30 de marzo, SAN JUAN CLÍMACO, ABAD

La gran fama que desde joven le adquirió su rara sabiduría le mereció el título de Escolástico, nombre que en aquel tiempo solo se daba a los que siendo ingenios conocidos acompañaban esta prenda de mucha elocuencia, de gran lectura de los antiguos, y de un profundo estudio en todas las ciencias. Pero nuestro Juan habia nacido para gloria mas sólida. Tentáronle muy poco todas las floridas carreras, todas las halagüeñas esperanzas con que el mundo le brindaba, a los diez y seis años de su edad las renunció todas, y siguiendo las impresiones de la gracia, dedicó todo su estudio á la importante ciencia de la salvación.
Resuelto á dejar el mundo, se retiró al monte Sínai bajo la disciplina de un venerable anciano llamado Martirio, que hallando en el nuevo discípulo toda la docilidad de un niño con toda la simplicidad de una alma inocente y pura, en poco tiempo le hizo adelantar mucho en el camino de la perfección, y en menos de cuatro años sacó uno de los mas diestros maestros de la vida espiritual.Á la verdad, nuestro Juan no omitía cosa alguna de cuantas podían contribuir á facilitarle tan admirables progresos. Era por extremo humilde. Siendo tan hábil en muchas facultades, y mas sabio de lo que correspondía á su edad, apenas abrazó la vida monástica, cuando pareció no tener ni aun tintura de las letras. No solo dejó el mundo, sino que le olvidó. Era tan perfecto su rendimiento, y su obediencia tan ciega, como si no tuviera propia voluntad. Desde el primer dia sujetó tanto sus sentidos, y adquirió tanto dominio sobre sus pasiones, que parecía haber entrado ya perfecto en la religión.
Cuatro años empleó en instruirse, ó, por mejor decir, en perfeccionarse en el ejercicio de las mayores virtudes. Muerto su santo maestro, quiso consagrarse á Dios mas perfectamente por medio de la profesión religiosa, cuyo sacrificio hizo con tan extraordinario fervor, que el abad Stratego, monje de gran virtud que se halló presente, exclamó como con espíritu profético: Estoy viendo que Juan ha de ser con el tiempo una antorcha resplandeciente en el mundo.
Instruido ya plenamente el recien profeso en las obligaciones de su estado, solo pensó en desempeñarlas con la mayor perfección. El abad del monte Sínai era como el arquimandrita ó el patriarca de todos los monjes que poblaban los desiertos de Arabia; y aunque había un monasterio sobre la misma cima del monte, la mayor parte de los monjes vivían en celdillas ó en ermitas separadas, de manera que todo el monte, hablando en propiedad, venia á ser un monasterio. Luego que nuestro Juan hizo la profesión, se retiró á una ermita llamada Tole, sita al pié de la montaña, á dos leguas de la iglesia que en honor de la santísima Virgen había hecho edificar el emperador Justiniano para comodidad de todos los monjes.que vivían esparcidos entre las rocas y asperezas del Sínai. En esta ermita vivió Juan por espacio de cuarenta años con tan ejemplar retiro, y tan entregado á los santos ejercicios de una rigurosa penitencia, que no era llamado por otro nombre sino por el del Ángel del desierto.
No le dejó tranquilo mucho tiempo el enemigo de la salvación. Apenas se vio en su retiro, cuando se sintió asaltado de las tentaciones mas violentas y mas peligrosas. Brotaron como de repente, y le dieron bien en que entender, muchas pasiones hasta entonces desconocidas al santo mancebo. Amotináronse todas; pero Juan, lleno de confianza en Jesucristo, y recurriendo á la oración, al ayuno, á las penitencias, y sobre todo á la frecuencia de Sacramentos, hallaba siempre auxilios poderosos que le sacaron victorioso de tan molesta como continuada guerra. Manteníase siempre sereno en medio de la tempestad, porque jamás perdía al cielo dé vista; sirviéndole las tentaciones para que brillase mas su virtud, y se purificase mas y mas su corazón.
Conociendo bien la destreza con que el espíritu de vanidad sabe insinuarse hasta por las espinas de la penitencia, huia con el mayor cuidado de todo cuanto podia tener visos de singularidad. Comia indiferentemente, sin escrúpulo ni melindre, de todos los manjares que le permitía su profesión; pero en tan corta cantidad, que no se sabia cómo podia mantenerse. El sueño era correspondiente al alimento; pero su íntima y continua unión con Dios, aquellos elevadísimos fines á donde dirigía todo cuanto obraba, aquella pureza de intención, y aquel encendido amor de Dios en que se abrasaba su pecho, daba tal realce, tal precio á las acciones mas comunes de nuestro solitario, que no debemos admirarnos de que en tan poco tiempo hubiese ascendido á tan eminente grado de santidad.
Elevóle Dios al estado de la oración continua; y parece que el Santo hizo retrato de sí mismo en la descripción que en su libro de la Escala dejó escrita de esta gracia. Esta oración, dice, consiste en tener el alma por objeto a Dios en todos sus ejercicios, en todos sus pensamientos, en todas sus palabras, en todos sus movimientos, en todos sus pasos; en no hacer cosa que no sea con fervor interior, y como quien tiene á Dios presente.
