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SANTA MARÍA MAGDALENA DE PAZZI


29 de mayo Santa María Magdalena de Pazzi , carmelita. 1607.

 
Papa Pablo V .
 
«Amaba al prójimo más de lo que se puede decir. Tenia la costumbre de no decir hombres, sino almas.»
 
Santa María Magdalena de Pazzi. Bartolomeo Gennari. Siglo XVII.
 
Magdalena de Pazzi brilló en el Carmelo por su pureza deslumbrante y el ardor de su amor. Era, como Felipe Neri, una de las manifestaciones más llamativas de la caridad divina dentro de la verdadera Iglesia, que ardía en la sombra del claustro como Felipe en el  siglo en el trato de las almas, habiendo recibido uno y la otra, la gracia de la palabra del Dios-Hombre:
«¿He venido a encender el fuego en la tierra, y qué es mi deseo, si no que se encienda» (Lucas XII . 40 ..)
La vida de la Esposa de Cristo era un milagro continuo. los éxtasis estaban a la orden del día. Tenía luces elevadas de los misterios, y para purificarla cada vez más para alcanzar estas comunicaciones sublimes, Dios lo llevó a través de los pasos más difíciles de la vida espiritual. Ella triunfó sobre todo, y el amor siguió aumentando, lo cual. Era su descanso en el sufrimiento, por que es lo único que podría alimentar el fuego que la consumía. Al mismo tiempo, su corazón rebosante de amor por los hombres quería salvarlos a todos, y su amor ardiente de las almas llegaba heroicamente a los cuerpos. Mientras aquí abajo vivía esta existencia seráfica, el cielo miró a Florencia con especial complacencia; y el recuerdo de tantas maravillas se mantienen en esta ciudad, después de más de dos siglos, con un culto ferviente a la esposa insignne del Salvador de los hombres.
Una de las características más llamativas de la divinidad y santidad de Iglesia aparece en estas existencias privilegiadas, en las que se muestra de manera tan brillante la acción directa de los misterios de nuestra salvación.
«Tanto amó Dios al mundo que le  dio a su Hijo unigénito.» (Johan . III, L6.).
 
Y el Hijo de Dios apasionado por una de sus criaturas, produjo en ella estos efectos, para  que los hombres pudieran tener idea del amor que su divino Corazón se muestre radiante al mundo  comprado al precio de su sangre.Bienaventurados los que pueden disfrutar de esta sublime visión , son los que pueden  dar gracias por estos dones! Ellos tienen la verdadera luz, mientras que aquellos que se sorprenden y son reacios a ver su brillo todavía están luchando con la oscuridad de la naturaleza caída.
Capilla Pazzi. Filippo Brunelleschi. XIV.
 
Santa María Magdalena de Pazzi, una de las flores más dulces que han tenido  los jardines fragantes de Carmelo, nació el 02 de abril 1566 en Florencia de la ilustre familia Pazzi.  Su padre era Camilo Geri de Pazzi y su madre María-Lorenza de  Bondelmonte. Ella tomó el nombre en en su bautismo de  Catalina en honor de Santa Catalina de Siena a la que tuvo siempre una gran veneración. 
Desde la edad de siete años se formó en la escuela de los cielos, en la oración, y parecía casi un milagro su  mortificación. Durante la noche llevaba una corona de espinas en la cabeza, con dolores inexpresables para imitar su amor al divino crucificado. Cuando su madre la llevaba a la comunión, la niña se acercaba a ella  sin poder dejar ese tiempo, atraída por el dulce perfume de Jesucristo.
Desde su primera comunión, estaba dispuesta a hacer cualquier sacrificio, e hizo el voto Jesús el voto de no tener otro esposo. Fue a la edad de 12 años cuando juró guardar la virginidad. Por eso, cuando más tarde, su padre quería casarla ella exclamó:
«Prefiero entregar mi cabeza al verdugo que mancillar mi castidad con un hombre.»
Su padre había sido nombrado gobernador de la ciudad de Cortona por el Gran Duque de Toscana y permitió que nuestra santa se educara con   las monjas de San Juan de Florencia. 
Cuando terminó su estancia con ellas, le  buscaron un buen partido, pero Santa María Magdalena de Pazzi expresó su deseo de entrar en el Carmelo.  Estuvo durante tres meses bajo la obediencia a su padre, que quería poner a prueba su vocación. Finalmente, fue finalmente admitida en el Carmelo con la bendición amorosa y cálida de sus padres.
Santa María Magdalena de Pazzi algún tiempo antes de
su entrada en el Carmelo. Santi di Tito. XVII.
 
