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UN ARTÍCULO ANTIGUO PERO CERTERO


LOS MITOS DE LA NUEVA IGLESIA

Andrés de Asboth

Revista Roma N° 1 – Septiembre de 1967

La verdad y el bien son claros y luminosos, resplandecen la luz del día; no necesitan disfraz ni ocultamiento. Su predicación se puede hacer con libertad, sin que para su difusión hagan falta sociedades secretas o grupos esotéricos. Por eso las enseñanzas de la Iglesia se deben exponer con claridad, pues, como dijo San Pío X, el catolicismo no es mercadería de contrabando.

El mal, en cambio, no puede mostrarse tal cual es. Si un error apareciera con todas sus consecuencias en el momento de ser esbozado, horrorizaría a los hombres. Las herejías, al nacer, atacan abusos —reales o imaginarios— y, de paso, suprimen una verdad, ley o tradición santa, infringiendo un grave daño ala Iglesia o la civilización cristiana.

En los tiempos actuales el progresismo ha tenido idéntico desarrollo. Asume algunas posturas atrayentes y con eso populariza su nueva iglesia, difundiendo un pretendido espíritu evangélico, indefinible y fluido, y con el apoyo de los poderosos del mundo inunda todo, llegando hasta llevar la abominación al lugar santo.

Estudiemos algunos de los mitos que se ponen en circulación:

Cristocentrismo

En el lustro que va de 1955 a 1960, más o menos, se han visto aparecer pequeños grupos de católicos, dirigidos a veces por algún sacerdote, movidos por el celo —según ellos— de dar mayor realce a la sacratísima persona de Jesucristo. Esto los llevó —siempre según propia confesión— a combatir las «exageraciones» del culto mariano —no por desafección a Nuestra Señora— sino para que resplandezca mejor la figura del Salvador.

Con ese presunto objeto se empezó subestimando las procesiones y novenas, quitando imágenes, y, luego, engrosadas las filas de los reformistas, desalentando el rezo del Rosario, y atacando desembozadamente a la piedad mariana del pueblo, tachándola de ignorancia y superstición.

Para coronar esa «devoción» a Cristo, ¿los vemos, acaso, postrarse ante la Eucaristía, predicar las bendiciones del Santísimo, orar y vigilar en largas adoraciones nocturnas? Nada de eso. En las iglesias de donde expulsaron la Madre, se los ve atacar al Hijo. El trono del «presidente de la asamblea» reemplaza al sagrario. Los «humildes» representantes del pueblo se sientan en el lugar donde San Gregorio VII e Inocencio III se acercaban a orar de rodillas en plena época «triunfalista». El Rey de reyes, el Dueño de la casa es relegado al rincón, si no expulsado del templo, donde molesta a la unidad de la Cena comunitaria, a la que se quiere reducir todo el significado de la Santa Misa. ¿Es Cristo o el hombre el centro de su culto?

Pobreza

Una nota simpática para muchos fue en los novadores la preocupación por la pobreza. Se predicó —invocando este motivo— contra la pompa de la Iglesia, el báculo dorado, la mitra y los morados de los obispos, la suntuosidad del culto, etc. Se pudo creer, en consecuencia, que los progresistas iban a ser hombres austeros que rechazan el confort y las comodidades de la vida moderna.

Resultado: pocas veces se ha visto tanto viaje de «estudio» a Europa, tanta afeitadora eléctrica, tanto automóvil, tanto veraneo en las playas de moda, tanto confort burgués entre el clero de avanzada. Salvo que la regla sea ésta: que Dios sea pobre, pero los líderes de la nueva iglesia, ricos.

Espíritu popular

Nos llenaron los oídos con que la Iglesia constantiniana dio la espalda al pueblo y se había vuelto aliada de gobiernos y oligarquías. Se debía, pues, volver a la calle, vivir con los fieles comunes, los sin rango ni poder.

Pudimos esperar, en consecuencia, que se multiplicaran las procesiones, las fiestas patronales, que todo ese folklore católico, tan sano y hermoso, flor de veinte siglos de civilización cristiana, iba a reverdecer pujante.

