4 de diciembre SAN PEDRO CRISÓLOGO, OBISPO, CONFESOR Y DOCTOR DE LA IGLESIA (+450)
Nació en Imola, en Emilia. El mismo nos dice que su padre había llegado a ser Obispo de esa ciudad (Sermónl65). Bautizado e instruido en la religión cristiana desde muy joven, pronto se ordenó de diácono. Bajo el pontificado de Sixto lll, entre 432 y 440, fue nombrado obispo de Revena. Como si hubiera sido designado por el propio apóstol Pedro, pues el Papa lo escogió en lugar del candidato que le presentaba el pueblo.
Rápidamente fue conocido en el mundo católico por sus virtudes, su ciencia y su elocuencia, fue consultado por el heresiarca Eutiques cuando sus primeras disputas con el arzobispo de Constantinopla (449). Su respuesta, conservada en la colección de las cartas de San León, está enla línea de política de este gran Papa, puesto que declara que el juicio definitivo, tanto en materia doctrinal como disciplinaria, le corresponde al Romano Pontífice, porque “en su persona es siempre el Apóstol Pedro quien sebrevive y preside para ofrecer la Verdad de la Fe a cuantos la busquen”.
(Texto de Mercaba)
De los 725 sermones que se le atribuyen, varios son de una autenticidad discutible, y por el contratrio se les podrían agregar otros inéditos o perdidos. Sólo algunos tienen un contenido dogmático, y tratan sobre de la Encarnación, refutando las herejías corrientes sobre esta materia: arrianismo, nestorianismo, eutiquismo. Siete son explicaciones del Símbolo (Sermones 56-62). Y siete son comentarios de la oración dominical (77-82), destinados verosímilmente a los catecúmenos para la víspera del baautismo. Los otros discursos, de ordinario muy breves, son homilías, cuyo tema está sacado de textos escriturarios leídos durante los oficios litúrgicos: son ante todo exhortaciones morales que de paso propercionan una descripción de las costumbres cristianas en la primera mitad del siglo V, recriminando su grosera depraavación. Una de sus sentencias se ha hecho célebre: “El que quiera holgarse con el diablo no podrá regocijarse con Cristo”.
Un día que predicaba él sobre el episodio evangélico de la hemorroísa, habló con tal vehemencia que pronto le faltó la voz. El auditorio se conmovió por ello de tan manera que estalló en sollozos, clamores y suplicaciones que reemplazaron la palabra del orador. El Santo dio gracias a Dios de que su desfallecimiento hubiese dado lugar a un ímpetu de arrepentimiento y de caridad.
La tradición que le ha puesto el nombre de “Crisólogo” —palabra de oro— lo hace así un émulo de San Juan “Crisóstomo” —-boca de oro—-. No tiene sin embargo la misma envergadura que el Patriarca de Constantinopla, al menos en el dominio de la teología. Fue proclamado Doctor de la Igleisa por el Papa Benedicto Xlll en l729.
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Muy interesante la figura de san Pedro Crisólogo, entre muchas razones, por las dos siguientes:
– Primero, por la manera en que fue elegido. Porque los ravenenses ya habían elegido su propio candidato, y se dirigieron al Papa para que confirmara la elección. Pero he aquí que se le aparecieron san Apolinar, primer obispo de Rávena, y sobre todo, san Pedro Apóstol, y le desaconsejaron que confirmara el nombre de esa persona para el cargo, y en cambio, escogiera a Pedro, aún diácono, que había venido a Roma junto a los demás miembros de la delegación.
Aquí podemos ver cómo san Pedro sigue viviendo, gobernando y proveyendo no sólo para su Sede, sino también para las demás. Y sobre todo, es un precedente de lo que está anunciado por varias profecías atendibles, a saber, que llegará el día en que él mismo personalmente, haciendo uso de sus derechos primaciales, que nunca han caducado, elegirá un Papa, puesto que los electores designados, es decir, los cardenales de la Santa Iglesia Romana, no pueden encargarse de ello, puesto que ninguno ha sido legítimamente creado desde hace más de 50 años.
– Y aquí es donde viene la segunda razón: Nuestros antepasados tenían una conciencia mucho más viva, precisa y práctica que la nuestra, de que el Apóstol San Pedro no sólo había gozado de los derechos de Soberano Pontífice durante su vida terrena, hasta el momento de su muerte martirial, sino que esos derechos seguían siendo suyos incluso después de muerto y gozando ya de la Gloria del Cielo.
Y sabían que aunque ordinariamente, él ejercía esos derechos a través de sus sucesores, desde San Lino y San Cleto en adelante, nada impedía que alguna vez, si lo pedía la necesidad, pudiera ejercerlos directamente y sin intermediarios. Por esa razón, los Papas eran designados con el apelativo Vicarius Petri, no contradictorio con el de Vicarius Christi, pero significativo de que según inspirada palabra de San León Magno, Pedro sigue viviendo, enseñando y gobernando, bien a través de sus sucesores, bien directamente y por sí mismo.
