholic Enciclopedia]nel sacro collegio e inoltre godeva di notevole prestigio presso molte famiglie aristocratiche, e soprattutto presso il popolo, in virtù della sua notevole ricchezza e liberalità. Tentò in tutti i modi di conquistare la successione. A questi piani si opponeva fortemente il partito ildebrandino, capeggiato dalla potente famiglia dei Frangipane…
..Il cardinale Aimerico de la Chatre, cancelliere della curia, consapevole delle intenzioni dei Pierleoni, tentò al contrario di ostacolare l’eventuale elezione del cardinale Pierleoni..
Il partito dei Pierleoni invece accusò il cardinale Aimerico di aver portato il papa in quel luogo [San Andrea en el territorio de los Frangipane]
L’11 febbraio 1130 Aimerico convocò presso lo stesso monastero i cardinali di cui riteneva di potersi fidare per preparare la nuova elezione. Il resto della Curia rispose invocando l’anatema su tutti coloro che si accingessero[reunieran] all’elezione prima della morte di Onorio, secondo il decreto di Papa Nicola II del 1059 che regolava le elezioni papali, e nominando una commissione di otto cardinali elettori, in rappresentanza di ambo le parti, che avrebbero dovuto incontrarsi nella chiesa di Sant’Adriano solo dopo la sepoltura del Papa.
Secondo le disposizioni vigenti, il corpo del Pontefice defunto sarebbe dovuto rimanere esposto ai fedeli per tre giorni, e poi sepolto, prima che si potesse procedere all’elezione di un successore. Aimerico però accelerò i tempi. Espletate le funzioni liturgiche, fece trasportare la salma del pontefice in Laterano. Di buon mattino lo stesso Aimarico e i 16 cardinali del partito ildebrandino si riunirono ed elessero un cardinale famoso per il suo zelo religioso, il cardinale Gregorio Papareschi, diacono di Sant’Angelo. I Cardinali quindi [entonces] si portarono in Laterano, dove il nuovo papa prese il nome di Innocenzo II, e quindi si ritirarono nella chiesa di Santa Maria in Palladio al sicuro, nuovamente in territorio controllato dai Frangipane.
Quando la notizia raggiunse San Marco, dove erano radunati i restanti quattordici cardinali, l’elezione di Innocenzo fu immediatamente dichiarata non canonica e si decise di eleggere papa il cardinale Pierleoni, che scelse il nome di Anacleto II. Si dava così inizio ad uno scisma destinato a durare fino al 1138, anno della morte di Anacleto
Como se ve hay discordancia en el número de cardenales electores de uno y otro. Según la Wikipedia italiana sólo 14 eligieron a Anacleto [en una elección posterior en horas aunque la consagración fue a la misma hora y en diferentes lugares de roma] frente a 16 cardenales que junto a Aimarico eligieron a Inocencio.
Sea de ello lo que fuere, la Iglesia se decantó por Inocencio, en tres concilios provinciales (Estampe, Wutzburg, y el grande de Rheims) con dos santos -San Bernardo y San Norberto- el brazo secular con el emperador Lotario, y las naciones cristianas-Francia, Alemania, Castilla, Aragon.. frente a Italia, la Urbe, Escocia, Aquitania y sobretodo el normando duque Roger de Apulia, cuya ayuda premió Anacleto con el título hereditario de Rey de las dos Sicilias.
Yo creo que no se puede dudar de la legitimidad de Inocencio, sobretodo porque al hacerlo nos opondríamos a la misma Iglesia que así lo reconoció en concilios y por el mismo Inocencio. Incluso su sucesor el antipapa Víctor IV, que había sido elegido después de él, pronto se hizo penitente ante San Bernardo y fue llevado por él a los pies del Papa.
Después de esta introducción tendremos más ideas para juzgar críticamente el artículo de OSKO, que por otra parte tiene reflexiones importantes, sobretodo al hacer paralelismos con nuestros aciagos días.
