
San Lucas. El Greco
18 de octubre SAN LUCAS EVANGELISTA
¿QUIÉN FUE EL EVANGELISTA SAN LUCAS?
Un alumno le pidió un día al Cardenal Mercier: “Por favor aconséjeme cual es el mejor libro que se ha escrito acerca de Jesucristo”. El Cardenal le respondió: “El mejor libro que se escrito acerca de Jesucristo se llama: el Evangelio de san Lucas”. Dante en la Divina Comedia llamó al evangelista san Lucas: “el que describe la amabilidad de Cristo”.
De los cuatro evangelistas, es del que disponemos de menos datos biográficos. En los Hechos de los Apóstoles, san Lucas se incluye a sí mismo como colaborador de san Pablo, relatando lo que él mismo había viso y oído. Seguramente tuvo la oportunidad de decirnos algo de su vida, pero, nada. Quiso pasar como desconocido. Nada nos revela de sus asuntos personales.
Con seguridad sabemos que no era judío, sino de familia pagana y que nació, muy probablemente, en la ciudad e Antioquía (Siria). Que tenía una amplia cultura griega y judía, como se deduce de sus escritos. Era médico de profesión y fue discípulo de san Pablo siempre fiel y “muy querido”.
La primera fecha concreta, referida a la existencia de Lucas en Antioquía, que los historiadores mencionan con cierta seguridad, es el año 40 de nuestra era, cuando tenía 20 años. Aparece convertido y formando parte de la comunidad cristiana de Antioquía, “donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos” (ver el capítulo 11 de los Hechos).
Lucas no conoció personalmente a Jesús. Lo más probable es que tendría unos 10 años a la muerte de Cristo. La tradición afirma que murió por el año 114, de unos 84 años de edad. Después de haber acompañado a san Pablo en Roma hasta el día de su martirio el año 64, San Lucas viaja como misionero por distintos lugares. Lo ubican algunos historiadores durante sus últimos años en Dalmacia, Galia, Italia, Macedonia, Acalla y Egipto.
Sus grandes aportaciones: Compone su evangelio de cara al mundo pagano, no judío. San Lucas evita, con gran delicadeza, todo aquello que pueda herir al pueblo israelita. Como aprendió de su maestro san Pablo abre las puertas de Cristo a esa multitud de pueblos paganos que considera como hermanos. En su evangelio busca que “los gentiles” conozcan lo esencial y perdurable de la religión judía, como los mandamientos, pero sin exigencias inútiles y transitorias como los alimentos puro o impuros.
Una exclusiva de san Lucas es la infancia de Jesús. Saluda lleno de gozo la llegada del Sol que viene a iluminar a los sentados en tinieblas y sombras de muerte. Este Hijo de Dios e Hijo de María es enviado por el amor del Padre para traer paz a la tierra y paz a todo hombre de buena voluntad, sin distinción de judíos o gentiles.
También nos dejó la enseñanza de Cristo sobre el papel de “las mujeres en la Iglesia”, junto a la Mujer por excelencia que es María, como abriendo camino a la dignificación de la mujer en todas las cultura de entonces y de ahora.
Otro tema suyo es la Misericordia infinita de Dios, cuyo ejemplo más claro es Jesucristo, médico compasivo de las personas enfermas y necesitadas.
El evangelio de san Lucas es como una gran sinfonía: la sinfonía del amor de Dios.
[Sigue el texto de mercaba]
18 de octubre S A N L U C A S (Siglo I)
Félix Asensio
Con sencillez impresionante da entrada el tercer evangelio a una escena donde lo humano va poco a poco cediendo paso a lo divino. Era el día de la resurrección de Cristo y, buscando salida a las fuertes y encontradas emociones de toda aquella jornada, dos de los discípulos de Cristo se dirigían aquel mismo día a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén ciento sesenta estadios (Lc. 24,23). Junto al nombre de Cleofás, uno de «los dos», sólo una alusión que deja en la penumbra al compañero. Silencio «intencionado», sin duda, sobre el nombre del «otro» discípulo, que por lo mismo habría que identificar con ei propio San Lucas, autor del relato, Asi lo creyó San Gregorio Magno, apoyado, por lo demás, en el testimonio de «algunos» estudiosos de entonces (ML 75,517), y así despues de él lo aceptó un grupo de autores antiguos y modernos. Cuestión al parecer sin importancia, pero que la tiene en el fondo
Si el «otro» discípulo, compañero de Cleofás, fuese el autor del tercer evangelio, habría que pensar en un Lucas no de origen gentil, sino judío y discípulo en vida del Señor, como, entre otros, lo apuntó San Epifanio (MG 41, 280.908). Es un testimonio que queda muy solo frente al origen del nombre griego Lukas, Lukanos o Lukios y frente a las explícitas afirmaciones de los célebres Prólogos (antiguo y monarquiano ) de Ireneo, del Fragmento Muratoriano, de Eusebio, de Jerónimo… Discípulo, sí, de Cristo, pero no de aquellos «que desde el principio fueron testigos oculares y ministros después de la palabra» (Lc. 1,2), sino a través de Pablo.
