Maravillosa colección de textos, admoniciones, cartas, regla etc… de Nuestro Padre San Francisco de Asís. La lectura de uno solo de estos numerodos escritos deja el alma en una profunda paz e inflamada en el amor de Dios Nuestro Señor y Padre y de su querido Hijo Nuestro Señor Jesucristo. Como muestra basta un boton:
14 De donde: Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis de pesado corazón? (Sal
4,3).
15¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? (cf. Jn 9,35).
16Ved que diariamente se humilla (cf. Fil 2,8), como cuando desde el trono real (Sab
18,15) vino al útero de la Virgen;
17diariamente viene a nosotros él mismo apareciendo humilde;
18diariamente desciende del seno del Padre (cf. Jn 1,18) sobre el altar en las manos del sacerdote.
19Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan sagrado.
20Y como ellos, con la mirada de su carne, sólo veían la carne de él, pero, contemplándolo con ojos espirituales, creían que él era Dios,
21así también nosotros, viendo el pan y el vino con los ojos corporales, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero.
22Y de este modo siempre está el Señor con sus fieles, como él mismo dice:
Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (cf. Mt 28,20).
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no puedo descargar los escritos, no tengo blog y no sé cómo hacerlo ni cómo se usa
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Del último escrito, el de la perfecta alegría, hay otra versión bastante más sugerente. Dice así:
«En un día crudo de invierno y de mucho frío, se dirigía San Francisco de Asís, de Perusa a Santa María de los Ángeles. Conforme iban andando, dijo a Fray León, su compañero de viaje: Hermano León, ovejita de Dios, si los frailes menores hablasen la lengua de los ángeles, y conocieran el curso de los astros y la virtud de las plantas y los secretos de la tierra, y la naturaleza de las aves, de los peces, de los hombres y de todos los animales, de los árboles, las piedras y el agua, tenga por muy cierto que no por eso disfrutarían de la perfecta alegría.»
«Y un poco más adelante: Oh, hermano León, aunque los frailes menores convirtieran con su predicación a todos los pueblos infieles, fíjese bien en ello, no por esto tendrían motivo para estar completamente alegres. Y continuó hablando así por espacio de algunas millas.»
«Al fin, lleno de asombro Fr. León, preguntó al santo: Pido por Dios a vuestra Paternidad, que me diga en qué consiste la perfecta alegría. San Francisco respondió: Cuando lleguemos a Santa María de los Ángeles, bien mojados y cubiertos de lodo, transidos de frío y muertos de hambre, si llamando nosotros a la puerta, el portero nos dice: ¿Quién es? nosotros responderemos: Somos dos hermanos vuestros. Si él entonces replicara: Mentira; sois dos vagos que andáis por el mundo robando las limosnas a los verdaderos pobres; ¡fuera de aquí! y no quisiera abrirnos y nos dejara fuera toda la noche a la intemperie, expuestos a la nieve y al frío y muriéndonos de hambre; si nosotros sufrimos este tratamiento con paciencia, sin turbarnos ni murmurar; y si además pensamos humildemente y con caridad, que el portero nos conoce bien por lo que somos, y que por permisión de Dios habla así contra nosotros, créame, hermano, en esto consiste el verdadero contentamiento.»
«Y si continuamos llamando, y encolerizado el portero nos echara como holgazanes importunos y nos colmara de injurias y nos diera de bofetadas; y nos dijera: Marcháos de aquí, miserables, ladronzuelos; id al hospital, no hay aquí para vosotros nada que comer; si nosotros soportásemos este mal tratamiento con gozo y con amor, oh hermano León, no tenga duda, en esto consiste la alegría perfecta.»
«Si, finalmente, en aquel apuro el hambre, la sed y el rigor de la noche nos precisaran a instar con lágrimas y lamentos para que nos dejaran entrar en el convento, e irritado entonces el portero saliera con un palo, y nos agarrara de la capucha, y nos tirara a la nieve, y nos magullara a palos hasta dejarnos cubiertos de heridas; si nosotros sufriésemos todas estas cosas con alegría, pensando que debemos participar de las humillaciones de Nuestro Señor Jesucristo bendito.. hermano León, créalo firmemente, en esto se encuentra realmente la alegría verdadera. Y ahora, hermano, escuche la conclusión. Entre todos los dones del Espíritu Santo, el más considerable es el de vencerse a sí mismo y sufrir con gusto por amor de Jesucristo las penas, las injurias y los oprobios (1).»
Ante el espectáculo de tan admirable humildad, no resta sino levantar los ojos al cielo y repetir las palabras de la eterna Sabiduría: «Gracias te doy, oh Padre mío, que ocultaste estas cosas a los sabios y a los prudentes, y las revelaste a los pequeñuelos.»
(l) Florecillas, cap. VIII.
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errata: es del capítulo VII de las Florecillas.
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Francisco y el hno. León, en ese ejemplo que imaginaban divagando camino del convento, con el que querían ver a la misma divina justicia en el hermano portero que así los maltrataba, los injuriaba y abofeteaba teniéndolos por extraños y gorrones vagabundos, no demostraron mucha sumisión y reverencia hacia aquel en quien Francisco representaba la voz misma de Dios que tan bien los conocía, puesto que porfiaron llamando a la puerta en vez con santa obediencia hacer lo que el celoso cancerbero les había dicho de ir a buscar asilo al hospital, ni mucha paciencia cuando tras el primer rechazo que los dejó fuera «toda la noche a la intemperie», a la tercera todavía estaban en «el rigor de la noche», seguramente no soportaron mucho aquel rigor los santos monjes, ni exhibieron tan «admirable humildad» como dice, ni tal vez hubieran sido tan sufridos y resignadamente comprensivos si en lugar del mocetón de airosos puños y hábil garrote volandero hubiera estado al cuidado de la puerta de la santa casa el fraile más enclenque de la comunidad, je je
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tienes algo mejor que hacer que buscarlos y leerlos, puedes ponerte a imitar esa experiencia en un día crudo de invierno que cuenta el hermano Francisco, camino de Santiago, por ejemplo, y pegarte una caminata hasta la noche a la fría intemperie y cuando no lo soportes más y te rinda el sueño y el cansancio tratar de buscar acogida en algún convento moderno, en la policía, por ejemplo, que no te faltarán porteros ni ocasiones para ejercitar tu humildad y hallar la verdadera alegría, o puedes aporrear el albergue de peregrinos o el portón de cualquier iglesia novusórdica que aunque cerradas a cal y canto sin duda guardan bien adentro, como el coco de esas excrecencias vegetales, un cura bien protegido de los insultos del mundo que sabrá atenderte si antes no llega la misma policía a la que habrá llamado, o sin llamarla, porque te estarán vigilando las cámaras que más o menos disimuladas tienen hoy esas santas moradas a falta del ojo de Dios, o en fin, puedes probar a pasar la noche en cualquie rincón que puedas, en un banco de un parque, al pie de algún muro, bajo unas matas que no faltarán bien a las afueras, donde mejor se te acomode y no sea muy escandaloso para tu modesta piedad y sean menos fieros el relente y las tiritonas, y entonces empezarás a aprender que por encima de los favores de los hombres y de los reniegos que puedas dedicarles por haber hecho este límpido y asfaltado masónico mundo moderno tan tomado de la ambición urbanística y tan frío e inhumano para la noche del vagabundo, sólo tendrás a Dios para asistirte y sólo en Él encontrarás la alegría y el consuelo y el calor que andabas buscando (y que para que no haya quien así le descubra son capaces los poderes del mundo hasta de ser amables y caritativos o solidarios con los desgraciados, a su manera amables)
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