EL CISMA DE ROMA
Por OSKO
En tiempos en que la Iglesia fundada por el Hijo de Dios, transita por su más grave crisis, no está de más estudiar acontecimientos del pasado.
No hemos querido hacer especulaciones sobre los sucesos que reclamaron la intervención del gran San Bernardo en aquella crisis, pero nos parece interesante conocerlos.
Es el caso que se denomina Cisma de Roma.
En la sintética cronología que sigue, el lector podrá ver la gravedad de aquellos momentos. Verá que en aquella hora, nada exenta de dramatismo, la Fe estaba no obstante a resguardo ya que la cuestión no pasaba por aspectos de Dogma o de doctrina.
Sin embargo es importante conocer lo ocurrido y nos puede servir para meditar al respecto.
Es muy interesante ver que la “legitimidad” [?] y la “mayoría” incluso, estaban del lado de quien finalmente la Iglesia ha reconocido como un ANTIPAPA.
En aquel tiempo, para la inmensa mayoría de los que tuvieron conocimiento de estas circunstancias y que intervinieron en las distintas instancias que llevaron a la finalización de esa crisis, San Bernardo defendía la parte equivocada [?]
No existían ni los diarios, ni la televisión, ni mucho menos internet, de manera que la vida, para la inmensa mayoría de los cristianos de entonces, transcurría de un modo… digamos que, normal.
Si los mismos acontecimientos hubieran ocurrido en nuestros tiempos, podemos imaginar algo muy parecido a lo que ahora nosotros estamos viviendo: comentarios en los incontables blogs tradis; disputas sin fin sobre si Bernardo de Clarvaux era un cismático que contrariaba al LEGITIMO sucesor de Pedro, etc. Etc.
En aquel entonces no había sedevacantismo, sino sedeplenismo por partida doble; con hombres de Iglesia en ambos bandos… En fin, un verdadero lío que la sagacidad y SANTIDAD de San Bernardo logró resolver.
Hemos recurrido a esta excelente síntesis que nos otorga un buen panorama de cómo se desarrollaron los hechos.
En el año 1130, a la muerte del Papa Honorio II, se suscitan los acontecimientos que siguen.
Dos grupos de cardenales se dan a la tarea de elegir al sucesor de su preferencia, entonces, un nuevo cisma se cierne sobre la Iglesia:
Inocencio II (1130-1143) y Anacleto II (1130-1138).
La elección de un Papa había provocado, con harta frecuencia, verdaderos dramas. El decreto de 1059 se propuso resolver el problema reservando esa tarea sólo a los Cardenales. La sucesión de Honorio II vino a demostrar, sin embargo, que la cuestión no se había arreglado todavía.
Recién fallecido Honorio II, veinte cardenales, todos relativamente jóvenes y todos originarios del norte de Italia y de Francia, se reunieron a toda prisa bajo la presidencia del Canciller Aimerico y, mediante formas jurídicas no claras del todo, eligieron Papa al Cardenal-diáconoGregorio Papareschi, del partido de los Frangipani, que había sido uno de los legados signatarios del concordato de Worms en 1124.
Unas horas más tarde de aquel mismo día —14 de febrero de 1130— otros veintidós cardenales, es decir, la mayoría, designaron al cardenal Pedro Pierleone, con la más estricta sujeción a la normativa vigente.
Gregorio Papareschi tomó el nombre de Inocencio II. Pedro Pierleone asumió el de Anacleto II.
Comenzaba así un nuevo cisma que iba a durar diez años.
Pedro Pierleone procedía de una familia que había prestado un decisivo apoyo a la reforma gregoriana. Había estudiado en París, después de educarse en la corte francesa junto al futuro Luis VI. Siendo monje en Cluny, en 1116 fue nombrado por Pascual II Cardenal-diácono de los Santos Cosme y Damián; posteriormente, en 1120, el Papa Calixto II le hizo Cardenal-presbítero de Santa María en Trastévere.