La santa esposa de Cristo entró en el Carmelo, en donde recibía la comunión casi a diario. Alli su vida fue un continuo milagro, vivía casi en un continuo éxtasis, en el el sufrimiento y en el amor. Durante cinco años fue acosada por  tentaciones terribles; su arma era la oración, durante la cual ella lloraba a menudo: 

«¿Dónde estás, Dios mío, ¿dónde estás»

Un día, en una tentación más fuerte que de ordinario se lanzó a un arbusto de espinos que, la dejo maltrecha pero victoriosa.
El fuego del amor divino era tan ardiente en ella, que no podía soportar su calor, y la obligó a atemperarlo con agua que derramó en su pecho. A menudo estaba fuera de sí, padecía éxtasis largos y maravillosos, en los que penetraba en los misterios del cielo, recibiiendo de Dios favores admirables. Fortalecida por esta ayuda, mantuvo una larga lucha contra los reyes de las tinieblas, se sentía desolada, y abandonado por todos, sufriendo diversas pruebas, con el permiso de Dios, que quiso hacer de ella modelo de «invencible paciencia y de la más profunda humildad.
Pero nuestro Señor no le abandonará llegando a prescribirla normas admirables para la realización de su vida

1. Tener una pureza en todas sus palabras y todas sus acciones como sí estuviera en las últimas horas de su vida,

2. Nunca dar una opinión sin consultar a Jesucristo y asociada a su cruz,

3. Siempre tener un afán de santa caridad para con los demás,

4. No hacer ya casos de las cosa de la tierra y del cuerpo que debía pisotear.

5. Nunca negar a nadie lo que le pudiera dar,

6. Tener una gran condescendencia con los demás en todo lo posible.

7. Cumplir  estas reglas que Jesucristo mismo le había dado con gran perfección.

8. Ofrecer a menudo, desde las seis hasta el momento de la comunión, la Pasión de Jesucristo  y también ofrecerse a sí misma  tratando se visitar el Bendito Sacramento del Altar día y noche, hasta treinta veces, si la caridad o la obediencia no le impedían hacerlo.

9. Estar  siempre en todas sus acciones, transformada en Jesucristo, por la renuncia desu voluntad.

 

 
Alessandro Rossi. XVII.
 
Ella disfrutaba diciendo estas palabras: «Voluntad de Dios» que repitía constantemente, diciendo a sus hermanas:
«¿No sientes lo dulce que es nombrar a la Voluntad de Dios»
Un día, en éxtasis, revorrió todo el convento gritando
«Hermanas mías , que buena es la  Voluntad de Dios!»

Plugo a Dios crucificarla grandemente con  un dolor indescriptible, que le dejó clavada  en la cama en un estado de inmovilidad. Lejos de exigir alivio, ella lloraba diciendo.

«Siempre sufrir y nunca morir»

Su corazón era una llama de fuego que consume el amor. Quince días antes de su muerte, dijo:

«Dejo el mundo, sin poder entender cómo la criatura puede resolverse a cometer un pecado contra su Creador»

A menudo decía:

«Si supiera que decir lo que es el amor de Dios, tendría que ser más grande que un Serafín  «.

Casi muuriéndose sus últimas palabras a sus hermanas fueron estas:
«Os ruego, en el nombre de nuestro Señor, que sólo le améis a Él! «
[Sigue texto de «Vidas de los Santos» de A. Butler]

(1607 p. C.) – La familia de Pazzi, emparentada con la familia Médicis que gobernaba Florencia, era una de las más ilustres de la ciudad. Dio al Estado una brillante serie de políticos, gobernantes, militares, y a la Iglesia, una mujer cuya fama supera a la de toda su parentela. El padre de la santa, Camilo Geri, estaba casado con María Buondelmonte, que pertenecía a una familia tan distinguida como la de su esposo. María Magdalena nació en Florencia, en 1556. Su nombre de bautismo era Catalina, en honor de Santa Catalina de Siena. Fue extraordinariamente piadosa desde niña, e hizo la primera comunión a los diez años, con gran fervor. Como su padre había sido nombrado gobernador de Cortona, Magdalena se quedó como pensionaría en el convento de San Juan, en Florencia. Ahí pudo entregarse, a su gusto, a las prácticas de devoción y empezó a familiarizarse con la atmósfera de la vida conventual.

