11 de octubre FIESTA DE LA DIVINA MATERNIDAD DE MARÍA
La maternidad de María, que hoy celebramos, es la divina; la maternidad que el concilio de Éfeso, entre los aplausos de todo un pueblo, propuso definitivamente a la piedad de los fieles como dogma de fe. Esperamos la hora fijada por la Providencia para que se dé culto solemne y definitivo a aquella otra maternidad que nos da por madre a la Madre de Dios.
Plan de la meditación. — La tercera parte de esta obra contiene varias meditaciones sobre la incomparable dignidad de la Madre de Dios. Proponiéndonos ahora celebrar esta festividad según el espíritu de la Iglesia, tomaremos los puntos de este ejercicio de las antífonas propias que en el Oficio de este día se rezan en Laudes y Horas menores, las cuales llaman sucesivamente nuestra atención sobre la excelencia de la dignidad; las cualidades requeridas en la elegida, las prerrogativas que para ella se siguen y la universalidad de los homenajes tributados a María.
1° Preludio. — Figurémonos todo el esplendor del cielo, y, en este reino incomparable, un trono más cercano que todos los demás al de Dios, y en este trono María.
2.° Preludio. — Pidamos instantemente la gracia de ver acrecentada por medio de esta meditación, nuestra veneración a la augusta Madre de Dios y aumentada nuestra confianza en ella.
Bienaventurada eres, oh Virgen María, que llevaste en tu seno al Creador de todas las cosas (1.a antífona).
I. Después de haber hecho, de todo corazón, un acto de fe en la maternidad divina de la Santísima Virgen, esforcémonos en penetrar algo mejor la inefable exaltación de María como Madre de Dios. Pero tales grandezas escapan a nuestra consideración directa; hasta tal punto sobrepujan a nuestras concepciones. Hay que recurrir, pues, a ciertas comparaciones. Tratemos de fundar nuestra estima en las relaciones de esta maternidad con el poder de Dios, al que toca, en cierto sentido, y con la grandeza de Jesucristo, de la cual participa.
1. Recordemos, en primer lugar, toda la extensión del poder divino. Es sin límites. ¡Cuán grandes son las obras del Creador en el orden físico, moral y sobrenatural! Todo eso nada le costó a Dios. Y realizar en este triple dominio maravillas cien veces más estupendas, sería como un juego de su voluntad. Agotad la mente en concebir cosas grandes, bellas, buenas; Dios ni siquiera necesita de un ademán para hacer obras más hermosas y mejores. Y sin embargo este Dios cuyo poder es sin medida, no podría investir a una pura criatura de más alta dignidad que la de Madre de Dios. Oigamos al oráculo de las Escuelas: «La bienaventurada Virgen, como Madre de Dios, saca del bien infinito, que es Dios, una dignidad en cierto modo infinita, y en este sentido, no puede hacerse nada mejor que ella, como nada hay mejor que Dios mismo» (Sto. Tomás, 1° p., q. 25, art. 6, ad 4). Juntad la gloria de las vírgenes, de los confesores, de los mártires con la de los apóstoles y la de los espíritus celestiales; imaginad cuánto de bello, de fuerte, de sublime, encierra este conjunto; añadid a todos estos dones creados cuantos otros podáis imaginar: María, Madre de Jesucristo, aventaja a todo esto, cuanto el mismo Cristo está por encima de su Iglesia; María, Madre de Dios, aventaja a todo esto, cuanto Dios está por encima de su creación.
2. ¡Cuán grande es la gloria y la grandeza de Cristo! Sobre nadie se refleja tanto como sobre aquella que, por su consentimiento, atrajo al Verbo de Dios a su seno y le suministró toda la materia del cuerpo, de que se dignó vestirse. Seguid a Cristo en su vida oculta o en su vida pública, en sus sufrimientos o en su gloria, brillando en el cielo u oculto en la Eucaristía, en todo estado y en todo lugar y siempre es y permanece Hijo de María. Siempre, inclinando la cabeza, podemos dirigirle este homenaje: «¡Honor a ti, cuerpo verdadero, nacido de María Virgen!» Ave verum corpus natum ex Maria Virgine.
II. —1. Entreguémonos ante todo a un vivo sentimiento de admiración. Multipliquemos nuestros homenajes y nuestras felicitaciones; digamos con la Iglesia: Quibus te laudibus efferam nescio (Oficio de la Virgen. Respons. de la primera lección del primer Nocturno). «No sé cómo alabarte».
2. Veamos, al mismo tiempo si nuestros respetos son de alguna manera proporcionados a tal grandeza.
Eternamente permaneces virgen… Miró el Señor a la humilde virgen (2.a y 3.a antífonas).
