San Juan Cancio (de Kenti), sacerdote +1473
Decano de filosofía y profesor de teología en la Universidad de Cracovia; Conocido por su austeridad, humildad y caridad con los pobres; Uno de los Patrones de Polonia.
Sus compañeros de estudio le criticaban por ayunar y abstenerse de comer carne. Le decían que estaba dañando susalud. El respondía que los monjes ayunaban y se abstenían de carne y muchas veces y llegaban hasta los ochenta años con salud física y mental.
En una ocasión regaló su almuerzo a un hombre hambriento que vió junto a la puerta. Sintió entonces una alegría tan grande al recordar que quien atiende al pobre, atiende a Cristo, que cuando llegó a ser profesor de la universidad, todos los días le dará almuerzo a un pobre. Cuando alguien le decía: «Ya viene el pobre», él añadía: «Ya viene Jesucristo», porque recordaba lo que dijo Jesús: «Yo les diré: tuve hambre y me dieron de comer. Porque todo favor que han hecho a cualquiera de estos mis humildes hermanos, yo lo recibo como si me lo hubieran hecho a Mí en persona» (Mt. 25, 40).
Siendo joven sacerdote lo nombraron profesor de la universidad. Pero unos envidiosos hicieron que lo nombraran como párroco lejos de la universidad. Allá se hizo querer tanto, que el día que lo trasladaron otra vez hacia la capital, centenares de feligreses lo acompañaron por varios kilómetros, dando grandes demostraciones de tristeza. Él se despidió de ellos con estas palabras: «La tristeza no es provechosa. Si algún bien les he hecho en estos años canten un himno de acción de gracias a Dios, pero vivan siempre alegres y contentos, que así lo quiere Dios».
Nuevamente lo nombraron profesor de la Universidad de Cracovia (Polonia) y durante muchos años enseñóSagrada Escritura.
Los ratos libres los dedicaba a visitar pobres y enfermos. Lo que ganaba estaba a disposición de los pobres de la ciudad, que muchas veces lo dejaron en la ruina.
En las discusiones repetía lo que decía San Agustín: «Combatimos el pecado pero amamos al pecador. Atacamos el error, pero no queremos violencia contra nadie, la violencia siempre hace daño, en cambio la paciencia y la bondad abren las puertas de los corazones».
Cuando predicaba acerca del pecado lloraba al recordar la ingratitud de los pecadores hacia Dios, y la gente al verlo llorar se conmovía y cambiaba de conducta.
A sus alumnos les repetía estos consejos: «Cuídense de ofender, que después es difícil hacer olvidar la ofensa. Eviten murmurar, porque después resulta muy difícil devolver la fama que se ha quitado».
Sus alumnos y sus beneficiados recordaron con gratitud su nombre por muchos años. Fueron centenares los sacerdotes formados espiritualmente por él. La gente lo llamaba: «el padre de los pobres».
El 24 de diciembre de 1473, rodeado por sus amados profesores de la universidad, después de recibir los santos sacramentos, murió santamente.