Legado pontificio en Inglaterra en 1121 y en Francia durante los dos años siguientes, aquel hombre, poseedor de una cultura más que notable, prelado inteligente y reflexivo, y de intachables costumbres, era —sin duda— la figura más prestigiosa del colegio cardenalicio. Pero… he aquí que sus lejanos antepasados eran judíos; su bisabuelo, Baruch-Benito Pierleone, apenas hacía un siglo que se había convertido al catolicismo. Y tener ascendientes judíos, constituía un problema que ni la más sincera conversión podría nunca borrar.
Bueno… ya se sabe, hoy… Montini, Ratzinger… en fin…
San Bernardo no tenía dudas al respecto al parecer, y creemos que no las tendría de vivir en nuestros tiempos.
Es que ese fue, en particular, el punto de vista de Bernardo de Claraval, que, en el concilio de Etampes, en 1130, se refirió a Pedro Pierleone como aquel «papa salido del ghetto», aquel «retoño de judío», y se puso de parte de Inocencio II.
Su argumento principal [?]fue que casi toda la Iglesia, las órdenes religiosas y los príncipes —salvo Rogerio— estaban a su favor.
Inocencio, por su parte, al tener noticias de que Anacleto II había sido elegido por una mayoría de los cardenales, huyó de Roma y se refugió en Francia.
Anacleto, en cambio, se quedó en la Urbe, apoyado por toda la nobleza romana, la Italia del sur, los normandos del rey Rogerio, Aquitania y Escocia, y esperaba también el respaldo del monarca alemán Lotario III al que, según la costumbre, había dado cuenta de su elección.
Pero lo mismo había hecho Inocencio II. ¿Por quién se decidiría Lotario III? ¿Por Anacleto, el elegido legítimamente por la mayoría de votos del colegio cardenalicio, o por Inocencio, designado por un grupo minoritario pero del que formaba parte el Canciller Aimerico?
Lotario solicitó el arbitraje del sínodo de Wurzburgo. El obispo Norberto de Magdeburgo, amigo de Bernardo de Claraval, hizo que la balanza se venciera a favor de Inocencio II.
Este Norberto pertenecía a los nuevos círculos espiritualistas en los que se integraban, junto a Bernardo, personalidades como Pedro el Venerable, Hugo de San Víctor y todos los canónigos regulares. Se trataba de un nuevo movimiento reformador, poderoso y muy extendido ya, gracias al cual fue reconocido Inocencio II por Francia, Inglaterra, Alemania y España.
En marzo de 1131, en Lieja, Lotario III prometió a Inocencio que le reconquistaría Roma. La expedición, que tuvo lugar dos años después sólo fue un éxito a medias. La Ciudad Leonina, el castillo de Santángelo y la iglesia de San Pedro resultaron inexpugnables.
O sea que entre otros lugares, la Sede continuaba en manos de Anacleto.
Al menos, Inocencio II pudo agradecer la ayuda del rey alemán consagrándole emperador, en Letrán, el 4 de junio de 1133.
Pero nada más irse Lotario, Anacleto y los suyos salieron de sus fortalezas, provocando de nuevo la huida de Inocencio II. Decidió éste fijar su residencia en Pisa, desde donde conjuró al emperador, muchísimas veces, para que fuera a ayudarle a reconquistar Roma y el sur de Italia.
En 1136 logró Lotario III vencer a los normandos del rey Rogerio, y entregó la región de Apulia a Rainulfo de Alife. Pero las relaciones entre el emperador e Inocencio II se agriaron a propósito de Monte-Casino: el papa quería tenerlo estrechamente sometido a la jurisdicción romana, en tanto que el monarca alemán consiguió imponer como abad a su candidato, Wibaldo de Stablo.
El 25 de enero de 1138 murió Anacleto II en Roma. Su sucesor, Víctor IV se dejó convencer por Bernardo de Claraval y abdicó el 29 de mayo de aquel mismo año.