Quince meses después, su padre la llamó a Cortona, con la intención de casarla. Entre los pretendientes había varios personajes destacados; pero la inclinación a la vida religiosa que mostraba la joven era tan fuerte, que sus padres acabaron por darle el permiso de ingresar en el convento. Catalina eligió el de las carmelitas, en Florencia, porque las religiosas comulgaban casi todos los días. La víspera de la fiesta de la Asunción de 1582 ingresó en el convento de Santa María de los Angeles. La única condición que le impuso su padre fue que no hiciese profesión antes de haber experimentado a fondo las dificultades de la vida religiosa. Dos semanas más tarde, su padre la obligó a volver a casa, con la esperanza de hacerla cambiar de parecer. Catalina permaneció firme en su resolución y, tres meses después, volvió al convento con la bendición de sus padres.

El 30 de enero de 1583, tomó el hábito y el nombre de María Magdalena. El sacerdote que se lo impuso, depositó el crucifijo en sus manos con estas paluliras: «Líbreme Dios de gloriarme en otra cosa que en la cruz de Jesucristo». El rostro de Magdalena se transfiguró, y su corazón se inflamó en el deseo de Niifrir toda su vida con Cristo. Ese deseo no haría más que crecer con los años. Al cabo de un fervoroso noviciado, Magdalena hizo los votos antes que sus compañeras, pues una enfermedad la puso a las puertas de la muerte. Como la santa sufría terriblemente, una religiosa le preguntó cómo podía soportar sus dolores sin una palabra de impaciencia. Magdalena señaló el crucifijo y respondió: «Mirad con qué amor infinito sufrió Cristo para salvarme. Ese amor fortalece mi debilidad y me da valor. Quien piensa en la Pasión de Cristo y ofrece sus dolores a Dios, encuentra dulce el sufrimiento.» Cuando la transportaban de nuevo a la enfermería después de haber hecho los votos, Magdalena fue arrebatada en éxtasis durante más de una hora. En los siguientes cuarenta días, tuvo intensas consolaciones espirituales y fue objeto de gracias extraordinarias. Los especialistas en la vida espiritual hacen notar que Dios suele consolar a las almas escogidas después del primer momento en que se entregan completamente a El, a fin de prepararlas para las pruebas que los esperan y las somete a la cruz de las tribulaciones interiores para acabar con todo rastro de egoísmo, darles un perfecto conocimiento de sí mismas y convertirlas plenamente al amor. Esto se comprueba una vez más en el caso de Magdalena de Pazzi, a cuyos transportes de gozo espiritual siguió un período de amarga desolación. Dios colmó así su deseo de sufrir por Jesucristo.

Temiendo ofender a Dios con el deseo de compartir la vida de las profesas, Magdalena pidió a sus superioras que le permitiesen continuar en el noviciado otros dos años, después de haber hecho los votos. Al cabo de ese período, fue nombrada subdirectora del pensionado y, tres años más tarde, instructora de las religiosas jóvenes. Por aquella época sufría intensas pruebas interiores. Constantemente se veía asaltada por tentaciones de gula y de impureza, a pesar de que ayunaba a pan y agua toda la semana, excepto los domingos. P a r a vencer esas tentaciones, castigaba su cuerpo con crueles disciplinas e imploraba constantemente el auxilio del Salvador y de la Virgen Santísima. Vivía en un estado de oscuridad interior en el que sólo percibía sus propias debilidades y los defectos de las personas y objetos que la rodeaban. Al cabo de cinco años de desolación y sequedad espiritual, Dios le devolvió la paz y le hizo sentir intensamente su presencia. En 1590, durante el canto del Te Deum en maitines, Magdalena fue arrebatada en éxtasis; cuando se rehizo, dio un apretón de manos a la superiora y a la maestra de novicias, diciéndoles: «Alegraos conmigo, pues el invierno ha pasado. Ayudadme a dar gracias a Dios.» Desde entonces, Dios manifestó su gracia en la santa religiosa.

