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LECCIONES DEL CISMA DE ANACLETO II


Anacleto II

Anacleto II

Hace tiempo quería dedicar una entrada al infame personaje Anacleto II. La calificación, en verdad no es exagerada aun teniendo en cuenta el que se hubiera sentado en la Silla de Pedro. Su biografia está trufada de  eventos brillantes, como sus estudios en la mejor universidad de su tiempo,  la de París donde conoció al personaje-Abelardo– que merecería un anatema por doctrinas que si se mira bien son muy actuales[los judíos no cometieron deicidio porque no sabían quien era Aquél al que mataron, [ ¿les suena? ¿no les recuerda a cierto profesor benedictino?]; servicios a la Santa Sede como legado [!Ay nuncios y embajadores¡] ante cortes extranjeras; el poder en Roma sustentado por los medios económicos familiares; el aplauso del pueblo-quizás mejor populacho– romano que sabía muy bien a qué arbol había que arrimarse para obtener sobornos (en nuestros días diriamos subvenciones que los actuales políticos reparten para obtener votos) y al que él correspondió espléndidamente con el fruto de sus saqueos a las iglesias romanas (también algo que encaja bien con nuestros días en los que no deja de oirse el mantra de repartir a los pobres las riquezas del Vaticano); el brillo y la pompa con que volvió ufano de Escocia donde se granjeó el favor real y también regalos (después Escocia apoyaría su causa para obteber réditos a los dispendios de la hacienda real) etc..

La ocasión me la dió el artículo que hemos comentado y reproducido sobre el Cisma de Roma. Allí decíamos  que los hechos romanos   tienen paralelismos  importantes e instructivos para nuestros días después de tres pontífices de origen netamente judío. La entrada podrá  ser apostillada y enriquecidapor algún comentario que profundice en los hechos narrados  y al mismo tiempo sirva de luz en nuestros aciagos días.

Pues bien un buen comentario se ha producido que cumple este objetivo.

Antes de exponerlo conviene exponer someramente el porqué el Cisma de Anacleto tiene una evidente enseñanza para nuestro tiempo. En efecto, muchos sostenemos que ante nuestros ojos se ha producido un «cisma en Roma».  El principal argumento que alegan quienes lo apoyan es la importancia de la Sede de Roma. En ella nunca se podría producir el abandono de la santa doctrina, porque gozaría de la promesa de la indefectibilidad de la Iglesia. Como si Iglesia y Roma fueran lo mismo. Y como si la historia no nos diera importantes lecciones que lo desmienten. Particularmente ésta, la estadía romana en la Sede, de Anacleto. Pero también el hecho de los papas de Avignon. A la estancia en Avignon siguió el Cisma de Avignon, en el que los pretendientes no pueden presentar con certeza títulos evidentes. Eran en verdad papas «dubii».

Pero dejando esta primera lección habrá que subrayar algo muy actual: el recuento democrático de los votos de los electores que con el aplauso

Inocencio II

Inocencio II

popular, según algunos dieron la legitimidad a Anacleto. Aunque eso no es claro, más bien lo contrario aparece. Su elección fue posterior en horas a la elección de Inocencio. En cuanto a la  ventaja numérica de los cardenales electores, tampoco es claro como he demostrado con las citas traídas. En la elección de Inocencio fue necesario como dice The Catholic Encyclopedia  que se obligara un reacio cardenal de San Jorge, Gregorio Papareschi, bajo amenaza de excomunión, a que aceptara el manto pontifical [la disparidad del humilde Gregorio con el intrigante y ambicioso Pierleoni  es patente].

Pero además concurren otras circunstancias que hacen de la figura histórica de Anacleto algo enteramente actual: 1/el populismo democrático con el pueblo vociferante a su favor, 2/Cardenales corruptos  de quienes son émulos los políticos actuales 3/ su origen judaico que en los días actuales hubiera sido  una carta a favor, 4/ su alegación en favor de la sencillez y vuelta a los orígenes de la Iglesia, pobres, democráticos, igualitarios, sin el recargo barroco de las edades. En lo que Anacleto se aparta de nuestros tiempos es en el uso que hacía de la pompa y riquezas (algo populista sin embargo). Pero no es desacertado pensar que de haber vivido en nuestros tiempos la contraria sería su política: gestos de sencillez franciscana, cercanía, popularidad, igualitarismo. Quizás él tambien habría quebrado la Monarquía papal despojándola de sus símbolos, para despojarla al mismo tiempo de su autoridad (tan necesitada de símbolos incluso en nuestros días y que incluso los republicanos gustan de ostentar, v.gr. Justicia, gobernantes, etc..)

