BERGOGLIO EL GRAN FARISEO Y LOS FARISEOS BERGOGLIANOS

Francisco, el gran fariseo de hoy
Los que tienen apariencia de bondad y santidad ante los hombres, sin ser buenos ni santos en realidad:
“En los últimos tiempos… sobrevendrán hombres… que tienen apariencia de piedad pero que la desmentirán con sus hechos”
[62].
Son los que predican una falsa misericordia (la que no les llama a la conversión) y aparentan misericordia ante los hombres, pero la impugnan con sus obras y con su auténtico modo de ser. De nuevo el conflicto entre lo que se aparenta y lo que se es, entre lo que se predica (la doctrina) y lo que se propone como pastoral o praxis. Los que separan la doctrina de la praxis, proponiendo una doctrina correcta pero considerándola como un “ideal” utópico y consienten y fomentan en los demás una conducta, una pastoral, una praxis mundana y relajada, con la que ellos se conducían en su vida privada.
II. Los que quieren estar los primeros en los bancos y ceremonias religiosas: todos los que hacen las cosas sólo para ser vistos por los demás, para llamar la atención. Los que gustan que se les salude en las plazas y de ser llamados “maestros”. Los que sólo hacen obras de caridad en público, para que todos les vean y el pueblo les adule. La auténtica caridad se hace en privado, sin que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha, dijo Cristo (Mateo 6, 3).
III. Los que excusan el adulterio conforme a la conciencia individual o “comprendiendo” la situación personal de cada cual (de nuevo el casuismo farisaico sobre el repudio). Los que rechazan la clara enseñanza de Cristo sobre el adulterio y justifican con razones humanas el divorcio, compadeciéndose de las parejas en situación irregular (en adulterio), en lugar de alabar y compadecer al cónyuge abandonado que se esfuerza (y lo consigue, impetrando la gracia de Dios) por vivir en castidad, para no pecar. Ésta es la auténtica parte dañada y frágil, a la que hay que proteger, la que la Iglesia ha protegido en los últimos dos mil años.
La auténtica misericordia nunca puede separarse de la Verdad, y exige llamar a la conversión, con caridad pero también con severidad, a quienes vivan en adulterio, esto es, a la castidad, para salvar su alma. Dar la comunión a una pareja adúltera impenitente significaría otorgar validez a esa situación de pecado, al igual que los fariseos le daban validez al matrimonio del repudiante con una nueva mujer y de la repudiada con otro hombre. Y sería empujar a esa pareja a un nuevo pecado mortal: el sacrilegio, haciéndoles reos de la sangre y de la carne de Cristo que quieren tomar indignamente. El sacerdote que promueva o tolere algo así, peca incluso más gravemente que el sujeto que comulga indignamente, por lo que adquiere aquí todo su significado el lamento de Cristo sobre los fariseos: “«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar. (Mateo 23, 13)”.
IV. Los que estiman el favor del pueblo más que el de Dios. Los que tienen miedo de irritar a los pecadores por decirles cosas fuertes e inconvenientes y sólo les dicen lo que quieren oír, obedeciendo al demos antes que al Theós, en contra del mandato de los apóstoles
[63]. Los que promueven pastorales que gustan a los pecadores públicos (adúlteros, sodomitas), sólo para ser amados por el mundo y no perseguidos, como el pueblo amaba a los falsos profetas que les contaban mentiras
[64]. Ya ocho siglos antes de Cristo, en época de Isaías, los hipócritas le pedían que no profetizara cosas malas (los castigos con que Dios les advertía por sus desviaciones morales y por su idolatría), sino alegres y falsas
[65].
V. Los que obedecen doctrinas humanas (las leyes de la democracia) por encima de los preceptos de Dios: los cristianos “demócratas”, en el mal sentido de la palabra, esto es, los que dicen estar en contra del aborto o del matrimonio homosexual (por citar dos pecados que claman al cielo) pero ven bien que haya leyes que lo permitan para quien esté de acuerdo incurriendo en la vieja herejía del liberalismo. Aseguran que en una sociedad abierta y plural no podemos oponernos a que esas leyes existan, pues son muchos los que las aceptan, y cada uno puede escoger la opción que considere conveniente… he aquí a los fariseos de hoy en día, a los liberales, a los que ponen la democracia por encima de los preceptos inmutables de Dios, a los contemporizadores con la política
[66].