I. Dos cualidades debían hallarse eminentemente -en María para ser elevada a tan inmensa dignidad: una pureza virginal y una insondable humildad. Ni mancha ni orgullo, aun en su menor grado, eran compatibles con el título de Madre de Dios. Nada debía haber en ella de que pudiese su Hijo ruborizarse, nada tampoco contrario a la menor voluntad divina.
II. Guardada la debida proporción, también en nosotros las gracias e insignes favores de Dios están sometidos a las mismas exigencias. La impureza y la soberbia son los dos grandes obstáculos a la elección de Dios. Procuremos borrar en nosotros aun sus menores vestigios y entendamos cuán caras cuestan nuestras concesiones al amor sensual o al amor propio.
Engendraste al que te crió y eternamente permaneces virgen… Ha obrado grandes cosas en mí el que es Todopoderoso (2.a y 4.a antífonas).
I. A DIVINA MATERNIDAD DE MARÍA
I. — 1. La divina maternidad pone el sello a la virginidad de María.
a) La hace inviolable. María, al llegar a ser Madre de Dios, conservando al mismo tiempo la frescura de su carne virginal, se convirtió en un santuario que debía Dios defender de todo humano contacto. ¡Ah, cuán odiosa blasfemia es suponer otros hijos a María! Protestemos contra esta moderna impiedad, que parece haber sacado del infierno mismo sus vergonzosas inspiraciones.
b) Gracias a esta maternidad, junta María en sí dos géneros de gloria, que parecen excluirse mutuamente. Aunque más pura que todas las vírgenes, eclipsa a todas las madres por la más sublime fecundidad.
2. Dios quiere cue la virginidad cristiana abunde en frutos espirituales. Lejos de nosotros una pureza egoísta, orgullosa, perezosamente inactiva. La virginidad debe ser fecunda espiritualmente por la oración y la acción abnegada. Las grandes y hermosas obras son los hijos de las vírgenes. «Si los monjes que habitan en las cumbres de las montañas y enteramente crucificados al mundo no se esfuerzan en ayudar, en cuanto puedan, a los que están al frente de las Iglesias; si no les consuelan con sus oraciones, su concordia y su caridad; si no socorren por todos los medios a los que, entre tantos peligros, aceptan por Dios la carga de los negocios, vano es su retiro, vano su desprendimiento, trabajo perdido toda su sabiduría» (San Juan Crisóstomo, Sermón de San Filógono).
II. — 1. Dios hizo en María grandes cosas. La divina maternidad es el principio de todas sus grandezas.
a) En vista de esta maternidad, estuvo María exenta del pecado original;
d) Por todos estos títulos es la reina gloriosa de los cielos.
2. Sin que nos sea posible acercarnos a la sublimidad de una Madre de Dios, podemos con todo, amando a Dios, asegurarnos el efecto de estas magníficas palabras: «El ojo no vió, ni el oído oyó, ni puede el corazón del hombre concebir lo que Dios tiene preparado para los que le aman» (I Cor. II, 9, donde San Pablo fusiona Isaías, LXIV, 4, y LXV, 17).
La vieron las hijas de Sión y la llamaron bienaventurada y las reinas celebraron Sus alabanzas (antífona 5.a),.
María, honrada en el cielo por los ángeles y santos, glorificada en la tierra por todos los hijos verdaderos de la Iglesia, recibirá en el gran día de las celestes justicias los homenajes de toda la creación, mientras doblará la rodilla ante su divino Hijo. Tal es la real universalidad de los homenajes destinados a la Madre de Dios.
Mas, fijémonos hoy en los honores que le rinden las hijas de Sión.
Lo más hermoso de esas honras es el gozo que todas sienten por su causa y con que todas le tributan vasallaje. Los ángeles contemplan en María a la más bella entre las puras criaturas; en las gracias de que se ven colmados, reconocen los santos los efectos de los ruegos de María; la humanidad se goza en aquella que le devolvió su honra, y los habitantes de la tierra hallan motivo para entregarse a las dulzuras del gozo y de la esperanza.
De Fundación San Vicente Ferrer
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El problema es siempre el Divino Hijo.
Es mucha actualidad decir que María Santísima tuvo otros hijos cuando solamente tuvo al Señor nuestro, como así tambien el llamar «sus padres» cuando nuestro Señor tuvo nada más que Madre santísima y un santo padre legal. San José patrono para siempre de la Iglesia. Amén. ambos de la casa de David como fue profetizado. Hijo de Dios e Hijo de María qué Bendición.
