
«Las tentaciones de San Juan Bautista de la Concepción en Roma (Pedro Atanasio Bocanegra ; de la escuela Granadina)
14 de febrero San Juan Bautista de la Concepción (1561-1613)
Beatificado por Pío VI
Del Año Cristiano del P. Croisset
El siglio XVI, fecundo en monstruos que turbaron la paz de la Iglesia, lo fue también en héroes de la Cristiandad. Entre éstos floreció Juan Bautista García, hijo de Marcos y de Isabel López, familia noble de Almodóvar del Campo, en donde nació el 10 de junio de 1561. Sus padres le educaron desde niño, a sus dos hermanos y a cuatro hermanas en el santo temor de Dios y en el ejercicio de la virtud. A los desvelos de sus padres, correspondió Juan con su docilidad, pues como en sello de blanda cera, así se imprimían en su corazón sus preceptos y ejemplos. De aquí nació el rigor con que a los seis años maceró su cuerpo con recias disciplinas por haber oido a su padre decir que así lo hacían los Santos. Dormía con el cilicio sobre un colchón ó sobre sarmientos. Su ayuno era casi continuo, frecuentemente a pan y agua, y no probaba la carne: tal fue su tenor de vida hasta los doce años que, a
ruegos de sus padres, templó el rigor de su penitencia por haber esta debilitado notablemente su salud.
En su niñez nada habia pueril. Sus compañeros eran los libros devotos, se ocupaba en la oración y por lo común en la iglesia. En la de los Carmelitas descalzos tuvo ocasión de tratar á estos religiosos, de quienes aprendió la perfecta abnegación de sí mismo y á practicar debidamente la virtud. Sus palabras eran pocas y discretas, su modestia admirable, y su recato era tal, que nunca miraba á las mujeres aunque fuesen, parientas. A los nueve años hizo voto de castidad por haber leido que una santa niña habia consagrado á Dios su virginidad. Era devoto en los templos, afable con todos, y caritativo con los necesitados. A los siete años podía ya comulgar, a juicio de su confesor, pero éste se lo dilató hasta los once. Unido con Dios por este sublime acto, era tal la vida que llevaba que todos le apellidaban, con mucho sentimiento suyo, el Santo. Razón tuvo santa Teresa de Jesús cuando hospedada en casa de sus padres, les dijo, sin duda con espíritu profético, que lo seria muy grande.
Concluida la filosofía, pidió el hábito á los Carmelitas descalzos. pero no habiéndose realizado sus deseos, ignorándose la causa, fue á estudiar teología á Baeza, y después á Toledo, en donde vistió el de los Trinitarios el dia de san Pedro del año 1580, y á los diez) nueve de su edad. La vocación era de Dios, y asi fue luego un dechado de virtud; pues los ejercicios religiosos eran su consuelo, «el retiro su delicia, la obediencia le era suave, la mortificación familiar, y la humildad naturaL Concluido el noviciado, hizo su profesión en el mismo dia de san Pedro. Siguió sus estudios con grande aplicación, siendo su catedrático el beato Simón de Rojas; de modo que con tal maestro, salió consumado en teología mística) moral.
Concluidos los estudios, Dios le probó con tan aguda enfermedad, que le dejó muy delicado por toda su vida. Esto no obstante, se aplicó á leer los santos Padres para poder distribuir á los fieles el pan de la divina palabra. Procurando la santificación de los otros, no olvidaba la propia, y siempre aspiraba á mayor perfección. La descalcez era su objeto predilecto, y Dios le colmó sus deseos del modo siguiente: En 1594 el 8 de mayo se juntó en Valladolid capítulo general en el que, con otras cosas, se decretó que en cada provincia de la Orden hubiese dos ó tres conventos en que se viviese según la regla primitiva. A este fin el Padre ministro de Martilla fue destinado para fundar en Valdepeñas, y llevó consigo á Juan, que al consuelo de decir allí la primera misa, juntó después el de ser el primer Padre de aquel convento, aunque por entonces le enviaron á Sevilla. El 8 de noviembre de 1598 se colocó el santísimo Sacramento en la iglesia, que lo fue la ermita de san Nicasio. Como todas las obras de Dios tienen por lo común sus contradicciones de parte de los hombres, así las tuvo esta en Valdepeñas, aunque pasajeras.
Durante ellas, Juan predicó en Sevilla un sermón en que dijo cosas que tenían mucha relación con lo que pasaba en Valdepeñas. Cor esto y otras ilustraciones del Señor se avivaban mas sus deseos de abrazar la descalcez. Obligóse á ello con motivo de una recia tempestad que se levantó en el camino desde Sevilla á Andújar, adonde iba á ver al padre comisario general. Este queria llevarle consigo á Madrid, y los Padres de Andújar le querían por superior; pero él alcanzó de Dios que estos desistiesen de su empeño y que aquel mandase al Padre ministro de Valdepeñas que le vistiese el hábito de recoleto, y que en todo obrase, con Juan de común acuerdo.
Vencidas con trabajo las dificultades que le apuso el común enemigo, llegé á Valdepeñas, y cuatro dias después se le dio el hábito con satisfacción igual a los deseos que tenia de recibirlo. Esta se aumentó con una visión que mereció tener la primera noche, en que le pareció que, á la vista de Jesús crucificado, le clavaban en una cruz. A pesar de su quebrantada salud fue á Sevilla á celebrar capítulo general, y en él fue elegido ministro de Valdepeñas. Allí estabteció un modo de vivir según la reforma, y era el primero en dar ejemplo. A los subditos ordenó que subrogasen al nombre de su familia el nombre de un Santo de su devoción, el de algún misterio de Jesucristo o de su santísima Madre, ó que lo sacasen por suerte. Por ello cupo a Juan el de la Concepción que le dio este nombre.