Pero la realidad cismática de Anacleto pese a todo lo anterior es un alegato impresionante contra las multitudes vociferantes de las concentraciones papales, o contra los que proclaman, alegando equivocadamente la sacralización de Roma y los inquilinos de las estancias papales (o casas de hospedaje cardenalicias en nuestros días). Hoy reina la papolatría en todo su esplendor, aun con ropajes humildes que no desmerecen de los de Diógenes el cínico. Pero todo ello a costa de la Verdad de la doctrina, la validez de los sacramentos, el rigor en el examen de la jurisdicción.. y sobretodo la vigencia de la OBLATIO MUNDA OFRECIDA POR TODA LA HAZ DE LA TIERRA.  Es el KATEJÓN, el obstáculo que ya no existe más. Pero todo esto se recibe con general  indiferencia por un «pueblo cristiano» que ya ha dejado de serlo. Hoy hasta los descreídos, quieren manipular el papado atrayéndolo a sus exigencias. Hasta se le llega a exigir que les apoye en conflictos como los de las Malvinas. Es una metáfora de lo quiere este falso pueblo cristiano, pero con la comprensión y condescendencia de los protagonistas. La consigna es ceder: Darle al vulgo lo que es de su gusto pero no lo que es justo, como dijo el clásico para disculpar sus derivas teatrales.  No vaya a ser que nos dejen sin sus  aportaciones y su aplauso.

Este es el comentario que subo a esta entrada:

James Stuart dice :

Muy interesantes cuestiones, que vamos a procurar comentar brevemente:

Básicamente, lo principal está en averiguar si Anacleto II tenía algún título legítimo al Pontificado, y si su caso puede darnos alguna enseñanza útil sobre la legitimidad de los actuales pontífices conciliares.

En primer lugar, parece que sí podemos llamar con toda propiedad marránica a la familia Pierleoni, no tanto porque alguno de sus ancestros hubiese sido judíos, sino sobre todo, porque demostraban por sus obras, perseverando en comportarse como judíos, que su bautismo no había sido más que una mera ceremonia formal, sin que esas aguas vivificantes hubieran determinado el nacimiento de una nueva criatura renovada y limpia de sus antiguos errores.

En cambio, a una familia como la de santa Teresa, por ejemplo, no la llamaríamos marránica, porque a pesar de haber tenido un abuelo penitenciado por la Inquisición de Toledo, tanto padre como madre eran buenos cristianos, y como tal educaron a la que se convertiría en la reformadora del Carmelo.

Conviene recordar que la usura, en los cristianos, era, además de un pecado muy grave y contra-natura, considerada como un equivalente de la herejía. Por lo que un aspirante al trono pontificio podía verse inhabilitado por este sólo hecho, mucho antes de la Bula de Paulo IV, que no hace más que repetir y sellar lo que la Iglesia venía practicando desde hace muchos siglos.

Si siguen leyendo el texto de “misterio de iniquidad”, verán cómo los medievales, cuando veían sentado sobre la Silla de Pedro a alguien sospechoso, o incluso claramente defectivo en la Fe, como es el caso de Anacleto II, no decían que el Papa había caído en herejía (sabían que eso es imposible), sino que concluían que habían elegido a una persona inhabilitada para ser Papa, por lo que cuando se veían obligados a dejar de reconocerlo, no estaban juzgando a un Papa, ni deponiéndolo, sino que juzgaban de la legitimidad de la elección, y mandaban a su casa a alguien que en realidad, jamás había sido verdadero Papa.

