28 de diciembre LOS SANTOS INOCENTES

Por A. Butler (Vidas de los Santos)
Herodes llamado «el Grande», gobernaba al pueblo judío, dominado por Roma, por la época en que nació Nuestro Señor Jesucristo. Herodes era idumeo, es decir que no era un judío perteneciente a la casa de David o de Aarón, sino descendiente del pueblo al que Juan Hyrcan obligó a abrazar el judaismo; si ocupaba el trono de Judea, era por un favor especial de la casa imperial de Roma. Por lo tanto, desde que oyó decir que ya habitaba en el mundo un ser «nacido como rey de los judíos» al que tres sabios magos del oriente habían venido a adorar, Herodes estuvo inquieto y vivió en el temor de perder su corona. En consecuencia, convocó a los sacerdotes y escribas para preguntarles en qué lugar preciso debía nacer el esperado Mesías. La respuesta unánime fue: «En Belén de Judá». Más atemorizado que nunca, realizó toda clase de diligencias para encontrar a los magos que habían venido de oriente en busca del «rey» para rendirle homenaje. Una vez que encontró a los magos, los interrogó secretamente sobre sus conocimientos, los motivos de su viaje, sus esperanzas, hasta que, por fin, les recomendó que fuesen a Belén y los despidió con estas palabras: «Id a descubrir todo lo que haya de cierto sobre ese niño. Cuando sepáis dónde está, venid a decírmelo, a fin de que yo también pueda ir a adorarle». Pero los magos recibieron en sueños la advertencia de no informar a Herodes, de suerte que, tras haber adorado al Niño Jesús, hicieron un rodeo para regresar a oriente por otro camino. Al mismo tiempo, Dios, por medio de uno de sus ángeles, mandó a José que tomase a su esposa María y al Niño y que huyese con ellos a Egipto, «porque sucederá que Herodes buscará al Niño para destruirlo».
«Entretanto, Herodes, al verse burlado por los magos, se irritó sobremanera y mandó matar a todos los niños que había en Belén y sus contornos, de dos años abajo, conforme al tiempo de la aparición de la estrella, que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió lo que predijo el profeta Jeremías cuando anunciaba: «En Rama se oyeron las voces, muchos lamentos y alaridos. Es Raquel que llora a sus hijos, sin hallar consuelo, porque ya no existen». (Mat. II, 18).
Al hablar de Herodes, dice el historiador Josefo que «era un hombre de gran barbarie hacia todos los demás» y relata varios de sus crímenes, tan espantosos, crueles y repugnantes, que la matanza de unos cuantos niños judíos parece cosa de nada, y Josefo ni la menciona. Por tradición popular, se supone que el número de las víctimas de la matanza ordenada por Herodes fue muy crecido. La liturgia bizantina habla de 14,000 niños, las «Menaia» sirias, de 64,000 y, por cierta interpretación a algunas palabras del Apocalipsis XIV 1-5), se hace ascender la cifra a 144,000. Sobre la menor de estas cantidades, dice Alban Butler con toda razón, que «excede todos los límites y, ciertamente que no ha sido confirmada por ninguna autoridad calificada». Belén era una villa pequeña y, aun cuando se incluyesen sus contornos, no podía tener, en un momento dado, más de veinticinco niños menores de dos años. Algunos de los investigadores hacen descender la cifra a media docena solamente. Hay una historia muy conocida que escribió Macrobio, cronista hereje del siglo quinto, donde se afirma que, al enterarse el emperador Augusto de que, entre los niños menores de dos años que Herodes había mandado matar se encontraba el propio hijo del rey, hizo este comentario: «Valdría más ser el cerdo (hus) de Herodes que su hijo (huios)», con lo que hacía una irónica referencia a la ley judía de no comer carne de cerdo y, en consecuencia, de no matar a los cerdos. Sin embargo, esta noticia es falsa, puesto que el hijo de Herodes a quien se refiere, era Herodes Antipas, quien por aquella época ya era un adulto y a quien su propio padre mandó matar poco antes de expirar.