Incluso peor que el liberal es el católico que justifica y acepta positivamente esos dos males e incluso otros como el adulterio, anticoncepción, eutanasia, la ideología de género, la manipulación de embriones, la ecología anticristiana, el relativismo moral, el indiferentismo religioso, el irenismo, el falso ecumenismo, feminismo marxista, etc. porque, según ellos, la única moral aceptable es la que marque el pueblo, el Parlamento, en sus leyes. Y, además, quieren imponerle estos preceptos humanos a los demás cristianos, como si fuera parte del depósito de la fe. La ética del mundo, de la democracia separada de Dios, es literalmente opuesta a los valores y dogmas de la fe. Por democracia, por los demócratas, se decidió ajusticiar a Cristo, cuando el pueblo judío, persuadido por estos fariseos, clamaba ante Pilatos: “Que nos suelten a Barrabás” y “Crucifícalo”
[67]: la mayoría democrática así lo decidió. También en otras épocas de la Iglesia la mayoría absoluta hubiera decidido acabar con la Iglesia, como por ejemplo cuando en el s. IV sólo San Atanasio en Oriente y San Hilario de Poitiers en Occidente defendían la divinidad de Cristo frente al resto del orbe católico, que se había convertido en su totalidad al arrianismo. La mayoría democrática apoyó también al adulterio de Enrique VIII con Ana Bolena en Inglaterra, y fueron esos mismos fariseos católicos rendidos a los pies de su Rey los que ajusticiaron a Santo Tomás Moro, al obispo Juan Fisher y a los restos del catolicismo inglés.
Meter la democracia dentro de la Iglesia es mundanizarla, y tal cosa profesa la Iglesia sedicente que transforma en “derechos”, mediante eufemismos, lo que no son sino pecados mortales: y así, hablan del “derecho a decidir” (aborto), a “rehacer la vida” (divorcio, adulterio), al “matrimonio homosexual” (sodomía), a la “salud reproductiva” (anticoncepción), a la “muerte digna” (eutanasia), a la “identidad de género libremente escogida” (transexualidad), etc., etc., etc. Con razón decía el profeta:
“¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!” (Isaías 5, 20).
VI. Los que gozan de las simpatías de los pecadores que no quieren arrepentirse de sus pecados, y de los medios de comunicación laicos y seculares del mundo. El auténtico cristiano es perseguido por el mundo, no amado por el mundo
[68]. Preocúpese aquel católico que es alabado por el mundo secular.
VII. Los que no se creen pecadores o, peor y más sutilmente, los que no luchan contra el pecado porque, dicen, es “inevitable” y Cristo ya nos ha salvado a todos en la Cruz. Recordemos cómo Cristo retrata al fariseo en relación con el publicano, cuando ambos oraban en el Templo
[69]: el fariseo decía ““¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano.” (Lucas 18, 11). El fariseo se tiene por no pecador. Son, hoy en día, millones los católicos que creen que no hay pecado, que nada es pecado, que Dios es tan bueno y misericordioso que todos vamos a ir al Cielo (la herejía de la apocatástasis, una expresión de la gran herejía final, resumen de todas las herejías, que es la hidra del modernismo
[70]), que el Infierno está vacío, o, en todo caso, que las almas se aniquilan y no han de sufrirlo, o que es temporal y no eterno (ad tempus).
