ALL POSTS

LA IGLESIA FUE FUNDADA COMO MONARQUÍA


[Esta entrada sigue a otras publicadas recientemente en particular, La Monarquía de la Iglesia donde se trata del mismo tema con más extensión, y en La revolución Cultural de Francisco . Creemos que es un tema de enorme importancia. Quizás la mayor entre los cambios que se avecinan en la iglesia conciliar, porque afecta a la constitución Divina de la Iglesia, que fue fundada por su Divino Fundador como monarquía absoluta. La tesis que establece que la Iglesia fue fundada como monarquía tiene una calificación de Fe divina al estar contenida clara y explícitamente en los textos evangélicos como los de Mat. 16, 18ss y joan. 21, 15 ss. El que la Iglesia sea una sociedad jerárquica, » divina ordinatione instituta» ( lo que excluye la Colegialidad ) fue declarado en el Concilio de Trento en las sesiones 23, cap. 6 y 4, cap. 3. Se recogía en el D.C. en el canon 329 par. 1. A la vista de todo esto, podemos juzgar que lo anunciado en la Exhortación Apostólica   » Evangelii Gaudium» supone una verdadera destrucción de los mismos fundamentos de la Institución divina de la Iglesia, que por voluntad de su Divino  Fundador quiso que fuera no sólo jerárquica- obispos (no en colegio), presbíteros y ministros- sino también monárquica y muy probablemente una  monarquía absoluta.]

Nota: Para fundamentar un poco la última idea expresada por mí, me parece oportuno traer un párrafo de la «Evangelii Gaudium»:

32.“El Concilio Vaticano II expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias episcopales pueden ‘desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta’. Pero este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera”.

En una cita, Francisco remite a un Motu proprio de Juan Pablo II, del año 1998, respecto precisamente a “la naturaleza teológica y jurídica de las conferencias episcopales”:

La Iglesia fue una monarquía desde  su fundación

Al leer las declaraciones del Papa Francisco declarando que el Papado tiene que cambiar, [ dando paso a un gobierno colegial] – lo que implica que la concepción del Papa como Rey es equivocada- es oportuno recordar a nuestros lectores que la doctrina opuesta fue enseñada en varias ocasiones por los Papas anteriores al Concilio Vaticano II. Esta doctrina establece que la Iglesia Católica es una monarquía cuyo rey es el Papa.

Hoy les presentamos un extracto decisivo del magisterio de San Pío X a este respecto. En su Carta Ex quo de 26 de diciembre de 1910, a los Delegados arzobispos-apostólicos a Bizancio, Grecia, Egipto, Mesopotamia, Persia, Siria y las Indias Orientales, San Pío X advirtió contra el error de negar la estructura monárquica de la Iglesia .

 SAN PÍO X

En cuanto a la constitución de la Iglesia … una vez más nos encontramos ante el error, ya condenado por Nuestro predecesor Inocencio X, de que San Pablo se  consideraba a sí mismo  un hermano de San  Pedro del mismo rango; de lo que deducen la no menos falsa opinión de que el Iglesia Católica no estuvo  desde los primeros siglos, bajo el mando de una sola persona, es decir, fue una  monarquía, o que el Primado de la Iglesia Romana no está respaldado por argumentos válidos. … Tales  opiniones pueden calificarse de «graves errores». 

(San Pío X, Carta Ex quo de 26 de diciembre de 1910, DR 2147a)

 Tomado de  TIA

5 respuestas »

  1. Efectivamente, Bergoglio, igual que todos los progresistas, cree que la concepción del Papado que propone la Iglesia Católica está equivocada.

    Cuando uno se acerca a lo que realmente creen los católicos de hoy en día, incluso en ambiente «tradi», se da cuenta de que muy pocos son los que tienen una idea ajustada a la realidad sobre lo que realmente es el Papado, tal como ha sido querido y establecido por Nuestro Señor en los días de su vida terrena, antes de su Ascensión, y exactamente tal como el Espíritu Santo la ha ido plasmando en sus menores detalles a lo largo de la historia.