En su sepulcro se obraron tantos milagros y por su intercesión se consiguieron tan admirables favores, que el Sumo Pontífice lo declaró santo.(1473 p.C.) –
Juan de Kanti, llamado también Juan Cancio, nació en la ciudad polaca de Kanti. Sus padres eran campesinos de buena posición. Al comprender que su hijo era muy inteligente y bueno, le enviaron a estudiar en la Universidad de Cracovia. Juan hizo una brillante carrera y, después de su ordenación sacerdotal, fue nombrado profesor de la Universidad. Como llevaba una vida muy austera, sus amigos le aconsejaron que mirase por su salud a lo que él respondió, simplemente que la austeridad no había impedido a los padres del desierto vivir largo tiempo. Se cuenta que un día, mientras comía, vio pasar frente a la puerta de su casa a un mendigo famélico. Juan se levantó al punto y regaló su comida al mendigo; cuando volvió a entrar en su casa, encontró su plato lleno. Según se dice, desde entonces se conmemoró ese suceso en la Universidad, dando todos los días de comer a un pobre; al empezar la comida, el subprefecto de la Universidad decía en voz alta: «Un pobre va a entrar», y el prefecto respondía en latín: «Jesucristo va a entrar». El éxito de San Juan como profesor y predicador suscitó la envidia de sus rivales, quienes acabaron por lograr que fuese enviado como párroco a Olkusz. El santo se entregó al trabajo con gran energía; sin embargo, no consiguió ganarse el cariño de sus feligreses, y la responsabilidad de su cargo le abrumaba. A pesar de todo, no cejó en la empresa y, cuando fue llamado a Cracovia, al cabo de varios años, sus fieles le querían ya tanto, que le acompañaron buena parte del camino. El santo se despidió de ellos con estas palabras: «La tristeza no agrada a Dios. Si algún bien os he hecho en estos años, cantad un himno de alegría.»
San Juan pasó a ocupar en la Universidad de Cracovia la cátedra de Sagrada Escritura, que conservó hasta el fin de su vida. Su reputación llegó a ser tan grande, que durante muchos años se usaba su túnica para investir a los nuevos doctores. Por otra parte, San Juan no limitó su celo a los círculos académicos, sino que visitaba con frecuencia tanto a los pobres como a los ricos. En una ocasión, los criados de un noble, viendo la túnica desgarrada de San Juan, no quisieron abrirle la puerta, por lo que el santo volvió a su casa a cambiar de túnica. Durante la comida, uno de los invitados le vació encima un plato y San Juan comentó sonriendo: «No importa: mis vestidos merecían también un poco de comida, puesto que a ellos debo el placer de estar aquí. Los bienes y el dinero del santo estaban a la disposición de los pobres de la ciudad, quienes de vez en cuando le dejaban casi en la miseria. San Juan no se cansaba de repetir a sus discípulos: «Combatid el error; pero emplead como armas la paciencia, la bondad y el amor. La violencia os haría mal y dañaría a la mejor de las causas.» Cuando corrió por la ciudad la noticia de que San Juan, a quien se atribuían ya varios milagros, estaba agonizante, la pena de todos fue enorme. El santo dijo a quienes le rodeaban: «No os preocupéis por la prisión que se derrumba; pensad en el alma que va a salir de ella dentro de unos momentos.» Murió la víspera del día de Navidad de 1473, a los ochenta y tres años de edad. En 1767, tuvo lugar su canonización y su fiesta se extendió a toda la Iglesia de occidente. El santo es el único confesor no obispo en cuyo oficio del Breviario Romano hay tres himnos diferentes, para maitines, laudes y vísperas.
Los bolandistas no lograron encontrar ninguna biografía medieval que valiese la pena, y se limitaron a reimprimir la biografía publicada en 1628 por Adán de Opatow (Acta oanctorum, oct., vol. VIII). El autor afirma que se basó en ciertos documentos que se conservaban en Cracovia, en particular en las notas de Matías de Miechow, contemporáneo de San Juan. Está fuera de duda que Matías de Miechow escribió realmente un relato sobre los milagros obrados por San Juan después de su muerte, ya que los bolandistas publicaron dicho documento. En Analecta Bollandiana, vol. VIII (1889), pp. 382-388, hay una nota sobre el sitio y la fecha del nacimiento de San Juan. E. Benoít publicó en 1862 una biografía en francés; en polaco existen numerosas biografías.
