3 de diciembre de SAN FRANCISCO JAVIER (+ 1552)

El 3 de diciembre de 1552 moría frente a la costa china, en una choza de la isla de Sancián, San Francisco Javier.
La noticia de este hecho, que tanto suponía para la marcha de las misiones asiáticas, llegó a Roma casi tres años después. En febrero de 1555, como un rumor no confirmado, en octubre, como un hecho cierto, pero rodeado de tales detalles en cuanto a la traslación del cuerpo desde Sancián a Malaca y Goa, su estado incorrupto y los milagros que se le atribuían, que el nombre de Javier pasó presto a tener esa resonancia apostólica ante el pueblo cristiano que hasta hoy le caracteriza.
¿Quién era aquel misionero y cuáles sus hazañas?
Francisco de Javier, cuyos apellidos debieron de haber sido Jassu, Azpilcueta, Atondo y Aznárez de Sada, nació el 7 de abril de 1506 en el castillo de Javier, situado en los confines de Navarra, frente a Aragón, a ocho kilómetros de Sangüesa, 54 de Pamplona y uno de las márgenes del río Aragón.
Situación estratégica en la Edad Media, salvando los pasos de la ribera de Navarra al valle del Roncal a través del puente de Yesa, casi en su punto medio.
La familia del Santo era de las más distinguidas del reino navarro. Su padre, don Juan de Jassu o Jaso y Atondo, doctor por Bolonia en ambos derechos, era uno de los principales personajes del país, y unía en sí la rama de los Jassu de Ultrapuertos (hoy Francia) con la de Atondo, del señorío de Idocin. Su madre, María de Azpilcueta y Aznárez de Sada, provenía de la casa solar del mismo nombre del valle del Baztán, y heredaba de su madre la posesión de Javier, vinculado a su familia por lo menos desde 1263, lo mismo que cierto grado de parentesco con la realeza navarra.
Por eso Francisco de Javier reunía en sí una representación de casi todas las reglones de Navarra, y puede presentarse como un prototipo de sus hijos en el conjunto de sus cualidades distintivas, que la santidad no eclipsó u ocultó, sino que sublimó en rasgos heroicos de un universalismo sin tacha, matizado y punteado con las caracteristicas de su tierra.
Su formación primera dependió principalmente de la abadía fundada por su padre en la parroquia de Javier, lo mismo que de los miembros de su familia en aquel castillo solitario, especialmente de su madre: porque su padre, muerto cuando el Santo contaba nueve años, había estado ausente largas temporadas en Pamplona o en cortes extranjeras por los asuntos del reino.
Fuera de la piedad intensa que bebió en su vida familiar, el acontecimiento que influyó especialmente en la orientación de su carácter y de sus aspiraciones fue la ruina de las instituciones políticas bajo las que había nacido y por las que luchó su familia, y la ruina también de su castillo, rebajado a la categoría de mansión señorial de tipo agrícola, en vez de ostentar las almenas guerreras de sus enhiestas torres. Es indudable que todo ello influyó en su marcha a la Universidad de Paris en 1525, al terminar las guerras en que participaron sus hermanos y al asentarse sobre bases nuevas y duraderas la vida de los Javier, reconociendo el nuevo orden de cosas.
Los once años de Paris, como estudiante primero y como maestro algún tiempo en la Universidad de París (1525-1536), marcaron la etapa decisiva de la vida de Javier.
Hoy se conoce con profusión de datos la vida universitaria parisiense relacionada con el Santo. Conocemos el funcionamiento de sus colegios, divididos por naciones o grandes regiones, y en los que se daba la enseñanza principal, así como los nombres de los profesores y mil detalles de la vida diaria de aquella masa de estudiantes, verdadera ciudad libre dentro del recinto de París.
Los estudios duraban alrededor de once años. Javier escogió el colegio de Santa Bárbara, fundado en 1520 bajo la protección del rey de Portugal, donde concurrían estudiantes de las diferentes partes de la Península Ibérica. Comenzó sus estudios como porcionario, que se pagaba toda la pensión, con un fámulo a su servicio y un caballo para sus deportes y utilidad. Por octubre de 1525 entró en las aulas universitarias, se graduó en Letras en la Cuaresma de 1526, se licenció en Filosofía en agosto de 1530, obtuvo una clase de Filosofía en el colegio de Dormans-Beauvais y prosiguió juntamente sus estudios teológicos hasta fines de 1536, en que partió para Italia con sus compañeros a unirse con Ignacio.
