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REINA DE LA RESTAURACIÓN CATÓLICA


[Es republicación]
[Continuamos publicando los artículos de la Revista Roma. Es preciso dar a conocer estos magníficos textos, que siguen teniendo tanta actualidad. Algunos hasta parecen haber sido escritos en nuestros días. Los vamos tomando de la página Católicos Alerta, con objeto de darles la modesta publicidad de que somos capaces en este blog. Aunque aumentemos un poco la que obtienen en la publicación de esa página, nos damos por contentos.

En esta ocasión se trata de un tema mariano, con magníficos textos de santos y Padres de la Iglesia. Nos hacen ver cómo la devoción mariana está ligada a a la defensa de la verdadera Fe católica, en estos día tan atacada incluso en el lugar donde otrora estuvo la Cátedra de la Verdad como luz de la naciones, (Véase el exorcismo de León XIII).  Recomendamos encarecidamente y de manera especial la lectura de este artículo.]

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REINA DE LA RESTAURACIÓN CATÓLICA

Revista Roma N° 57 – Junio de 1979

 ¿Falsa devoción?

«No todo aquél que me dice: ¡Señor, Señor! entrará al reino de los cielos; sino aquél que hace la voluntad de mi Padre, ése es el que entrará al reino de los cielos.»[1]Estas palabras de Nuestro Señor nos vienen a la memoria cuando notamos un fenómeno que aparece muy recientemente —después de la desilusión de unos y la tímida reacción de otros, ante el caos postconciliar— de una devoción mariana carente de un celo vigoroso por la gloria de Dios, tan afrentada por la herejía progresista.

Peor aún, algunos de estos «marianos» toman parte en la conspiración del silencio con que la «línea media»[2] trata de ahogar la sana reacción antiprogresista que se presenta por doquier.

Este marianismo de nuevo cuño muestra poco amor a Jesucristo, que, no olvidemos, es el Hijo de María,pues no da señales de inmutarse demasiado ante la deformación de su doctrina sacrosanta —la inmutable doctrina católica tradicional, única verdadera— ni tampoco ante las deformaciones y ambigüedades en los ritos de los sacramentos que son la fuente de la gracia de Dios. Prefiere esconder los horrores, con lo que consigue que éstos escapen al repudio de los hombres de buena voluntad, pues no se puede condenar ni combatir sino lo que se conoce. Así se sigue difundiendo el veneno, apañado por ese velo de tinieblas con que lo cubre la «línea media».

Ostensiblemente esta nueva devoción tiene el sello de lo moderno; es poco definida, amiga de la comodidad y del relativismo, y es de temer que agrada poco a Nuestro Señor, dado que es una piedad que lleva consigo al abandono del deber del cristiano.

No olvidemos que al recibir el bautismo todo católico contrae la obligación de profesar la fe, con todas sus consecuencias, de combatir —en la medida de sus posibilidades— los errores que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Obligación que se afianza al recibir el sacramento de la confirmación, que nos hace soldados de Cristo. La misma caridad exige que se denuncie el error, para evitar que hombres incautos caigan en los lazos del demonio.

No existe devoción que exima de una obligación. Y si se usara de alguna, aún de la más santa como la devoción mariana, es señal segura que se trata de una falsa devoción.

San Luis María Grignion de Monfort, el apóstol encendido de Nuestra Señora, cuya prédica abarcó los territorios donde luego surgieron los héroes contrarrevolucionarios de la Vendée, y al que con toda certeza podemos llamar «doctor mariano», es muy claro en esto.   Dice el gran santo:

«Los devotos presuntuosos son pecadores abandonados a sus pasiones o amadores del mundo, que, bajo el bello nombre de cristiano y de devoto de la Santísima Virgen, ocultan o el orgullo, o la avaricia, o la impureza, o la embriaguez, o la cólera o el perjurio, o la maledicencia, o la injusticia, etc.; que duermen en paz en sus malos hábitos, sin hacerse mucha violencia para corregirse, so pretexto de que son devotos de la Virgen: que se prometen que Dios los perdonará, que no morirán sin confesión, y que no serán condenados, porque dicen su corona, porque ayudan el sábado, porque son de la cofradía del Santo Rosario o Escapulario, o de sus congregaciones; porque llevan el hábito o la cadenilla de la Santísima Virgen, etc.