Se podía ver que Anacleto II era un hereje, no sólo por sus antecedentes genealógicos y prácticas usurarias, sino también, por su inclinación a la simonía, que si bien, considerada en sí misma, no es herejía, sí indica que la Fe de un prelado que de tales medios se vale, poco firme es, y muy sospechosa.

Si a ello añadimos que se atrevió a intentar robar al mismo Dios mandando fundir los vasos sagrados, todavía más sospecha nos entra.

Pero ya, cuando vemos al infecto personaje aducir que lo hace “para reformar a la Iglesia y volver a la perfección de las edades apostólicas”, no nos cabe ninguna duda de su carácter herético, porque ése es exactamente el formulario-tipo utilizado por los herejes cátaros, albigenses, patarinos, etc…en su intento de engañar a los cristianos con falsas apariencias de pobreza, humildad, reforma…¿Nos suena?

Comprobando la discrepancia en el número de los cardenales según nos hable una u otra obra de consulta o historiador, no he podido evitar pensar en lo importante que es la investigación histórica seria sobre la historia de la Iglesia, que nos ahorraría más de un dolor de cabeza. No sólo en este caso, en que según donde caiga la mayoría simple de votos, muchos ya reconocen la legitimidad de la opción mayoritaria, sin plantearse más cuestiones, sino en otras de más calado, por ejemplo, cómo actúan ciertas franjas “tradicionalistas” que siguen propalando como verdades históricas indubitables las falacias y calumnias de galicanos y jansenistas acerca de Papas herejes, que ya fueron aniquiladas desde hace siglos por buenos estudios, coronados por fin por la común apreciación de los Padres del Concilio Vaticano I.

Por cierto, en el texto de la Catholic Encyclopedia, no debería decir la sEnior pars, sino la sAnior pars, es decir, no es la parte más anciana del Sacro Colegio la que eligió a Inocencio II, sino la más sana. Y esa forma de elección minoritaria, pero más legítima por el mayor valor moral de los electores, siempre ha sido reconocida como válida por la Iglesia, así como por las sociedades mejor constituidas, sobre todo en tiempos de crisis, en que se puede temer que unos electores más o menos corruptos, ineptos o irresponsables puedan tomar una decisión de impredecibles consecuencias.

Véase a este respecto lo que dice la Regla de san Benito, que ha sido la inspiradora de buena parte de las instituciones del Occidente cristiano, en su capítulo 64, de la elección del abad: No sólo autoriza la elección por la sanior pars, aunque minoritaria, sino que establece que si los electores, de común acuerdo, se conciertan en elegir a un indigno, los obispos y demás cristianos de los entornos deben actuar para impedir la instalación y gobierno de semejante persona. Por donde se echa claramente de ver que para que exista legitimidad, no basta con la simple mayoría aritmética de los votos, aunque sean unánimes.

Inocencio II, Papa

Inocencio II, Papa

Pero en este caso, queda claro que Inocencio II también obtuvo la mayoría, aunque ajustada. (16 contra 14)

Sin embargo, si nos atenemos al estricto derecho procedimental, ambos contendientes no habrían podido deducir su legitimidad del hecho de su elección, mayoritaria o no. Porque el derecho vigente a la muerte de su inmediato predecesor preveía que se debía verificar una elección “por compromiso”, es decir, una comisión de 8 miembros en que una y otra facción estaba representada.

Es decir, que la mera legalidad procedimental primaria, no la cumplieron ni los unos ni los otros…

Esa es la razón por la que el título principal de legitimidad residía entonces en el valor moral, la auctoritas de cada reclamante. Y ¿Qué duda cabe de que Inocencio llevaba bien su nombre? Por eso lo apoyó casi toda la Cristiandad, y santos como Bernardo y Norberto.

Como ven, los que sostienen que Anacleto gozaba de una importante legitimidad de hecho y de derecho, se equivocan completamente, porque de derecho, ninguna, y de hecho, bien claro aparece que si acabó desapareciendo por un tiempo la resistencia, incluso armada, del partido ildebrandiano, no fue por la fuerza del convencimiento, sino por el convencimiento de la fuerza, que Pierleoni sacaba de sus armas y de los sobornos pagados con los sacrílegos despojos de las iglesias y monasterios de Roma.