Inocencio II quedó sólo. En 1139 convocó el II concilio de Letrán —décimo de los ecuménicos— para proclamar el fin del cisma, la excomunión póstuma de Anacleto y la condena de Rogerio II. Mas no por eso se acabaron las preocupaciones para el Papa.
Es que, llevado por el espíritu de venganza llevó adelante acciones contra sus adversarios, que le valieron una inmediata y dura recriminación por parte de San Bernardo.
Lejos de terminar, los conflictos continuaron de la siguiente manera:
Rogerio II de Sicilia se había alzado de nuevo: quería recuperar lo que había perdido dos años antes. Inocencio le atacó y cayó prisionero. La cautividad del pontífice, sin embargo, no fue muy larga. El 27 de julio de 1139, por el tratado de Migniano, el rey Rogerio reconoció a Inocencio como Papa y aceptó su soberanía.
En 1141 se torcieron las relaciones con Luis VII. El joven rey de Francia había vetado, para la sede episcopal de Bourges, al candidato del Papa, Pedro de la Chatre. Inocencio reaccionó lanzando un entredicho sobre el reino.
Al año siguiente fue Roma la que se sublevó contra el pontífice. Instigado por un discípulo de Abelardo, Arnaldo de Brescia, el Senado romano pretendió que la Urbe se constituyera en Comuna o República, a ejemplo de otras ciudades del norte de Italia. Los disturbios por este motivo duraron cuarenta y cuatro años. En tales circunstancias, la vida de Inocencio II se extinguió en Roma el 24 de septiembre de 1143.
Celestino II (1143-1144)
Dijimos que Arnaldo de Brescia estaba incitando al Senado a que proclamara la República romana. No es, pues, casualidad que otro discípulo de Abelardo, el Cardenal Guido de Castellis, fuera elegido Papa a los dos días de morir Inocencio II. Su pontificado no duraría más de seis meses.
Celestino II levantó el entredicho que pesaba sobre las tierras del rey de Francia, Luis VII, y ratificó el tratado de Migniano concluido entre Rogerio 11 e Inocencio. Le faltó tiempo para promover de manera eficaz la re forma de la Iglesia. Murió el 8 de marzo de 1144.
Lucio II (1144-1145)
El Cardenal Gerardo de Caccianemici, Canciller y bibliotecario de la Iglesia, fue elegido el 12 de marzo del año 1144 para suceder a Celestino II. Tomó el nombre de Lucio II. Su pontificado no llegaría al año, pero iba a ser intenso en preocupaciones.
El rey de Sicilia, Rogerio II, a pesar de la reciente ratificación del tratado de Migniano, se mantenía amenazante; los cardenales se pronunciaron por la reanudación de las hostilidades. Hicieron todo lo posible para obstaculizar los esfuerzos del Papa, quien, a pesar de todo, logró imponer la idea de una tregua de siete años.
La situación en Roma era más grave aún. El propio hermano de Anacleto II, el infortunado rival de Inocencio II, fue proclamado Patricio de los Romanos y jefe de la República autónoma. El Papa, que esperó en vano la ayuda del rey de Alemania Conrado III, sólo encontró apoyo en la nobleza de la Urbe, refractaria a las ideas republicanas. Se combatía en las calles.
El 15 de febrero de 1145, con ocasión de un enfrentamiento particularmente duro con el pueblo de Roma en las inmediaciones del Capitolio, Lucio II cayó mortalmente herido por una pedrada.
Aquel mismo día fue elegido su sucesor.
Impresionante, ¿verdad? Dos papas que pugnan el uno contra el otro; uno de ellos de origen judío; intrigas interminables; estado de guerra casi constante; el “papa” de origen judío excomulgado y declarado antipapa… combates en las calles; un Papa que es muerto de una pedrada al enfrentarse con el pueblo de Roma…
Y con todo, aquello era mucho menos grave que lo que nos toca vivir desde la realización del espantoso Concilio Vaticano II.