La fiesta de los Santos Inocentes (a quienes en el oriente se llama sencillamente los Santos Niños), se ha observado en la Iglesia desde el siglo quinto. La Iglesia los venera como mártires que no sólo murieron por Cristo, sino en lugar de Cristo. «Flores martyrum», los llama la Iglesia, mientras que San Agustín habla de ellos como de capullos destrozados por la tormenta de la persecución en el momento en que se abrían. Sin embargo, en la liturgia no se los trata como a mártires. El color de las vestiduras sacerdotales para la misa de los Santos Inocentes, es el púrpura y no se canta el Gloria ni el Aleluya; pero en la octava y cuando la fiesta cae en domingo, se usan vestiduras rojas y se cantan, como de costumbre, el Gloria y el Aleluya. Antiguamente, en Inglaterra se llamaba a esta fiesta «Childermass» y San Beda compuso un extenso himno en honor de los Inocentes. Naturalmente que en Belén reciben una veneración especial; su fiesta es ahí obligatoria y por las tardes de todos los días del año, los frailes franciscanos y los niños del coro, visitan el altar de los Santos Inocentes, en la cripta de la Basílica de la Natividad y cantan el himno de Laudes de la fiesta: «Sálvete, flores martyrum».
Debemos hacer notar que, a partir del siglo sexto en adelante, toda la Iglesia de occidente, al parecer con excepción de la mozárabe y su ritual, conmemora en este día a los Santos Inocentes. Sin embargo, en el Hieronymianum, la frase que se usa es: «natale sanctorum infantium et lactantium (el nacimiento de los santos niños y lactantes) y el Calendario de Cartago, que es anterior, también habla de infantes y no de inocentes. Por otra parte, en ciertos sermones de San Agustín, donde menciona «el octavo día de los infantes», el contexto muestra claramente que no se refiere a los niños de Belén, sino a aquéllos que habían sido recientemente bautizados. Ver el CMH, p. 13; a Duchesne en Christian Worship, p. 268 y a Kneller en Stimmen aus María Laach, vol. LXVII (1904), pp. 538-556.

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Los Santos Mártires Inocentes dieron su vida por Cristo «no loquendo sed moriendo» -como dice la oración de su Misa- confesaron a Cristo sin hablar muriendo en Su lugar, y todavía Jesucristo no había instituido los Sacramentos, pero su baño de sangre lavó el pecado original. Por eso la Iglesia los venera como Santos y como Mártires y nos los propone como ejemplo a los cristianos. Claro ejemplo que Dios no se agota en los Sacramentos.
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Buen dia. Concuerdo totalmente pero… envíele ese comentario a los (HERMANOS DE SANGRE) Peter y Michael Dimond que no creen en el Bautismo de Sangre ni de Deseo y lo sacan a chillidos: «Hereje, hereje!!!», gritan… Esos sí que son peligrosos para el alma… Creo que ya hoy día, como se dice popularmente en Argentina, estamos todos: «Curados de espanto».
A.M.D.G.
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L’apostasie du clergé catholique a commencé avec les premiers hérétiques tous issus de l’Eglise comme saint Jean le dit textuellement dans ses Epîtres. Elle s’est poursuivie tout au long de son histoire dont les plus néfastes représentants ont été Arius et Luther pour aboutir au modernisme condamné par saint Pie X qui le définit si justement comme l’égout collecteur de toutes les hérésies antérieures. C’est cet égout collecteur qui a été imposé comme nouvelle religion par le conciliabule. Il s’agit de l’apostasie finale prédite par saint Paul inaugurant le règne des anti-Christ dirigé par ces hommes qui font l’éloge du péché originel qui conduit à la perdition éternelle. On ne devient pas « fils de Dieu » en se reproduisant comme des animaux, comme l’enseigne clairement saint Jean dans le prologue de son Evangile. Mais l’ordre de Dieu de croître et de multiplier reste pleinement valable. Et les hommes devront le mettre en pratique selon les sages recommandations de la sainte Eglise et non selon les immondes dithyrambes de l’anti-Christ Wojtyla dans sa « théologie du sexe » ! BerGOGlio qui s’est illustré en se faisant photographié avec un bracelet LGTB y met une sorte de comble cette année en exposant dans sa monstrueuse parodie de crèche un homme nu comme une confirmation de son satanisme faisant dériver l’amour du Divin Rédempteur sur la contemplation de l’homme en instance de pourriture éternelle.
Écrit par : Michel Mottet | jeudi, 28 décembre 2017 (Commentaire mis dans HODIEMECUM à la fête des SAINTS INNOCENTS.
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