    De hecho, si uno se acerca a esa historia, es fácil comprobar cómo los ataques contra el poder verdaderamente monárquico del Papa empezaron bien pronto, en el primer milenio, en que los orientales, envidiosos de que la Sede petrina estuviera en Occidente, intentaron cualquier cosa con tal de igualarse con ella, y pretender que alguna vez algún Papa de Roma había errado en la fe, como en los casos de Liberio, Honorio, y otros, como ya se ha podido ver en estas páginas.

    Ya hemos visto cómo han pagado su cisma y múltiples herejías contra la Roca, separándose de la Iglesia, y yendo a caer en manos de los mahometanos, en las que todavía están al presente.

    Téngase en cuenta que no es una monarquía mixta, como algunos han pretendido, mezcla de las tres grandes formas de gobierno justas reseñadas por los mejores filósofos.

    Que enseñaban que podía haber gobierno de uno sólo (monarquía), de los mejores (aristocracia) o del conjunto de los ciudadanos (democracia).

    Para evitar que cada una de estas formas, al estado puro, degenerara de su perfección, y se convirtieran, respectivamente, en tiranía, oligocracia o demagogia, supusieron una forma de gobierno que combinara las tres.

    Para saber cuál es el régimen propio de un cuerpo social, hay que fijarse principalmente en qué institución u órgano social reside el poder último y supremo, llamado soberanía,

    Según la clásica definición de Jean Bodin, recogida en su obra de 1576 Los seis libros de la República, soberanía es el «poder absoluto y perpetuo de una República»; y soberano es quien tiene el poder de decisión, de dar las leyes sin recibirlas de otro, es decir, aquel que no está sujeto a leyes escritas, pero sí a la ley divina o natural. Pues, según añade Bodin, «si decimos que tiene poder absoluto quien no está sujeto a las leyes, no se hallará en el mundo príncipe soberano, puesto que todos los príncipes de la tierra están sujetos a las leyes de Dios y de la naturaleza y a ciertas leyes humanas comunes a todos los pueblos».

    Es decir, quien tiene en sus amnos los poderes de obligar a sus súbditos por medio de leyes, de gobernar por medio de preceptos, y de juzgar a los contravinientes a las leyes, sin tener ningún superior del mismo orden por encima, ni tener que depender del consentimiento de los poderes subordinados, ni de ninguna otra instancia o poder.

    La soberanía, independientemente del sujeto en que resida, es siempre indivisible, inalienable e imprescriptible.

    Lo que varía, es el sujeto que ostenta esa soberanía, que en cualquier caso, proviene siempre de Dios, cuando es legítima.

    En el caso de la monarquía verdadera, digna de ese nombre, más conocida como monarquía absoluta, es decir, libre de cualquier condicionamiento ajeno a su esencia, la soberanía reside enteramente en la institución de la monarquía, y es desempeñada siempre por la persona del monarca, de quién derivan y dependen todo el resto de poderes públicos del Estado. Ese es el caso de la antigua monarquía davídica, de la francesa, o del Pontificado Romano.

    En el caso de la aristocracia, el poder soberano reside en un cuerpo aristocrático, que decide y gobierna como un todo colegiado, aunque venga presidido por una figura cuasi-monárquica.

    Su ejemplo más claro es el de la antigua República de Venecia.

    Y en el caso de la democracia, es toda persona responsable perteneciente a una colectividad la que decide, legisla, gobierna y juzga, como ocurría en muchos de los antiguos pueblos de Castilla, o, sui generis, en Suiza.

    Pues bien, los subversivos que desde hace muchos siglos intentan alterar sustancialmente la divina Constitución de la Iglesia, fijada por Nuestro Señor JesuCristo, pretenden transformar a la Iglesia, no tanto de monarquía en República democrática, como de Monarquía absoluta, en monarquía mixta o templada, en que el poder soberano residiría no en el Papa sólo, sino en el conjunto del Colegio episcopal, de manera que nada de importancia podría hacer el Colegio episcopal sin su Cabeza, pero al mismo tiempo, el Papa no podría usar de su poder supremo, sin el consentimiento del resto de sus hermanos y compañeros obispos.

    Es más, el poder de jurisdicción ya no provendría de arriba hacia bajo, del Papa bajando a los obispos y demás prelados, sino que vendría conferido sacramentalmente por la misma consagración episcopal.

    Como el Papa, sacramentalmente, no tiene más poder que el de cualquier otro obispo, se entiende que por su propia naturaleza, tampoco tiene más poder de jurisdicción.