«Cuando se les dice que su devoción no es sino una ilusión del diablo y una presunción perniciosa capaz de perderlos, no lo quieren creer; dicen que Dios es bueno y misericordioso; que no nos ha hecho para condenarnos; que no hay hombre que no peque; que no morirán sin confesión; que un buen peccavi[3] a la hora de la muerte, es suficiente; además, que son devotos de la Santísima Virgen; que llevan el escapulario; que dicen todos los días sin reproche y sin vanidad[4]  siete Padrenuestros y siete Avemarias en su honor, que hasta dicen algunas veces la corona y el Oficio de la Santísima Virgen; que ayunan, etc. Para confirmar lo que dicen y cegarse más traen a colación algunas historias que han oído, o leído en libros, verdaderas o falsas, no importa, que dan fe de que personas muertas en pecado mortal sin confesión, porque durante su vida habían dicho algunas oraciones o hecho alguna práctica de devoción a la Santísima Virgen, o han sido resucitadas para confesarse, o su alma ha permanecido milagrosamente en su cuerpo hasta la confesión, o, por la misericordia de la Santísima Virgen han obtenido de Dios, en el momento de su muerte, la contribución y el perdón de sus pecados, y por ahí han sido salvadas, y así que ellos esperan la misma cosa.

«Nada es tan condenable, en el cristianismo, como esta presunción diabólca; porque ¿se puede decir con verdad que se ama y que se honra a la Santísima Virgen, desde que por sus pecados se punza, se atraviesa, se crucifica y ultraja despiadadamente a Jesucristo su Hijo? Si María se impusiese como ley el salvar por su misericordia a esta clase de gente, autorizaría el crimen, ayudaría a crucificar y a ultrajar a su Hijo, ¿quién osaría nunca pensarlo?

«He dicho que abusar así de la devoción a la Santísima Virgen que, después de la devoción a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, es la más santa y sólida, es cometer un horrible sacrilegio que, después del sacrilegio de la comunión indigna, es el más grande y el menos perdonable.»[5]

Si bien los «devotos» que sienten alergia al buen combate contra las huestes de Satán y hacen campañas de silencio para ahogar la defensa de la fe, suelen ser hombres de costumbres morigeradas, «duermen en paz en sus malos hábitos» de pacifismo entre el bien y el mal. Y condenan generalmente a los que asisten al Santo Sacrificio de la Misa celebrada con el rito de siempre, codificado por San Pío V, o al menos prefieren a esta liturgia sacrosanta las nuevas ceremonias que celebran tanto católicos como protestantes. ¿Nos preguntamos si el abandono de la Causa de Dios no puede ser a veces más grave que alguna pasión desarreglada que describe el Santo en las páginas que citamos más arriba? Nos tememos que la postura de «línea media» —al menos en personas que gozan de influencia— puede hacer más daño a veces que muchos de los pecados que anatematiza San Luis María.

Se puede ser «amador del mundo», aún sin ser amigo del boato, de la celebridad, del poderío verdadero, pero sí apegado al mundito que es de uno, el que ciertamente es «mundo», según el significado que condena el Evangelio, si aparta de la verdadera doctrina católica, con todas sus consecuencias, aún cuando sea un mundo clerical, repudie los excesos del tercermundismo, y sus contertulios se sientan tan «buenos» participando en sus actividades.