Al cristianismo, acaso ya hacia el año 40, llega San Lucas sin haber tenido contacto directo con Cristo, como tampoco lo había tenido San Pablo. En Antioquía probablemente, y por aquella fecha, el futuro evangelista e historiador se encuentra por vez primera con el gran apóstol-escritor: desde entonces Lucas es al lado de Pablo un incansable misionero, sembrador del mensaje de Cristo entre los gentiles. Con Pablo le vemos partir primero a Filipos de Macedonia, más tarde a Jerusalén y por fin a Roma (Act. 16,20-21.27,28). Fiel al misionero de las gentes, su maestro, no le abandona en las amargas horas de su primera cautividad. A su lado, como uno de «sus auxiliares», mientras Pablo desde su prisión romana escribe su densa carta a los colosenses y su delicado billete a Filemón, está «Lucas el médico, el querido» (Col. 4,14: Phil. 24).
Es un hecho que el Lucas evangelista-historiador ha hecho, acaso un poco injustamente, pasar a segundo término al Lucas misionero, de quien Pablo, el apóstol de las gentes, escribía desde su prisión de Roma: Lucas solo queda conmigo (2 Tim. 4,11). Como escribe San Juan Crisóstomo, «incansable en el trabajo, ansioso de saber y sufrido, Lucas no acertaba a separarse de Pablo» (MG 62,656). Sólo la muerte le podrá separar de su maestro: con él había misionado hasta entonces y, misionero incansable, seguirá por los campos de Acaya y Bitinia, Dalmacia y Macedonia, Galia, Italia y Egipto, hasta morir, mártir como el maestro, en Beocia o Bitinia, y reposar definitivameníe en Constantinopla.
Año tras año en intimidad de discípulo con el gran predicador de los gentiles, Lucas iba asimilando poco a poco el evangelio de Pablo. Su evangelio ofrecerá, por lo mismo, tantos puntos de contacto literarios y doctrinales con los escritos del apóstol que podrá hablarse de «Pablo iluminador de Lucas» en frase de Tertuliano (ML 2,365 ). Luz literario-doctrinal de Pablo, a la que, con su cultura griega, su trato con los «testigos oculares» de la vida de Cristo, su conocimiento de los diversos relatos evangélicos existentes y su vocación de «investigador escrupuloso», Lucas supo dar cuerpo y proyectar definitivamente en el complejo armónico del tercer evangelio.
Predicador incansable al lado de Pablo, Lucas siguió también como escritor las huellas del maestro: la tradición en bloque le atribuye la composición del tercer evangelio, cuyo contenido, por otra parte, responde tan de lleno a las cualidades del griego Lucas, del «compañero» y del «médico querido» de Pablo. Fruto de años, la redacción del evangelio de Lucas debió de recibir el empujón definitivo durante las largas horas de cariñosa vela junto al prisionero Pablo, y, ya antes de la muerte del apóstol, pudo correr de mano en mano, primero entre los cristianos de Roma y más tarde entre los de Acaya, Egipto, Macedonia…
Aunque lo dedique a Teófilo y no se trate de un mero nombre simbólico, Lucas apunta con su evangelio a un objetivo mucho más amplio que la simple formación cristiana, segura y a fondo, de su discípulo o amigo. Con miras de universalismo, herencia de Pablo, Lucas compone su evangelio de cara al mundo gentil, cuyo movimiento en masa hacia el cristianismo se veía amenazado por las exigencias legales y sueños judíos, las fábulas de los herejes, la frivolidad peligrosa del ambiente pagano. Pablo, con insistencia machacona, habia dado la voz de alerta de pa]abra y por escrito, y Lucas, una vez más, se hace eco del maestro.