Hoy también tenemos DOS “papas”, pero en un aparente estado de armonía… y respaldados por los poderes mundiales… De uno de ellos se dice que tiene origen judío por parte de madre, lo cual parece ser indudable.
Nuestra crisis ya dura algo más de la que ocurriera a partir de 1130.
Pero nuestra crisis es DE FE. La “idea” modernista, la herejía última y definitiva, campea en toda la jerarquía y ha trastocado hasta los Sacramentos, incluido el del Orden Sagrado.
En aquel momento, pese a todo, todavía existía el OBSTÁCULO.
Hoy la LEX ORANDI es otra… porque, precisamente, se ha adulterado la LEX CREDENDI.
Si; la nuestra es una crisis distinta.
Hoy, la apostasía, está consumada.
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Muy interesantes cuestiones, que vamos a procurar comentar brevemente:
Básicamente, lo principal está en averiguar si Anacleto II tenía algún título legítimo al Pontificado, y si su caso puede darnos alguna enseñanza útil sobre la legitimidad de los actuales pontífices conciliares.
En primer lugar, parece que sí podemos llamar con toda propiedad marránica a la familia Pierleoni, no tanto porque alguno de sus ancestros hubiese sido judíos, sino sobre todo, porque demostraban por sus obras, perseverando en comportarse como judíos, que su bautismo no había sido más que una mera ceremonia formal, sin que esas aguas vivificantes hubieran determinado el nacimiento de una nueva criatura renovada y limpia de sus antiguos errores.
En cambio, a una familia como la de santa Teresa, por ejemplo, no la llamaríamos marránica, porque a pesar de haber tenido un abuelo penitenciado por la Inquisición de Toledo, tanto padre como madre eran buenos cristianos, y como tal educaron a la que se convertiría en la reformadora del Carmelo.
Conviene recordar que la usura, en los cristianos, era, además de un pecado muy grave y contra-natura, considerada como un equivalente de la herejía. Por lo que un aspirante al trono pontificio podía verse inhabilitado por este sólo hecho, mucho antes de la Bula de Paulo IV, que no hace más que repetir y sellar lo que la Iglesia venía practicando desde hace muchos siglos.
Si siguen leyendo el texto de «misterio de iniquidad», verán cómo los medievales, cuando veían sentado sobre la Silla de Pedro a alguien sospechoso, o incluso claramente defectivo en la Fe, como es el caso de Anacleto II, no decían que el Papa había caído en herejía (sabían que eso es imposible), sino que concluían que habían elegido a una persona inhabilitada para ser Papa, por lo que cuando se veían obligados a dejar de reconocerlo, no estaban juzgando a un Papa, ni deponiéndolo, sino que juzgaban de la legitimidad de la elección, y mandaban a su casa a alguien que en realidad, jamás había sido verdadero Papa.
Se podía ver que Anacleto II era un hereje, no sólo por sus antecedentes genealógicos y prácticas usurarias, sino también, por su inclinación a la simonía, que si bien, considerada en sí misma, no es herejía, sí indica que la Fe de un prelado que de tales medios se vale, poco firme es, y muy sospechosa.
Si a ello añadimos que se atrevió a intentar robar al mismo Dios mandando fundir los vasos sagrados, todavía más sospecha nos entra.
Pero ya, cuando vemos al infecto personaje aducir que lo hace «para reformar a la Iglesia y volver a la perfección de las edades apostólicas», no nos cabe ninguna duda de su carácter herético, porque ése es exactamente el formulario-tipo utilizado por los herejes cátaros, albigenses, patarinos, etc…en su intento de engañar a los cristianos con falsas apariencias de pobreza, humildad, reforma…¿Nos suena?