¿Qué vemos ? Todo esto es despreciado y aplastado sin piedad. El pueblo ama a las imágenes, y se construyen iglesias desmanteladas, con monstruosos via crucis, no figurativos, que nadie entiende. El pueblo ama todo lo que sean banderas, luces y flores, mas de los «ingenieros en liturgia» belgas y holandeses no es justamente eso lo que recibe. El calor de la tradición católica es sustituido por las elucubraciones cerebrales de los intelectuales. La piedad popular se manifiesta en forma distinta bajo las diversas latitudes, y no es con los productos de las universidades nórdicas que se los puede reemplazar. Ya se han dado levantamientos de indios peruanos contra el clero incomprensivo que quiso arrasar las imágenes y simplificar el culto. Y no hemos oído jamás de movimientos populares contra el brillo de las ceremonias si son realmente efectuadas por el celo de la gloria de Dios. No se trate de disfrazar de espíritu popular lo que no pasa de desprecio a la tradición.

Otro tema que atrajo a muchos a las nuevas ideas fue la preocupación por la Biblia. Volver a las fuentes, se dijo. ¡Qué tanta devoción barroca por los santos! iQué tanta estatua de la Virgen y tanto Sagrado Corazón, mientras se desconoce el Libro de la Sabiduría, la palabra de Dios! Los protestantes nos llevan una gran ventaja en esto.

Con estos argumentos nos llenaron de círculos bíblicos, de grupos de estudios. Desmenuzaron tanto la Biblia que al final muchos dejaron de creer en lo que el Espíritu Santo reveló por medio del gran Libro. Apartándose de la exégesis recomendada por la Santa Sede, llegaron a extrañas conclusiones: el Génesis es una fábula, San Pablo debía ser psicoanalizado porque era enemigo de las mujeres y sus enseñanzas están perimidas.

Sin embargo, siguen diciendo que reverencian a la Biblia, dando creciente importancia a la liturgia de la palabra, en detrimento de la liturgia de la Eucaristía. ¡Ay, progresistas, incensáis a la Biblia, pero cerrada bajo siete llaves! ¡Ay, si —por ejemplo— el libro de los Macabeos empezara a hablar cuando lleváis a cabo vuestras reuniones con los enemigos de Dios! ¡Ay, si en los diálogos católico-marxistas se oyera la segunda epístola de San Juan, el discípulo amado! ¿No habrá sido lo de la Biblia otro pretexto para combatir a Nuestra Señora?

La unión de los cristianos

Se desviven los progresistas en realizar encuentros con los hermanos separados, diciendo que los lleva la preocupación por la unidad. El Evangelio narra que Jesús oró al Padre para que «todos sean uno» (Juan, 17, 20). En consecuencia, si fueran a conducirlos a la unión en la verdadera religión estas reuniones serían sumamente laudables. Pero para que lo sean es necesario que lleven a todos a la Iglesia Católica, la única establecida por Jesucristo para nuestra salvación. Y para esto es necesaria la gracia de Dios.

En los coloquios que comentamos en general se calla todo lo referente a la Virgen María, a no ser para disminuir su altísima jerarquía. Ella es la gran Ausente de estos congresos. Sin embargo, Ella es la Mediadora de todas las gracias y, como dijimos más arriba, la unión de los cristianos es una gracia. Además no se puede suponer que Jesucristo pueda favorecer a los que desprecian a su Madre. Esto es claro e irrefutable como un teorema de matemáticas y no hay que ser teólogo para verlo, sino tener tan sólo un poco de sentido común. Salvo que no se quiera una unión basada en la verdad sino en el sincretismo, en la «común ruina», como lo definió Pío XII. Porque del otro lado vemos que aquellos protestantes más asiduos a estas reuniones, son los que ni en sus propias doctrinas creen. Son aquellos cuya ideología paulatinamente se acerca a un humanismo vago, ateo en el fondo, y no a Roma. En base esas alianzas tendremos —no la unión de los cristianos— sino una apostasía general, tanto de católicos como de «hermanos separados», que conduciéndose mutuamente caminaría hacia el infierno, que desgraciadamente existe, aunque callen sobre él los sermones. «Si un ciego se mete a guiar a otro ciego, entrambos caen en la hoya» (Mt. 15, 14).

Independencia del Poder

La Iglesia «constantiniana», dícese, era sierva de los poderosos. Los reyes y los gobiernos la dominaron. Servía a los grandes y ayudaba a los ricos a explotar a los obreros. Estas son las acusaciones que oímos de la boca de los progresistas. Casi nos imaginamos, oyendo tales denuncias, a San Gregorio VII bendiciendo a la simonía de Enrique IV, a Clemente VII divorciar Enrique VIII y a las encíclicas sociales proponer a la esclavitud como solución la crisis contemporánea.