Lucas, griego y gentil de origen, «hace gracia de su evangelio a los gentiles», como observa Origenes (MG 20, 5tS1). Antiguos hermanos en el paganismo y hermanos nuevos en la fe cristiana, como a hermanos les trata. Conoce sus errores, y busca instruirles en cuanto la religión judía conserva de esencial y permanente, pero sin exigencias inutiles de lo transitorio; ha vivido su ambiente, y señala con acierto sus vacíos y sus plagas morales: cae en la cuenta de sus naturales prevenciones y susceptibilidades de raza, cultura…, y con delicadeza va ladeando escenas que pudieran herirles, o recalcando las que habrían de halagarles. Silencio sobre el aparente desprecio de Cristo ante la mujer cananea, sobre las befas de los soldados romanos junto a la cruz, sobre el mandato con que Cristo restringe provisionalmente la predicación del Evangelio a los gentiles: apología del bondadoso samaritano, del entero centurión, del agradecido leproso de Samaria: gozo no disimulado ante la buena acogida dispensada por el Bautista a los soldados gentiles; insistente presentación de las «mujeres del Evangelio» junto a la Mujer por excelencia, como abriendo camino a la dignificación de la mujer entre los gentiles.
Espontáneas filigranas de delicadeza por parte de quien, como su maestro, había escogido,como lema «hacerse todo a todos para ganarlos a todos». Lucas el evangelista sigue la linea del Lucas misionero. Su evangelio se abre en un ambiente de suavidad y dulzura humano-divina, que parece como el despliegue de aquellas profundas y sentidas afirmaciones de San Pablo cuidadosamente recogidas en la liturgia navideña: Se ha manifestado la gracia salvadora de Dios para todos los hombres…, pues quiere que todos se salven…, por la aparición de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús (I Tim. 2,4; 2 Tim. 1,10; Tit. 2,11-13). Lucas, el evangelista de la Encarnación y de la infancia de Cristo, saluda el alborear de esa gracia de cara al Sol naciente que desde lo alto baja a iluminar a los sentados en tinieblas y sombra de muerte, de cara al Niño de Belén, Híjo de María, que, sin distinción entre israelitas y gentiles, trae paz a la tierra, paz a los hombres de buena voluntad (Lc. 1,78-79: 2,14).
Evangelista-misionero, Lucas señala la trayectoria universalista de la luz salvadora que es el gran Dios y Salvador Cristo Jesús desde el seno de María, desde la cuna de Belén, desde los brazos de Simeón en el templo. Siente llegada la hora de la luz de las naciones profetizada de antiguo, y gozoso recoge el anuncio primero de Juan Bautista, poco después de labios del mismo Cristo: al Precursor le oye clamar con la vista hundida en las naciones: Y verá toda carne la salvación de Dios: a Cristo le sorprende en su primera predicación pública como al Envíado del Padre a las naciones para evangelizar a los pobres, para anunciar liberación a los cautivos y vista a los ciegos, para libertar a los oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor (Lc. 2,32; 4,18-19), Como Pablo, siente Lucas en el corazón que la ceguera voluntaria cierre a la masa del pueblo judío la puerta del Evangelio; pero, también como Pablo. no puede disimular su alegría ante la llegada torrencial de los pueblos a las puertas del reino: Y vendrán del oriente y del occidente, del norte y del mediodía. y serán admitidos al banquete en el reino de Dios (Lc. 13.29). Sabe que es palabra de Cristo y con ella cierra su relato evangélico: Y les dijo: Así está escrito: Que… se había de predicar en su nombre penitencia y remisión de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén (Lc. 24, 46-47).
El antiguo médico de los cuerpos, que en su estilo y en los detalles de sus narraciones evangélicas refleja tantas veces la técnica de su antigua profesión, desemboca finalmente en el misionero y evangelista-médico de las almas. Su psicología profesional, psicología de misericordia ante el enfermo y desgraciado, se robustece y espiritualiza ante el pecador-enfermo del alma. El paso era lógico, y Lucas, que, como los otros evangelistas, ha sabido transmitir la actividad de Cristo en la tierra como médico divino de los cuerpos, mejor que ninguno ha logrado vibrar al unísono con la misericordia de Cristo ante las miserias del alma.
El evangelio de Lucas, «el médico carísimo» de Pablo, es el evangelio de la misericordia de Cristo, médico incorregible de los cuerpos y de las almas, que pasó por todas partes haciendo el bien y sanando a todos los tiranizados por el diablo (Act. 10,38). Como al acecho de este «misericordioso samaritano», Lucas recoge cuidadosamente las palabras con que Zacarías anuncia su próxima llegada y le proclama campeón de misericordia y perdón de los pecados por el amor entrañable de nuestro Dios (Lc. 1,72, 77,78 ).