Bien dice la New advent: “Casi todo el populacho se declaró partidario de Pierleoni…” ¡Y lo dan como un argumento a favor de su legitimidad!

Cuando el sabio calla, malo, cuando el necio ríe, peor”, pero cuando el populacho aclama a alguien porque es el que manda, y promete enriquecerlos a ellos despojando (luego desamortizando o expropriando) a la Iglesia de sus bienes, la infamia llega a su culmen, por mucho que ciertas mentes democráticas quieran aplicar a la plebe de dura cerviz lo que la Iglesia dice del pueblo de los santos: Vox populi, vox Dei, a lo que yo contesto: “Vox plebis, vox diaboli”, aunque ya se me adelantó el P. Lainez en el S. XVI, cuando, ante el imponente espectáculo de los centenares de obispos reunidos para el Concilio de Trento, moderaba ciertos entusiasmos sentenciando: “Timeo plebem, etiam episcoporum!” en román paladino: “Temo a la plebe, aunque sea de obispos” ¡Qué poco colegial!¿Eh?

Al fin, Inocencio fue reconocido, pero únicamente porque no sólo contó con dos gigantes espirituales, sino también, con la ayuda de las armas temporales de los dos principales monarcas cristianos de la época, el Rey de Francia, y el Emperador de Alemania. Para que vean los desnortados que Nuestro Señor ha dispuesto en su Iglesia dos poderes sagrados, el sacerdocio, sí, pero también el imperial o real, para protección y ayuda al primero.

Con todo y con eso, el cisma duró 8-10 años. Ahora que ya no tenemos Bernardos ni Norbertos, y mucho menos aún, verdaderos emperadores y reyes cristianos, llevamos ya más de 50 años de cisma, sin que se le vea el fin, entre otras cosas, porque muchos sedicentes católicos se empeñan en reconocer a unos “papas” mucho peores y más evidentemente ilegítimos de lo que jamás llegó a serlo Anacleto Pierleoni.

Queda claro también, por la vía del hecho histórico, que es posible que un usurpador sea elegido como Papa, sea reconocido por todos o casi, y pueda estar muchos años gobernando la Iglesia, sin que ninguno de sus actos valga nada, toda su administración sea nula de pleno derecho, y los nombramientos que realice sean inválidos y no den ningún derecho a nadie.

Ésto es lo que el Papa Paulo IV definirá solemnemente en su Bula Cum ex apostolatus:

“6. Nulidad de todas las promociones o elevaciones de desviados en la Fe.
Agregamos que si en algún tiempo aconteciese que un Obispo, incluso en función de Arzobispo, o de Patriarca, o Primado; o un Cardenal, incluso en función de Legado, o electo PONTÍFICE ROMANO que antes de su promoción al Cardenalato o asunción al Pontificado, se hubiese desviado de la Fe Católica, o hubiese caído en herejía. o incurrido en cisma, o lo hubiese suscitado o cometido, la promoción o la asunción, incluso si ésta hubiera ocurrido con el acuerdo unánime de todos los Cardenales, es nula, inválida y sin ningún efecto; y de ningún modo puede considerarse que tal asunción haya adquirido validez, por aceptación del
cargo y por su consagración, o por la subsiguiente posesión o cuasi posesión de gobierno y administración, o por la misma entronización o adoración del Pontífice Romano, o por la obediencia que todos le hayan prestado, cualquiera sea el tiempo transcurrido después de los supuestos antedichos. Tal asunción no será tenida por legítima en ninguna de sus partes, y no será posible considerar que se ha otorgado o se otorga alguna facultad de administrar en las cosas temporales o espirituales a los que son promovidos, en tales circunstancias, a la dignidad de obispo, arzobispo, patriarca o primado, o a los que han asumido la función de
Cardenales, o de Pontífice Romano, sino que por el contrario todos y cada uno de los pronunciamientos, hechos, actos y resoluciones y sus consecuentes efectos carecen de fuerza, y no otorgan ninguna validez, y ningún derecho a nadie.