Y por eso son católicos que no confiesan, que comulgan en pecado mortal, y que odian a los hombres realmente religiosos (los que confiesan y comulgan en gracia, y los que valoran más que el oro fino el permanecer en gracia de Dios, con las lámparas encendidas, como las vírgenes virtuosas, para no condenarse). Es una suerte de catolicismo protestante, que profesa una fe según la cual basta con creer en Dios para salvarse, aunque uno muera en pecado mortal. La sola fide, desgraciadamente, es un mal que ha infectado a un porcentaje de fieles católicos altísimo, mayoritario. La prueba irrefutable: confesionarios vacíos, colas para comulgar rebosantes. Son católicos que se hacen un Dios a su medida, en una especie de libre examen luterano (de nuevo el protestantismo), y, por ello, no creen en la gracia de Dios ni en su poder liberador, ni la piden tampoco. Católicos que no leen la Biblia sino libros de autoayuda, que creen sólo en los esfuerzos humanos, abocados al fracaso sin Dios.
VIII. Los que rezan de pie (a diferencia del publicano, que rezaba de rodillas, incluso tumbado en el suelo, Lucas 18, 11): los católicos que, siendo conscientes de ante quién están, no se arrodillan en la consagración, signo patente de modernismo. Los que le niegan ese acto de suprema adoración a Cristo eucaristía, y pasan junto al Santísimo como el que pasa junto a una caja. Al considerar que no pecan, no necesitan confesarse (están muertos en vida) y por eso no se arrodillan, no se humillan ante el Santísimo para pedirle perdón por sus ofensas. El publicano, en cambio, se sabía pecador, y, tumbado en el suelo, no osaba levantar los ojos ante el Santo de los Santos, pero le pedía perdón a Dios porque estaba arrepentido. El fariseo de los tiempos de Cristo y el actual no tienen nada de qué arrepentirse: se consideran perfectos porque ni matan ni roban. Los fariseos quieren la misericordia, pero no el “y no peques más” que Cristo le dijo a la mujer sorprendida en adulterio.
IX. Los que profesan una suerte de populismo religioso católico: esto es, los que proponen una moral de situación, con excepciones y subjetivismos que acaban
negando la gracia, al modo luterano. La primacía de la conciencia por encima de la moral objetiva, del pecado, que niega que haya actos intrínsecamente malos es también farisaica, como expresa nuestro propio Catecismo
[71]. El casuismo
[72] que justificaba el repudio (divorcio) y por ende el adulterio sigue vivo y colendo hoy en día pues muchos en nuestra Iglesia piensan: ¿es que no tiene una persona abandonada por su cónyuge o el mismo que abandona derecho a “rehacer su vida”, a una segunda oportunidad? Esto profesan, desgraciadamente, los fariseos de hoy, haciéndose un Dios a su medida, y justificando su pecado por ser, supuestamente, inevitable (el protestantismo de nuevo) e inhumano y heroico no cometerlo.
Quien justifique el divorcio y el adulterio hoy, calificando a estas parejas con el lenguaje ternurista tan caro al mundo como “familias heridas” o “frágiles” está cayendo en ese fariseísmo o populismo religioso que llama al mal bien y al bien mal, pues tales medidas, si vinieran de la misma Iglesia, serían largamente aplaudidas como un signo de modernidad religiosa, de aggiornamento, por aquella enorme parte del pueblo que vive en pecado público de adulterio, y que quiere que la Iglesia les bendiga sus pecados sin llamarles a la castidad ni a la conversión. Misericordia para todos, sí, pero primero para el abandonado que vive en castidad, y luego, para los adúlteros, también, pero en su caso la misericordia exige arrepentimiento por el pecado de repudiar a su cónyuge (esto es, provocar el divorcio
[73]) y también por el adulterio posterior cometido, y confesarlos ante el sacerdote con propósito firme de vivir en castidad
[74]. El hombre no puede separar lo que Dios ha unido (Mateo 19, 6). El adulterio es una injusticia
[75].