Y como esto no les es suficiente publicitan con una mujer no recuerdo la universidad, y un papel que vaya a saber dónde lo imprimieron afirmando que nuestro Señor Jesucristo se casó y tuvo hijos, que ademas de ser mentira, es una blasfemia cuyo único objetivo es suponer que podrán destruir al catolisismo invocando nada menos la mayor mentira y es que el vaticano lo oculta y desde el inicio. Cuando teólogos, santos, santas de la Iglesia pura, todos los evangelios y toda la santa Biblia dan perfecto testimonio del plan perfecto de Dios del cómo, del cuando, del por qué el Padre, decidió enviar a su Bendito Hijo para salvación del mundo, y el objetivo es para de esa manera que nadie crea en el Hijo salvador y en su juicio y especialmente el retorno y Parusia. que no será la del otro o de ese engendro inicuo, que haran reyezuelo del mundo y los devorara a todos a ¡todos! los que no amaron la Verdad para ser salvos. . Tiempos dificiles, la fiera satanica, desea guerra, pero de gran esperanza. II Tesal. II. Amén.
Gracias al Señor de la Vida a su santísima madre María, santos y santas, y a San Vicente Ferrer. que siempre la saludaba antes de dar su sermón.
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Con respecto al supuesto casamiento de Jesucristo…miren esto:
http://fatimalagranesperanza.blogspot.com.ar/?view=sidebar
Lutero: ¡no y no!
Plinio Corrêa de Oliveira (*)
En 1974 tuve la honra de ser el primer firmante de un manifiesto publicado en algunos de los principales diarios de Brasil y reproducido en casi todas las naciones donde existían las TFP, que eran once a la sazón.
Su título era: “La política de distensión del Vaticano con los Gobiernos comunistas – Para la TFP: ¿omisión o resistencia?” (cfr. “Folha de S. Paulo”, 10-4-1974).
En éste las entidades declaraban su respetuoso desacuerdo con la Ostpolitik conducida por Pablo VI y exponían sus razones pormenorizadamente. Sea dicho de paso que todo fue expresado de una manera tan ortodoxa, que nadie levantó ninguna objeción al respecto.
Para resumir al mismo tiempo, en una sola frase, toda la veneración y firmeza con la que declaraban su resistencia a la Ostpolitik vaticana, las TFP decían al Pontífice: “Nuestra alma es vuestra, nuestra vida es vuestra. Mandadnos lo que queráis. Sólo no nos mandéis que nos crucemos de brazos ante el lobo rojo que arremete. A esto nuestra conciencia se opone.”
Me acordé de esta frase con especial tristeza al leer la carta escrita por Juan Pablo II al cardenal Willebrands (cfr. “L’Osservatore Romano”, 6-11-1983), a propósito del quingentésimo aniversario del nacimiento de Martin Lutero, y firmada el 31 de octubre p. p., fecha del primer acto de rebelión del heresiarca en la iglesia del castillo de Wittenberg. Ella está tan llena de benevolencia y amenidad, que me pregunté si el augusto firmante se había olvidado de las terribles blasfemias que el fraile apóstata lanzó contra Dios, Cristo Jesús, Hijo de Dios; el Santísimo Sacramento, la Virgen María y el propio Papado.
Lo cierto es que él no las ignora, pues están al alcance de cualquier católico culto, en libros de buen quilate que todavía no se han hecho difíciles de obtener.
Tengo en mente dos de ellos. Uno es nacional: “La Iglesia, la Reforma y la Civilización”, del gran jesuita P. Leonel Franca. El silencio eclesiástico oficial va dejando caer el polvo del tiempo sobre el libro y su autor.
El otro libro es de uno de los más conocidos historiadores franceses de este siglo: Funck-Brentano, miembro del Instituto de Francia. Este autor, por más señas, es protestante.
Comencemos citando trechos recogidos en “Luther”, obra de este último (Grasset, París, 1934, séptima edición, 352 páginas). Vamos directamente a esta blasfemia sin nombre: “Cristo —dice Lutero— cometió adulterio por primera vez con la mujer de la fuente de quien nos habla San Juan. ¿No se murmuraba en torno a El: «¿Qué hizo, entonces, con ella?»? Después, con Magdalena; enseguida, con la mujer adúltera, que El absolvió tan livianamente. Así, Cristo, tan piadoso, también tuvo que fornicar antes de morir” (“Propos de table”, núm. 1472, ed. de Weimar II, 107 – cfr. op. cit., pág. 235).