Escribimos estas líneas no para atacar personas por muchos motivos estimables, sino porque —como dice la vieja sabiduría cristiana— el demonio suele disfrazarse de ángel de luz y porque sospechamos que quiere adormecer a personas cuyo apostolado —si fuera rectamente orientado— podría dar gloria a Dios, en devociones que no dan frutos de salvación. Volvamos nuevamente a San Luis María, y oigamos lo que dice al respecto:

«Es menester, ahora más que nunca, hacer una buena elección de la verdadera devoción a la Santísima Virgen: pues hay más que nunca falsas devociones a la Santísima Virgen, que es fácil tomar por verdaderas devociones. El diablo, como un monedero falso y un engañador fino y experimentado, ya ha engañado y condenado a tantas almas por una falsa devoción a la Santísima Virgen, que él se sirve todos los días de su experiencia diabólica para condenar a muchas otras, entreteniéndolas y adormeciéndolas en el pecado, so pretexto de algunas oraciones mal dichas y de algunas prácticas exteriores que les inspira. Como un monedero falso no falsifica ordinariamente sino el oro y la plata y muy raramente los otros metales, porque no valen la pena, así el espíritu maligno no falsifica tanto las otras devociones como las de Jesús y de María, la devoción a la Santa Comunión y la devoción a la Santa Virgen, porque éstas son, entre las otras devociones, lo que son el oro y la plata entre los metales.»[6]

Pensamos que una devoción que se use como excusa para rehuir el buen combate por el honor de Dios, tan afrentado por todo lo que se ve en ambientes que se denominan «católicos», no puede ser verdadera. En consecuencia, suplicamos encarecidamente, se medite con seriedad lo que dice el Santo en el párrafo que acabamos de reproducir.

El Vaticano II y los santos

Otro síntoma extraño es que se pueda unir una auténtica devoción a Nuestra Señora con un entusiasmo por el Concilio Vaticano II, o, lo que es más raro aún, pueda presentárselo como fuente de la piedad mariana[7]. Ese conciliábulo, aconsejó no exagerar en la devoción a la Madre de Dios. El documento«Lumen gentium» donde figura esta restricción, no da explicación alguna de donde han encontrado los padres conciliares pruebas de la existencia de esta «falsa exageración», como se la denomina, ni tampoco quienes han tributado mayores elogios a la Santísima Virgen María que los Santos. Por otra parte, el Concilio evitó proclamar a María Corredentora y Mediadora de todas las gracias, como lo esperaban muchas almas con celo por la gloria de Dios.

Para proclamar bien alto la excelsa dignidad y el gran poder de Nuestra Señora y mostrar bien claro que no hay ninguna exageración en el culto que se le suele tributar en la Cristiandad, citaremos algunos textos de los Santos:

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO«Todo, hasta el mismo Dios, obedece al mandato de María, dice francamente San Bernardino de Siena, esto es, Dios oye sus ruegos como si fueran preceptos.» [. .. ]«Aseguran resueltamente [los Santos] no haberse de salvar ninguno a quien esta Señora no proteja; sentencia que además sostienen muchos otros doctores.» Y trae el testimonio de San Antonino, de San Ignacio Mártir, de Juan Crisóstomo y otros Santos.

SAN EFREN«¡Oh inmaculada y purísima Virgen María, madre de Dios, Reina del universo, bondadísima Señora nuestra! Vos sois superior a todos los Santos, la esperanza de los escogidos y la alegría del Paraíso. Vos nos habéis reconciliado con nuestro Dios; Vos sois la única abogada de los pecadores, el puerto seguro de los que naufragan, el consuelo del mundo, la redentora de los cautivos, el regocijo de los enfermos, el recreo de los afligidos, el refugio y la salvación del universo. [. . . ] No tenemos más esperanza que en Vos, ¡oh Virgen Purísima!; nos hemos entregado a Vos, y consagrados a vuestro obsequio, llevamos el nombre de vuestros siervos: no permitáis, pues, que el demonio nos lleve consigo al infierno. ¡Oh Virgen Inmaculada!, ponednos bajo vuestra protección: por esto acudimos sólo a Vos, y os suplicamos que impidáis que vuestro Hijo, irritado por nuestros pecados, nos abandone al poder del demonio.

«¡Oh María, llena de gracia!, alumbrad mi entendimiento, moved mi lenggua para cantar vuestras alabanzas y principalmente la Salutación angelical tan digna de Vos. Yo os saludo, oh paz, oh alegría, oh salud y consolación de todo el mundo.   Yo os saludo, oh el mayor de los milagros que jamás se haya obrado en el mundo; paraíso de delicias, puerto seguro del que se encuentra en peligro, fuente de la gracia, medianera entre Dios y los hombres.