    Si representa el poder supremo, es porque sus hermanos obispos se lo conceden, porque es cabeza ministerial y representante suyo.

    Es decir, el poder vendría de abajo hacia arriba, de los gobernados, hacia el gobernante, de las ovejas, hacia el pastor.

    Es, en el orden revolucionario, la misma nefanda inversión realizada por las revoluciones modernas.

    Primero, las de Inglaterra, por ejemplo, la llamada Gloriosa de 1688-89, por la que el legítimo Rey católico de Inglaterra fue expulsado, y fue adulterado cada vez más profundamente el carácter de la monarquía británica, hasta convertirla en el unsubstancial escaparate a que hoy se halla reducida.

    Precisamente el momento en que el Sagrado Corazón se aparece a santa Margarita-María de Alacoque, para mandar aviso al Rey de Francia, y tome las medidas adecuadas para ahogar esa subversión, santa empresa en la que Él prometía la victoria de las armas del Rey Cristianísmo, mientras que en caso contrario supondría, exactamente un siglo más tarde, la desaparición de esa monarquía neta, con la Revolución francesa de 1789, y más tarde, la adulteración de la mismísima monarquía papal.

    Nuestro Señor ha dejado bien claro que su monarquía es una monarquía absoluta, y que sus Vicarios tanto en el orden eclesiástico como en el temporal también son monarcas absolutos, cuyo poder no depende del consentimiento de sus subordinados.

    Si se peleó tantísimo en torno a la definición de la infalibilidad del Papa durante el Concilio Vaticano de 1870, no fue sólo por decidir si podía haber error o no en el magisterio del Papa en cuanto tal, cosa que incluso los más desorejados galicanos no se atrevían a sostener:

    Mucho más importante, era decidir cuál era la fuente y sujeto de ese poder supremo y soberano capaz de obligar las conciencias a aceptar un pronunciamiento ex cathedra bajo pena de excomunión, cisma, herejía y condenación eterna. (no hay mayor poder en la tierra, si bien se mira, es todavía más grave que obligar a la observancia de una ley o precepto bajo pena de la vida temporal).

    Los enemigos de la Iglesia Romana pretendían que ese sujeto soberano era toda la Iglesia en su conjunto, representada por los obispos, al modo en que los tratadistas políticos modernos afirman que la soberanía reside en el pueblo, o la Nación, pero se ejerce por medio de los diputados reunidos en Cortes o Parlamento.

    Y como es bien sabido que los soberanos actuales lo son sólo de nombre pero que la verdadera soberanía ya no les pertenece, dependen por completo de ese órgano parlamentario para tomar incluso las menudas decisiones.

    En el caso de una definición papal, e implícitamente, del resto de su gobierno, para que esa decisión fuera firme, irrevocable o irreformable, y por ende, verdaderamente infalible, los galicanos y jansenistas afirmaban que el Papa necesitaba del consentimiento de los obispos, que eran como el Parlamento de la Iglesia.

    Sin embargo, la Constitución Pastor Aeternus va a ser para ellos una derrota en toda regla, puesto que es toda una perfecta argumentación de la monarquía absoluta de derecho divino del Papa, que culmina en la afirmación de que incluso cuando el Papa usa el máximo de su poder soberano, es decir, cuando promulga una decisión referente a la fe o la moral, con el máximo valor de obligación, bajo pena de muerte eterna, lo hace con su propia autoridad, que es la de toda la Iglesia, «ex sese, non ex consensu Ecclesiae», es decir, por su propia autoridad soberana, sin necesitar para nada del consentimiento de la Iglesia, es decir, de sus hermanos obispos.

    Desde entonces . han intentado revertir la decisión del último Concilio legítimo, y por eso organizaron el latrocinio conocido como Vaticano II.

    Bergoglio simplemente va a sacar todas las consecuencias todavía no desarrolladas, pero ya presentes en los textos del conciliábulo, convirtiendo al Papa en el equivalente religioso de las patéticas falsas monarquías republicanas de nuestros días, cuyo mejor ejemplo podemos encontrar en Juan Carlos de Borbón, anti-rey traidor felón y perjuro, que había jurado varias veces convertirse en un verdadero monarca responsable del Bien Común temporal y espiritual de los españoles, y no bien hubo llegado al trono, se apresuró a despojarse de todo verdadero poder real con el que proteger a su pueblo de los lobos rapaces, para entregarlo a una castuza de asesinos de cuerpos y almas capaz de cualquier cosa con tal de seguir detentando el poder.