Queda claro igualmente, por el ejemplo de tan grandes santos, que un cristiano que no reconoce a esos usurpadores no sólo no es cismático o hereje, sino que cumple con su más estricto deber, mientras que los que se empeñan en reconocer al usurpador cuando ha quedado claro lo que es, se hacen reos de gravísima culpa:

“7. Los fieles no deben obedecer sino evitar a los desviados en la Fe. Y en consecuencia, los que así hubiesen sido promovidos y hubiesen asumido sus funciones, por esa misma razón y sin necesidad de hacer ninguna declaración ulterior, están privados de toda dignidad, lugar, honor, título, autoridad, función y poder; y séales lícito en consecuencia a todas y cada una de las personas subordinadas a los así promovidos y asumidos, si no se hubiesen apartado antes de la Fe, ni hubiesen sido heréticos, ni hubiesen incurrido en cisma, o lo hubiesen suscitado o cometido, tanto a los clérigos seculares y regulare, lo mismo que a los laicos; y a los Cardenales, incluso a los que hubiesen participado en la elección de ese Pontífice Romano, que con anterioridad se apartó de la Fe, y era o herético o cismático, o que hubieren consentido con él otros pormenores y le hubiesen prestado obediencia, y se hubiesen arrodillado ante él; a los jefes, prefectos, capitanes,oficiales, incluso de nuestra materna Urbe y de todo el Estado Pontificio; asimismo a los que por acatamiento o juramento, o caución se hubiesen obligado y comprometido con los que en esas condiciones fueron promovidos o asumieron sus funciones, (séales lícito) sustraerse en cualquier momento e impunemente a la obediencia y devoción de quienes fueron así promovidos o entraron en funciones, y evitarlos como si fuesen hechiceros, paganos, publicanos o heresiarcas, lo que no obsta que estas mismas personas hayan de prestar sin embargo estricta fidelidad y obediencia a los futuros obispos, arzobispos, patriarcas, primados, cardenales o al Romano Pontífice, canónicamente electo. Y además para mayor confusión de esos mismos así promovidos y asumidos, si pretendieren prolongar su gobierno y administración, contra los mismos así promovidos y asumidos (séales lícito) requerir el auxilio del brazo secular, y no por eso los que se sustraen de ese modo a la fidelidad y obediencia para con los promovidos y titulares, ya dichos, estarán sometidos al rigor de algún castigo o censura, como sí lo exigen por el contrario los que cortan la túnica del Señor.”

Después de haber visto al tal Francisco, probablemente de la misma extracción genealógica que Pierleoni, y sabiendo que quiere imitar la conducta de Anacleto, despojando a la Iglesia bajo hipócrita excusa de pobreza, humildad y reforma, ¿Qué excusa tendrán los “católicos” reconociéndolo como Papa, e imitando al populacho de Roma, que pocos años más tarde, intentaría expulsar a su Señor natural, para proclamar una República Romana neo-pagana, lo mismo que hoy, quieren proclamar la República Universal del Nuevo Orden Mundial?

Una última cosa: Este atribulado Papa, Inocencio II, preso en una situación que parecía inextricable, y que contemplaba cómo la subversión judaica unía sus fuerzas con la subversión ideológica y política de un Abelardo y un Arnaldo de Brescia, presagio de males futuros mucho peores aún, fue el que recibió la visita de un santo personaje, de quien hemos hablado no poco estos últimos meses: San Malaquías de Armagh, que murió en los brazos de san Bernardo y el que recibió la famosísima “Profecía de los Papas

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Es sabido que se la concedió el Cielo precisamente a petición del desesperado pontífice, que le había preguntado a Malaquías, conocido por su don profético, cuando acabarían los desastres que afligían a la Santa Iglesia Romana.

San MalaquíasA lo que el santo contestó con la serie de Papas y antipapas en cuyos tiempos la tormenta que ya los golpeaba iría llegando a su paroxismo, hasta acabar con estas palabras: IN PROSECUTIONE, EXTREMA SANCTA ROMANA ECCLESIA SEDEBIT.

Porque a partir de ahí, se resolvería la situación, triunfaría la Iglesia Romana, y se abriría otra época de la historia del mundo, con otros combates, diferentes de los de la época anterior.

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