«¡Oh Madre de Jesús, amor de Dios y de todos los hombres!, a Vos sea dado honor y bendición, con el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo.   Amén»

SAN BERNARDO«Vos sois la única mujer en la cual el Salvador ha hallado su descanso, y en la que ha depositado a manos llenas sus tesoros inagotables. Por esta razón, todo el mundo, oh santa Señora mía, honra vuestro casto seno como templo de Dios, en el cual se dio principio a la salvación del mundo, y se verificó la reconciliación entre Dios y los hombres. [.’..] ¿Con quién podré compararos, oh Madre de gracia y hermosura? Vos sois el paraíso de Dios. De Vos ha salido el manantial de agua viva que fecunda toda la tierra. ¡Cuántos beneficios ha recibido el mundo de Vos, que habéis merecido ser un acueducto tan saludable!

«De vos se dice: ¿Quién es aquélla que se levanta como la aurora, hermosa como la luna y resplandeciente como el sol? Habéis venido al mundo, oh María, como brillante aurora precediendo con la luz de vuestra santidad la aparición del Sol de justicia. El día en que vinisteis al mundo, puede muy bien llamarse día de salud, día de gracia. Sois hermosa como la luna, porque así como no hay planeta que más se asemeje al sol, así también no hay criatura más semejante a Dios que Vos. La luna alumbra por la noche con la luz que recibe del sol, y Vos alumbráis nuestras tinieblas con el resplandor de vuestras virtudes; pero Vos sois más bella que la luna, porque en Vos no hay manchas ni sombras. Vos sois escogida como el sol, esto es, como el Sol que ha criado al sol. El fue escogido entre todos los hombres, y Vos habéis sido escogida entre todas las mujeres.»

SAN GERMÁN«¡Oh María! Vos sois omnipotente para salvar a los pecadores y no necesitáis recomendación alguna, porque sois la Madre de la verdadera vida.»

SAN METODIO«Vos habéis llevado en vuestro seno al que es incomprensible, y alimentado al que alimenta a todo el universo. El que llena el Cielo y la tierra, el Señor del mundo, ha querido seros deudor, por haberle Vos revestido de la carne humana que antes no tenía. Regocijaos, oh Madre, oh sierva de Dios, pues tenéis por deudor al que da el ser a todas las criaturas. Nosotros somos todos deudores a Dios, pero Dios es deudor vuestro.»

SAN JUAN DAMASCENO«Yo os saludo, oh María, a Vos, esperanza de los cristianos: recibid la súplica de un pecador que os ama tiernamente, que os honra de un modo especial, y pone en Vos toda la esperanza de su salvación. De Vos tengo la vida: Vos me restablecéis en la gracia de vuestro Hijo, Vos sois la prenda cierta de mi salvación.»

SAN ANDRÉS DE CANDÍA«Os saludo, oh llena de gracia, el Señor es con Vos. Os saludo, oh instrumento de nuestra alegría, ya que por Vos la sentencia de nuestra condenación fue revocada y cambiada en juicio de bendición. Os saludo, oh templo de la gloria de Dios, casa sagrada del Rey de la gloria: Vos sois la reconciliadora de Dios con los hombres. Os saludo, oh Madre de nuestra alegría:  verdaderamente sois Vos bendita, porque entre todas las mujeres fuisteis hallada digna de ser Madre de vuestro Criador.   Todas las naciones os llaman bienaventurada.

«¡Oh María!, si en Vos pongo mi confianza, seré salvo; si me hallare bajo vuestra protección, nada he de temer; porque ser vuestro devoto es tener armas ciertas de salvación, las que Dios sólo concede a los que quiere sean salvos.»

SAN ATANASIO«Acoged, oh Virgen Santísima, nuestras súplicas, y acordaos de nosotros. Dispensadnos los dones de vuestras riquezas y de la abundancia de las gracias de que estáis llena. El Arcángel os saluda y os llama llena de gracia. Todas las naciones os llaman bienaventurada, todas las jerarquías del Cielo os bendicen, y nosotros, que pertenecemos a la jerarquía terrestre, os decimos también: Dios te salve, ¡oh llena de gracia!, el Señor es contigo; ruega por nosotros, ¡oh Madre de Dios!, Nuestra Señora y nuestra Reina.»