De Corazones.org
[Sigue texto de A. Butler]
(1473 p.C.) – Juan de Kanti, llamado también Juan Cancio, nació en la ciudad polaca de Kanti. Sus padres eran campesinos de buena posición. Al comprender que su hijo era muy inteligente y bueno, le enviaron a estudiar en la Universidad de Cracovia. Juan hizo una brillante carrera y, después de su ordenación sacerdotal, fue nombrado profesor de la Universidad. Como llevaba una vida muy austera, sus amigos le aconsejaron que mirase por su salud a lo que él respondió, simplemente que la austeridad no había impedido a los padres del desierto vivir largo tiempo. Se cuenta que un día, mientras comía, vio pasar frente a la puerta de su casa a un mendigo famélico. Juan se levantó al punto y regaló su comida al mendigo; cuando volvió a entrar en su casa, encontró su plato lleno. Según se dice, desde entonces se conmemoró ese suceso en la Universidad, dando todos los días de comer a un pobre; al empezar la comida, el subprefecto de la Universidad decía en voz alta: «Un pobre va a entrar», y el prefecto respondía en latín: «Jesucristo va a entrar». El éxito de San Juan como profesor y predicador suscitó la envidia de sus rivales, quienes acabaron por lograr que fuese enviado como párroco a Olkusz. El santo se entregó al trabajo con gran energía; sin embargo, no consiguió ganarse el cariño de sus feligreses, y la responsabilidad de su cargo le abrumaba. A pesar de todo, no cejó en la empresa y, cuando fue llamado a Cracovia, al cabo de varios años, sus fieles le querían ya tanto, que le acompañaron buena parte del camino. El santo se despidió de ellos con estas palabras: «La tristeza no agrada a Dios. Si algún bien os he hecho en estos años, cantad un himno de alegría.»
San Juan pasó a ocupar en la Universidad de Cracovia la cátedra de Sagrada Escritura, que conservó hasta el fin de su vida. Su reputación llegó a ser tan grande, que durante muchos años se usaba su túnica para investir a los nuevos doctores. Por otra parte, San Juan no limitó su celo a los círculos académicos, sino que visitaba con frecuencia tanto a los pobres como a los ricos. En una ocasión, los criados de un noble, viendo la túnica desgarrada de San Juan, no quisieron abrirle la puerta, por lo que el santo volvió a su casa a cambiar de túnica. Durante la comida, uno de los invitados le vació encima un plato y San Juan comentó sonriendo: «No importa: mis vestidos merecían también un poco de comida, puesto que a ellos debo el placer de estar aquí. Los bienes y el dinero del santo estaban a la disposición de los pobres de la ciudad, quienes de vez en cuando le dejaban casi en la miseria. San Juan no se cansaba de repetir a sus discípulos: «Combatid el error; pero emplead como armas la paciencia, la bondad y el amor. La violencia os haría mal y dañaría a la mejor de las causas.» Cuando corrió por la ciudad la noticia de que San Juan, a quien se atribuían ya varios milagros, estaba agonizante, la pena de todos fue enorme. El santo dijo a quienes le rodeaban: «No os preocupéis por la prisión que se derrumba; pensad en el alma que va a salir de ella dentro de unos momentos.» Murió la víspera del día de Navidad de 1473, a los ochenta y tres años de edad. En 1767, tuvo lugar su canonización y su fiesta se extendió a toda la Iglesia de occidente. El santo es el único confesor no obispo en cuyo oficio del Breviario Romano hay tres himnos diferentes, para maitines, laudes y vísperas.
Los bolandistas no lograron encontrar ninguna biografía medieval que valiese la pena, y se limitaron a reimprimir la biografía publicada en 1628 por Adán de Opatow (Acta oanctorum, oct., vol. VIII). El autor afirma que se basó en ciertos documentos que se conservaban en Cracovia, en particular en las notas de Matías de Miechow, contemporáneo de San Juan. Está fuera de duda que Matías de Miechow escribió realmente un relato sobre los milagros obrados por San Juan después de su muerte, ya que los bolandistas publicaron dicho documento. En Analecta Bollandiana, vol. VIII (1889), pp. 382-388, hay una nota sobre el sitio y la fecha del nacimiento de San Juan. E. Benoít publicó en 1862 una biografía en francés; en polaco existen numerosas biografías.
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