Comprobando la discrepancia en el número de los cardenales según nos hable una u otra obra de consulta o historiador, no he podido evitar pensar en lo importante que es la investigación histórica seria sobre la historia de la Iglesia, que nos ahorraría más de un dolor de cabeza. No sólo en este caso, en que según donde caiga la mayoría simple de votos, muchos ya reconocen la legitimidad de la opción mayoritaria, sin plantearse más cuestiones, sino en otras de más calado, por ejemplo, cómo actúan ciertas franjas «tradicionalistas» que siguen propalando como verdades históricas indubitables las falacias y calumnias de galicanos y jansenistas acerca de Papas herejes, que ya fueron aniquiladas desde hace siglos por buenos estudios, coronados por fin por la común apreciación de los Padres del Concilio Vaticano I.
Por cierto, en el texto de la Catholic Encyclopedia, no debería decir la sEnior pars, sino la sAnior pars, es decir, no es la parte más anciana del Sacro Colegio la que eligió a Inocencio II, sino la más sana. Y esa forma de elección minoritaria, pero más legítima por el mayor valor moral de los electores, siempre ha sido reconocida como válida por la Iglesia, así como por las sociedades mejor constituidas, sobre todo en tiempos de crisis, en que se puede temer que unos electores más o menos corruptos, ineptos o irresponsables puedan tomar una decisión de impredecibles consecuencias.
Véase a este respecto lo que dice la Regla de san Benito, que ha sido la inspiradora de buena parte de las instituciones del Occidente cristiano, en su capítulo 64, de la elección del abad: No sólo autoriza la elección por la sanior pars, aunque minoritaria, sino que establece que si los electores, de común acuerdo, se conciertan en elegir a un indigno, los obispos y demás cristianos de los entornos deben actuar para impedir la instalación y gobierno de semejante persona. Por donde se echa claramente de ver que para que exista legitimidad, no basta con la simple mayoría aritmética de los votos, aunque sean unánimes.
Pero en este caso, queda claro que Inocencio II también obtuvo la mayoría, aunque ajustada. (16 contra 14)
Sin embargo, si nos atenemos al estricto derecho procedimental, ambos contendientes no habrían podido deducir su legitimidad del hecho de su elección, mayoritaria o no. Porque el derecho vigente a la muerte de su inmediato predecesor preveía que se debía verificar una elección «por compromiso», es decir, una comisión de 8 miembros en que una y otra facción estaba representada.
Es decir, que la mera legalidad procedimental primaria, no la cumplieron ni los unos ni los otros…
Esa es la razón por la que el título principal de legitimidad residía entonces en el valor moral, la auctoritas de cada reclamante. Y ¿Qué duda cabe de que Inocencio llevaba bien su nombre? Por eso lo apoyó casi toda la Cristiandad, y santos como Bernardo y Norberto.
Como ven, los que sostienen que Anacleto gozaba de una importante legitimidad de hecho y de derecho, se equivocan completamente, porque de derecho, ninguna, y de hecho, bien claro aparece que si acabó desapareciendo por un tiempo la resistencia, incluso armada, del partido ildebrandiano, no fue por la fuerza del convencimiento, sino por el convencimiento de la fuerza, que Pierleoni sacaba de sus armas y de los sobornos pagados con los sacrílegos despojos de las iglesias y monasterios de Roma.
Bien dice la New advent: «Casi todo el populacho se declaró partidario de Pierleoni…» ¡Y lo dan como un argumento a favor de su legitimidad!
«Cuando el sabio calla, malo, cuando el necio ríe, peor», pero cuando el populacho aclama a alguien porque es el que manda, y promete enriquecerlos a ellos despojando (luego desamortizando o expropriando) a la Iglesia de sus bienes, la infamia llega a su culmen, por mucho que ciertas mentes democráticas quieran aplicar a la plebe de dura cerviz lo que la Iglesia dice del pueblo de los santos: Vox populi, vox Dei, a lo que yo contesto: «Vox plebis, vox diaboli», aunque ya se me adelantó el P. Lainez en el S. XVI, cuando, ante el imponente espectáculo de los centenares de obispos reunidos para el Concilio de Trento, moderaba ciertos entusiasmos sentenciando: «Timeo plebem, etiam episcoporum!» en román paladino: «Temo a la plebe, aunque sea de obispos» ¡Qué poco colegial!¿Eh?