SAN ANSELMO«Os rogamos, ¡oh Santísima Señora!, por el favor que Dios os ha hecho de exaltaros tanto, y de que con El todas las cosas os sean posibles, hagáis que la plenitud de la gracia que merecisteis nos haga partícipes de vuestra gloria. […] Si os dignáis rogar a vuestro Hijo, El al punto nos escuchará. Basta que Vos queráis salvarnos para que infaliblemente nos salvemos.»

SAN PEDRO DAMIÁN«Santa Virgen, Madre de Dios, socorred a los que imploran vuestro auxilio. […]Emplead en nuestro favor vuestro valimiento, porque el que es Omnipotente os ha dado la omnipotencia en el Cielo y en la tierra. Nada os es imposible, pues podéis infundir aliento a los más desesperados para esperar la salvación. Cuanto más poderosa sois, tanto más misericordiosa debéis ser.

«Ayudadnos también con vuestro amor. Yo sé, Señora mía, que sois sumamente benigna, y que nos amáis con un afecto al que ningún otro aventaja. ¡Cuántas veces habéis aplacado la cólera de nuestro Juez en el instante en que iba a castigarnos! Todos los tesoros de la misericordia de Dios se hallan en vuestras manos. ¡Ah!, no ceséis jamás de colmarnos de beneficios. Vos sólo buscáis la ocasión de salvar a todos los miserables, y de derramar sobre ellos vuestra misericordia, porque vuestra gloria es mayor cuando por vuestra intercesión los penitentes son perdonados, y los que lo han sido entran en el Cielo. Ayudadnos, pues, a fin de que podamos veros en el Paraíso, ya que la mayor gloria a que podemos aspirar consiste en veros, después de Dios, en amaros y en estar bajo vuestra protección. ¡Ah!, oídnos, Señora, ya que vuestro Hijo quiere honraros concediéndoos todo cuanto le pidáis.»

No nos ha sido nada trabajoso encontrar estas citas de los Santos, las que se podrían multiplicar fácilmente hasta llenar no sólo esta revista, sino muchos tomos de libros gruesos. Los Santos han sido harto elocuentes al hablar de la Madre de Dios. «Y en este creer y sentir nos confirman innumerables teólogos y Santos Padres, de los que no es justo que digamos que por ensalzar a María hablaron con hipérboles y se les cayeron de la boca exageraciones, porque el exagerar y aumentar con exceso es traspasar los límites de la verdad, vicio muy ajeno de los Sanios, asistidos en lo que escribían del espíritu de Dios, que es espíritu de verdad», dice San Alfonso María de Ligorío, doctor de la Iglesia.

La Reina de la Contrarrevolución

Habiendo oído a los Santos y con la certeza que la salvación viene de María, insistimos en recomendar la verdadera devoción a Nuestra Señora[8] que no exime sino presupone el cumplimiento del deber, ser en todo sujetos a Jesucristo, esclavos de jesús en María, como lo quería el Apóstol de la Vendée.

Ella aplastará a la Revolución varias veces secular que fue encendida con el atentado que Sciarra Colonna y Felipe de Nogaret, agentes de Felipe el Hermoso[9] —nieto renegado de San Luis— osaron inferir al Papa Bonifacio VIII, iniciando la sublevación del poder temporal contra el espiritual. Ese («non serviam» —de signo similar al de Lucifer— tuvo funestas consecuencias: el humanismo renacentista, las tres Revoluciones[10], esbozándose en la actualidad la cuarta[11] que es un nihilismo lleno de odio contra todo orden y toda autoridad. La Revolución que pone en primer plano al hombre, ha logrado convertirlo en esclavo, tanto del estado como de sus pasiones desarregladas. El primer revolucionario, Satanás, ya engañó a nuestros primeros padres, prometiéndoles que «serían como dioses»[12]. Adán y Eva pagaron harto caro este primer diálogo y la ambición consiguiente. La historia ha probado que «nunca es tan grande el hombre como de rodillas», sirviendo a quien debe servir, a Dios Nuestro Señor. Atestigua la veracidad de este antiguo dicho castellano, que, cuando España la observó, llegó a señorear un imperio donde nunca se ponía el sol, mientras que hoy «liberada» y con soberanía popular se encuentra desgarrada por separatismos, en plena disolución y en peligro de caer bajo la esclavitud del comunismo.