El esquematismo de estas fechas no nos devuelve la enorme complejidad de sucesos trascendentales que tuvo para el menor de los Javier. Por una parte la lucha de las ideas filosóficas y teológicas, atacadas por el naciente protestantismo, que encontró en la Universidad de París uno de sus más fuertes enemigos, y por otra las relaciones con sus compañeros de estudio, especialmente los españoles.
. Como coronación de todo, su trato con Iñigo de Loyola, que le llevó paulatinamente a desviar por completo el curso de sus aspiraciones terrenas dentro del campo eclesiástico, al que pensaba dedicarse, y abrazar el camino de la santidad personal y del apostolado con el ardor brioso de su sangre y con aquella decisión desconocedora de cambios y vacilaciones en el ideal abrazado en la plenitud de su vida.
Ignacio supo insinuarse en su corazón, a pesar de los recuerdos de luchas pasadas en campos políticos opuestos y de la poca apariencia del incomparable conductor de hombres, que vino providencialmente a vivir en la misma casa y en la misma cámara que el maestro valenciano Juan de la Peña, el angelical saboyano Pedro Fabro y Javier.
Las prevenciones de Javier no pudieron impedir a la larga el acercamiento con Iñigo, que, lejos de oponérsele, le llevó discípulos, le sacó de algún apuro económico y pudo, por fin, penetrar en el interior de aquella alma y comunicarle sus proyectos, sus ideas, su modo de ser.
En 1534 Javier estaba ganado, y, aun antes de hacer el mes de ejercicios espirituales, que le armaría para los duros combates de la vida, se alistó en el pequeño escuadrón ignaciano de los primeros votos de Montmartre, 15 de agosto de 1534.
Javier completó su formación espiritual junto a Ignacio en Italia, ejercitó sus primeros ministerios apostólicos en favor de las almas, gustó más el sentido católico de la vida junto a la cátedra de San Pedro en Roma, y recibió las sagradas órdenes en Venecia. Para coronamiento de estas actividades vivió varios meses en Roma como secretario del mismo San Ignacio, en aquellos tiempos en que estaban estudiando su futuro régimen de vida al ver fallidas providencialmente las esperanzas y planes de su viaje a Jerusalén y su vida apostólica en Palestina. La impresión que guardaron sus compañeros de todos estos años fue la de una santidad incontenible y de una admirable disposición para toda clase de apostolados. Su don de gentes se impuso en Roma y en Bolonia; su heroicidad, en los hospitales, mientras aprendía junto a su padre del alma los métodos del gobierno espiritual.
Los acontecimientos se precipitan ya en la vida de Javier. Doce años le quedan aún para luchar por Dios, y el que hasta ahora ha estado como en segundo plano, hace ahora de pronto irrupción en la vanguardia de los acontecimientos, y en ella se mantiene sin desfallecer hasta su último aliento.
Dios convertiría en realidad los sueños que había tenido aquellos años, de estar evangelizando en las Indias.
Un día se presentó ante Ignacio el embajador de Portugal, don Pedro de Mascareñas, con un encargo de su rey, don Juan III, que señalaría el comienzo de una sólida amistad del monarca lusitano con Loyola y Javier. Deseaba aquel consolidar sus empresas oceánicas impulsando vigorosamente la evangelización de las nuevas regiones descubiertas en la India y el Brasil. Por insinuación de don Diego de Gouvea, regente de Santa Bárbara, de París, que allí había conocido a aquellos compañeros de Inigo y luego se había enterado de sus intentos y actividades en Italia, el rey supo las cualidades y condiciones del grupo ignaciano, sondeó la realidad por medio del embajador en Roma y propuso al Papa su deseo de invitarlos para las Indias.
En pocos días se llega al nombramiento de Javier por Ignacio, comisionados para ello por Paulo III antes de la fundación canónica de la Compañía de Jesús, como sustituto del padre Bobadilla en su destino a la India portuguesa, y al día siguiente de su nombramiento, 16 de marzo de 1540, partía con Mascareñas camino de Lisboa, después de haber firmado unos cuantos documentos acerca de la Orden religiosa que se tramitaba y de la elección de su primer general.