Luego se le juntaron trece compañeros, entre ellos algunos prelados de otros conventos que, no pudiendo acomodarse con tanla penitencia, humildad y pobreza, se volvieron con mengua y perjuicio de la reforma; porque el Padre general, dando fácilmente oido á sus quejas, formó un concepto menos ventajoso de Juan: hasta el mismo Comisario general, á quien fué á ver á Madrid para promover ía reforma, estaba prevenido contra él. Pensó, pues, ir á solicitar del Papa lo que no podia conseguir de sus superiores; pero el demonio le opuso grandes obstáculos, espantando con formas y aullidos horrendos á sus religiosos, y presentando á su imaginación grandes dudas y motivos de desaliento. En tal conflicto Juan acudió á la oración, y en ella mereció oir de Dios estas palabras: No temas; prosigue, que yo te ayudaré. Alentado con ellas, emprendió el viaje á Roma con un lego, llevando cincuenta escudos, sin alforjas ni equipaje. Por Manzanares fué á Alicante, donde se embarcó para Genova; pero se levantó una fuerte tempestad en la que, arreciando los vientos, pensaron naufragar. Juan, en un rapto, vio á Jesús en ademan de ir á socorrer la nave, alentó á todos, y todos se salvaron. Vueltos á tierra, Juan se fué otra vez con el lego á Valdepeñas.
El 4 de octubre de 1597 emprendió de nuevo el viaje con otro lego. En Alicante se presentó al duque de Maguerá, que iba de virrey á Sicilia, que tomándole bajo su proleccion, le llevó consigo en su galera. Pasaron por Barcelona á Colliure, en donde padecieron mucho de parte de los elementos. A los que estos perdonaban consumía una enfermedad contagiosa. Las que Juan padecia casi habitualmente no le impidió ejercitar su caridad con el prójimo, acudiendo á todas partes á hacerse todo para lodos. Disipadas en Colliure por un varón sabio las dudas con que de nuevo le molestaba el demonio para que desistiese de su piadoso intento, pasaron á Genova. Allí Juan se despidió de su bienhechor, y siguiendo su viaje, llegó á Roma el 21 de marzo de 1598.
Ál principio pareció que los ánimos de varias personas distinguidas estaban dispuestos á favorecerle; mas sus contrarios de España le hicieron tan cruda guerra, que en poco tiempo se vio abandonado de todos, menos del P. Pedro de la Madre de Dios, carmelita descalzo, predicador de Su Santidad. En este abandono suplicó particularmente á Jesús que fuese su compañero, y varias veces tuvo el consuelo de verle á su lado. Por estas y otras visiones conoció el feliz éxito que tendría su empresa, y lo tuvo en efecto, después de grandes dificultades, por el breve de institución, expedido por Clemente VIII en 20 de agosto de 1599. Aunque en él no se hace mención expresa de Juan, es cierto que fue el primero en solicitarlo, y el que mas trabajó para obtenerlo.
Vuelto á España y vencidos los obstáculos que sus contrarios pusieron á la ejecución del breve, fué á tomar posesión del convento de Valdepeñas. También los hubo allí de parte del Padre ministro, que se le opuso obstinadamente, hasta que el gobernador de la villa interpuso su autoridad para que se cumpliese el mandato del visitador apostólico para la ejecución del breve. Los religiosos se fueron; pero bien pronto se le reunieron otros hasta el número de diez y seis. Esto y la fundación sucesiva de ocho conventos fue una compensación de sus trabajos continuos. Con anuencia del nuncio apostólico juntó capítulo general en el que, contra su voluntad, fue elegido provincial.
En esta nueva dignidad, pareció excederse á sí mismo. Su celo era grande, su vigilancia admirable, su solicitud paternal. En la visita que hizo á sus conventos, sus palabras y sus obras llevaban el sello de la caridad, inculcando la mas estrecha observancia de su regla. Esta tarea no le distraía de su intento principal de extender la reforma; pero no siempre halló buena disposición en los pueblos. Cumplido el trienio de su provincialato se retiró al convento de la Solana; después el provincial le envió á Valladolid, y posteriormente elegido en difinitorio, pasó de ministro al convento de Córdoba. A los pocos meses renunció para ir á fundar á Toledo, lo que consiguió, convirtiendo, con su caritativa paciencia y constancia, los ánimos que se le mostraron mas hostiles, y trocando en protectores los que habian sido más contrarios de la fundación.
Tantos trabajos y molestias, ocasionados muchas veces por aquellos de quienes menos debía esperarlo, causaron un quebranto notable en su salud ya delicada. Era de ver su paciencia y santa resignación entre los mas agudos dolores. Médicos, medicinas, asistencia esmerada, todo fue en vano, porque había llegado el tiempo de recoger el premio de sus méritos y constancia. Al darle esta noticia, contestó con David: Heme alegrado en lo que se me ha dicho, iremos á la casa del Señor. Se le administró el santísimo Viático, que recibió con viva fe y abrasado en caridad. Recibida, á petición suya, la santa Unción, murió en el Señor el 11 de febrero de 1613. Mucho podria añadirse sobre sus virtudes, que declaradas en grado heroico por Clemente XIII, fue beatificado por Pió VI, teniendo en nuestros dias la satisfacción de verle colocado en los altares.
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