No es por nada que al Papa mismo se le cantaba «Tu es Petrus» en el día de su Coronación.
Esa misma doctrina es la que vemos enseñada por San Pedro Crisólogo en su carta a Eutiques citada más arriba: «…San Pedro, que sigue viviendo y presidiendo en su propia Sede…».
Y si tanto uno como otro insisten en que Pedro sigue viviendo, es entre otras causas por una razón jurídica extremadamente importante: Porque es de siempre sabido en derecho, tanto civil como canónico, que el detentador de cualquier carga u oficio, incluido el Sumo Pontificado, cesa absolutamente en sus derechos con su muerte, lo mismo que el matrimonio canónico se disuelve con la muerte de uno de los cónyuges.
Esto es lo que ocurrió con los demás Apóstoles, que aún guardando el patronato espiritual desde el Cielo donde reinan, ya no tienen derechos de gobierno sobre las Iglesias que ellos fundaron, sino que esos derechos pasaron a los obispos sucesores suyos, legítimamente aceptados por la Sede Apostólica.
Alguno podrá pues pensar que lo mismo ocurrió con el Apóstol San Pedro en relación con su Iglesia de Roma, y eso sería comprensible.
Precisamente para deshacer esa prevención, insisten los santos León Magno y Pedro Crisólogo, en que por privilegio del mismo JesuCristo que lo eligió y lo confirmó como su Vicario, San Pedro sigue viviendo y gobernando la Iglesia de Roma, y a través de ella, la Iglesia Universal.
Para mejor asiento de esta verdad, compárese la relación de las dos Iglesias de las que San Pedro fue Obispo: La de Antioquía y la de Roma.
De la primera, San Pedro fue Obispo, hasta que se trasladó a Roma, y dejó como sucesor suyo a san Evodio, y luego, al muy famoso san Ignacio de Antioquía, que murió en Roma bajo el diente de los leones. Una vez dejó Antioquía, dejó de ser su Obispo.
Sin embargo, de Roma, jamás dejó de serlo, nombró a sus dos primeros sucesores san Lino y san Cleto mientras aún estaba vivo, y sigue conservando hasta hoy el derecho soberano de nombrar un Vicario suyo, sin que nadie en absoluto pueda oponerse a ese nombramiento por cualesquiera razones o argumentos que se puedan excogitar.
Como habrán intuído los inteligentes lectores, me he detenido un tanto en esta verdad, porque no existiendo hoy día cardenales, que son las personas designadas por el derecho para elegir un Papa, los católicos conscientes de la situación de vacancia de la Sede Apostólica están divididos sobre el modo concreto en que se debe poner fin a esa situación de orfandad, a saber, ¿Cómo volveremos a tener un Papa indudable?
– Unos, proponen que deben elegirlo los miembros remanentes de la Iglesia Católica. Con el principal problema de que estarían usurpando un derecho que no tienen, puesto que para recibir la aceptación de cualquier electo, es necesario gozar de jurisdicción pura ordinaria y en acto, cosa que ninguno de ellos, siquiera los obispos, tienen actualmente.
– Otros, sugieren que tal vez los falsos «papas» y «cardenales» de la iglesia conciliar, a pesar de hallarse fuera de la Iglesia por cisma, herejía y apostasía, siguen gozando de una misteriosa y mágicamente suplida jurisdicción que les daría un cierto derecho de nombrar legítimamente, e incluso de admitir válidamente esas elecciones. Cosa nunca oída en la Iglesia y rechazada por todos los Padres y Doctores de la Iglesia, no menos que por los canonistas, y específicamente rechazada por los papas Paulo IV y san Pio V.
Dada esta situación, no queda otro remedio que remontar a la fuente de toda jurisdicción y poder en la Iglesia, que no es otra que su Fundador, Nuestro Señor JesuCristo.
Pero constándonos que Él mismo ha determinado, hasta el fin del mundo gobernar su Iglesia a través de Pedro, es a él a quién debemos dirigirnos, como depositario y detentador perpetuo de los derechos de la Sede Romana y de su Primacía.
Ya se ha apuntado varias veces en este blog que existen profecías muy atendibles que pronostican esa intervención directa de San Pedro en ejercicio de sus imprescriptibles derechos.
Pero incluso si esas predicciones no existieran, o fueran sólo el fruto de unas imaginaciones demasiado fértiles, aún así creería yo en la próxima intervención apostólica que nos devolverá por fin un Papa de verdad, con el que empezará una nueva época de la historia de la iglesia y del mundo.
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