Magdalena poseía el don de leer el pensamiento y prever el futuro. Así, por ejemplo, predijo a Alejandro de Médicis que un día sería Papa. En otra ocasión, le advirtió que su pontificado sería muy breve; en efecto, sólo duró veintiséis días. La santa se apareció, en vida, a muchas personas ausentes y curó a numerosos enfermos. Con el tiempo, los éxtasis se hicieron más y más frecuentes; en algunos casos, Magdalena podía continuar su tarea, pero en otros entraba en un estado de rigidez próximo a la catalepsia. Por las palabras que pronunciaba, los circunstantes comprendían que participaba de un modo especial en la Pasión de Cristo, o que conversaba con Dios y los espíritus celestiales. Tan edificantes eran esos coloquios, que sus hermanas solían apuntarlos y los reunieron en un libro, después de la muerte de la santa. Magdalena parecía gozar de una unión con Dios sin interrupción; acostumbraba exhortar a todas las criaturas a glorificar al Creador y ansiaba que todos los hombres le amasen como ella. Con frecuencia exclamaba: «El Amor no es amado. Las criaturas no conocen a su Creador. ¡Oh, Jesús! Si tuviese yo una voz suficientemente poderosa para hacerme oír en todo el mundo, gritaría para dar a conocer tu amor, para lograr que todos los hombres amasen y honrasen ese bien inmenso.»

En 1604, Santa Magdalena tuvo que guardar cama: sufría de violentos dolores de cabeza, había perdido el uso de los miembros y el más leve contacto constituía una verdadera tortura. A esto se añadía una aguda desolación espiritual. Pero, cuanto mayores eran los sufrimientos, mayor el deseo de la santa de participar en la Pasión de Cristo. «¡Señor —repetía—; quiero sufrir sin morir! ¡Déjame que viva para que sufra más!» Cuando sus oraciones no eran escuchadas, se regocijaba de que se hiciese la voluntad de Dios y no la suya. Cuando sintió acercarse su última hora, se despidió de sus hermanas con estas palabras: «Reverenda madre y queridas hermanas: pronto voy a dejaros. Lo último que os pido, en el nombre de Jesucristo, es que le améis a El sólo, que confiéis plenamente en El y que os alentéis mutuamente a cada instante a sufrir por El y amarle.» La santa fue a recibir el premio celestial el 25 de mayo de 1607, a los cuarenta y un años de edad. Su cuerpo se conserva todavía incorrupto en el santuario contiguo al convento de Florencia en el que pasó su vida. Fue canonizada en 1669.

En Acta Sanctorum, mayo, vol. VI, hay una traducción latina de las dos primeras biografías de Santa María Magdalena de Pazzi. La primera fue publicada en 1611 por Vicente Puccini, que fue su confesor en sus últimos años. La parte narrativa es relativamente corta; pero hay unas 700 páginas de extractos de los escritos y cartas de Santa Magdalena. El P. Cepari, que había sido también confesor suyo, escribió una biografía; pero no la publicó para no ofender al P. Puccini. Dicha biografía vio la luz en 1669, con algunas adiciones, tomadas del proceso de canonización. Esas dos biografías, las cartas de la santa y los relatos, cinco volúmenes de notas tomadas por las religiosas durante los éxtasis de Magdalena, constituyen las principales fuentes. Maurice Vaussard editó, en 1945, una nueva selección de pensamientos de la santa, con el título de Extases et Lettres; al mismo autor se debe la biografía de la colección Les Saints. En 1849, apareció en la Oratorian Series una traducción inglesa de la obra del P. Cepari. La biografía francesa escrita por la vizcondesa de Beausire-Seyssel (1913) es muy completa. Véase el estudio del P. E. E. Larkin sobre Los éxtasis de los cuarenta días de Santa María M. de Pazzi, en Carmelus, vol. I (1954), pp. 29-71.

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