Al fin, Inocencio fue reconocido, pero únicamente porque no sólo contó con dos gigantes espirituales, sino también, con la ayuda de las armas temporales de los dos principales monarcas cristianos de la época, el Rey de Francia, y el Emperador de Alemania. Para que vean los desnortados que Nuestro Señor ha dispuesto en su Iglesia dos poderes sagrados, el sacerdocio, sí, pero también el imperial o real, para protección y ayuda al primero.
Con todo y con eso, el cisma duró 8-10 años. Ahora que ya no tenemos Bernardos ni Norbertos, y mucho menos aún, verdaderos emperadores y reyes cristianos, llevamos ya más de 50 años de cisma, sin que se le vea el fin, entre otras cosas, porque muchos sedicentes católicos se empeñan en reconocer a unos «papas» mucho peores y más evidentemente ilegítimos de lo que jamás llegó a serlo Anacleto Pierleoni.
Queda claro también, por la vía del hecho histórico, que es posible que un usurpador sea elegido como Papa, sea reconocido por todos o casi, y pueda estar muchos años gobernando la Iglesia, sin que ninguno de sus actos valga nada, toda su administración sea nula de pleno derecho, y los nombramientos que realice sean inválidos y no den ningún derecho a nadie.
Ésto es lo que el Papa Paulo IV definirá solemnemente en su Bula Cum ex apostolatus:
«6. Nulidad de todas las promociones o elevaciones de desviados en la Fe.
Agregamos que si en algún tiempo aconteciese que un Obispo, incluso en función de
Arzobispo, o de Patriarca, o Primado; o un Cardenal, incluso en función de Legado, o electo
PONTÍFICE ROMANO que antes de su promoción al Cardenalato o asunción al Pontificado,
se hubiese desviado de la Fe Católica, o hubiese caído en herejía. o incurrido en cisma, o lo
hubiese suscitado o cometido, la promoción o la asunción, incluso si ésta hubiera ocurrido
con el acuerdo unánime de todos los Cardenales, es nula, inválida y sin ningún efecto; y de
ningún modo puede considerarse que tal asunción haya adquirido validez, por aceptación del
cargo y por su consagración, o por la subsiguiente posesión o cuasi posesión de gobierno y
administración, o por la misma entronización o adoración del Pontífice Romano, o por la
obediencia que todos le hayan prestado, cualquiera sea el tiempo transcurrido después de los
supuestos antedichos. Tal asunción no será tenida por legítima en ninguna de sus partes, y
no será posible considerar que se ha otorgado o se otorga alguna facultad de administrar en
las cosas temporales o espirituales a los que son promovidos, en tales circunstancias, a la
dignidad de obispo, arzobispo, patriarca o primado, o a los que han asumido la función de
Cardenales, o de Pontífice Romano, sino que por el contrario todos y cada uno de los
pronunciamientos, hechos, actos y resoluciones y sus consecuentes efectos carecen de
fuerza, y no otorgan ninguna validez, y ningún derecho a nadie.»
Queda claro igualmente, por el ejemplo de tan grandes santos, que un cristiano que no reconoce a esos usurpadores no sólo no es cismático o hereje, sino que cumple con su más estricto deber, mientras que los que se empeñan en reconocer al usurpador cuando ha quedado claro lo que es, se hacen reos de gravísima culpa:
«7. Los fieles no deben obedecer sino evitar a los desviados en la Fe.