Este sublime don de oración le infundió aquel grande amor que profesaba á la soledad. La íntima comunicación con Dios le hacia intolerable el trato con los hombres. Viósele muchas veces levantado sobre la tierra á impulso de las sobrenaturales operaciones de la gracia, y en estos éxtasis le comunicaba el Señor anticipadamente los gustos y las delicias del cielo.
Aunque se dedicaba mucho á la lección de la Sagrada Escritura y de los santos Padres, pero en la contemplación de las cosas divinas y de los misterios de la Religión era donde principalmente bebia aquellas superiores luces que le merecieron la veneración y el concepto, no ya precisamente de un mero contemplativo, sino de un gran Doctor, de un Padre de la Iglesia, y de una de las mas brillantes lumbreras de su siglo. Pero hizo su humildad que esta antorcha estuviese cuarenta años como escondida debajo del celemín de su celda.
No se pudo resistir á encargarse de la enseñanza de un joven solitario llamado Moisés que, á fin de merecerle esta caridad, habia empeñado á todos los Padres ancianos del desierto. Aprovechóse bien el discípulo de la habilidad del maestro, y le valió mucho el gran poder que éste tenia con Dios; porque habiéndose quedado dormido á pocos dias debajo de un corpulento peñasco, oyó entre sueños la voz de su maestro que le llamaba; despertó Moisés, salió prontamente de aquella concavidad, y apenas habia salido cuando se desgajó el peñasco. Otro solitario, por nombre Isaac, le declaró las molestísimas tentaciones de la carne que le tenían casi acabado, y al instante quedó libre de ellas por las oraciones de nuestro Santo.
Cuarenta años habia que vivia en el desierto mas como ángel que como hombre, cuando el Señor le sacó de la oscuridad de su ermita para hacerle superior general, abad y padre de los monjes del Sinai. Costóle mucho rendirse, no siendo este el menor de los sacrificios que hizo á Dios en su vida. Aunque su fama estaba bien acreditada, con todo eso le admiraron mucho mas cuando le trataron mas de cerca. Ganó los corazones de todos con su blandura y con su humildad. Su gran caridad, aun con los extraños, no pocas veces la acreditaba el cielo con singulares maravillas. Concurrieron á él los pueblos de Palestina para que con sus oraciones alcanzase del cielo el agua de que necesitaban los campos, y al punto los vieron abundantemente regados de una copiosísima lluvia. No se encerraba dentro de las provincias de Oriente la fama de su santidad. San Gregorio el Magno le escribió encomendándose en sus oraciones, y le envió algunos muebles para el hospital y hospedería que habia fabricado á la falda del monte Sínai.
Á ruegos de Juan, abad de Raite, íntimo amigo de nuestro Santo, compuso el admirable libro de la Escala del cielo, dividida en treinta gradas ó escalones que contienen todo el progreso de la vida espiritual, désele la primera conversión hasta la perfección mas elevada. Á los principios se juzgó que esta obra era superior á la capacidad del común por cierto aire sublime de expresiones que es familiar á muy pocos; pero siempre se halló en ella un lleno y una solidez de espíritu tan útil como agradable. El estilo es conciso y figurado; conténtase con exponer la doctrina en ideas abreviadas, y así habla siempre por sentencias.
Tratando de la obediencia refiere admirables ejemplos que observó en un monasterio de Egipto, donde unos venerables ancianos obedecían con la simplicidad de niños, y donde se contaban trescientos y treinta monjes que solo tenían un alma y un corazón. Á pocos pasos de este monasterio habia otro que se llamaba la Cárcel, donde se encerraban voluntariamente los que después de lá profesión habían caído en alguna culpa grave. Las asombrosas penitencias que refiere el Santo de aquellos hombres verdaderamente arrepentidos no se pueden leer sin lágrimas, y aun sin horror.
Á esta obra añadió san Juan Clímaco un tratadillo, que se intitula Carta al Pastor, el cual era el mismo bienaventurado Juan de Raite, á quien dirigió laEscala del cielo.
Pero era tan grande el amor que profesaba á la soledad, que continuamente estaba suspirando por su apetecida ermita; y así al cabo de cuarenta años renunció al oficio de superior, sin ser Bastantes á hacerle mudar de resolución los ruegos ni las lágrimas de sus subditos , que solo tuvieron el consuelo de lograr por superior á Jorge, hermano, mayor de nuestro Santo.
Sobrevivió poco tiempo á la renuncia. Restituido á su amado retiro, era toda su ocupación pensar en aquel dichosísimo momento que habia de unirle indisolublemente con su Dios. Dispúsose para él con extraordinario fervor, y colmado de virtudes y de merecimientos murió el dia 30 de marzo de 605, casi á los ochenta de su edad, habiendo pasado sesenta y cuatro en el desierto. Cuando estaba para espirar, se acercó á él su hermano el nuevo abad, y deshaciéndose en lágrimas, le rogó que le alcanzase de Dios no le dejase por mucho tiempo en este mundo. Serás oído, le respondió Juan, y morirás antes que se acabe el año; como sucedió diez meses después.
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