X. Los fariseos de hoy aman el dinero y la religiosidad externa. Admiran los templos por su belleza, sus ornamentos, el oro de las iglesias: no a Dios mismo que está realmente presente en el Sagrario, no las Iglesias por estar ahí Dios. Sólo valoran a la Iglesia en la medida en que ésta sirva para ayudar la pobreza mundial, para dar pan y peces (como la multitud que luego de hartarse de comer tras la multiplicación de los panes y los peces quería proclamar Rey a Cristo, multitud de la que Él huyó). Los que quieren que la Iglesia se limite a la “
solidaridad” con los demás, con el cuerpo, pero negando la ley suprema de la Iglesia, para lo que la instituyó Cristo: salvar almas, para lo que necesita (y esto se hace odioso a los fariseos de hoy) predicar el pecado, el Infierno, la horrible posibilidad de condenarse. Los que quieren la “añadidura” antes que el Reino, lo material antes que lo espiritual
[76]. En suma, los que aparentan ser justos por fuera y se preocupan sólo del estado material del hombre (la teología de la liberación, del pueblo, esto es, el
marxismo metido en la Iglesia) pero injustos por dentro (esa forma de pensar sólo libera el cuerpo pero condena el alma, dicen que aman a los hombres pero lo dejan en sus pecados, en sus miserias).
XI. Los fariseos de hoy son los que niegan los milagros de Cristo (los fariseos también los negaban) y consideran que son sugestiones colectivas o meros “signos”, y los que, después de ver los increíbles milagros eucarísticos de los últimos años o los milagros que Dios hace por intercesión de la Virgen a cientos en Lourdes o en Medjugorje, los niegan como contrarios a la razón, para negar a Cristo: el análisis racionalista e historicista, protestante, de la Biblia, con tantos epígonos “católicos” heterodoxos desde mitad del s. XX: Teilhard de Chardin, Küng, Kasper, Martini, Schillebeeckx,Rahner, Lehman, Boff… y los nacionales Pagola, Castillo, Queiruga, y un largo etc., cuya divisa ha sido, tristemente, mundanizar la Iglesia, en lugar de cristianizar el mundo.
XII. De triste actualidad es este rasgo: los fariseos de hoy son
los que quieren volver a la ley de Moisés, otorgando validez a las parejas compuestas por algún cónyuge casado válidamente por la Iglesia y vuelto a casar por lo civil (adúlteros), pues también Moisés, por la dureza de su corazón, les permitió el repudio y el adulterio posterior. De esto tenemos cumplidos ejemplos en las dos sesiones del reciente Sínodo de la familia, 2014 y 2015
[77].
Mucho me temo que sean los fariseos de nuestros días y de días venideros no lejanos los que han de perseguir a la Iglesia fiel, los que azucen a los poderes mundiales y mundanos seculares (como los fariseos azuzaron a los romanos contra Cristo) para que extermine al remanente, por decir las cosas que molestan al mundo, como el matrimonio homosexual, el aborto, el adulterio, la ideología de género, la eutanasia, el feminismo radical, etc. Desgraciadamente en muchas Universidades supuestamente católicas se apoya y fomenta la ideología de género o el adulterio.
Son los
católicos falsos que no soportan la sana doctrina[78], al igual que los fariseos de la época de Cristo no podían soportar las verdades de fe que Él les exponía. Y por eso le mataron.
Y les reprochan su sana doctrina a los que la profesan, como llamaron blasfemo los fariseos a Cristo[79].
Para concluir, digamos que el fariseísmo es algo más que un pecado. Se trata, más bien, de una actitud religiosa falsa. Su gravedad reside en que es de índole espiritual. Es la corrupción de la religión y del sentido religioso: la vacía de sus dogmas y verdades absolutas, de las que deja sólo la cáscara (una cáscara lustrosa, por cierto), a los que somete a doctrinas humanas, y, a fin de cuentas, a los deseos y desvaríos de los hombres. No es sólo un pecado de falsedad, de hipocresía, sino también de soberbia (la soberbia, el pecado de Lucifer, base de todos los pecados que fueron, son y serán) pues quieren ser adulados por el pueblo por la virtud que no tienen y por la pastoral relajada que permiten.
En el fariseo se resumen todas las personas que, desde dentro de la religión, desde siglos antes de Cristo, se opusieron al plan salvador de Dios Padre con su pueblo Israel, cuyo último fruto fue, nada menos, que el asesinato de Cristo.
