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SONETOS DE QUEVEDO PARA EL DIA DE DIFUNTOS



Desengaño del mundo, Sueño del caballero.Autor: Antonio Pereda Fecha:1670. Museo:Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid)

Desde la torre

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.

    Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

    Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh, gran don Iosef!, docta la emprenta.

    En fuga irrevocable hoye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.

 
Prevención para la vida y para la muerte 

Si no temo perder lo que poseo,
ni deseo tener lo que no gozo,
poco de la Fortuna en mí el destrozo
valdrá, cuando me elija actor o reo.

    Ya su familia reformó el deseo;
no palidez al susto, o risa al gozo
le debe de mi edad el postrer trozo,
ni anhelar a la Parca su rodeo.

    Sólo ya el no querer es lo que quiero;
prendas del alma son las prendas mías;
cobre el puesto la muerte, y el dinero.

    A las promesas miro como a espías;
morir al paso de la edad espero:
pues me trujeron, llévenme los días.

Signifícase la propia brevedad de la vida, sin pensar, y con padecer salteada de la muerte 
    ¡Fue sueño ayer: mañana será tierra!
¡Poco antes, nada; y poco después, humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo,
apenas punto al cerco que me cierra!

    Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa, soy peligro sumo;
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.

    Ya no es ayer; mañana no ha llegado;
hoy pasa, y es, y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.

    Azadas son la hora y el momento
que, a jornal de mi pena y mi cuidado,
cavan en mi vivir mi monumento.


  Repite la fragilidad de la vida y señala sus engaños y sus enemigos

    ¿Qué otra cosa es verdad sino pobreza
en esta vida frágil y liviana?
Los dos embustes de la vida humana,
desde la cuna, son honra y riqueza.

    El tiempo, que ni vuelve ni tropieza,
en horas fugitivas la devana;
y, en errado anhelar, siempre tirana,
la Fortuna fatiga su flaqueza.

    Vive muerte callada y divertida
la vida misma; la salud es guerra
de su propio alimento combatida.

    ¡Oh, cuánto, inadvertido, el hombre yerra:
que en tierra teme que caerá la vida,
y no ve que, en viviendo, cayó en tierra!

¡Cómo de entre mis manos te resbalas!

    ¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh, muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!

    Feroz, de tierra el débil muro escalas,
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.

    ¡Oh, condición mortal! ¡Oh, dura suerte!
¡Que no puedo querer vivir mañana
sin la pensión de procurar mi muerte!

    Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.

Todo tras sí lo lleva el año breve...

    Todo tras sí lo lleva el año breve
de la vida mortal, burlando el brío
al acero valiente, al mármol frío,
que contra el Tiempo su dureza atreve.

    Antes que sepa andar el pie, se mueve
camino de la muerte, donde envío
mi vida oscura: pobre y turbio río
que negro mar con altas ondas bebe.

    Todo corto momento es paso largo
que doy, a mi pesar, en tal jornada,
pues, parado y durmiendo, siempre aguijo.

    Breve suspiro, y último, y amargo,
es la muerte, forzosa y heredada;
mas si es ley, y no pena, ¿qué me aflijo?
 
Miré los muros de la patria mía...

    Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

    Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.

    Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de mi anciana habitación era despojos;
mi báculo, más corvo y menos fuerte;

    vencida de la edad sentí mi espada.
Y no hallé cosa en qué poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

4 respuestas »

  1. Hermoso, esto es poesía. Pero me parece que poca gente lo entiende y lo disfruta por la batalla que le dan los medios a la sensibilidad. Lean otro poeta poco conocido, pero muy bueno y, por su puesto, católico: José María Gabriel y Galán

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