Javier atraviesa Italia y Francia, entra por Fuenterrabía en Guipúzcoa, renuncia a ir a saludar a sus parientes, y por la casa solar de Loyola, adonde llevaba una carta de Ignacio, por Burgos, Valladolid y Salamanca pasó a Portugal. Allí trabajó intensamente en la corte, ganándose la confianza y estima del rey y de muchísima gente durante nueve meses, gracias a sus predicaciones, confesiones y buen ejemplo, y el 7 de abril de 1541 se embarcó para Goa.
En vez de partir como segundo del padre Simón Rodríguez, va como jefe de otros dos, y actúa desde el primer momento como tal. En Lisboa ha perfeccionado su portugués y se ha informado detenidamente acerca de la situación de la India y de sus relaciones eclesiásticas y temporales con la metrópoli. Pero Juan III no quiere enviarle sin amplísimas facultades, y para ello consigue del Papa varios breves pontificios.
Hay que tener presentes esos documentos para poder juzgar de su actuación sin caer en los extremos de los que, al margen de la verdadera historia, pretenden enjuiciar su obra y describirnos su carácter de hombre y de apóstol.
Javier no es un misionero más que va al Oriente a ocupar un puesto cualquiera en un lugar determinado. Su misión y su destino es mucho más complejo.
Va, en primer lugar, como nuncio o legado pontificio. Pero esa nunciatura era de un tipo especial. No se trataba de representar permanentemente a la Santa Sede en alguna corte determinada, sino de revestirle de su autoridad apostólica y de amplísimas facultades espirituales para la implantación, conservación y aumento de las nuevas cristiandades desde el Cabo de Buena Esperanza hasta el último límite de los dominios o protectorados portugueses en las Indias orientales, y en especial ante el rey de Etiopía. Pero no se indica en los documentos nada de estar en comunicación directa y permanente con la Santa Sede.
Esto influyó en el deseo de Javier de conocer personalmente aquellas nuevas cristiandades, fundadas ya o posibles y ver sobre el mismo campo las posibilidades de dilatar la fe. Su carácter de nuncio, más que ligarle a un sitio, le impulsaba a recorrer, explorar y evangelizar aquel vasto territorio, Algo parecido le sucedía en su cargo de superior de la nueva Orden religiosa en las mismas tierras. Con tan pocos sujetos al comienzo, era él el que debía dar el ejemplo de las virtudes apostólicas y señalar los emplazamientos de los centros misionales.
Y algo parecido podríamos decir con respecto al rey de Portugal, que, prendado de sus virtudes y cualidades, deseaba que fuera una especie de visitador privado y oficioso de la vida religiosa de los establecimientos lusitanos del Oriente. Su correspondencia demuestra cómo eiercitó esta labor, con valentía apostólica por un lado y con escrupulosidad independiente y cautelosa por otro. Aun así no siempre consiguió el auxilio que el rey ordenaba darle a todos sus gobernadores para cosas de apostolado y evangelización.
Francisco llegaba a Goa con la idea de marchar cuanto antes al cabo Comorín y costa de Pesquería, donde el gobernador general que le llevaba en su flota, Martín Alfonso de Sousa, había conseguido establecer una misión de cristianos en un mando anterior. Sousa le habló de la empresa varias veces durante el viaje marítimo, y en cuanto transcurrieron en Goa los primeros cinco meses durante el monzón que interrumpía las navegaciones, pasó a aquella tierra, cuando sus compañeros de viaje dejados en Mozambique llegaban a Goa a continuar las empresas allí por él iniciadas.
En Goa, lo mismo en la primera ocasión que en las otras varias que tuvo que volver a ella para gobernar a los suyos, tratar con las autoridades eclesiásticas y civiles o fundar las primeras casas de su Orden, su celo se impuso en la ciudad con sus predicaciones, catecismos por las calles, plazas e iglesias y su dirección espiritual. Todo esto se comprueba en las cartas de sus contemporáneos: el obispo, algunos sacerdotes religiosos y empleados civiles.
Desde fines de 1542 a 1545 trabajó en aquellas regiones de Malabar y Travancor, su primera gran misión viva. El movimiento de reagrupación de los cristianos, bautismo de neófitos, composición de catecismos, etc., fue extraordinario. El fracaso de sus planes sobre Ceilán, por culpa de algunos mercaderes portugueses, y la noticia de las perspectivas que se abrían para la fe en las Molucas, le determinó a ir allá después de dejar algunos compañeros en la Pesquería.
Pasado algún tiempo junto al sepulcro de Santo Tomás en Meliapur, llegó a Malaca en septiembre de 1545 y evangelizó a toda clase de gentes en la ciudad y contornos durante algunos meses. Siguió al Maluco y misionó las islas de Amboino, Ceram y otras vecinas, cumo luego Ternate, Tidore, las islas del Moro, con igual fruto y conmoción espiritual.