Leído esto, no nos sorprende que Lutero piense —como apunta Funck-Brentano— que “ciertamente Dios es grande y poderoso, bueno y misericordioso (…), pero estúpido —»Deus est stultissimus» («Propos de table», núm. 963, ed. de Weimar, I, 478). Es un tirano. Moisés procedía, movido por su voluntad, como su lugarteniente, como verdugo que nadie superó, ni aún igualó, en asustar, aterrorizar y martirizar al pobre mundo” (op. cit., pág. 230).
Esto es estrictamente coherente con esta otra blasfemia que convierte a Dios en el verdadero responsable por la traición de Judas y la rebelión de Adán: “Lutero —comenta Funck-Brentano— lega a declarar que Judas, al traicionar a Cristo, procedió bajo la imperiosa decisión del Todopoderoso. Su voluntad (la de Judas) era dirigida por Dios; Dios lo movía con su omnipotencia. El propio Adán, en el paraíso terrenal, fue obligado a proceder como procedió. Estaba colocado por Dios en tal situación, que le era imposible no prevaricar” (op. cit., pág. 246).
Aún coherente con esta abominable secuencia, en un panfleto titulado “Contra el pontificado romano fundado por el diablo”, de marzo de 1545, Lutero no llamaba al Papa de “Santísimo”, según la costumbre, sino de “infernalísimo”, y agregaba que el Papado siempre se mostró sediento de sangre (cfr. op. cit., págs. 337-338).
No sorprende que, movido por tales ideas, Lutero escribiese a Melanchton, a propósito de las sangrientas persecuciones de Enrique VIII contra los católicos de Inglaterra: “Es lícito encolerizarse cuando se sabe qué especie de traidores, ladrones y asesinos son los papas, sus cardenales y legados. Le complacería a Dios que varios reyes de Inglaterra se empeñaran en acabar con ellos” (op. cit., pág. 254).
Por eso mismo también exclamó: “Basta de palabras. ¡El hierro! ¡El fuego!” Y añadió: “Castigamos a los ladrones a espada; ¿por qué no hemos de agarrar al Papa, a los cardenales y a toda la pandilla de la Sodoma romana y lavarnos las manos en su sangre?” (op. cit., pág. 104).
Este odio de Lutero lo acompañó hasta el fin de su vida. Afirma Funck-Brentano: “Su último sermón público en Wittenberg es del 17 de enero de 1546: el último grito de maldición contra el Papa, el sacrificio de la misa, el culto de la Virgen” (op. cit., pág. 340).
No asombra que grandes perseguidores de la Iglesia hayan festejado su memoria. Así, “Hitler mandó proclamar fiesta nacional en Alemania la fecha conmemorativa del 31 de octubre de 1517, cuando el fraile agustino rebelde fijó, en las puertas de la iglesia de Wittenberg, las famosas 95 proposiciones contra la supremacia y las doctrinas pontificias” (op. cit., pág. 272).
Y a pesar de todo el ateísmo oficial del régimen comunista, el doctor Erich Honnecker, presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Defensa (el primer hombre de la República Democrática Alemana), aceptó encabezar el comité que, en plena Alemania roja, organizó las aparatosas conmemoraciones de Lutero este año (cfr. “German Comments”, de Osnabrück, Alemania occidental, abril de 1983).
Nada más natural que el fraile apóstata haya despertado tales sentimientos en un líder nazi y más recientemente en el líder comunista.
Nada más desconcertante, y hasta vertiginoso, que lo que ocurrió en un escuálido templo protestante de Roma, con motivo de la recientísima conmemoración del quingentésimo aniversario del nacimiento de Lutero, el día 11 del corriente.
Participó de ese acto festivo, de amor y admiración por la memoria del heresiarca, el prelado que el cónclave de 1978 eligió Papa; a quien incumbe, por tanto, la misión de defender los santos nombres de Dios y Jesucristo, la Santa Misa, la Sagrada Eucaristía y el Papado contra heresiarcas y herejes.
“Vertiginoso, espantoso”, gimió a propósito de eso mi corazón de católico, que, sin embargo, redobló su fe y su veneración por el Papado.
* * *
Sólo me queda por citar, en el próximo artículo, “La Iglesia, la Reforma y la Civilización”, del gran sacerdote Leonel Franca.
(*) “Folha de S. Paulo”, 27 de diciembre de 1983.
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Que barbaridad. Pura blasfemia. Y estos listos para festejar a Lutero.
No se donde pegar este video, pero es importante saber que las monjas adheridas al verdadero catolicismo y al Patriarca Elías siguen siendo víctimas de agresiones de parte del clero facineroso unido a Francisco.
Que La Santísima Virgen Madre de Dios y Madre nuestra les sigan protegiendo de esos malvados
por cierto ya les hice la invitación a la Cadena Mundial de Rosarios
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