    Bergoglio tiene ahí un perfecto modelo, y ya sabe también cómo lo juzgará la historia.

    Aunque confieso que lo que más me duele es encontrarme con que buena parte del movimiento tradi sigue albergando en su seno el veneno galicano, siendo sus sacerdotes capaces de renovar las calumnias contra los Papas una y otra vez refutadas por los buenos historiadores y condenadas y puestas al Índice por los mismos Papas sucesores de los ilustres calumniados.

    O poniendo en duda que los Papas son la fuente indefectible, perpetua, ordinaria e incesante de la infalibilidad de la Iglesia, por lo que son confirmadores perpetuos y de todos los días de ella, sin que necesite de ninguna otra confirmación para serlo.

    Reconocen que es infalible en su magisterio extraordinario, cuando utiliza su poder soberano de obligación de las conciencias de los fieles en su grado máximo, pero le niegan esa misma infalibilidad, cuando el Papa enseña, sin dar a su magisterio esa obligatoriedad máxima.(en su magisterio ordinario).

    Mientras confiesan que ese mismo Papa, si va acompañado por los obispos, conformando el magisterio ordinario y universal, sí es infalible.

    De donde se deduciría, que son los obispos los que consiguen que el Papa sea infalible, cosa que no puede conseguir cuando enseña sólo.

    Concluyéndose entonces, que la infalibilidad ( e implícitamente, el resto de los poderes de la Iglesia, proviene de abajo hasta arriba, que es precisamente lo que reconoció Bergoglio, inclinándose ante los fieles para recibir su bendición, antes de darla él).

    El mismo galicanismo que los Padres del Concilio Vaticano expulsaron por la puerta de la Pastor Aeternus vuelve a entrar por la ventana del lefebvrianismo, como también, desgraciadamente, de no pocos supuestos sedevacantistas.

    Recordemos que mientras no tengamos un verdadero deseo de tener un Papa tal como en verdad el Señor los estableció y quiso que fueran, no mereceremos que Él nos envíe uno.

    Es probable que esos tradis papoclastas estén entre los principales responsables de que ese Digno Pastor aún no se haya manifestado…

    Me gusta

  2. En la Iglesia post-segunda venida de Cristo habrá un Rey y una multitud de ovejas. La jerarquía-corte habrá desaparecido, pues no hará falta.

    Me gusta

  3. Nadia:

    ¿Qué Iglesia post-venida es esa? Desde luego, si supone un gobierno visible de Cristo, estaría implicando otra Iglesia, con otra constitución fundamental, que ya no sería la que Cristo fundó, y a la que prometió que duraría inalterable hasta el fin del mundo.

    Está bordeando peligrosamente la herejía.

    Me pregunto también a qué se refiere con aquello, tan bergogliano, de jerarquía-corte…

    ¿Qué tiene de malo la corte de un soberano?

    Y desde luego, la inmensa mayoría de la jerarquía de la Iglesia era algo bien diferente de una corte, salvo que haya comprado Ud el discurso cátaro de los modernistas…

    Me gusta

  4. Estimado Fernando: parece que es usted de los que no esperan la Segunda Venida de Cristo, a pesar de que los profetas y Él mismo habló de ella. La Nueva Iglesia post-segunda venida es la misma vieja Iglesia que fundó en el año 33 pero restablecida, es decir, recuperado (ó conservado) el Dogma. Será presidida por Dios en persona -sin intermediarios- y constituida por los hijos de Dios -los que escuchan sus palabras y las ponen en práctica-. Es el triunfo del Corazón Inmaculado de María, según profetizó la Virgen en Fátima. La vieja Iglesia Católica ha acabado eclipsada por el Anticristo, por lo que debe de morir y resucitar nueva.
    ¿Puede usted creer esto?

    Me gusta

  5. A mi me gustaría vivir en una monarquía, solo tengo una condición, que el monarca sea Cristo. Todos los «sistemas» de gobierno humano, por más que tengan algún tipo de asistencia divina son imperfectos, y si no tienen esa asistencia son directamente desastrosos.

    Me gusta