ALL POSTS

LA MALDICIÓN DE CUELGAMUROS


Comentario en el original:

Antonio Díaz
Dios no dejará sin castigo la profanación de sus Santa Casa y sus Santos Lugares. Los ateos se mofan hoy. Mañana llorarán amargamente lágrimas de sangre e implorarán clemencia, la misma que ellos niegan al reposo de los difuntos, aunque se llamen Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la gracia de Dios.

La maldición de Cuelgamuros golpeará a los responsables de la profanación de Franco

Los cuatro ángeles del presbiterio de la Basílica del Valle de los Caídos.

LGC.- Imperceptible para la vista humana, desde el Valle de los Caídos desciende y recorre España la maldición de Cuelgamuros. Justa venganza política contra la inquina y la cobardía de los que ofenden a los muertos y traicionan a la Patria.

La Basílica es una fortaleza del catolicismo español custodiada por las mismas huestes celestiales, por la flor y nata de las advocaciones marianas de España, por una fabulosa pléyade de santos y mártires españoles, por un formidable ejército de ángeles invisibles, potestades y dominaciones que se tomarán cumplida venganza de cada blasfemia cuando en el Armageddón las puertas del infierno sean clausuradas para siempre.

Porque ellos tendrán su satánico «ojo de Horus», pero estas fuerzas celestiales también tienen ojos, ojos que miran, y manos que anotan en el Libro de la Vida todas sus fechorías, todas sus perversidades, todos sus pogroms, todas sus desamortizaciones y blasfemias.

Nos viene ahora a la memoria el tremendo final de la leyenda becqueriana titulada «El Beso», que narra el acontecimiento sobrenatural que sucedió en la iglesia de san Pedro Mártir de Toledo, durante la Guerra de la Independencia, cuando un capitán francés borracho se dispuso a besar la estatua mortuoria de Elvira de Castañeda, esposa del conde de Fuensalida, Pedro López de Ayala, cuya escultura se encontraba al lado de la de su mujer: «El joven ni oyó siquiera las palabras de sus amigos y, tambaleando y como pudo, llegó a la tumba y aproximóse a la estatua; pero al tenderle los brazos resonó un grito de horror en el templo. Arrojando sangre por ojos, boca y nariz, había caído desplomado y con la cara deshecha al pie del sepulcro […]: En el momento en que su camarada intentó acercar sus labios ardientes a los de doña Elvira, habían visto al inmóvil guerrero levantar la mano y derribarle con una espantosa bofetada de su guantelete de piedra».

Y, donde no lleguen los guanteletes flamígeros de los ángeles custodios, les alcanzará «la maldición de los Caudillos», que dejará en pecata minuta la maldición de los faraones, el anatema de Tutankamón.

Porque, cuando intenten profanar la Basílica y la tumba de Franco, se activará la maldición celestial, que, parafraseando la maldición del faraón egipcio, dice que «La muerte golpeará con su miedo a aquel que turbe el reposo del Caudillo».

Inquietante horizonte para los causantes de la profanación y algunos de sus seres más queridos. Es la voluntad divina. Que así sea, y así se cumpla.

 

De Alerta Digital