Ahora, con el advenimiento de los tiempos nuevos todo sería distinto, podría pensar alguno. ¿Pero, son los rebeldes a la autoridad legítima tan prestos a desafiar a los nuevos poderosos? ¿Denuncian, acaso, al comunismo, a la pornografía y a la prensa, o son ensalzados por ellos? ¿No es para ellos «lo que pide el mundo», «lo que espera el mundo» casi un argumento teológico? ¿Combaten, por ventura, a la civilización moderna, hija de la Revolución anticristiana, con la cual está prohibida la reconciliación por el Magisterio de la Iglesia (cf. proposición 80 del Syllabus), o bien la ensalzan llegando hasta a servir al mayor imperio anticristiano de la historia, el imperio comunista?

Eso sí, son unos héroes para atacar a la aristocracia, hoy casi inexistente; a la propiedad privada, que tampoco cuenta con demasiados defensores auténticos y a las desigualdades legítimas que irritan al orgullo humano, pero que son conformes a la voluntad de Dios, como lo ha declarado el Magisterio pontificio.

Ser de izquierda hoy no es sinónimo de ser independiente del poder, sino, en muchos casos, de todo lo contrario.

Hemos tocado algunos de los mitos de la nueva iglesia, de esa que el mundo nos quiere imponer, la que los comunistas tanto aplauden (por algo será). No creo haber sido exhaustivo, pero aunque quisiera no podría serlo, pues los mitos vienen y se van. Son de la Iglesia del cambio, tan opuesta al «Yo soy el Señor y no cambio» (Malaquías, 3, 6).

«Por los frutos los conoceréis», dice el Evangelio (Mt. 7, 16). El progresismo ya ha dado frutos: apostasías de sacerdotes y caos entre los fieles. Basta una ojeada para ver el daño que han hecho a la floreciente Iglesia de los años de1950. De los tiempos en que sólo en los Estados Unidos se convertían140.000 adultos por año. De la época en que la Iglesia aparecía ante los ojos de todos, aun de los indiferentes, de los engañados y de sus enemigos, como la Roca, la que es en realidad y la que seguirá siendo hasta la consumación de los siglos.

Algunos dicen, para qué preocuparse, está escrito: «Las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella» (Mt., 16, 18). Ya han pasado muchas crisis y la Iglesia siempre surgió triunfal. Esto es bien cierto, pero se olvidan que las herejías han separado a naciones enteras de la Esposa de Cristo y todo católico, por caridad, debe preocuparse por la salvación de las almas, tan amenazadas siempre por cualquier atentado que se infiere a la verdad.

El remedio es sencillo, está en los tres grandes pilares del catolicismo moderno, en las grandes devociones que Dios suscitó para nuestros tiempos, a saber: la Eucaristía, la Inmaculada y el Papa. Contra este catolicismo sabiamente actual se levanta a una suerte de cambio radical e irresistible que sustituye a la concepción de vida de nuestro pueblo, otra concepción, que no se puede definir sino con el término ambiguo de progresista, calificándola de no cristiana ni católica. Pero, con frecuencia de sacramentos, auténtica devoción a María y fidelidad a la fe de siempre se destruye cualquier herejía, se aplasta cualquier infiltración. Oración y penitencia pidió Nuestra Señora. Cumpliendo esas condiciones podemos apartar el inmenso castigo que nos amenaza, construyendo la Ciudad Católica en que se hará realidad lo anunciado en Fátima:

«Al fin mi Inmaculado Corazón triunfará».

Fuente: Revista «Roma» N° 1, Pg. 14

ÍNDICE DEL N° 1

Visto en Católicos Alerta

2 respuestas »

  1. La nueva iglesia post-CVII, dirigida por los antipapas Juan XXIII a Benedicto XVI ya ha pasado. Ahora es la «vieja iglesia apóstata». Seamos fieles al Señor cumpliendo los mandamientos y las bienaventuranzas y formaremos la verdadera Nueva Iglesia Católica.

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  2. Los farsarios usurpadores se crucificarán solos. El mundo los despreciará y los odiará, como odiará a la gran ramera de Babilonia, pues fornicó con todos los poderosos y se embriagó con la sangre de los santos. La Roma apóstata y adúltera tiene fecha de caducidad, un poco más y se manifestará el hijo de perdición, el Anticristo, ante quien los Bergoglio y compañía se postrarán maravillados, para confusión y perdición de los tibios y los malos cristianos… ¡Redoblemos nuestros esfuerzos, buenas obras y oraciones, hermanos míos! ¡Nuestro Señor Jesucristo está ya a las puertas! Día terrible aquél, día grande y calamitoso para sus enemigos, día glorioso para quienes perseveraron hasta el fin por amor a Dios.

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