Vuelto a Malaca en 1547 a buscar compañeros para aquella nueva misión, se encontró en aquella ciudad con unos japoneses que le esperaban. Esto varía el rumbo de los acontecimientos, y, arreglados los asuntos de la India, penetra el primero de los misioneros en el Japón, 15 de agosto de 1549, misión que desde el primer momento ejerce en él una especie de fascinación cautivadora.
Vuelve a la India y Goa, visita algunas residencias, resuelve nuevas fundaciones, se entera de grandes noticias de Europa: Trento, Roma, Alemania; recibe el nombramiento de provincial, y en vez de volver al Japón, según había pensado primero, se resuelve por China. Frustra sus intentos de embajada virreinal el capitán mayor marítimo de Malaca y se embarca para Sancián a intentar solo aquella empresa. Una pulmonía corta el vuelo a sus empresas apostólicas cuando apenas cuenta cuarenta y seis años.
Se ha hablado de Javier aventurero, poco constante, impetuoso. Nunca dejó Javier un campo roturado por él sin dejar a otros que siguieran la obra, y de vez en cuando volvía a visitarlo. Atendió al mismo tiempo a otras partes adonde no llegó personalmente. Todas sus misiones continuaron florecientes, y sólo algunas decayeron decenios más tarde a causa de las persecuciones que sobrevinieron.
Fomentó el clero indígena, la enseñanza y los catecismos. Su salud, sus conocimientos, sus dones de trato personal, su valor a toda prueba, y sobre todo su santidad, superaron todos los obstáculos. Consiguió dejar cristiandades en todos los puntos estratégicos del Extremo Oriente, ampliar el conocimiento de todas aquellas regiones. Sin intentarlo forjó un parecido oriental suyo con el San Pablo mediterráneo que admira la historia.
No es extraño, por lo mismo, que al saber de cierto su muerte, con las circunstancias de su traslación y sepultura, el mismo San Ignacio, que ya tenía en Roma una antologia epistolar proveniente de Asia acerca de la fama de santidad de Javier, iniciara los primeros pasos para la glorificación de su hijo. Beatificado en 1619, fue canonizado a los tres años, 12 de marzo de 1622, juntamente con San Ignacio, Santa Teresa de Jesús, San Felipe Neri y San Isidro Labrador. Pronto se le declaró Patrón de las misiones del Oriente.
San Pío X lo constituyó protector de la Obra de la Propagación de la Fe, y Pío XI le declaró en 1927 junto con Santa Teresa de Lisieux, Patrón universal de las misiones católicas.
LEÓN LOPETEGUI, S. I.e
Texto de Mercaba
EXTRACTOS DE VIDAS CON ALGUNOS MILAGROS DE SAN FRANCISCO JAVIER
Nació en 1506 en el Castillo de Javier (Navarra), se adhirió a la Compañía de Jesús fundada por Ignacio de Loyola y partío a la evangelización de la India, Malasia, Indonesia, China y Japón. Murió en Goa (India) en 3 de diciembre de 1552. Fue canonizado en 1622 por Gregorio XV.
Fue nombrado patrón de Pótamo (Calabria, Italia) en 1652 pues se apareció a una mujer a cuyo hijo enfermo sanó. Se le dedicó un altar en la iglesia de Nuestra Señora de Gracia en el que está representado con sobrepelliz y estola y una vara de azucenas. Entre los milagros que se le atribuyen en esta villa de Pótamo se cuentan los de la curación de varios bueyes. Son varias las enseñanzas que podemos obtener con su lectura. La primera va destinada a los antitaurinos y la sacamos del milagro que comineza con «un pobre labrador…»: la excesiva compasión por los toros los lleva directamente al matadero, como pretendía la mujer del labrador, lo mejor es que se destine a los animales para el fin que fueron seleccionados y criados. La segunda sirve a los ganaderos, pues invocando a San Francisco Javier tendrán siempre sano su ganado. La tercera viene ni que pintada para ciertos matadores, quienes pueden lograr el favor de que los bóvidos pierdan genio y se vuelvan mansotes, aunque en lo de restituir a los toros su fuerza quizá prefieran ponerle una vela al diablo. Y con todo esto advertimos el concepto de bravura que tenían los hombres de otros tiempos, tan distintos al que se maneja hoy, pues el buey era bravo porque no se dejaba, justo lo contrario de lo que nos venden las figuras hodiernas, que se parecen al labrador del milagro en cifrar su desgracia en eso, en que el bovino «no se dejaba».