Frente a este incendio revolucionario universal y totalitario, se alza la Contrarrevolución,[13] que, como bien dice el conde Joseph de Maistre, no es una revolución de sentido contrario, sino lo contrario de la Revolución . Es una corriente de opinión que quiere basar todo el orden, tanto espiritual como temporal, tanto social como individual, en la conformidad a la voluntad de Dios. El hombre se sujeta a la ley divina y esa sujeción es la fuente fecunda de la más excelsa de las civilizaciones que toca construir, aún cuando nos encontremos acorralados por el poderío de las fuerzas del mal[14]. El Rey Pelayo emprendió la reconquista de España, cuando sólo le quedaban un palmo de territorio y un puñado de soldados.

El programa de la Contrarrevolución no está por inventarse. Surge del Evangelio y del Magisterio de grandes Papas que han señalado sus pilares[15]. Dice San Pío X: «No, venerables hermanos hay que recordarlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual, en que cada individuo se convierte en doctor y legislador—, no se edificará la ciudad de un modo distinto a como Dios la ha edificado; no se levantará la sociedad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar, ni la ciudad nueva por construir en las nubes. Ha existido, existe; es la civilización cristiana, es la ciudad católica. No se trata más que de instaurarla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques siempre nuevos de la utopía malsana, de la revolución y de la impiedad: OMNIA INSTAURARE IN CHRISTO» [16].

Como se ve, esta restauración es obra esencialmente religiosa, si bien abarca los más variados planos del quehacer humano. Y, al contrario del grito luciferino «non serviam» que adoptaron los revolucionarios, debe tener por lema: «ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum»[17] que pronunció Nuestra Señora, al oir la salutación angélica. Es tal la grandeza de la respuesta humilde de María, que nos parecen muy acertadas las palabras de un predicador contemporáneo, al afirmar que aventaja en importancia al mismo «fiat» de la Creación, pues allí, con su «hágase», Dios Nuestro Señor creó los cielos, la tierra, los ángeles, los hombres, las cosas animadas e inanimadas, todo lo cual se empequeñece ante la inmensidad de la Encarnación, que es la consecuencia inmediata del «fiat» de Nuestra Señora.

El «fiat» de los cristianos a la voluntad de Dios, debe engendar la única civilización digna de este nombre, la civilización católica. Para esto es menester ir a María, rezar el Rosario y conformarse con la ley divina, pues si se tratase eludir esta ley sacrosanta, pretextando una devoción, la misma sería vana, falsa y peligrosa, como lo demostramos al inicio de este escrito. Pero, si bien el cumplimiento del deber es necesario, es también necesario una sólida devoción mariana. Para recordar esto, nos parece a propósito reproducir unos párrafos escritos a los inicios de la revista ROMA, de su editorial n° 2, de noviembre de 1967, con el título que encabeza este capítulo:

La voluntad de Dios, hoy

«He aquí la esclava del Señor, hágase en Mí según tu palabra» [18]. Esta contestación de María Santísima al anuncio del arcángel San Gabriel encierra toda la perfección y sabiduría humana, la absoluta conformación de la voluntad con la de Dios. Nada más a propósito para los tiempos actuales, tan llenos de «cristianismo adulto» y de «autonomías» que meditar estas palabras. Nuestra Señora, que es la Inmaculada, la que nunca tuvo pecado alguno, dijo en verdad —pues de su boca no podía salir mentira— que era la esclava del Señor, es decir, éste era el estado que le correspondía. No pretendió hablar como la más perfecta de las criaturas, ni alegar méritos, sino tan sólo cumplir la voluntad del Altísimo. Por eso mereció ser llamada Bienaventurada por todas las generaciones, ser Madre del Redentor, Mediadora de todas las gracias y Reina de todo lo creado, lo que significa Señora en el sentido más estricto de la palabra, es decir a la que todo está sujeto en los cielos y tierra. Ella es un ejemplo viviente de la palabra de Cristo: «Cualquiera que se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado» [19].