Trabajado por la misericordia y compasión, el médico de antes y el misionero-médico de más tarde sigue incansable en su evangelio las huellas del Cristo médico compasivo de las almas enfermas. De su corazón y de sus labios recoge el perdón sin condiciones de la «mujer pecadora» (Lc. 7,36-50), la llamada tajante de Zaqueo, «el publicano y hombre pecador» (Lc. 19,1,10); la respuesta al ataque farisaico, «ése acoge a los pecadores y come con ellos», en las tres parábolas de la misericordia: la de la oveja descarriada y otra vez vuelta al redil en brazos del pastor, la de la dracma perdida y encontrada de nuevo tras búsqueda trabajosa, la del hijo pródigo y de nuevo en la casa paterna entre los brazos del padre, siempre en espera. Cantor de la misericordia de Cristo y del gozo en el cielo ante el pecador a quien el médico divino cura (Lc. 15).
Como a Médico compasivo Lucas le sigue paso a paso hasta el Calvario, para poder consignar en su evangelio los últimos latidos de un corazón que desde la cruz perdona-cura Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.,, Hoy estarás conmiço en el paraíso (Lc. 23,34-43). Es la herencia de misericordia-perdón que Cristo deja a los suyos antes de separarse definitivamente de ellos (Lc. 24,47).
Con esta línea de salvación universal y de misericordía sin límites por parte de Cristo frente a miserias de cuerpo y de alma, Lucas ha reflejado también en su evangelio los más íntimos repliegues de su alma de evangelista, médico frente al mundo enfermo y alejado de Dios. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, incontestablemente suyo según el testimonio de las diversas iglesias primitivas, sigue acentuando esta linea confirmada por la propia experiencia y el contacto directo con apóstoles y discípulos. Escrito seguramente en Roma años antes del 70, y dedicado también a Teófilo, mira en último término al mundo cristiano de la gentilidad y en torno a él gira desde el principio. En su primera página repite el último mandato de Cristo, el Salvador del mundo, a los apóstoles el día de la Ascensión: Seréis mis testigos en Jerusalén, en Judea y en Samaria, y hasta el último confín de la tierra (Act. 1,8).
Auras de salvación universal desde el día de Pentecostés. En él, junto a los judíos y prosélitos, todo el mundo oriental, desde Frigia y Egipto hasta Mesopotamia y Elam, se agrupa en torno a los apóstoles y recoge admirado de labios de Pedro la profecía de Joel: Derramaré mi Espiritu sobre toda carne… Todo el que invocare el nombre del Señor se salvará (Act. 2). A golpes de misericordia, Lucas ve derrumbarse el antiguo muro de separación entre Israel y las naciones, y hace suyas las palabras con que el propio Pedro anuncia inminente la plena realización de la promesa divina a Abraham: En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra (Act. 3,25). Después de la evangelización de los samaritanos, Felipe abrirá paso a la antigua promesa con la evangelización del eunuco de Etiopía y de todas las ciudades costeras a lo largo del país filisteo y de la llanura de Sarón (Act. 8).
Es el momento escogido por Lucas para volcarse como historiador del universalismo cristiano. Biógrafo de Pablo, pero no su interesado apologista, le presenta, desde el momento de su conversión-vocación al apostolado, como vaso de elección para llevar hasta las naciones el nombre de Dios (Act. 9,15), como heraldo de luz y libertad, de perdón de pecados y fe santificadora (Act. 26,17-18), como testigo ante los hombres todos de cuanto en sus comunicaciones con Jesús ha visto y oído (Act. 22,25).
A este Pablo, caballero andante del Evangelio, acompañó Lucas como misionero auxiliar en activo de Palestina y Asia Menor a Grecia e Italia. El libro de los Hechos ofrece algunos textos-clave de estas andanzas misionales del evangelista con el apóstol (Act. 16,20-21.27,28). Y cuando Pablo recuerda a su «colaborador» en el ministerio y evoca al «médico carísimo, compañero único» en algunas horas amargas, hace pensar en un Lucas que como él sufre hambre y sed, desnudeces y persecuciones, como él se preocupa por la suerte de las diversas comunidades cristianas, como él muere al servicio del Evangelio.
Su psicología de médico de los cuerpos ha ganado las alturas psicológicas del divino Médico de los cuerpos y las almas: en sus escritos y en su vida apostólica se ha esforzado por hacer suyo aquel lema de Cristo de que no son los sanos quienes tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Sin excluir a los fieles de Israel, muestra sus preferencias por la conversión de los pueblos gentiles: a ellos dedicó su evangelio y su libro de los Hechos, y a ellos, como Pablo y los compañeros de Pablo y suyos, consagró su vida y su muerte.