Y en consecuencia, los que así hubiesen sido promovidos y hubiesen asumido sus
funciones, por esa misma razón y sin necesidad de hacer ninguna declaración ulterior, están
privados de toda dignidad, lugar, honor, título, autoridad, función y poder; y séales lícito en
consecuencia a todas y cada una de las personas subordinadas a los así promovidos y
asumidos, si no se hubiesen apartado antes de la Fe, ni hubiesen sido heréticos, ni hubiesen
incurrido en cisma, o lo hubiesen suscitado o cometido, tanto a los clérigos seculares y
regulare, lo mismo que a los laicos; y a los Cardenales, incluso a los que hubiesen participado
en la elección de ese Pontífice Romano, que con anterioridad se apartó de la Fe, y era o
herético o cismático, o que hubieren consentido con él otros pormenores y le hubiesen
prestado obediencia, y se hubiesen arrodillado ante él; a los jefes, prefectos, capitanes,
oficiales, incluso de nuestra materna Urbe y de todo el Estado Pontificio; asimismo a los que
por acatamiento o juramento, o caución se hubiesen obligado y comprometido con los que en
esas condiciones fueron promovidos o asumieron sus funciones, (séales lícito) sustraerse en
cualquier momento e impunemente a la obediencia y devoción de quienes fueron así
promovidos o entraron en funciones, y evitarlos como si fuesen hechiceros, paganos,
publicanos o heresiarcas, lo que no obsta que estas mismas personas hayan de prestar sin
embargo estricta fidelidad y obediencia a los futuros obispos, arzobispos, patriarcas,
primados, cardenales o al Romano Pontífice, canónicamente electo. Y además para mayor
confusión de esos mismos así promovidos y asumidos, si pretendieren prolongar su gobierno
y administración, contra los mismos así promovidos y asumidos (séales lícito) requerir el
auxilio del brazo secular, y no por eso los que se sustraen de ese modo a la fidelidad y
obediencia para con los promovidos y titulares, ya dichos, estarán sometidos al rigor de algún
castigo o censura, como sí lo exigen por el contrario los que cortan la túnica del Señor.»
Después de haber visto al tal Francisco, probablemente de la misma extracción genealógica que Pierleoni, y sabiendo que quiere imitar la conducta de Anacleto, despojando a la Iglesia bajo hipócrita excusa de pobreza, humildad y reforma, ¿Qué excusa tendrán los «católicos» reconociéndolo como Papa, e imitando al populacho de Roma, que pocos años más tarde, intentaría expulsar a su Señor natural, para proclamar una República Romana neo-pagana, lo mismo que hoy, quieren proclamar la República Universal del Nuevo Orden Mundial?
Una última cosa: Este atribulado Papa, Inocencio II, preso en una situación que parecía inextricable, y que contemplaba cómo la subversión judaica unía sus fuerzas con la subversión ideológica y política de un Abelardo y un Arnaldo de Brescia, presagio de males futuros mucho peores aún, fue el que recibió la visita de un santo personaje, de quien hemos hablado no poco estos últimos meses: San Malaquías de Armagh, que murió en los brazos de san Bernardo y el que recibió la famosísima «Profecía de los Papas»
Es sabido que se la concedió el Cielo precisamente a petición del desesperado pontífice, que le había preguntado a Malaquías, conocido por su don profético, cuando acabarían los desastres que afligían a la Santa Iglesia Romana.
A lo que el santo contestó con la serie de Papas y antipapas en cuyos tiempos la tormenta que ya los golpeaba iría llegando a su paroxismo, hasta acabar con estas palabras: IN PROSECUTIONE, EXTREMA SANCTA ROMANA ECCLESIA SEDEBIT.
Porque a partir de ahí, se resolvería la situación, triunfaría la Iglesia Romana, y se abriría otra época de la historia del mundo, con otros combates, diferentes de los de la época anterior.
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Todo bien, excepto los dos últimos renglones, ya que esta situación es irreversible y no tiene arreglo humano, sino solo divino (Parusía). Y sí, a partir de ahí será el triunfo total de la Iglesia, pero ya sin otros combates, diferentes de los de la época anterior. Porque después de la Parusía, eso suena a milenarismo.
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