Para santificarse es necesario hacer la voluntad de Dios. Hasta la mortificación, la pobreza y las obras, si se hacen contra su voluntad, no sólo no sirven un ápice para la salvación, sino que son nefastos, pues el hombre ha sido creado para conocer, amar y servir a Dios y después gozarlo eternamente y no para realizar tal o cual acto heroico y vanagloriarse de él.

No es con la constante afirmación de unos pretendidos derechos humanos que se eleva el hombre sino siguiendo el camino de la Cruz. Jesucristo no dijo reclama derechos, sino: «si alguno quiere venir en pos de Mí, niegúese a sí mismo y cargue su cruz y sígame»[20]. No predicó el orgullo ni la rebelión, sino la humildad y la pureza, virtudes de María, contra las cuales mueve Satanás la guerra religiosa de la Revolución anticristiana, utilizando profundas transformaciones sociales para crear un mundo ateo en queesas virtudes serían borradas de la faz de la tierra.

Todas las épocas cristianas han sido marianas, mas la actual debe serlo especialmente.  Dios lo quiere de un modo manifiesto.   Si es, como vimos más arriba, condición indispensable para cualquier progreso espiritual cumplir con la voluntad de Dios, ¿cómo podemos imaginarnos que sea posible conseguir algún bien oponiéndose al deseo de Nuestro Señor que hizo bailar al sol delante de decenas de miles de personas para confirmarnos que quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María, al que puso como piedra fundamental de la historia contemporánea? Para conseguir la paz, tan ansiada por las naciones, necesitamos su poderosa intercesión. No sólo en FÁTIMA se ha visto el poder de Dios desplegarse para mostrarnos el único camino, sino la Virgen —que siempre hace la voluntad del Señor— ha hablado en muchas oportunidades en los tiempos modernos desde su aparición en la rue du Bac a Santa Catalina Labouré. El mismo desarrollo dentro de la Iglesia del culto mariano, que tantos frutos excelentes ha dado, se debe atribuir a la acción del Espíritu Santo.

Recordar esto es más actual que nunca. En FÁTIMA, la grandeza de Dios se puso de manifiesto en alabanza de María, mostrándonos, por medio de Ella, el único camino para construir la ciudad católica: oración y penitencia.

En ese año 1917 se produjeron los dos acontecimientos de mayor significación histórica de nuestro siglo: el mensaje del Cielo que nos infunde esperanza, y la tentativa del infierno —por medio de la revolución de octubre— de edificar una sociedad comunista, tentativa condenada al fracaso, por más éxitos temporales que coseche, pues nadie puede vencer a Cristo Rey, quien en estos tiempos reservó a su Madre la misión de triunfar sobre el enemigo.