MILAGROS BOVINOS DE SAN FRANCISCO JAVIER
Estando una pobre mujer de Pótamo, muy dolorida por la falta que le hacía un buey, trasspasado de parta a parte por debaxo de los hombros con las puntas de un toro; acudió por consuelo al Santo Apostol, y con un boto de una missa en su altar, recibió luego sano su buey sin remedio alguno.
[Varias curaciones y otros milagros]
Un niño de diez meses con una gran calentura e inflamación de garganta avía passado tres días enteros sin poder tomar alimento alguno; prometió su padre una missa en el altar del Santo, y al punto recibió el hijo perfectamente la salud.
El mismo deboto del Santo, estando muy afligido, porque un buey que le hazía gran falta para su labor, avía dos días que no podía pacer, con un mal e hinchazón muy grande por todo el cuerpo; acudió a su bienhechor con gran sinceridad, y humildad, y prometiendo una missa, alcaçó al punto perfecta sanidad para su buey, de suerte que ya pacía, y se pudo aplicar luego al trabajo.
[Apariciones, más curaciones, libera de la cárcel a un devoto y más milagros]
Un pobre labrador tenía un buey tan bravo e impaciente del yugo, que ni con palos ni glopes ni con ataduras y cadenas se podía valer con él, ni servirse para el yugo, que nunca le sufría, ni para otro trabajo alguno. Un día singularmente, como se enfureciesse contra el buey, y para domarle le cargarsse de golpes, de fuertes, que echaba el animal mucha sangre por las narices, boca, y ojos, y tenía hinchada enormemente la cabeza a poder de los palos, que le dava en ella su amo. La muger, llevada de cierta compasión, dixo al marido que se librase ya de aquel buey, y lo vendiesse a los carniceros, para que le hiziesen quartos, antes de que le matasse él, y juntamente con esto se hincó de rodillas, y volviéndose en su oración al Santo de Pótamo, con fe y santa simplicidad, le rogó que amansasse aquel buey y le hiziesse tratable, para que sirviesse a sus pobres dueños en el campo, y prometió a honor del Santo una missa, y una medida del mejor trigo. Apenas avía hecho el voto la buena muger, quando el buey dexada toda la ferocidad, se llegó el mismo como estendiendo la cerviz al yugo; lo qual visto por el amo, para experimentar si ya sufría el yugo, se lo puso sin resistencia, ni dificultad alguna, quedando en el mismo momento el bruto sano, y manso, y restituisdo a sus fuerças y disposición, y más prompto que todos los demás para todo trabajo, a que sin señal alguna de ferocidad se dexava aplicar luego.
El Apostol de las Indias y nuevas gentes San Francisco Xavier, de la Compañía de Iesus. Epítome de sus apostólicos hechos, virtudes, enseñança y prodigios antiguos y nuevos.
[…] Por el licençcado don Mathias de Peralta Calderón […]
en Pamplona, año 1665
págs. 37-50
Los enfermos que ha sanado san Francisco Xavier por medio de sus reliquias, de sus imágenes y por la invocación de su nombre, no tienen número […].
No se han repartido por el mundo las reliquias de san Francisco Xavier, porque quiso Dios que se guardasse entero en Goa para conservar por sus mereciminetos entera la Fe en la India, sino es el braço derecho, que se llevó a a Roma; pero suplen esta falta sus imágenes, que todas parecen retratos vivos del Señor Apóstol, según se ve en ella una virtud de obrar prodigios y maravillas. […]
[Siguen varias curaciones de enfermos y resurrecciones de difuntos]
Por esta misma imágen de Pótamo se han sanado en diversas ocasiones bueyes heridos y enfermos, y una vez un jumentillo, y otras sanó y amansó un buey bravo por las oraciones de sus dueños, mostrando en esto, fuera de su grande poder, su mucha caridad para con sus devotos, pues no solo a los hombres que lo invócan da salud, más por su respeto da salud y vida a los brutos.
Vida y Milagros de San Francisco Xavier, de la Compañía de Jesús, Apóstol de las Indias,
por el padre Francisco García, Maestro de Theología de la misma Compañía. Tercera impressión, corregida y enmendada, en Barcelona, año 1683,
págs. 381-387
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