E identifico también con el fariseísmo las ideologías populistas dentro de la Iglesia, que con sutilidad la apartan de las palabras de Cristo, del magisterio de la Iglesia y de la tradición, para echarla en manos del “sentir” del pueblo, de un falso “sensus fidei” sentimental pervertido, que justifica el adulterio, la sodomía o la anticoncepción (por decir tres pecados mortales aplaudidos por el mundo), y en el fondo todo pecado, en aras de los derechos de los hombres, para no molestarles en su derecho “a ser felices”, y lo hacen con excepciones
[80], justificaciones, casuismos y demás razones humanas, entronizando la conciencia como canon supremo del orden moral individual.
Con razón Cristo se pasó gran parte de su vida pública fustigándolo. Su esencia es la falsedad, la mentira (que viene del Diablo), el hacerse el “religioso” sin serlo, es más, odiando al que realmente lo es, al que ama la auténtica misericordia, la que llama a la conversión a todos, a dejar los pecados (por la gracia de Dios) y a ser realmente perfectos, como Dios es perfecto.
Es importante recalcar que
los fariseos católicos de hoy tienen cuidado de no caer formalmente en la herejía: nótese la sutilidad del fariseo, que proclama la doctrina correcta para no ser acusado de hereje[81]. Su pecado es no cumplirla. Subvierte la ley por la vía de los hechos. Pero esta distorsión entre doctrina y pastoral es también materialmente herética, como han denunciado ya algunos pastores
[82]. Los fariseos no son odiosos a Dios por su amor a la ley, sino por su hipocresía, es decir, por una praxis,
por una pastoral, que no es acorde con la doctrina que predican. El catolicismo en su versión farisaica permitiría pecar a través de una pastoral no católica, subjetivizada y basada en la moral de situación, que tiene como pilar la autonomía de la conciencia y su primacía sobre los mandamientos de Dios y sobre los pecados intrínsecamente malos como el adulterio o la sodomía, si bien esconden su herejía diciendo que la doctrina no cambia o que se mantiene como un mero “ideal” inalcanzable.
El fariseísmo, en suma, es hijo del Diablo, como Cristo mismo dijo, pero será derrotado por María Santísima, quien le pisará definitivamente la cabeza.
Termino con unas excelsas palabras del padre Leonardo Castellani, quien como nadie retrató el fariseísmo de la época de Cristo y de la suya propia (que tanto le hizo sufrir porque lo sufrió en carne propia), sólo por ser un católico jesuita fiel a la doctrina y al magisterio de la Iglesia. Se lee en su obra inmortal “Cristo y los fariseos”:
(El fariseísmo)… “Es el drama de Cristo y de su Iglesia. Si en el curso de los siglos una masa enorme de dolores y aun de sangre no hubiese sido rendida por otros cristos en la resistencia al fariseo, la Iglesia hoy no subsistiría. El fariseísmo es el mal más grande que existe sobre la tierra. No habría Comunismo
[83] en el mundo si no hubiese fariseísmo en la religión; de acuerdo a lo que dijo San Pablo: “Oportet haéreses esse…” Y al final (en el fin de los últimos tiempos, añadimos nosotros) será peor. En los últimos tiempos el fariseísmo triunfante exigirá para su remedio la conflagración total del universo y el descenso en persona del Hijo del Hombre, después de haber devorado insaciablemente innúmeras vidas de hombre.”.
Si a alguno le han parecido duras algunas palabras de este artículo que recuerde que más duras fueron las que Cristo les dirigía a los fariseos, algunas de las cuales hemos reproducido aquí. Cristo, al hacerlo, buscaba la conversión final de los fariseos y la de todos, como la espero yo y la deseo: en primer lugar la mía, pecador como soy, y, a la vez, la de todos los hombres, por la gracia de Dios, incluidos aquéllos que Le resisten.
María Santísima nos alcance a todos la gracia de la conversión y nos lleve al Cielo. Amén.
A mayor Gloria de Dios y de su Santísima Madre.
Antonio José Sánchez Sáez
Visto en Religión, la Voz Libre
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