Revista «Roma» N° 57 , Pg. 1

ÍNDICE DEL N° 57

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[1] Mateo, 7, 21.
[2] Forman la LINEA MEDIA los que tratan de conservar una posición intermedia entre la postura católica y la autodemolición de la Iglesia. En la «línea media» se encuentran distintas posiciones; algunas de ellas se acercan al catolicismo íntegro, otras al progresismo. Esta corriente es el puente entre la verdad y el error. De ahí su extrema peligrosidad para la fe.
[3] Cf. II Reyes XII. H.
[4] Es decir, con fidelidad y humildad.
[5] Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, Editorial Iction, Buenos Aires, 1978, págs. 75/77.
[6] Op. cit., pág. 71.
[7] Recomendamos sobre este tema el artículo de M. Roberto Gorostiaga, «María Santíísima y el Concilio Vaticano II», ROMA n° 56, págs. 16/22. Asimismo nos hemos ocupado de la negativa de conceder a Nuestra Señora un esquema propio en los documentos conciliares, en los editoriales de ROMA n° 47, «María Santísima, única esperanza, esperanza segura»; n° 53, «La importancia de María Santísima«; n° 55, «Nuestra triple súplica» y n° 56, «La Misa, la Biblia y el catecismo».
[8] Para llegar a la verdadera devoción a la Virgen Santísima es muy a propósito el estudio del libro homónimo de San Luis María Grignion de Monfort.
[9] Rey que usaba cilicio, probando, con esto, que no toda austeridad convierte de por sí al que la práctica en un santo. Sin humildad, la penitencia de nada sirve.
[10] La protestante, la liberal, la comunista.
[11] Muestra de la IV Revolución fue, en 1968, el caos en Francia, iniciado por estudiantes universitarios, que logró paralizar todo el país. Durante la misma se preguntó a uno de los dirigentes subversivos ¿cuál era su programa? Este contestó: la pregunta revela que no se ha entendido nada. Respuesta por demás coherente, pues la meta de los revolucionarios era la supresión de todo programa, la anarquía total. Su lema: prohibido prohibir. En el Brasil, «misioneros católicos» [sic], ponen como ejemplo a las costumbres tribales, presentan como modelo «cristiano» la vida de los indios paganos, con total olvido de los principios que deben informar a la Cristiandad, y en oposición de la enseñanza del gran apóstol de esa misma nación, en el siglo XVI, el padre jesuíta Anchieta, al que, con justeza, horrorizaban las aberraciones de las costumbres indígenas. Otro exponente de la IV Revolución fue Jim Jones, del Templo del Pueblo, autor de la masacre de las Guayanas, vinculado a la esposa del Presidente de los Estados Unidos y a políticos norteamericanos. Este líder «religioso» fue amoral, procastrista, tenía una comuna agrícola del más puro estilo comunista y pensaba buscar refugio para su secta en la Unión Soviética. Jones tuvo un precursor lejano en 1534, durante la reforma protestante: Jan Bockelson, jefe de los anabaptistas de Münster, quien es venerado como procer por el régimen comunista de Alemania Oriental. (Ver Francis Russell: «The Kingdoms of Dcath», National Review, Nueva York, vol. XXXI, n° 7, 16 de febrero de 1979). Sobre la IV Revolución véase el editorial homónimo de ROMA n° 46.
[12] Cf. Génesis, 3, 4.
[13] Cf. «Consideraciones sobre el estado de Francia».
[14] La contraiglesia revolucionaria, la masonería, siempre insistió que no era un movimiento cuya finalidad fuera la conquista del poder político —si lo conseguía, solo quería que este poder sirviera sus fines— sino que era una asociación de reforma moral. Su meta: vaciar a los hombres de moral cristiana para inculcarles la mentalidad liberal. Frennte a este plan —que en buena parte se ha logrado— para que la Contrarrevolución sea viable hay que volver a las costumbres cristianas, costumbres que hubieran aprobado los pastorcitos de Fátima. La quintaesencia del espíritu masónico es la Organización de las Naciones Unidas y su «declaración de los derechos humanos». El antecedente de ésta, la «Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano», de la Revolución francesa, fue calificada de contraria a la religión y la sociedad, por el Papa Pío VI.
[15] Recomendamos a los que quieren profundizar el estudio del orden social católico los siguientes documentos papales: Realeza de Cristo: Pío XI, Quas primas. Ordenamiento cristiano del Estado: León XIII, Immortale Dei. Libertad: León XIII,Libertas. Familia: Pío XI, Casti connubii. Educación: Pío XI, Divini illius magistri. La «cuestión social»: Pío XI, Cuadragésimo anno. Errores modernos: Pío IX, Syllabus y San Pío X, Notre charge apostolique.
[16]San Pío X, Notre charge apostolique., § 11.
[17] Lucas 1, 38.
[18] 18 Lucas, 1, 38.
[19] Lucas, 14, 11.
[20] Marcos, 8, 34.

2 respuestas »

  1. Gracias por publicar estos artículos en su Blog. Poco a poco los voy subiendo a mi sitio, como un merecido homenaje a M. Roberto Gorostiaga, creador de la revista Roma, propagador de la devoción a la Sma. Virgen y gran guerrero del Buen Combate.

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