Gracias principalmente a él conocemos en parte la historia de la Iglesia en sus primeros esfuerzos y en sus primeras realizaciones de expansión por Oriente y Occidente. Pablo y los suyos entran con ello en la órbita misionera de salvación universal trazada por Cristo y oficialmente sancionada por Pedro con la admisión en la Iglesia del centurión Cornelio y los gentiles. Lucas, una vez más evangelista de alma misionera, transmite el hecho y la declaración oficial del Príncipe de los Apóstoles: A la verdad entiendo ahora que no es Dios aceptador de personas, sino que en toda nación le es acepto el que le teme y obra justicia. En marcha incontenible la evangelización del mundo gentil, los apóstoles y fieles israelitas glorificaron a Dios, porque también a los gentiles había concedido la penitencia para alcanzar la vida (Act. 11).
Cuadro de misericordia, de perdón de pecados, de salvación universal. Lucas es una de sus figuras en activo y el autor de su trazado. Artista de la pluma, fue también, según una tradición antigua, artista del lienzo y del pincel. A él se le atribuyen algunas imágenes de María que se conservan principalmente en Bolonia y Roma. Ciertamente ofrece en su evangelio como una galería de cuadros maestros de la Virgen: a su pluma se deben los cuadros de la Anunciación y de la Visitación de María, del Nacimiento y de la Circuncisión de Jesús en los brazos maternos, de la Purificación de la Madre y de la Presentación del Hijo en el Templo, de Jesús entre los doctores y en diálogo con María. Espíritu de artista mariano que Lucas vuelca por última vez en aquella pincelada final del día de la Ascensión: Los apóstoles perseveraron unánimemente en la oración juntamente con las mujeres y con Maria, Ia Madre de Jesús, y con sus hermanos (Act. 1,19). Junto a la imagen de Jesús, el Salvador y médico compasivo, la imagen de Maria, la Madre de misericordia.
FÉLIX ASENSIO, S. I

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CUANDO LA PALABRA DE DIOS LLEGABA POR RECITACIÓN
Las discrepancias entre los sinópticos (san Mateo, san Marcos y san Lucas) fueron durante miles de años un quebradero de cabeza hasta que las explicó un jesuita francés, Marcel Jousse, en 1925. Otro jesuita singular(suspendido a divinis por el gral del Cv2) le sirvió de perfecto altavoz: el gran Leonardo Castellani.
El Mesías depositó el contenido del Evangelio en una muchedumbre de “imprentas vivientes”, dice Castellani. Bella metáfora para indicar que la transmisión no habría sido más fiable si lo hubiese escrito a máquina y repartido después ladera abajo.
http://castellaniana.blogspot.com.ar/2011/11/sobre-la-nueva-edicion-espanola-de-el.html
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Evangelio de san Lucas:
Lucas fue un médico griego, probablemente nacido en Antioquía de Siria, acompañante fiel e impertérrito del Apóstol Pablo en sus muchos caminos por el mar y tierra, a partir de la segunda misión desde Troas a Macedonia, hasta el martirio del Apóstol de las Gentes, lo acompañó a roma (quizá también a España) y estuvo con él, incansable, durante sus dos prisiones: en la segunda prisión ―él solo, atestigua el Apóstol (II Tim. IV, 11): ―sólo Lucas está conmigo.
Acompañando a Pablo estuvo en Jerusalén los años 42-50, donde suplementó la catequesis oral de Pablo, la cual sabía de memoria como ―meturgemán, con noticias ―recogidas diligentemente (como él dice) ―sur place y de la boca de testigos presenciales y catequistas o recitadores: por lo cual su Evangelio contiene muchas ―novedades (datos y episodios propios, incluso parábolas) respecto de los dos primeros.
La tradición mantiene que allí conoció a la Madre de Jesús, y de ella recibió el relato de la Anunciación del Ángel y la Infancia de Jesús, que él sólo nos transmite.
El alma de María aparece en Lucas solamente en algunas frases llenas de misterio y de modestia.
María es inretratable, la criatura más modesta y escondida del Universo, fuente sellada del Creador. Bendita sea.
El Evangelio de Lucas es el mejor compuesto, el más literario y cuidado; sin embargo su estilo es semejante al de los otros, y conserva la traza (un poco menos visible) de los esquemas rítmicos que caracterizan el estilo oral.
Un extracto del libro El Evangelio de Jesucristo, P. Leonardo Castellani.
Haz clic para acceder a Breve_introduccion_a_los_Evangelios%28Leonardo_Castellani%29.pdf
Gracias.
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